sábado, 30 de octubre de 2010

¡VAYA CARA DURA!

Ayer salió en televisión la imagen de una enorme cesta-mariscada preparada en Bruselas en el año 2.008, -periodo de crisis- para los representantes de MERCASEVILLA, en el que participaba un señor del grupo IU del Ayuntamiento de Sevilla, llamado Torrijos. Esto no es ninguna noticia. Según el citado Torrijos es normal que en reuniones de trabajo se coma aopiparamente. Esto tampoco es noticia. Los señores que se reúnen, sean del partido que fuesen pueden comer lo que se les antoje dentro de las posibilidades de cada uno.
Pero la cosa cambia cuando estos señores que llevan el viaje pagado, que perciben unas dietas para estancia y alimentación, luego paguen la mariscada de bastante más de 1.000 euros con la tarjeta VISA del Ayuntamiento de Sevilla-Marcasevilla. Es decir, que después de cobrar una dieta van los tíos y pagan la cuenta con dinero de los contribuyentes. (Y no digo que mientras, había millones de parados en España y en Sevilla, para evitar que me señalen como demagogo).
El señor Torrijos dice que esto es normal y no sé si lo normal es lo de comer mariscos o de que lo paguen con dinero público. Ya le ocurrió así a un alcalde de capital de provincia -no señale el nombre porque no lo recuerdo- que hizo lo mismo, aunque sin mariscada, y alegó que no se había dado cuenta.
Y tiene el tío la cara dura de decir que esto es un ataque contra su grupo por gente de matiz fascista y asegura que si la mariscada se la hubiese tomado Javier Arenas, del PP, nadie lo criticaría porque es de derechas.
Mire usted, señor Torrijos, usted se quiere hacer el tonto y la víctima recurriendo a la demagogia de decir que los de la derecha pueden comer mariscos y los comunistas no. No. Ese no es el problema. Lo que ha hecho usted y otros señores está muy feo. Se han inflado de mariscos de máxima categoria, como se aprecia en la fotografía, pagándolos con cargo a los contribuyentes sevillanos que pagan impuestos para el bien común de los ciudadanos y no para que usted y gente como usted se "ponga púo" de mariscos "de gañote". Y además cobrando dietas de desplazamiento. Eso es lo que se critica. Y si lo hace un señor de derechas, del centro, o de la izquierda, es un caradura y aprovechado. Y aquí no hay fascismo que valga.
¡Que ya estamos hasta la coronilla con esa cantinela del fascismo!
¿O es que los del grupo IU van a tener patente de corso para cometer todo tipo de tropelías?
¡Vamos, anda!

miércoles, 9 de junio de 2010

NO ES POSIBLE TAMAÑO DESATINO

No es posible que sea cierto lo que cuentan en algunas tertulias televisivas. Ya sabemos que en esas tertulias, concretamente en las de INTERECONOMIA y en VEO7 se cuentan cosas que en otras no se cuentan, o al menos no se cuentan con los mismos detalles.
Particularmente he alucinado.
La primera de ellas fue la de la utilización de tres aviones Falcon de las Fuerzas Aereas Españolas para trasladar a tres ministros del Gobierno del señor Zapatero a Bruselas en los últimos días de Mayo, cuando ya estaba cayendo la que nos está cayendo encima. Esto en si mismo no tendría importancia sino fuera porque los tres ministros del Gobierno se desplazaron a Bruselas el mismo día y en lugar de ir los tres juntos en el mismo avión, fue cada uno de ellos en un avión diferente. Un vuelo de esos parece ser que tiene un gasto mínimo de 15.000 €. Pues, hala, como el dinero no es nuestro, -debieron pensar- tres viajes diferentes. ¡45.000! euros de vellón. ¿Será por dinero?, dirán nuestros ministros. Si les damos varios miles de euros a los gays de Zambia, para que se promocionen, ¿por qué no voy a poder ir yo en un Falcon, solito, repantigado, o durmiendo durante la travesía, sin que me vean los otros ministros? Luego, ya sabe, dicen que uno, o una, ronca cuando duerme o dormita. ¡Ni hablar! Cada uno en un avión diferente, el mismo día y a la miama hora. ¡Todos a Bruselas! ¡Toma del frasco! Y en esos días el decretazo para rebajarle el sueldo a los funcionarios y se congelan las pensiones de los pensionistas.
¡¡¡VIVA LA COHERENCIA!!!

La segunda noticia es más alucinante que la primera, si cabe.
Parece ser que el señor Zapatero había promocionado una reunión creo que con motivo del cambio climático o ese invento de unión de civilizaciones que iba a celebrarse en Brasil. Era el sábado pasado o el anterior. El día antes, viernes, el señor Zapatero, después de las reprimendas de los Gobiernos europeos, decidió no ir a Brasil para intentar resolver los problemas que tenía en España. Y no fue. Pero, he aquí que como no le avisó a nadie, ¡150 miembros de su séquito! salieron el viernes para Brasil. El chasco ya se pueden imaginar que fue mayúsculo. Me imagino los diálogos:
-Oye, ¿a qué hora llega el Presi?
-No sé, espera, pregúntale a García, el de Asuntos Exteriores, que debe saber algo?
-Oye, García, ¿a qué hora llega el presidente?
El pobre Garcia agacha la cabeza y rumia algo que nadie llega a entender.
-¿Qué dices?
-¡Que no viene! Me acaba de llamar Moratino para decírmelo.
-¿Y nosotros qué?
-¡Cuando esto se sepa en España... la cagamos!
Pues eso.
Como el dinero de los viajes no es de ellos, aquí tenemos a 150 tíos en Brasil que yo no sé lo que hicieron allí, si fueron a las conferencias de libre oyentes, se fueron a Rio de Janeiro y subieron al Pan de Azúcar, o se dieron la vuelta para España con el rabo entre piernas.
Me pregunto con todo el respeto: ¿Están majaras los tíos que nos gobiernan?
¡Me lo expliquen!

miércoles, 5 de mayo de 2010

¿Estamos descebrados?

En primer lugar quiero pedir perdón por el error cometido.

Dias pasados escribí en el blog unos versos sobre un pino que teníamos en casa, olvidando que ya lo había escrito con anterioridad, concretamente el día 2 de febrero de 2.008, según me recordó mi hija Carolina.

¿Estamos descerebrados, o qué?

Esta mañana al leer el diario LA OPINIÓN de Málaga, veo en la portada el siguiente titular "DENUNCIA A UNA PROFESORA POR EVITAR UNA PELEA". Estuve a punto de caerme del sillón y, lógicamente, me fui al interior del diario a leer la noticia.

La historia es la siguiente: dos chicos de unos 15 años están luchando a brazo partido y la profesora que los ve coge a un de ellos, tira de él para separarlos y, al parecer, el chico trastabillea, se cae al suelo, se levanta y arremete de nuevo contra su oponente. Y la madre del chico denuncia en la Comisaría de Policía a la profesora por "haber cogido a su hijo del pecho", separarlo del otro y tirarlo al suelo.

¡Un juicio de faltas! Es decir, un juez, un fiscal, una parte que acusa y otra que defiende. Es decir, de nuevo, poner en funcionamiento la maquinaria judicial porque una profesora ha procurado evitar una pelea. ¿Estamos locos? La profesora se ve acusada ante la policía y ante el Juzgado por la madre de uno de los chicos, precisamente por cumplir con su obligación. En lugar de darle las gracias por su gesto, le presenta una denuncia ante la Comisaría de Policía. ¡Inaudito! Declaró la profesora "solo traté de separar a los menores". Claro, lo lógico.

La madre del chico peleón fue sola al juicio y no formuló acusación en forma y el fiscal, por su parte, no formuló acusación de ningún tipo y solicitó la absolución de la profesora, comentando "nunca debió de haber llegado aquí este caso".

Y yo me pregunto: ¿Qué tipo de madre puede ser esta señora que denuncia a una profesora que está procurando el bien de un chico que está de pelea con otro? ¿Qué hubiese ocurrido si uno de los chicos saca una navaja -algo muy natural hoy- y hiere o mata al otro? ¿Qué habría dicho la señora? Sin duda hubiese denunciado a la profesora por no evitar la pelea.

¿Dónde está el cerebro y el sentido común de algunas personas?

¡¡¡Me lo expliquen!!!

domingo, 25 de abril de 2010

El árbol Pino Verde

Cuando vivíamos en El Palo, en Málaga, en una casa con jardín, teníamos varios árboles y entre ellos un pino que plantado por nosotros, no rcuerdo por quién, que lo vimos crecer día a día, mes a mes, año a año... Sentado en la terraza en el verano lo vi crecer y hacerse todo un señor pino. Una de aquellas tardes, al contemplarlo extasiado, se me ocurrió hacerle una poesía.

Nació cuando nacieron
algunos de mis hijos;
creció ante nuestros ojos,
sin mayor atención,
con riego de la lluvia en el invierno,
en el verano, con riego de aspersor
y con calor del sol.

Con el paso del tiempo,
creció, con tronco poderoso,
y pródigo en ramajes.

En los primeros años de su vida
lo veíamos crecer
desde el ventanal de nuestro dormitorio.

Crecía de día en día;
crecía de mes en mes;
crecía de año en año,
y un día nos dimos cuenta
de que aquel arbolillo,
plantado con cariño,
se nos había hecho “un hombre”
entre las manos,
casi sin darnos cuenta.

Se nos había hecho un pino
poderoso y alegre,
tan verde como un bosque,
tapando la visión de la ventana.
Moviéndose como un barco velero
que se mueve en la mar,
al vaivén de las olas,
sin avanzar jamás.
Llamando la atención los días de viento.
Llorando sin cesar los días de lluvia.
Mirando con temor a las tormentas
por miedo a cualquier rayo.

Fue lugar preferido
de tórtolas y pájaros
que vienen cada día
a jugar al jardín.
Y en él se paran;
y saltan;
y juegan,
y cantan y se asustan...
Como si el pino fuera
un teatro para pájaros;
como si el árbol fuera
un bloque de viviendas alquiladas
por tiempos momentáneos;
como si el árbol fuera
un pueblo acogedor,
un lugar de refugio,
donde nadie es extraño
y hay lugar para todos.

El árbol vivo.
El árbol Pino Verde.
El hermoso Pino Verde,
de tronco poderoso
y pródigo en ramajes.

Crecía día a día;
crecía de mes en mes;
crecía de año en año...
y todos en la casa lo veíamos crecer.
Generoso sin límites,
todos cabían en él
Y en verano daba pródiga sombra.

Debía tener ocultas
numerosas raíces,
enorme raigambre subterránea
para poder mantener erecto
el tronco poderoso y el ramaje
donde conviven las tórtolas y pájaros
en perfecta armonía...

En el suelo de césped
asoman sus raíces
para ver lo que ocurre sobre tierra.
Y a veces se esconden... asustadas.

Un día se secó.
Dejó de ser todo lo que era.
Un teatro para pájaros.
Viviendas alquiladas.
Un pueblo acogedor.

Así es la vida.
Un día, poder y gloria.
Mañana... como el árbol,
la vida se seca y se diluye.
La vida ya no es vida.
Cuando la vida deja de ser vida
el final es un simple recuerdo.

miércoles, 2 de julio de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET- NOVELA

Transcribo a continuación el Capítulo XXI, y último, de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.
Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)

CAPÍTULO X X I

La unión de dos pueblos

1

Fidor y Cedric, acompañados por una escolta de cincuenta soldados elfos a caballo, se desplazan a Morac en la carroza utilizada por Ab’Erana, tirada por los seis avestruces de la princesa Radia, siendo recibidos con todos los honores por la familia real silfa que agasajan a los dos emisarios con atenciones exquisitas.

Fidor es portador de un pergamino firmado por el príncipe Ge’Dodet, y otro de Ab’Erana, dirigidos al rey Kirlog II, el primero, solicitando la mano de la princesa Radia para su hijo Ab’Erana, rey Dodet XIII; y el segundo en el que el propio Ab’Erana da explicaciones del por qué la ceremonia debe celebrarse en Varich.

Cedric lleva otro mensaje enviado por Ab’Erana, a la princesa Radia en la que le comunica, sin ningún tipo de circunloquio, que está dispuesto a contraer matrimonio con ella de forma inmediata. “He prometido a la población de Varich que la boda se celebrará en esta ciudad con intención de que no llegues al País de los Elfos como reina consolidada sino como princesa que se convertirá en reina en el propio país, en presencia de todos los elfos que asistan a la ceremonia, lo que me parece más razonable para conseguir el cariño y el respeto de la gente”.

-El deseo de Ab’Erana es que la boda se celebre en Varich por las razones que expone en su carta, majestad –dice Fidor. –Piensa Ab’Erana que de celebrar la boda aquí la princesa llegaría a Varich como reina y posiblemente se produjera algún rechazo por parte de la población. Cree, y todos los consejeros coincidimos con él, que la princesa será mejor acogida si la gente acude a su boda, la conocen, la ven, participan en los actos y la celebran conjuntamente.

-Nos habría gustado que la boda de Radia se hubiese celebrado en Morac, pero he de admitir que la idea de Ab’Erana es razonable y convincente –acepta Kirlog. –Va a vivir allí y es lógico que así sea. Por nuestra parte no hay inconveniente alguno en que sea como quiere Ab’Erana y la princesa no creo que ponga reparos.

-Hemos traído la carroza real para que la princesa haga conmigo el viaje de regreso a Varich, con una escolta de soldados elfos para garantizar nuestra seguridad –dice Cedric. -Lógicamente vuestra majestad, la reina Patra y la princesa Quiva vendrán con nosotros en la otra carroza y al finalizar la ceremonia y las fiestas que se organicen regresarán a Morac debidamente escoltados por soldados elfos.

-En Varich ya se están efectuando los preparativos y adornos de la ciudad para la celebración de la boda que Ab’Erana desea se celebre de forma inmediata –aclara Fidor. –Y puede vuestra majestad invitar a todos los silfos que deseen presenciar y participar en el gran acontecimiento.

-Estamos totalmente de acuerdo con las intenciones de Ab’Erana, pero contadme detalles de la muerte de Mauro y de la batalla del Valle Fértil, solo sé lo que Ab’Erana dijo en el mensaje, las noticias facilitadas por nuestros soldados y algunos rumores que nos han llegado desde Jündika.

Los reyes se muestran encantados con las noticias que les transmite Cedric que le cuenta incluso los mandobles que propinó y los trolls y el número de individuos que dejó fuera de combate. El rey, emocionado, ordena celebrar la victoria de los soldados elfos y silfos sobre los trolls, la recuperación del Valle Fértil y la noticia de la muerte de Mauro.

La princesa Radia dice sí a la proposición de Ab’Erana. Le comenta a Fidor y a Cedric que le hubiese gustado celebrar la boda en su propio país pero sus padres y el propio Fidor le hacen comprender las razones alegadas por el rey, las considera razonables y las acepta de buen grado.

Fidor, con una pequeña escolta de diez soldados regresa de inmediato a Varich.

Varios días más tarde, las princesas Quiva y Radia, ocupando la carroza real elfa en compañía de Cedric, y la familia real silfa en la segunda carroza, escoltados por soldados elfos y silfos, parten en dirección a Varich.

Poco antes de partir, un silfo, rompiendo el cerco de soldados, se acerca a Cedric y le entrega un mensaje para el rey Ab’Erana. Extrañado, Cedric pregunta quién lo envía y el silfo le indica que es de un hombre llamado Latefund de Bad que se lo entregó dos días antes en la llamada Tierra de los Hombres. Cedric le promete que se lo entregará en cuenta llegue a Varich..

Los habitantes de Jündika salen al camino para vitorear a la futura reina, a Cedric y a la familia real silfa.

2

La acogida de los habitantes de Varich a la princesa Radia es apoteósica. La petición realizada por Ab’Erana en tal sentido da sus frutos y toda la ciudad se echa a la calle para vitorear a la princesa.

Todos los actos se cumplen meticulosamente ateniéndose a las instrucciones de Radia y Ab’Erana, que no dejan en manos de nadie la organización de un acto tan personal, convirtiéndose ambos en los protagonistas absolutos de la nueva situación.

Contraen matrimonio en la plaza principal de Varich, justo en la puerta del palacio real, ante el rey Kirlog, el príncipe Ge’Dodet, Consejeros y Consejo de Ancianos, entre el clamor popular de toda la población, justo en el mismo lugar donde se casaron Ge’Dodet y Erana poco más de veinte años antes.

Ab’Erana, al contemplar la enorme figura de su abuelo Cedric con las lágrimas a punto de hacer su aparición y viendo aquella acogida tan cariñosa y entrañable hacia la princesa Radia y hacia él, tiene un recuerdo para Erana, la madre que no llegó a conocer. Solo Cedric, Ge’Dodet y Fidor sospechan el motivo de las lágrimas que ruedan lentamente por las mejillas del joven rey.



La novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, como ya se dijo al principio, cuenta con dos partes, la primera AB' ERANA, con este capítulo XXI, llega a su final.

El mensaje que un silfo entrega a Cedric cuando ya está en la carroza real y se dispone a partir hacia Varich, enviado por LATEFUND DE BAD, es el motivo de la segunda parte de la novela. Su título EL ANILLO DEL SEÑOR LATEFUND DE BAD.

Realmente, salvo Yoli, pocos comentarios he recibido. Ignoro si habrá o no gustado y no sé aún si colgar la segunda parte. Mi nieto Álvaro, de diez años, ha leído las dos partes y me dijo que la segunda le gustaba más que la primera. No lo sé. Cada cual tiene sus gustos.

¿Hay alguien que me anime por comentario en el blog o por email?

sábado, 28 de junio de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET- NOVELA

Transcribo a continuación el Capítulo XX de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.
Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)

CAPÍTULO X X

La batalla de los escudos

1

A la hora que le parece propicia, Ab’Erana ordena a los cuatrocientos elfos que llevan los escudos de piedra que avancen hacia la frontera que los trolls establecieron a la entrada del Valle Fértil, veinte años antes, después de conquistarlo al rey Donet XII.

Al otro lado de la frontera hay multitud de trolls vociferantes provistos de sus terroríficos palos con el clavo en uno de los extremos, dispuestos a machacar a los elfos, porque en ningún momento pasa por sus cortas mentes la posibilidad de perder aquella batalla. Murtrolls considera que la derrota en la frontera de los silfos se debió al mal planteamiento de Mauro y está convencido de que a él no le sucederá lo mismo. La mayor preocupación del rey Murtrolls radica en la claridad del nuevo día y en el sol deslumbrante que reluce en el firmamento, circunstancias poco propicias para los trolls que prefieren siempre los días oscuros y nublados para plantear sus batallas.

Pese a las muestras de seguridad del rey Murtrolls, no parecen los trolls dispuestos a dar el primer paso e iniciar el ataque para cortar el avance de los invasores.

Están los ánimos de unos y otros tan exaltados que Ab’Erana piensa que la batalla será encarnizada. Los elfos porque consideran que aquella puede ser la revancha de las humillaciones sufridas desde la muerte del rey Dodet XII; los trolls porque están en la creencia que les ha imbuido Murtrolls de que aquella batalla puede dar lugar al dominio completo del País de los Elfos. En una de sus arengas les advierte que estén preparados porque una vez derroten a los atacantes irán a Varich, se apoderarán de todo el país, matarán a todos los elfos en edad de luchar, todos los trolls podrán abandonar las cuevas, instalarse en el país vecino, quedarse con todos sus bienes y convertir a las elfas en sus esclavas. Estas frases, repetidas en infinidad de ocasiones, han exaltado los ánimos de los soldados trolls.

Ab’Erana ordena al grupo de vanguardia que se sitúe a pocos metros de la raya fronteriza, sin que los trolls realicen ningún movimiento para impedirlo. Solo se mantienen a la expectativa. Están unos de otros a menos de doscientos metros. Los trolls rugen y gesticulan mientras los elfos permanecen en silencio por orden del joven rey.

Ab’Erana ordena a los soldados que llevan los escudos que avancen un poco más, rebasen la línea fronteriza y se adentren unos metros en territorio enemigo, situándose unos junto a otros levantando una muralla con los escudos.

Los trolls cada vez rugen con más potencia, están retenidos por sus jefes para que no avancen desordenadamente aunque a duras penas lo consiguen.

El orden de batalla planteado por Ab’Erana es el siguiente:

En primer lugar, como vanguardia, están los cuatrocientos soldados provistos con los escudos de láminas de piedras recubiertos con telas de colores, dando una vistosidad inusual a una gente que va a enfrentarse a la muerte.

Detrás se sitúan los arqueros más hábiles armados con potentes arcos y gran cantidad de flechas. Es el llamado Grupo de los Infalibles, preparados especialmente por el propio Ab’Erana que es un consumado arquero desde su niñez.

A continuación cincuenta elfos y silfos montando los avestruces de la princesa Radia, y otros cincuenta a caballos, con largas lanzas en ristre. Avestruces y caballos llevan unas defensas de mallas en las patas y en el pecho, para su seguridad.

Finalmente, el grueso de la tropa, armada con todo tipo de armas: espadas, flechas y lanzas, aunque algunos llevan simples garrotes nudosos, según las indicaciones del abuelo Cedric.

Al frente de todos aquel tropel de soldados se coloca Ab’Erana, dando mandobles al aire con su espada encantada, y el abuelo Cedric revestido con una enorme coraza de mallas que apenas le permite moverse con agilidad, enarbolando su conocido bastón nudoso y lanzando gritos estentóreos para amedrentar a los trolls. Es al único a quien Ab’Erana no ha conseguido hacer callar. Abuelo y nieto parecen dos gigantes entre pigmeos.

Ab’Erana no deja de mirar al sol. Sabe por informaciones de sus consejeros militares que a los trolls, acostumbrados a vivir en cuevas y cavernas, les molesta la luz del sol. Prefieren realizar sus actividades los días oscuros y nublados, o durante la noche, y recuerda en aquel momento que cuando se produjo el ataque en la frontera de Jündika el día estaba nublado y amenazaba lluvia; y fue de noche cuando atacaron y mataron a su abuelo Dodet XII.

En un momento determinado ordena a los soldados adentrarse un poco más en el Valle. Están a menos de cien metros del enemigo. Continúan avanzando paso a paso. Al encontrarse a cincuenta metros, ordena arrancar las telas decolores y dejar al descubierto los escudos de láminas blancas, procurar que los rayos del sol que tienen enfrente incidan en ellos y salgan reflejados hacia el lugar en que se encuentra la vanguardia enemiga.

Los trolls, sorprendidos ante aquella inesperada maniobra, se llevan las manos a los ojos, deslumbrados por el reflejo de las piedras cegadoras, momento que aprovechan los elfos del Grupo de los Infalibles para atravesar la frontera en tropel y lanzar andanadas de flechas contra ellos, con acierto total. Como los trolls tienen la costumbre de luchar muy cerca unos de otros, sin espacios libres, las flechas lanzadas por los elfos no fallan ni un solo blanco y los trolls caen amontonados unos sobre otros, en una matanza escandalosa que obliga a retroceder a sus compañeros.

Los elfos inician su avance arrollador con los escudos adelantados procurando deslumbrar a los enemigos que, ante los reflejos del sol fulgurante, comienzan a retroceder a marchas forzadas hacia el interior del Valle, en dirección al palacio del rey Murtrolls y el río que separa el Valle de la llamada Tierra de los Trolls.

Los gritos de ambos bandos atruenan el Valle. Son ensordecedores, intentando amedrentarse unos a otros. Sin embargo, la batalla desde el primer momento se inclina a favor de los elfos, cuyo primer golpe de efecto con los reflejos de los escudos ha sido inesperado y catastrófico para el enemigo. El desconcierto inicial llega a convertirse en algún momento en auténtico pánico entre los trolls que apenas pueden concentrar la vista porque las piedras cegadoras se lo impiden.

Ab'Erana, en primera fila, pone fuera de combate a cada trolls que se cruza en su camino. Pronto se da cuenta de que está abriendo brecha y que los trolls le rehúyen al darse cuenta de que es invencible. La espada encantada detiene cualquier ataque y desvía todo tipo de armas sin que los trolls vean la posibilidad de vencer a aquel elfo hombre que actúa como un auténtico ciclón.

Cedric por su parte, con su bastón nudoso causa enormes estragos entre las tropas enemigas, dando garrotazos a diestro y siniestro, e incluso patadas en muchos casos cuando algún trolls pretende sujetarlo por las piernas. Los elfos y silfos montados en los avestruces y caballos, con sus largas lanzas en ristre, entran en lisa casi con impunidad, sin que los trolls consigan alcanzarles con sus palos claveteados ni puedan hacer daño alguno a las aves y caballos, gracias a las defensas ideadas por Ab’Erana.

El avance de los elfos es arrollador. Es como si el odio concentrado durante muchos años contra los trolls les hubiese dado un valor y una fuerza descomunales. Poco a poco, metro a metro, buena parte del Valle va cayendo en poder de las huestes de Ab’Erana. Solo la parte más cercana al río que separa el Valle de las Tierras de los Trolls, y un pasillo entre el palacio de Murtrolls y el puente principal que atraviesa el río, se mantienen en poder del enemigo, pero Ab’Erana tiene la certeza de que en pocas horas los trolls serán expulsados del Valle. Al comprobar el desarrollo de la operación piensa que todo está resultando mucho más fácil de lo previsto.

Los trolls, en su retroceso, destrozan y queman todo cuanto encuentran al paso para no dejar nada en pie al enemigo. Numerosas llamas se levantan por todas partes sin que nadie se preocupe de apagarlas. Los incendios producen estampas alucinantes de pequeños núcleos de viviendas ardiendo, de gente corriendo de un lado a otro gritando sin cesar, de árboles convertidos en teas, de humaredas que imposibilitan una visión clara y dificultan la respiración... El calor desprendido por el fuego, comienza a ser insoportable. Las familias de los soldados trolls corren desesperadas de un lado a otro, dando alaridos de terror ante el avance implacable de los elfos. Todos retroceden en dirección a los puentes que cruzan el río, los atraviesan y se adentran en las montañas donde se ubican sus cuevas y cavernas y donde se encuentran la mayor parte de los niños y madres trolls chillando como ratas. Animan a los suyos a regresar para salvar la vida, temerosas al mismo tiempo de que los elfos decidan invadir sus tierras y lleven allí la batalla y la muerte.

Los campos se ven sembrados de cadáveres, especialmente de trolls, aunque también caen muchos elfos y silfos en la pelea. El olor a carne achicharrada va invadiendo todos los rincones del Valle.

A primeras horas de la tarde, después de medio día de intensas luchas, avances de los elfos y retrocesos de los trolls, suena un cuerno de caza desde las inmediaciones del palacio de Murtrolls y los trolls que aún se mantienen en pie empuñando un arma, retroceden de forma desordenada en dirección a los diferentes puentes del río. Es el reconocimiento explícito de la derrota, a juicio de Ab’Erana, pero también puede ser una estratagema del rey de los trolls.

Alguien informa a Ab’Erana que un jinete con barba rojiza que cabalga sobre un brioso caballo blanco, acaba de abandonar el palacio real; un soldado elfo le indica que es el mismísimo rey Murtrolls, que lo ha reconocido por su cabello y barba rojizos y que se dirige al puente principal. Ab’Erana lo ve en el mismo centro del puente impartiendo instrucciones para evitar la desbandada de los suyos. Minutos más tarde comienzan a surgir llamas del interior del palacio y Ab’Erana deduce que la destrucción del emblemático lugar, residencia del rey, es signo evidente de que los trolls dan por perdido el Valle Fértil, ya que en otro caso jamás habrían incendiado el palacio real.

Ab’Erana ve al jinete de la barba roja que se mantiene sobre el puente. Llama al águila que revolotea a su alrededor participando activamente en la batalla con ataques sistemáticos, lo mira a los ojos y le señala el lugar en que se encuentra Murtrolls.

-Picocorvo, aquel trolls de cabellos y barba rojos que está en el puente montando un caballo blanco, es Murtrolls, el causante de todas las tragedias que han asolado a nuestro pueblo. Él tuvo preso a mi padre durante quince años y fue el instigador de todos los males padecidos por el pueblo elfo. ¡Tráemelo!

Picocorvo se eleva sobre el cementerio de cadáveres en que se ha convertido el Valle y se dirige en busca del rey Murtrolls, que permanece atento a cuanto sucede a su alrededor. Un soldado de los participantes en el intento de invasión del País de los Silfos le avisa de la llegada del enorme pajarraco y Murtrolls, al ver que se dirige hacía él, recuerda las palabras de Mauro y se estremece al pensar que debe ser el mismo pájaro que secuestró al general Calabrús y causó el descalabro en el desierto. Salta del caballo y se esconde tras él, al tiempo de gritar a sus arqueros que disparen contra el águila obligando a Picocorvo a elevar el vuelo antes de llegar a su altura.

Ab’Erana ve la maniobra y comprende que será imposible, o muy difícil al menos, que Picocorvo pueda secuestrar a Murtrolls, que, sin duda, permanecerá atento a las evoluciones y movimientos del águila.

Murtrolls monta el caballo, atraviesa el puente en dirección al País de las Cavernas y se detiene en un montículo cercano. Está situado al borde de un talud que acaba en el río. Jinete y caballo están medio ocultos bajo un árbol, con intención de evitar que el pajarraco pueda verlos desde las alturas. Murtrolls, desde el promontorio, continúa dirigiendo la retirada de sus soldados. Tras él tiene las cuevas y cavernas de su país y centenares de trolls, ancianos, madres y niños, contemplando el panorama desolador que se ofrece a sus ojos. Los oye gritar y llorar y se muerde el labio inferior con tal rabia que llega a hacerse sangre. Mira hacia el Valle y reconoce que todo está perdido. Solo hay desolación, incendios y trolls abatidos. Su idea imperialista de unir los tres países, elfos, silfos y el suyo, bajo su único mando, se ha esfumado como un soplo de viento. Tiene un mal recuerdo para Mauro al que considera culpable de la tragedia acaecida por su estúpida idea de invadir el país vecino con la única intención de apoderarse de la hija del rey Kirlog, aunque alegase causas diferentes y con su actuación con el soldado que se le enfrentó y al que mató despiadadamente. Recuerda que le dijo en una ocasión que la princesa le obsesionaba a todas las horas del día y de la noche y que haría lo imposible para apoderarse de ella. Oye gritos de muerte por todas partes y se estremece. Pese a su dureza, dos lágrimas le ruedan por las mejillas y se pierden en la maraña de su barba rojiza. Piensa que todo está perdido, que aquel es el final... momentáneo, pero que su hora llegará.

Ab’Erana ve a Picocorvo sobrevolar en las alturas, sobre las cuevas y cavernas, sin que Murtrolls pueda verlo porque se lo impiden las ramas del árbol que le cobija. Inesperadamente lo ve caer en picado y atravesar junto a la cabeza del caballo montado por el rey. El animal, asustado, se encabrita y alza las manos al tiempo de dar un relincho. Murtrolls, sorprendido, intenta dominar la montura pero ésta pierde estabilidad y ambos, caballo y jinete, caen por el talud, el caballo rodando hacia un lado sembrado de piedras, y el rey directamente al agua del río, dejando atrás, como eco, un alarido espeluznante. El caballo muere estrellado contra las rocas, mientras la corriente arrastra violentamente el cuerpo de Murtrolls hasta perderse de vista.

Los gritos de los soldados se van extinguiendo poco a poco a medida que se dan cuenta de que el jefe que los manda no está en su sitio.

Alguien grita “Murtrolls ha muerto” y aquel grito, como una llamarada, se extiende por el Valle y por las Tierras de los Trolls con la misma rapidez que el viento. Hay gritos de alegría entre los elfos y de desolación en las tropas enemigas. Los pocos trolls que permanecen luchando en el Valle, sin nadie que les mande, en un desorden total y absoluto, corren en dirección a los puentes para cruzar el río y hacerse fuertes en su territorio.

Ab’Erana, sudando, se siente satisfecho del éxito conseguido. Los dos objetivos se han cumplido. Mauro, muerto y el Valle Fértil, en su poder. Algunos generales y soldados le incitan a atravesar el río y acabar para siempre con el poderío de los trolls, pero, al mirar a su alrededor, mueve la cabeza apesadumbrado y decide no seguir aquellos consejos.

-¡Mirad! –le grita a sus colaboradores, señalándole a su alrededor.- ¡Mirad todo esto! ¿No hay ya demasiadas bajas? ¿Qué queréis, más elfos y silfos muertos?

Ordena a Tori Windoff que se mantiene junto a él con el cuerno de avisos que toque tres llamadas ordenando a elfos y silfos que se detengan junto a los puentes, sin atravesarlos.

-¡No quiero que ningún trolls herido sea rematado a partir de ahora! –grita con toda su potencia. -¡Corred la voz! Hay que respetar a los heridos –insiste por segunda vez. -¡Castigaré a quien no cumpla esas órdenes!

-Majestad, si nos adentramos tras ellos podremos aniquilarlos –insiste uno de los generales que había luchado con el asesinado rey Donet XII. -Nos dejarían tranquilos para siempre. De no hacerlo así cualquier día saldrá otro caudillo que pretenderá imitar a Murtrolls y tendremos nuevas guerras. ¡Hay que externarlos, majestad!

-Es una posibilidad la que apuntáis, general. ¡Esos muertos son realidades! ¿No le parece que ya ha muerto demasiada gente? –repite. -Los mejores soldados trolls han caído ya. Solo mataríamos ancianos, mujeres y niños. Nuestra misión era expulsarlos del Valle Fértil y recuperar lo que es nuestro, no exterminar a los trolls. Debemos sentirnos satisfechos con el resultado obtenido. La lucha en esas montañas presentaría grandes dificultades para nosotros dado lo accidentado del terreno, perderíamos muchos soldados y no estoy dispuesto a poner en peligro la vida de un solo soldado más. ¿No le produce tristeza ver el Valle sembrado de cadáveres? El Valle Fértil vuelve a ser nuestro, general, aunque sea convertido en un cementerio. Se han cumplido los dos objetivos pretendidos. Mauro ha muerto y hemos recuperado el Valle Fértil mucho más fácilmente de lo esperado. No insista, general. La batalla ha terminado.

-La idea de los escudos de piedras cegadoras ha sido sorprendente, majestad -admite el general de más edad, presente en la reunión. –Nunca se le ocurrió a nadie nada semejante. Creo que los trolls fueron los primeros sorprendidos. ¡Genial! Un golpe magistral que inclinó la batalla a nuestro favor desde el principio.

Desde el lugar que ocupa, mira a su alrededor y ve el Valle destrozado, numerosos incendios por todas partes, casas y cosechas quemadas o en rescoldos; centenares de cadáveres y heridos, gritando, pidiendo ayuda. Un espectáculo macabro y deprimente.

-Costará mucho tiempo convertir el Valle en lo que fue, según cuentan mi padre y Fidor.

-Era un vergel, majestad. Lo conocí durante el reinado de Dodet XII y puedo asegurarle que era casi un jardín. Estos malditos trolls lo convirtieron en un estercolero.

-Lo convertiremos nuevamente en un jardín, como entonces, general. Ahora lo que urge es enterrar a los muertos y curar a los heridos.

-¿También a los trolls? –pregunta otro general, arrugando el entrecejo, extrañado ante el comportamiento tan generoso del rey. -Ellos nos habrían rematado a golpes de palos claveteados.

-Nosotros no somos ellos, general. Si lo hiciéramos seríamos tan miserables como ellos, ¿no le parece?

-Tenéis razón, majestad. ¿Qué haremos?

-Lo primero, recoger a nuestros heridos y enterrar a nuestros muertos, identificándolos previamente para comunicarlo a sus parientes. Los aquí caídos hoy pasarán a formar parte de la lista de héroes del país. Todos merecen permanecer en el recuerdo de los demás.

Los generales que rodean al rey asienten satisfechos.

Ya muchos elfos y silfos se encuentran en la tarea de retirada y curación de los heridos y después de la orden real se abren numerosas zanjas en las que comienzan a enterrar a los muertos.

-¿Qué hacemos con los trolls, majestad?

-Algo a lo que esa gente no está acostumbrada.

Envía un soldado con bandera blanca de parlamentario al puente, con orden de cruzarlo y adentrarse en territorio trolls para comunicar que el rey Dodet XIII permitirá la retirada de muertos y heridos. Se produce un tremendo desconcierto e incomprensión en el campo de los trolls dado lo inusual de la medida porque el comportamiento de ellos después de la victoria es el de rematar con saña a los enemigos heridos. Con mucho recelo aparecen algunos trolls en los puentes que cruzan el río. Son especialmente ancianos y mujeres, provistos de unas extrañas parihuelas o angarillas para retirar a los heridos, tarea que llevan a cabo durante toda la noche y parte del día siguiente, ayudados por antorchas y vigilados en todo instante por los soldados elfos que guardan un respetuoso silencio por orden de Ab’Erana. Después de retirar al último trolls herido, ancianos y mujeres desaparecen del Valle sin preocuparse de los muertos. Alguien informa a Ab’Erana que aquel es el sistema de vida de los trolls, muy diferente del seguido por los elfos que viven en la creencia de que mientras el cuerpo no ha sido enterrado el espíritu del individuo no descansa.

Ab’Erana, al ver aquella desconsideración con los muertos, ordena que un nuevo parlamentario atraviese el puente y haga saber a los trolls que si no retiran los muertos de inmediato invadirán y arrasarán el País de las Cavernas. La amenaza surte el efecto deseado y una enorme fila de trolls regresa al Valle a cumplir la orden de Ab’Erana.

-Quiero que una vez salgan todos los trolls del Valle Fértil sean destruidos todos los puentes de reciente construcción, dejando uno solo, el primitivo –ordena Ab’Erana a uno de los generales que le acompañan.

Numerosos elfos se aplican a la extinción de los incendios incluidos los producidos en el palacio del rey Murtrolls, del que solo parece haber ardido una parte.

Ab’Erana establece el puesto de mando en la parte habitable del propio palacio y manda llamar a sus generales para impartirles las instrucciones pertinentes. Uno de ellos hace el siguiente comentario:

-Majestad, recibimos el cuerpo de Mauro pero el rey huyó en compañía de algunos consejeros y no sabemos nada de ellos. Debieron llegar aquí junto con Mauro y solo tenemos constancia de que el rey murió pero ignoramos qué sucedió con los otros. Uno de los consejeros es mi padre.

-¡Vaya! ¿Por qué no me lo dijo antes, general?

El elfo guarda silencio sin saber qué responder.

-Es posible que Murtrolls ordenara matarlos antes de huir –apunta otro militar.

-También es posible que estén encerrados en mazmorras y los dejaran allí esperando que muriesen achicharrados –razona Ab’Erana. –Bajemos a las mazmorras.

El propio Ab’Erana encabeza el grupo. Alguien le indica una escalera y bajan por ella a los sótanos del palacio alumbrando el camino con unas antorchas.

Llegan a un largo pasillo en el que hay varias puertas de hierro, cerradas con llaves y cerrojos.

-¡Hay alguien ahí! –grita Ab’Erana.

-¡Aquí! –responde una voz cavernosa.

-Ahí hay un manojo de llaves. Abrid todas esas puertas –ordena Ab’Erana a uno de los soldados portadores de antorchas.

Aparecen seis elfos, consejeros de Mauro a juzgar por los medallones que cuelgan al cuello, demacrados y sucios, con expresión atemorizada. Quedan paralizados al ver a Ab’Erana con la espada encantada del rey Dodet en la mano y a los generales elfos en mitad del pasillo.

-¡Padre! –exclama el general cuyo padre era consejero, echándole los brazos a uno de los retenidos.

-¿Qué ha sucedido? –pregunta el elfo, sin soltar a su hijo.

-Mauro ha muerto. Los trolls han sido expulsados del Valle Fértil por el rey Ab’Erana, Dodet XIII –aclara el general.

-Majestad... –susurra uno de los consejeros arrojándose a los pies de Ab’Erana. –¡No nos decapites!

-¿Quién eres?

-Soy… fui consejero de Mauro.

-Levántate. Necesito que me contéis lo ocurrido con Mauro. ¿Quién lo mató?

Los consejeros explican al rey lo sucedido en el salón real entre Mauro y Murtrolls y cómo murió el primero a manos del segundo.

-General, atended a vuestro padre y a estos elfos. Dadles agua y alimentos y llevadlos luego a mi presencia. Necesito aclarar algunas cosas. No están presos –aclara Ab’Erana, recordando la conversación que mantuvo con Arag de verse obligado a aceptar el nombramiento de consejero. -Tratadlos a todos con la consideración debida a un consejero real.

Los seis consejeros intentan humillarse ante el rey pero este lo impide con un gesto.

Bien avanzada la mañana del día siguiente el silencio y la tranquilidad comienzan a extenderse a lo ancho y largo del Valle. Pero también se aprecian mucho mejor los destrozos causados por la guerra y el fuego. Desolación absoluta.

2

Ab’Erana se encara con Picocorvo y le advierte que va a realizar una nueva misión. Le ordena que lleve un mensaje a Fidor en el que le da cuenta del resultado de la batalla, de la muerte del rey Mauro y de lo ocurrido con Murtrolls, que "posiblemente haya muerto ahogado en las aguas del río”. También le indica haber tomado posesión del palacio del rey Murtrolls y que su regreso será en días inmediatos, “en cuanto la situación quede consolidada y adopte las medidas necesarias para la recomposición del Valle, destrozado después de la batalla y quemado en gran parte por los miserables trolls antes de abandonarlo”. Le pide a Fidor que comunique al pueblo de Varich el resultado de la guerra y avise a su padre porque desea que esté en la ciudad en el momento de su llegada.

Al regreso de Picocorvo, Ab’Erana vuelve a encararse con él. Le pide que vuele a la ciudad de Morac, con un mensaje para la princesa Radia en el que comunica el resultado de la batalla, la muerte de Mauro y el destino desconocido del rey Murtrolls “que posiblemente haya muerto arrastrado por la corriente del río”. También le comunica que en los próximos días se iniciarán los preparativos para la celebración del matrimonio.

3

Por orden de Fidor, los heraldos del palacio anuncian el regreso de Ab’Erana con varios días de anticipación al momento de producirse a fin de que la gente tenga tiempo de engalanar la ciudad.

La entrada triunfal del joven rey Dodet XIII, en Varich tiene carácter de apoteosis.

Fidor organiza un espectáculo grandioso, como jamás se conoció otro en los anales de la ciudad. Todas las calles, principales y secundarias, se adornan con banderitas verdes y guirnaldas de flores, mientras grupos de músicos tocan por esquinas y rincones, la gente baila de forma espontánea y la alegría se expande por toda la ciudad. Nadie recuerda fiesta semejante.

El príncipe Ge’Dodet, avisado por Fidor, no quiere perderse el espectáculo y regresa a la ciudad para estar en primera fila y felicitar al vencedor.

Las calles por las que atraviesa la comitiva, con Ab’Erana y Cedric a la cabeza, ocupando la carroza tirada por los seis avestruces de la princesa Radia, se convierten en un auténtico clamor. Los vítores no cesan. Hay llantos y risas de jóvenes y mayores. La emoción de Ab’Erana al ver el entusiasmo y la alegría de la gente es incontenible. También hay tristeza en los familiares de los soldados caídos en batalla.

La llegada a la puerta del palacio resulta apoteósica.

Ge’Dodet, en primera fila, aplaude entusiasmado.

Padre e hijo se estrechan en un abrazo.

-¡El Valle Fértil vuelve a ser de los elfos, padre! Hemos aniquilado al ejército trolls. El rey Mauro ha muerto y desconozco el destino final de Murtrolls que fue arrastrado por las aguas del río, despeñado gracias a la intervención de Picocorvo. Posiblemente haya muerto también.

-¡Loor al triunfador sobre los miserables y asquerosos trolls! –grita Ge’Dodet, entusiasmado. -¡Loor al elfo que ha conseguido recuperar el Valle Fértil para el pueblo elfo y acabar con la pesadilla de Mauro, el usurpador! ¡Loor a todos los que han participado en la victoria!

Ab’Erana no tiene palabras apropiadas para responderle a su padre y nota cómo se le saltan las lágrimas, dominado por la emoción que le embarga.

-Ha sido una campaña sorprendente, hijo mío. Ni siquiera mi padre que pasó la vida en lucha permanente contra los trolls pudo conseguir jamás una victoria tan fulgurante y brillante como esta.

-Tuvimos una gran suerte al iniciar el ataque. La táctica de los escudos cegadores les cogió desprevenidos. No esperaban nada semejante.

-¿Suerte? No existe la suerte en las guerras. Mejor, el acierto. Tu idea de los escudos parece que fue definitiva. Las noticias de tus generales han llegado antes que tú. Tus colaboradores están entusiasmados y elogian tu idea de los escudos cegadores, como ellos les llaman y la consideran determinante para el resultado final. Aseguran todos que el desconcierto inicial de los trolls fue el principio del fin.

-Dijiste que mi idea de los escudos podría salir bien, o mal. Salió bien.

-Estoy orgulloso de ti, Ab’Erana. Sin conocerte, puse en ti todas mis esperanzas y hoy veo convertidos en realidad todos mis sueños y deseos. Todo se va cumpliendo. El deseo de estrecharte en mis brazos antes de morir, la recuperación del Valle Fértil para nuestro país y el final de Mauro, se han cumplido. Todo lo has hecho posible. No le puedo pedir más a la vida. Tampoco puede pedir más nuestro pueblo. La muerte de Mauro y el incierto destino de Murtrolls deben suponer la paz para todos los elfos durante muchos años. Murtrolls odiaba a los elfos tanto como Mauro. Veremos qué nos depara el destino de aquí en adelante.

Fidor, después de saludar a Ab’Erana, le indica que suba a la tribuna que han instalado junto a la puerta del palacio y comunique la buena nueva oficialmente al grupo enardecido de elfos que le aclaman sin cesar, abarrotando la plaza.

Ab’Erana se encarama a la tribuna y pide silencio.

-Amigos: hace unos meses, cuando vivía en la llamada Tierra de los Hombres con mi abuelo Cedric, jamás había oído hablar del pueblo elfo y hoy me siento orgulloso de ser vuestro rey. ¡Me siento un auténtico elfo! Mi padre, el príncipe Ge’Dodet, preso de Mauro, consiguió enviarme una carta y la espada encantada del rey Dodet, con nuestro querido amigo Fidor, y él, mi abuelo Cedric, mi águila y yo comenzamos la aventura de la recuperación del trono para la dinastía Dodet. Derrotamos a Mauro en Jündika, con la eficaz ayuda del rey de los silfos, Kirlog II, sin la que esta situación que vivimos hoy no habría sido posible. Me proclamasteis rey al considerarme el predestinado. Y hoy puedo decir con todo orgullo que el Valle Fértil, que fue arrebatado por los trolls a los elfos, con malas artes, vuelve a ser de los elfos. Digo con malas artes porque todo fue fruto de una conspiración entre Murtrolls y una elfa traidora a su pueblo, llamada Lesa Lumara, que enamoró al rey Dodet XII por orden de Murtrolls a cambio de dinero, para hacer que mi abuelo perdiese el honor y, en consecuencia, el poder sobre la espada encantada. Fue fácil para una elfa joven y bellísima embaucar a un rey anciano. ¡Hemos hecho justicia! ¡Hemos expulsado del Valle Fértil a los trolls y allí están ahora nuestros soldados! Murtrolls mató a Mauro por diferencias entre ellos y más tarde el propio Murtrolls fue arrastrado por las aguas del río, después de caer despeñado por un talud de quince metros, gracias a la intervención de mi águila. Ignoramos el fin de Murtrolls, pero es evidente que ha dejado de ser un peligro para nuestro pueblo. Espero con vuestra ayuda que mi reinado traiga la paz y la prosperidad al país.

-Desde aquí deseo rendir un homenaje y todos los elfos y silfos muertos en la batalla. Todos ellos encabezarán una lista que se denominará Héroes del Valle Fértil y sus familiares recibirán toda nuestra ayuda. Sé que nunca se hizo nada semejante pero considero de justicia que así sea.

Los gritos de los asistentes obligan a Dodet XIII a permanecer callado durante unos segundos. Vuelve a pedir silencio y continúa: -Quiero que vosotros seáis los primeros en conocer una noticia muy importante para mí. Voy a contraer matrimonio con la princesa Radia, hija del rey de los silfos. Se lo pedí antes de ser nombrado rey y voy a cumplir muy gustosamente el compromiso de la palabra dada. A todos os pido que la acojáis con cariño y respeto y para no privaros del espectáculo es mi deseo que la boda se celebre en Varich en los próximos días. Fidor y mi abuelo Cedric se desplazarán al País de los Silfos a ultimar los detalles. Espero que la princesa sea recibida con el mismo cariño que habéis demostrado hacia mí.

Un nuevo rugido sale de las gargantas de los elfos congregados en la plaza y una salva de aplausos acoge las palabras de Ab’Erana, lo que al rey le parece un buen augurio.

Finalizado el acto, Ge’Dodet mira a su hijo y sonríe con satisfacción.

-Has estado magnífico y has conseguido atraerte a los elfos, sin excepción. Comunicar tu próximo matrimonio de esta forma multitudinaria ha sido un acierto. Crear esa lista de Héroes me ha conmovido. Me siento orgulloso de ser tu padre y no deseo ocultarte nada. Los elfos, a veces, hacemos cosas de difícil comprensión para los demás. Lo mismo creo que sucederá en el mundo de los hombres, no lo sé. A veces se hacen cosas que los demás no llegan a entender nunca.

-No te entiendo, padre. ¿Qué quieres decir exactamente?

-Poco después de tu marcha hacia el Valle Fértil recibí una visita completamente inesperada. ¿Te imaginas quién?

Ab’Erana mueve la cabeza.

-Inicut.

-¿Inicut? –repite Ab’Erana sin dar crédito a las palabras de su padre. -¿Cómo tuvo la osadía de presentarte ante ti después del mal que te causó, que nos causó a todos?

-Se arrojó a mis pies y me pidió perdón por todo el mal que me hizo. Me dijo que merecía la muerte por sus traiciones y se puso en mis manos.

-¿Cómo reaccionaste?

-Recordé algo que me contó Fidor.

-No sé a qué te refieres.

-Me dijo cómo perdonaste a los soldados Kunat, Ludok y Llovis que tenían intención de matarte. Les dijiste que si ibas a ser rey de los elfos no debías comenzar el reinado condenando a los tuyos, ¿recuerdas?

Ab’Erana asiente.

-¿Lo has perdonado entonces?

-Sí. Era mi amigo. Al verlo pudo más mi sentimiento de amistad que el de venganza. La venganza no llegó nunca a enraizar en mis sentimientos. Nunca. Fidor lo sabe. Todos podemos sentir en algún momento de la vida debilidad ante algo y cometer actos reprobables. A veces, en algún momento de arrebato y desesperación, pensé que si alguna vez llegaba a tener a Inicut a la mano, lo estrangularía. Fue débil, se sentía dominado por Mauro, según me dijo. Lo creí y no pude condenarlo. Lo perdoné. Está en mi casa. Le dije que tú eres el rey y quien debe decidir. Espera tu perdón.

-¿Si tú que fuiste su víctima lo perdonas, cómo voy a condenarlo yo?

-Eso esperaba que dijeses.

-De todos modos, padre, permíteme que te diga que un individuo que traiciona dos veces a su mejor amigo es un miserable y no es de fiar, ni aun después de haber pedido perdón y haberlo obtenido. Pese a que fui víctima como tú, lo perdono porque tú lo perdonas, pero no deseo verlo en Varich, me traería siempre malos recuerdos. Deberá abandonar la ciudad para siempre, salvo que tú dispongas otra cosa.

-Me parece una decisión justa. Y creo que a él también. Saber que no será perseguido por las canalladas que cometió y que podrá vivir tranquilo en cualquier rincón del país será suficiente.

-No deseo conocerlo. Dile que jamás se ponga en mi camino. La ciudad de Ubrüt puede ser un lugar apropiado para él. Varich, el Valle Fértil y Jündika serán lugares prohibidos para él, salvo que tú decidas otra cosa.

-Es muy razonable tu decisión y así se lo transmitiré.

miércoles, 25 de junio de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET- NOVELA

Transcribo a continuación el Capítulo XIX de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.
Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)

CAPÍTULO X I X

Murtrolls y Mauro


1

Al regresar Ab’Erana a Varich reúne a sus consejeros y les da cuenta del resultado de la expedición a la Ciudad Perdida, del fin del consejero Trafald a manos de Mauro, en las galerías subterráneas y de la observación realizada sobre el Valle Fértil, desde las crestas de las montañas circundantes.

-¿Cómo se llaman las montañas que rodean el Valle Fértil por el lado del Desierto de las Calaveras? –pregunta el rey a Fidor.

-Son las Montañas de Pizarras Fulgurantes aunque la gente las conoce como Montañas Cegadoras.

-¿Por qué se llaman así?

-El sol se refleja en ellas con tal intensidad que pueden dejar ciego a quien se atreva a mirarlas directamente.

-Algo así comentó uno de los soldados que me acompañaron a la Ciudad Perdida. ¿Quieres decir que si el sol se refleja directamente en esas láminas de piedras, blancas como el mármol, pueden producir ceguera en quien las mire con fijeza?

-Exactamente. Se dieron ya muchos casos de elfos imprudentes, o ignorantes, que quedaron ciegos al mirarlas.

-Me interesan mucho esas piedras, Fidor.

-¿Puedo saber el motivo? –pregunta el aludido, ciertamente intrigado ante las palabras del joven rey.

-¿Es posible obtener finas láminas de esas piedras? –vuelve a preguntar Ab’Erana sin responder a la pregunta de su amigo Fidor.

-Es posible. Son láminas de pizarras. Hay otros lugares más cercanos a Varich donde también existen, aunque en menor cantidad. Están en las canteras de Lúkor.

-Necesito disponer de tres centenares de láminas de esas piedras. Cuanto más finas sean, mejor.

-¿Qué pretendes hacer con ellas? –insiste Fidor, molesto por no recibir una respuesta concreta del rey.

-Atacar a los trolls, Fidor.

-¿Atacar a los trolls con láminas de piedras? ¿Piensas lanzarlas a la cabeza del rey Murtrolls o a los endiablados trolls?

-No lo sé aún. Es tan solo una idea que debo madurar. Da las órdenes precisas para que los canteros preparen tres centenares de finas láminas de piedras para que sirvan de escudos a los soldados. Cuanto más finas sean, mejor, así pesarán menos.

-¿Pretendes que nuestros soldados lleven escudos de piedras?

-Serían sumamente eficaces.

-No te entiendo.

-Ya te he dicho, amigo Fidor, que es tan solo una idea incipiente. No puedo dar más detalles porque los ignoro. Lo único que sé con certeza es que vamos a necesitar tres centenares de escudos construidos con láminas de piedras que deberán estar revestidos con algún tipo de tela o piel.

-Sigo sin entender qué pretendes hacer.

-Es muy fácil, Fidor –repite Ab’Erana a punto de perder la paciencia.- Escudos construidos con láminas de piedras de poco peso y revestidos con cualquier material opaco.

-Está bien. No entiendo una palabra, pero se hará como dices –responde Fidor, intrigado, pensando en ese momento que cuando Ab’Erana no desea dar mayores explicaciones, tendrá sus motivos. Lo que sí le resulta evidente es que el rey no desea exponer sus ideas en público.

Los consejeros se miran entre sí, hay encogimientos de hombros, pero nadie hace comentario alguno.

Más tarde, cuando Fidor se entrevista a solas con Ab’Erana para informarle que ha impartido las instrucciones necesarias para que los canteros preparen finas láminas de piedras del tamaño de un escudo y los artesanos los revistan de cualquier tipo de material, le pregunta:

-¿Quieres decirme para que necesitan nuestros soldados escudos de piedra recubiertos con telas o pieles? No entiendo una palabra.

-¿Qué te ocurre, Fidor? ¿Es que ya no piensas como antes? ¿Se te ha subido el poder a la cabeza y no adivinas mis pensamientos? No te enfades –le dice al ver cómo a su amigo se le cambia la expresión.

-Te juro que no sé qué pretendes hacer.

-Es muy fácil, Fidor. Nuestros soldados llevarán esos escudos cuando ataquemos a los trolls.

-¿Para qué?

-¿Para qué suelen llevar los soldados los escudos, Fidor?

-Si es para defender su integridad física pueden ser escudos de latón que resultan más fáciles de manejar.

-Lo que te voy a decir no quiero que lo comentes con nadie. Cualquier comentario podría hacer fracasar mis planes. ¡Con nadie, Fidor! No debemos fiarnos de nadie. En cualquier rincón puede haber un traidor dispuesto a dar el zarpazo.

-¿Es que no tienes confianza en mí?

-En ti, absoluta. Pero no la tengo igual en los demás. Por eso hoy vendrás con mi abuelo y conmigo a ver a mi padre, os expondré mi plan y os pediré a los tres vuestros consejos y exigiré silencio. Solo lo sabréis mi padre, mi abuelo y tú.

Fidor hace un gesto de comprensión y asiente.

-De todos modos, quiero que sepas que todos los consejeros designados son elfos afines a la dinastía Dodet, prudentes y honrados a carta cabal. Mi confianza en ellos es absoluta y tengo la seguridad de que estarían dispuestos a dar su vida por ti.

-También pensabas así de Inicut antes de cometer sus traiciones.

-A veces se cometen errores de apreciación. No solo me equivoqué yo, lo mismo le sucedió a tu padre.

-Así es, Fidor. Y en esta ocasión no deseo correr ningún riesgo. Ni siquiera de buena fe. Si alguien comenta el plan como algo curioso, o extraño, sin maldad ni intención torticera alguna, podría llegar a oídos de los trolls y hacerlo fracasar. Con él pretendo dar el primer golpe, como hicimos en Jündika con las zanjas, machacar a los trolls y expulsarlos del Valle Fértil.

-No sé cómo lo harás, pero tengo la seguridad de que todo saldrá bien.

-Sin duda, Fidor, sin duda.

2

-Es algo original que puede dar resultado, o puede no darlo –opina Ge’Dodet, con un encogimiento de hombros, pero con el rostro alegre al ser consciente de que su hijo tiene ideas originales y avanzadas. -Desde luego es una novedad que no se le ha ocurrido antes a nadie, ni siquiera a mi padre que siempre estaba imaginando cosas nuevas para ponerlas en práctica contra los asquerosos trolls.

-A mí me parece un planteamiento genial y fantástico –admite Fidor, entusiasmado. -¡Genial es la palabra! Y estoy convencido de que dará resultado porque es una idea magnífica y aumentará el prestigio de Ab’Erana hasta cotas jamás alcanzadas por un rey elfo.

-¿Comprendes ahora por qué mi silencio de esta mañana?

-Y estoy totalmente de acuerdo con tu prudencia. Nadie debe conocer el plan hasta el momento preciso. Deberás comunicarlo a los soldados minutos antes de comenzar la batalla. En el momento de dar la orden de ataque. En un principio pensé que fuese desconfianza hacia mí.

-¡Fidor, Fidor! ¿Cómo pudiste pensar eso? Tal confianza tengo en ti y en tu buen hacer que cuando comencemos la batalla contra los trolls para recuperar el Valle Fértil, permanecerás en Varich, encargado del gobierno del país, como ya hiciste con anterioridad cuando mi viaje a Jündika, a Morac y por todo el país. ¿O es que no lo recuerdas? Mi agradecimiento hacia ti será eterno, amigo Fidor. En esto pienso exactamente igual que mi padre.

Ge’Dodet asiente con un movimiento de cabeza y seguidamente pregunta:

-¿Qué piensas hacer, atacar de improviso o avisar a Murtrolls para que abandonen el Valle sin luchar?

-Me inclino por avisar. Sé que no se irán, pero entiendo que debemos agotar todas las posibilidades para evitar la guerra. Ya he visto demasiados muertos y he de procurar evitarlos. No me gustan los muertos. Me desagradan. Me deprime ver muertos.

-No servirá de nada –asegura Ge’Dodet. –Murtrolls se cree invencible y no aceptará nada que presuponga la devolución del Valle. La guerra será inevitable y bien que lo lamento. Ya te lo dije un día. Creo que lo correcto es avisar hasta agotar todas las posibilidades para alcanzar la paz, aunque tengo el convencimiento de que en este caso el aviso resultará infructuoso. Son terribles las guerras, hijo. Hasta las guerras justas. Pero con los trolls los avisos previos no servirán de nada, ya lo verás.

-Padre, en mi recorrido por el país pude palpar los sentimientos de nuestro pueblo hacia ese Valle. Todos, sin excepción, quieren que ese trozo de tierra elfa vuelva a ser de los elfos. Sé que algunos elfos lloran de rabia al ver a los trolls disfrutar de algo que es nuestro. Los he visto llorar. Recuerdan a los elfos muertos en el Valle y aseguran que sus espíritus no descansarán en paz mientras un trolls pise aquellas tierras.

-Lo supongo. Yo tengo los mismos sentimientos y también lloro en silencio y a solas por nuestro Valle. ¡Qué nombre tan hermoso le pusieron nuestros antepasados! ¡Valle Fértil! ¿Recuerdas Fidor, cuando los veranos íbamos al Valle? Pasábamos allí largas temporadas en la granja de mis padres, ¿recuerdas?

-Claro que lo recuerdo. Fueron unos tiempos maravillosos. Desde la granja, veíamos a los trolls al otro lado del río, recostados en las puertas de sus cuevas, mirando hacia el Valle. No hacían otra cosa sino mirar y amenazar con los puños en alto. Constantemente mirando. Eran unos vagos redomados y así continúan, lo que no menoscaba que sean buenos luchadores cuando llega el momento. En aquella época nada hacía suponer que algún día se convertirían en dueños y señores de todo el Valle y seríamos nosotros quienes tendríamos que mirar desde arriba, como hiciste días pasados desde las cumbres de las Montañas Cegadoras. ¡Cuántas vueltas da la vida!

-Muchas veces he pensado eso mismo. ¿Cómo pudimos perder el Valle tan estúpidamente? –pregunta Ge’Dodet.

-No es necesario buscar explicaciones, príncipe –responde Fidor. –Es muy lamentable admitirlo pero... el comportamiento injusto del rey le hizo perder su dominio sobre la espada encantada. Nadie se explica por qué lo hizo, pero... lo hizo, y la historia no tiene marcha atrás. Lo hecho, hecho queda.

-Nunca llegué a explicarme el comportamiento de mi padre, es cierto. Siempre fue un esposo y padre ejemplar.

-Ni tú, ni nadie. Tú, prisionero de los trolls, no viviste aquellos días posteriores a la gran batalla, en Varich. Fueron días terribles para todos. Nadie se explicaba lo ocurrido. Murtrolls se adueño del Valle y sus tropas avanzaron hacia Varich, quizá con intención de adueñarse del país. Pensó convertirse en rey de los elfos pero ante la resistencia tan feroz que encontró modificó sus planes y decidió nombrar rey a Mauro, un elfo con espíritu de trolls. Fueron días horribles para todos. Tu madre murió a los pocos días, de tristeza y de pena por lo sucedido con tu padre y contigo. Tampoco ella llegó a comprender nunca el comportamiento de tu padre con aquella elfa. Me lo dijo una tarde, llorando, pocos días antes de morir.

-¿Por qué lo haría? Siempre vi a mis padres muy bien avenidos. Ella con sus permanentes achaques y él con sus atenciones hacia ella, y nada hacía sospechar que se comportase de aquel modo. Además, liarse con una elfa mucho más joven que él, que podría haber sido su hija o su nieta... Durante mi cautiverio pensé con frecuencia en ese capítulo de la vida de mi padre y llegué a pensar que todo se debió a una argucia de Murtrolls para hacerle caer en el deshonor, y con ello en la imposibilidad de usar la espada encantada. Mi padre siempre fue justo y honesto en todos los órdenes de la vida... Jamás cometió una injusticia con nadie. No encuentro explicación alguna a su comportamiento y me gustaría encontrarla. No resolvería nada pero sería una satisfacción para mí saber qué ocurrió exactamente.

-Eso no lo sabremos nunca –musita Fidor, pensativo.

-O quizá sí –aclara Ab’Erana, enigmático.

-¿Es que sabes tú algo de ese asunto? -pregunta su padre, extrañado, pensando que es absolutamente imposible que su hijo pueda conocer algún detalle de un acontecimiento ocurrido cuando estaba recién nacido.

-Algo sé.

-¡Cómo!

-Son las ventajas de ser el rey.

-Habla, por favor. Este asunto es una espina que llevo clavada en el corazón. Por nuestro pueblo, por mi padre y por ti. Me gustaría mucho poder rehabilitar su nombre, si hubiese motivos que lo justificaran.

-¿Recuerdas el nombre de la elfa que se lió con mi abuelo?

-¡Claro! Nunca lo olvidaré. Se llamaba Lesa Lumara. Nunca hablé con ella. Todos los elfos la conocíamos y puedo asegurarte que después de Erana era la elfa más hermosa de todo el país. Su marido se llamaba Trope. No llegué a tener amistad con él pero según sus amigos era un buen soldado, valiente y cumplidor.

-¿No era un poco... diabólica, aquella elfa?

Ge’Dodet se queda dudando unos segundos y responde:

-No sé si diabólica sería la palabra justa. Sí parecía ambiciosa, capaz de cualquier comportamiento con tal de alcanzar el poder o el dinero. Todos lo comentaban.

-Lumara era ambiciosa y diabólica. No sé cómo, trabó conocimiento con Murtrolls, y, parece ser que él le ofreció convertirla en su favorita, o en su esposa, y colmarla de riquezas, en el momento en que consiguiera apoderarse del Valle Fértil. Le pidió que sedujera a mi abuelo. Tu padre le doblaba o triplicaba la edad y Murtrolls pensó que sería una presa fácil para los encantos de Lumara. No sé cómo lo consiguió pero lo cierto fue que Lumara enamoró a mi abuelo; le dijo que su esposo era un traidor, que estaba al servicio de Murtrolls y tenía instrucciones de matarlo a él y a ti; y que se entregaría a él en el momento en que la librara de su esposo porque ella no podía continuar conviviendo con un traidor. Al pobre soldado le encontraron la carta que la propia Lumara había colocado en su morral y el soldado fue condenado y ejecutado por traidor. Aquella misma noche se produjo el ataque de los trolls. Mi abuelo estaba con Lumara. Al percatarse de lo ocurrido intentó sacar la espada de su vaina y no lo consiguió. Parece que fue ella quien avisó a los trolls comunicándoles que el rey no podía disponer de la espada. Murieron los dos, tu padre y ella, de dos lanzadas, a las pocas horas de la muerte de Trope.

-¡Es cierto! Así fue –reconoce Fidor. –No habían pasado diez horas de la ejecución de Trope cuando se produjo el ataque de los trolls y la muerte del rey.

-¿Cómo sabes eso? –pregunta Ge’Dodet, mirando alternativamente a Fidor, a Cedric y a su hijo, sin dar crédito a las palabras de éste.

-Nunca oí rumores en ese sentido –comenta Fidor, denotando ignorancia. –Me refiero a que Lesa Lumara estuviese en connivencia con Murtrolls.

-Uno de los soldados que me acompañaron a la Ciudad Perdida estuvo en la última batalla con mi abuelo. Cuando los trolls remataban a los heridos que aún se movían, él simuló estar muerto y así lo consideraron los esbirros. Dos trolls junto a él comentaron lo ocurrido. La conversación que mantuvieron fue más o menos, la siguiente: “la maniobra de Murtrolls de buscar una elfa ambiciosa dispuesta a enamorar al rey Dodet para hacerle perder el poder sobre la espada encantada, ha sido una jugada maestral. La elfa lo enamoró, le dijo que su marido era un traidor e incitó al rey a eliminarlo si quería estar con ella y el pobre viejo cayó en la trampa”. “¿Cómo es posible que el rey Dodet se dejara embaucar y que ella hiciera eso contra su propio rey y su esposo?”. “Murtrolls le dijo que la convertiría en su favorita y la colmaría de riquezas, y ella lo creyó”. “¿Dónde está la elfa?” “Murió junto al rey Dodet. Los maté a los dos siguiendo instrucciones del rey. A nadie interesaba que hubiese testigos”.

-¿Dónde está ese soldado? Necesito hablar con él de inmediato.

-Él no desea hablar con nadie, ni siquiera contigo, padre. Le prometí respetar su secreto.

-Pero...

-El soldado habló conmigo a solas porque soy su rey. Quebrantó un juramento que hizo por ser yo quien le preguntó. Me autorizó a contarte la historia pero nada más. Argumentó que si le obligaba a hablar quebrantaría su juramento por segunda vez y no lo deseaba. De todos modos es lo único que sabe. Te repetiría la misma historia.

Ge’Dodet permanece pensativo y en silencio durante unos minutos, mientras los demás respetan su mutismo.

-Sea como quiere el soldado. Solo pretendía agradecerle su recordatorio y poder hablar con él sobre los últimos días de la vida de mi padre. Me gustaría mucho hacerlo.

-Se lo diré e intentaré persuadirlo.

-Tuvo que ser así. Engañado. Tales fueron mis sospechas durante todos estos años, pero... ¡Maldito seas, Murtrolls, que fuiste sembrando el mal por todas partes! –exclama Ge’Dodet con la expresión crispada.

3

Ab’Erana inicia los preparativos para la gran batalla de recuperación del Valle Fértil. Publica bandos por todo el país invitando a los elfos a que se alisten en los ayuntamientos para participar en la Gran Batalla contra los trolls y el apresamiento del rey Mauro. Muchos militares elfos visitan ciudades, pueblos y aldeas exhortando a los elfos a alistarse. Incluso se hace propaganda en el País de los Silfos, con el consentimiento del rey Kirlog II, en el mismo sentido, alegando que la pretensión es acabar con el dominio de Murtrolls y el apresamiento del rey Mauro. Los silfos saben de la maldad de Mauro y de Murtrolls y se alistan para intentar acabar con ambos individuos por el peligro en potencia que ambos representan también para ellos.

Se producen colas para el alistamiento de elfos y silfos. En poco más de un mes, Ab’Erana consigue reunir varios miles de individuos dispuestos a luchar contra los trolls. Se anuncia en los pasquines que el mando de la tropa lo llevará el propio Ab’Erana con su espada encantada, y que, además, él personalmente encabezará todas las batallas.

Fidor comunica al rey que la fabricación de los escudos está finalizada, que se han preparado cuatro centenares en vez de tres, de unas láminas finísimas para que el peso sea llevadero para los soldados, provistos de firmes agarraderas en la parte dorsal para la sujeción.

Finalizados los preparativos, Ab’Erana conduce las tropas a las cercanías del Valle Fértil, con intención de amedrentar al rey de los trolls con el apabullante ejército conseguido, infinitamente superior al dispuesto por Mauro para atacar a los silfos. Miles de elfos y centenares de silfos, armados con espadas, lanzas y flechas, cubren los campos adyacentes al Valle. Una gran parte permanece en las llanuras que dan acceso al Valle y otro gran número de soldados ocupa los montes que rodean el enclave, dejándose ver como demostración de fuerza.

Ab’Erana envía un emisario al rey Murtrolls exigiéndole la entrega inmediata del rey Mauro para ser juzgado por su conducta criminal; y la devolución del Valle Fértil “arrebatado a los elfos con malas artes, debido a la intervención de la elfa Lesa Lumara, traidora a su esposo, a su pueblo y a su rey; al servicio de vuestra majestad, que, engañada y como pago a su traición, recibió muerte ignominiosa por orden suya, con intención de no dejar testigos de su comportamiento canallesco”.

Transcurre el plazo concedido y Murtrolls no da respuesta alguna. Todo parece indicar que está dispuesto a defender con uñas y dientes lo que debe considerar suyo, pese a saber que es tierra arrebatada con malas artes a los elfos.

Ab’Erana pregunta entre los soldados si alguno puede describirle al rey Murtrolls. Muy pocos han conseguido verle el rostro, que, al parecer, lo tiene deformado por una cicatriz que le produjo en cierta ocasión la espada encantada del rey Dodet XII en una de las múltiples batallas que mantuvieron ambos monarcas. Sin embargo, algunos facilitan una pista fundamental: es pelirrojo y lleva el cabello y la barba muy largos.

-Picocorvo –dice Ab’Erana al águila- sobrevuela el Valle y dime qué se aprecia en él. Quiero saber si los trolls se preparan para la guerra o si se marchan hacia sus cavernas. El rey Murtrolls tiene barba y cabello rojos y largos. Si consigues traerlo es posible que acabe la batalla antes de comenzar.

Picocorvo remonta el vuelo y desaparece en las alturas.

Son los primeros días del verano con días claros y luminosos.

La respuesta de los trolls no llega y Ab’Erana adquiere certeza de que el enemigo no acepta solucionar el contencioso de forma amistosa. Habla con sus consejeros y deciden iniciar la reconquista del Valle Fértil a la mañana siguiente.

4

Al tener conocimiento, por los espías infiltrados en el País de los Elfos, del avance de las tropas acercándose al valle, Murtrolls convoca a sus generales y consejeros a consultas. Ordena que Mauro y sus acompañantes, acogidos a su hospitalidad desde su llegada al Valle, estén presentes en la reunión, pensando que puedan aportar algunas ideas que le sirvan para aplastar a los elfos. Advierte que se trata de un gabinete de guerra que se mantendrá en tanto en cuanto la amenaza de los elfos sea una realidad.

Se encuentran todos reunidos, hablando del único tema posible en aquellos momentos: el movimiento de tropas elfas en el camino de Varich y montes adyacentes al valle, cuando un soldado trolls solicita permiso para entrar en el salón, hace una serie de reverencias humillantes y entrega al rey Murtrolls el mensaje remitido por Ab’Erana, con la doble exigencia de entrega de Mauro y devolución del Valle Fértil, de forma inmediata.

Murtrolls, al recoger el mensaje lacrado, se aparta del grupo de consejeros, ocupa el sillón real que domina toda la sala y hace un gesto de contrariedad al leer el contenido del mensaje conminatorio.

Varios soldados armados vigilan las puertas del salón y ninguno de los presentes sabe si es para evitar la entrada de gente no deseada o impedir la salida de algunos de los reunidos.

El silencio en la enorme sala del palacio es impresionante, pero todos saben que puede romperse en mil pedazos en momento inesperado debido al carácter impetuoso e irascible del rey Murtrolls.

En uno de los laterales permanecen Mauro y sus acompañantes, dialogando animadamente aunque en voz baja con los consejeros de Murtrolls. No obstante aquella apariencia amistosa, Mauro se muestra sumamente receloso y su mirada no se aparta del rostro del rey, observando sus reacciones. Conoce a Murtrolls desde muchos años antes y sabe que, al rey de los trolls, el resultado de la campaña contra los silfos le ha sentado muy mal. Haber perdido la batalla y a muchos de sus mejores soldados le ha supuesto un enorme revés. No haber conseguido nada positivo, y, haber perdido el trono del país elfo, originando el regreso apresurado de centenares de trolls que ocupaban cargos relevantes en el país vecino, ha supuesto para el rey un contratiempo inesperado. La creencia de la invencibilidad de los trolls se ha derrumbado como un castillo de arena.

Murtrolls, con el rostro desfigurado por una enorme cicatriz, tiene un aspecto siniestro. Una barba intensamente rojiza, rizada y llamativa, como los cabellos, le caen en melena sobre los hombros. Lee el mensaje sin que se le altere un solo músculo del rostro. Parece tener un dominio completo sobre sí mismo, pero sus colaboradores saben que aquel silencio es el preludio de una explosión.

El rey baja del trono, se acerca al grupo de Mauro, arruga el mensaje que tiene en las manos y lo arroja de forma violenta y despiadada al rostro de Mauro, al tiempo de gritarle:

-¡Estás acabado, Mauro!

El silencio se hace cortante entre los presentes que se miran entre sí, sin alcanzar a comprender exactamente el por qué de aquella acusación. No obstante, todos los consejeros de Murtrolls que departen con Mauro y sus acompañantes, se alejan de los elfos, dejándolos aislados en mitad del salón.

El rostro de Mauro se congestiona pero no se atreve a rechistar ante la terrible acusación del trolls. Sospecha lo que pueden significar aquellas palabras porque muchas veces él mismo las dijo a otros que temblaron en su presencia, como a él le sucede en aquel instante. Teme por su seguridad personal. Por su propia cabeza.

-¡Tu pretensión de invadir el País de los Silfos con la sola finalidad de apoderarte de la princesa Radia y convertirla en tu esposa, o en tu esclava, nos ha llevado a esta situación calamitosa!

Mauro no acierta a balbucir palabra alguna para desmentir las palabras de Murtrolls.

-Quisiste engañarme justificando la invasión como elemento fundamental para la formación de mi pretendido imperio con los tres países, pero sé que tu única idea era la de apoderarte de la princesa. Me han llegado noticias en ese sentido. Noticias fidedignas.

-¡No es cierto, Murtrolls! Te juro que no es cierto. Te han informado mal.

-Muchas veces me hablaste de esa princesa en términos elogiosos y eso solo podía tener una explicación. Estabas encaprichado con ella y querías conseguirla a cualquier precio. Ella te rechazó, su padre no estaba dispuesto a concedértela y pensaste apoderarte de ella por la fuerza. Sé que has hecho cosas semejantes en otras ocasiones porque tú mismo me lo dijiste, pero esta vez tu fracaso ha sido estrepitoso. Tus apetencias libidinosas te saldrán muy caras en esta ocasión, Mauro.

-Estás equivocado, Murtrolls. ¡Te juro que no son ciertas esas acusaciones! Lo hice con la finalidad de ofrecerte el país para la formación del gran imperio que pretendes construir.

-¡Eres un mentiroso, Mauro! ¿Qué interés podías tener tú en la formación de un imperio si solo yo sería el emperador y tú ya no me servirías para nada?

-Siempre te obedecí en todo.

-Eres un embustero y estás en un aprieto. El elfo-hombre envía un mensaje. Ese –dice Murtrolls sin hacer caso de las protestas de Mauro, y señala el pergamino arrugado que hay en el suelo a los pies del rey destronado- y exige dos cosas. Una, tu entrega inmediata para ser juzgado y eso es una garantía para ti. Yo habría pedido tu cabeza en una bandeja y tú habrías hecho lo mismo. Otra, el abandono del Valle Fértil por parte de los trolls.

-¿Qué piensas hacer? –pregunta Mauro con voz temblorosa y entrecortada.

Murtrolls da la vuelta y regresa al sillón real sin dar respuesta a Mauro. Recoge la corona que está colocada sobre una bandeja de plata y se la coloca sobre la cabeza, quizá para dar mayor realce e importancia a sus palabras. Desde la altura del sillón, mira fijamente a Mauro y esboza una sonrisa siniestra.

-Te elevé a lo más alto que puede llegar un elfo, a ser rey de su pueblo, quebrantando todas las normas consuetudinarias seguidas en tu país para la designación de los reyes. Te permití llevar una corona como esta que ves sobre mi cabeza. ¡Te encumbré! Del mismo modo puedo hundirte en lo más profundo del abismo... por inepto. Sé lo que ocurrió en Jündika. Un planteamiento desastroso. La ciudad no te abrió sus puertas. Mataste a un soldado sublevado delante de todo el ejército y... ¿qué conseguiste? Que la tropa se pusiera en contra tuya. Solo a un loco o a un inepto pudo ocurrírsele actuar de aquel modo.

-Nadie pudo prever la existencia del elfo-hombre, que estuviera del lado de los silfos con el pajarraco amaestrado y que acudiera en ayuda de mis propios soldados.

-¡Claro! Él captó la voluntad de los soldados con aquel acto y tú te comportaste como un estúpido.

-Nadie podía prever lo que ocurrió. ¿Era lógico pensar en la existencia de un elfo-hombre con la espada encantada y con un pajarraco amaestrado que raptó al mejor de mis generales?

-¡Déjate de monsergas y de historias de pájaros amaestrados!

-Te expliqué el plan de ataque y estuviste conforme con él. Lo comentamos juntos, aquí mismo. Tengo tus propias notas. En todo momento seguí tus instrucciones –protesta Mauro, lívido, sin atreverse a mantenerle la mirada a Murtrolls.

-Tu campaña fue un auténtico desastre –acusa Murtrolls sin hacer caso de las palabras de Mauro. - fuiste el organizador de esa guerra. fuiste a la lucha y perdiste. Fue tu guerra. Yo no fui a ninguna parte. ¡Eres únicamente quien debe pagar las consecuencias del fracaso!

-Deseabas apoderarte de todo el territorio elfo para crear un imperio entre tu país, el nuestro y el de los silfos. ¡Así lo dijiste muchas veces! Ese era el plan.

-Cierto. Así lo dije y mantengo esa idea. Pero la tuya era diferente. Tú no pensabas en el imperio porque, al crearse, solo yo sería el emperador de todo y tú pasarías a un segundo plano. Tú únicamente pensabas en la princesa.

-¡No es verdad!

-¡No discutas conmigo, Mauro!

-¿No te ayudé? Primero situando a los trolls en lugares estratégicos del país para ir minando los sentimientos del pueblo elfo; luego intenté invadir el País de los Silfos, para ofrecértelo en bandeja, estuviste de acuerdo y me facilitaste soldados, incluso. No es justo que me acuses de haber organizado la invasión con la única intención de apoderarme de la princesa. ¡No es justo que lo hagas! ¿Cuál fue mi ineptitud? ¿Que las cosas salieron mal? Cierto y está a la vista. Diré en mi descargo que nadie me advirtió de la existencia de un hijo de Ge’Dodet, mitad elfo mitad hombre, que ha trastocado todos nuestros planes.

-Ese estúpido elfo-hombre va derecho al fracaso si intenta apoderarse del Valle. Nuestros soldados despedazarán a los elfos y silfos que se atrevan a poner un pie aquí. Ya no habrá más contemplaciones con ellos. Una vez acabe con el elfo-hombre entraré a saco en tu país y me apoderaré de él. ¡Yo! No habrá piedad para nadie. Exterminaré la raza de los elfos. Luego le tocará el turno a los silfos y convertiré todo el territorio en dominio de los trolls.

-¿Qué haré yo, entonces?

-¿Tú? Empiezas a ser un estorbo, Mauro. La gente de tu pueblo no te quiere y ya no me sirves para nada. El elfo-hombre exige tu entrega inmediata y pienso acceder a sus deseos. Así creerá que estamos amedrentados y quizá se confíe o retrase la operación y nos dé tiempo para preparar la defensa adecuadamente o intentar algo como hice con su abuelo.

-¡No puedes hacer eso conmigo! –brama Mauro, aterrorizado, con los ojos a punto de salírseles de las órbitas. – ¡Me matarán! ¡No tendrán piedad de mí!

-Piensa juzgarte.

-¡Tu sabes que eso es mentira! Me cortarán la cabeza en cuanto me entregues.

-Muchos reyes acabaron sus días ejecutados por sus propias gentes. A ti te puede suceder lo mismo. Serás, simplemente, uno más.

-¡Te he servido siempre con honradez y no puedes hacerme eso! –grita Mauro, mirando a todos los asistentes, como esperando alguna ayuda que no se produce, ni siquiera de sus propios consejeros, porque todos permanecen inmóviles y silenciosos, sin ánimos para protestar, ante el temor de seguir el mismo camino que Mauro.

-Estás equivocado, Mauro. Puedo hacer contigo eso y mucho más. Tú sabes perfectamente que soy capaz de todo.

Mauro se transforma. Dirige a Murtrolls una mirada cargada de odio y comete un gran error.

-Si me entregas a mis enemigos revelaré al elfo-hombre cuales son tus planes y donde están los puntos débiles de la defensa del Valle. ¡Te expulsarán de aquí y te morirás de asco en las cuevas de las que saliste!

El rostro de Murtrolls adquiere una dureza insuperable al escuchar la amenaza. Abandona el sillón y se acerca a Mauro.

-¿Cómo te atreves a amenazarme, despreciable gusano? Debería matarte por lo que acabas de decir, pero haré algo peor, para que no puedas revelar mis secretos al enemigo. ¡Guardias! ¡Detened a Mauro, llevadlo a la mazmorra de seguridad y dejadlo allí hasta que se pudra! ¡A pan y agua! ¡Y a todos estos también! –grita, señalando a los consejeros de Mauro. –No podemos correr el riesgo de dejarlos libres, que regresen a su país y cuenten lo que saben y han visto en el Valle. ¡Os pudriréis todos en prisión!

-¡No lo hagas, Murtrolls, o te arrepentirás!

Murtrolls se acerca a Mauro y le propina dos violentas bofetadas, arrojándolo al suelo.

-Los condenados solo pueden hablar en mi presencia cuando yo lo permita. ¡Guardias, lleváoslos!

-Murtrolls, ninguno de nosotros piensa traicionarte –dice uno de los consejeros de Mauro, lívido, ante la orden impartida por el rey.

-¡Cállate! Impuse a este inútil para que entre ambos pudiésemos dominar el País de los Elfos pero su forma prepotente de gobernar solo nos creó enemigos, sin conseguir nada positivo –exclama, dirigiéndose a todos los elfos.

-Aún puedo recuperar el trono –dice Mauro, en última instancia.

-¿Quién crees que te ayudará a recuperarlo? ¡Nadie! Te darán una patada en el trasero en cuanto asomes por Varich. ¿Para qué me sirves ya? ¡Estás acabado, Mauro! He dictado sentencia.

Lo despiadado de aquellas palabras enardece a Mauro que responde:

-Me has estado manejando como a un monigote para conseguir tus planes, ¿no es cierto?

-¡Claro que te he manejado como un monigote! ¡Eres un monigote! Te manejé con tu consentimiento. Reconoce ahora delante de estos elfos lo que me dijiste en privado en muchas ocasiones. ¡Odias a los elfos! ¡A todos, incluidos tus propios consejeros! ¿Saben por qué? Porque cuando los trolls mataron a sus padres no vinieron a rescatarlo. Desde entonces guarda ese odio en su corazón. ¡Encerradlos a todos! –ordena Murtrolls dando por finalizada la conversación.

-¡No conseguirás encerrarme, Murtrolls!

-¡Estúpido! ¡Encerradlo!

-¡Espera un momento! –grita Mauro, desesperado. -Tengo que devolverte algo que me regalaste en cierta ocasión y no quiero tener encima. Dile a los soldados que me suelten.

Murtrolls hace un gesto a los soldados para que suelten a Mauro, que introduce una mano en el bolsillo, saca una pequeña estrella de cinco afiladas puntas y antes de que los soldados puedan evitarlo, la arroja con precisión contra el rey de los trolls que recibe el golpe sobre la corona que remata su cabeza. De no haber llevado la corona allí habrían acabado las ansias imperialistas del rey Murtrolls con la cabeza atravesada por una estrella.

Murtrolls queda durante unos segundos conmocionado, aunque consigue rehacerse de inmediato. Con el rostro demudado, se acerca a Mauro, que permanece inmovilizado de nuevo por los soldados, desenvaina la espada y sin mediar palabra lo atraviesa sin piedad.

-Te dije que no conseguirías encerrarme, Murtrolls –son las últimas palabras pronunciadas por Mauro antes de morir, forzando una tétrica sonrisa.

Se produce en la estancia un silencio absoluto que nadie se atreve a quebrantar.

Murtrolls regresa tambaleante a su sillón, se desploma en él y permanece en silencio, quizá pensando en lo cerca que estuvo de la muerte. Mira la corona y descubre la señal de la punta de la estrella perfectamente marcada en el lugar que tapaba su sien derecha.

Mauro queda tirado en el suelo con la espada clavada en el pecho, mientras los soldados esperan la orden del rey para retirar el cadáver.

Un soldado arranca la espada del cuerpo de Mauro, la limpia y se la entrega al rey, que exclama:

-¡Rómpela en dos mitades! No la quiero ya.

Los consejeros de Mauro, lívidos como muertos, rodeados por los soldados, esperan la decisión del rey, que no se hace esperar.

-Encerradlos... por el momento. Ya decidiré qué hacemos con ellos. Que un piquete de soldados con bandera blanca lleve el cadáver de Mauro a la frontera y lo entregue al elfo-hombre. Tal vez así se le aplaquen las iras.

5

El día amanece claro y transparente.

Ab’Erana informa a sus colaboradores que comenzará la invasión en las primeras horas de la mañana cuando el sol empiece a subir en el firmamento y resulte más molesto a los trolls.

El ajetreo motivado por los últimos preparativos es alucinante. Cada uno se dispone a realizar las instrucciones recibidas. Unos preparan las armas, otros los originales escudos construidos por los artesanos elfos, aquellos otros se disponen a organizar la recogida de los heridos para curarlos...

En mitad de aquella vorágine, unos soldados se acercan a Ab’Erana y le comunican que una extraña comitiva de trolls con bandera blanca se aproxima a la frontera del Camino de Varich.

Son seis trolls desarmados que, sobre unas parihuelas sobre los hombros, llevan un bulto, que parece el cuerpo de alguien, cubierto con una sábana blanca y un séptimo individuo que camina en primer lugar portando una bandera blanca. El trolls de la bandera pide hablar con el elfo-hombre para transmitirle un mensaje del rey Murtrolls, al tiempo de dejar sus compañeros las parihuelas en el suelo.

Alguien advierte a Ab’Erana que puede tratarse de una trampa, dada la conducta miserable que siguen los trolls en todos los actos de su vida y que vaya preparado para cualquier eventualidad.

Ab’Erana se acerca con la espada encantada fuera de la vaina, dando mandobles al aire y se encara con el jefe de la comitiva.

-¿Cuál es el mensaje de Murtrolls?

-El rey Murtrolls te hace entrega del rey Mauro, como pedías. Ahí lo tienes –dice el trolls señalando el bulto de las parihuelas. -Ya no tendrás que juzgarlo. Murtrolls te hace saber que los trolls jamás abandonarán el Valle Fértil que fue ganado en buena lid y que mientras haya un trolls en pie lo defenderá con uñas y dientes hasta morir. ¿Deseas enviarle alguna respuesta?

-Sí. Dile que queríamos a Mauro vivo y no muerto, pero que lo aceptamos. Dile también que tal entrega, aunque importante para nosotros, en nada altera nuestros planes de recuperar el Valle robado a los elfos con malas artes. Transmítelo así a Murtrolls. ¡Moriréis todos si no os marcháis!

El grupo de trolls hace un gesto de desprecio, da media vuelta y se aleja por el mismo camino que han traído sin pronunciar una sola palabra más.

Ab’Erana levanta la sábana y encuentra el cadáver de un elfo al que jamás ha visto de cerca. Pregunta a algunos soldados si reconocen en aquel cadáver al rey Mauro y todos afirman, sin la menor duda, que es él. Ab’Erana advierte que tiene el vestido manchado de sangre a la altura del pecho y deduce que debió morir de una cuchillada.

Los soldados quedan impresionados ante la noticia y se produce un silencio absoluto y respetuoso, pero de inmediato, alguien grita que Mauro ha muerto y la reacción general es una explosión de alegría porque la primera parte de la campaña ha tenido el éxito deseado.

Ab’Erana permite a los soldados que pasen ante el cadáver de Mauro para reconocerlo y luego ordena que sea enterrado para evitar que su espíritu siga deambulando en soledad y pueda causar mal a alguien.

-Ahora solo nos queda recuperar el Valle Fértil –comenta Ab’Erana al grupo de generales y soldados que le rodean.