jueves, 21 de febrero de 2008

¡LAS HIPOTECAS DE LOS CANDIDATOS!

¡LAS HIPOTECAS DE LOS CANDIDATOS!

Me refiero a los señores Candidatos al Parlamento Andaluz.
En el Diario SUR del día 20 de febrero aparecen seis candidatos del PSOE, otros seis Del PP, uno de CA y otro de IU, todos ellos al Parlamento Andaluz, por Málaga, que declaran sus bienes.
(También aparecen en página diferente, los llamados cabezas de listas, señores Chaves (PSOE), Arenas (PP), Valderas (IU) y Álvarez (CA), pero estos cuatro los dejaré para una nueva entrega).
Hombre, digo yo que podrían haber concretado algo más porque al no hacerlo surgen preguntas de curiosos y eso es malo porque la gente es –somos- mal pensados, a veces, y podemos no creernos ni una sola palabra del cuento chino.
Con el máximo respecto que me merecen todos estos señores, me voy a permitir hacer algún comentario a cada uno de los candidatos teniendo en cuenta que se trata de personas dedicada a la “res publicae”, me refiero a la “cosa pública” y no a la república, lo aclaro para aquellos que no estudiaron latín. Y creo que las cosas, o se hacen bien o mejor es no hacerlas, pero hacerlas a medias tiene uno la sensación de que quieren tomarle el pelo.
Lo entrecomillado es lo que aparece en el periódico.

LOS SEÑORES DEL PSOE:
LA SEÑORA ROSA TORRES: “Una vivienda y un local; un saldo en las cuentas de 8.400 €.; una autocaravana, participaciones en tres sociedades y un plan de pensiones; una deuda de 15.952 €”
VAMOS A VER: un piso puede tener un valor de 120.000 € o de 1.000.000 de €; y un local depende de la superficie y localización para que pueda valer muchísimo dinero. ¿Qué participación tiene la señora en esas tres sociedades, por qué valor y qué sociedades? ¿Qué capital hay en el plan de pensiones?¡Es que yo, si no me lo aclaran, no me entero!
EL SEÑOR J. PANIAGUA; “Tres viviendas y un suelo rústico. Cuenta con un inmueble urbano no catalogado. Un saldo en cuentas de 19.290 €, unas obligaciones subordinadas en UNICAJA y un crédito de 25.110 €”.
VAMOS A VER: Con respecto a los tres pisos, pienso lo mismo que de la señora Torres. Además, si los tiene arrendados pienso que percibirá unas rentas, ¿o es que los tiene cedidos a la beneficencia? Pero ¿qué es un suelo rústico? ¿Se refiere este señor a una finca rústica de una hectárea o a una de quinientas hectáreas? ¿De secano o de regadío? ¿Y qué es un inmueble urbano no catalogado? ¿Es una chabola, un palacio o un edificio de aparcamientos?
LA SEÑORA BUSTINDUY: “Dos viviendas, una de ellas en Torrox y un local. Tiene 6.700 € en cuentas; un plan de pensiones y un coche; una hipoteca de 236.000 € y un préstamo personal de 5.000 €”.
VAMOS A VER: ¿Dónde está el local y qué valor tiene? Porque todos ustedes dicen con exactitud el importe de la hipoteca. ¿Por qué no dicen el valor de los pisos y del local?¿Cuánto paga de hipoteca todos los meses?
EL SEÑOR PAULINO PLATA: “Dos viviendas, un saldo en cuenta de 6.240 €; acciones, un plan de pensiones y un fondo de inversión; una hipoteca por 96.595 € y la compra de una casa a Profingo por 135.686 €”.
VAMOS A VER: Tengo que decir lo mismo que a los demás con respecto a las dos viviendas. ¿Dónde están y qué precio en venta tienen? ¿Qué número de acciones y de qué entidades? ¿Cuánto dinero en el fondo de inversión y cuánto en el plan de pensiones?
LA SEÑORA ISABEL MUÑOZ, del PSOE, no declara vivienda alguna; un saldo en cuenta de 64.700 €, acciones y dos vehículos, un Rover y un Volkswagen y un préstamo personal de 4.998 €”.
VAMOS A VER: ¿Dónde vive usted? ¿Es un piso de su madre, o de su esposo, o es alquilado? Y si es alquilado, ¿qué renta paga? Con respecto a las acciones le pregunto como a los otros señores, ¿cuántas y de qué entidades? Decir, “acciones” es no decir absolutamente nada.
EL SEÑOR L. ALONSO: declara una vivienda con valor catastral de 246.000 €, un saldo en cuenta de 3.800 €; un coche de la marca Saab, y una hipoteca vivienda por valor de 149.000 €”.
VAMOS A VER: todos sabemos que si una vivienda tiene un valor catastral de 246.000 € es que su valor, como mínimo se multiplica por dos, porque precisamente Hacienda exige que se le asigne un valor, como mínimo, duplicado el valor catastral, cuando se declara por algún motivo. ¿Vendería usted su vivienda en 500.000 €?

LOS SEÑORES DEL PP:
LA SEÑORA E. OÑA: “Dos viviendas y un inmueble no catalogado. Un saldo en cuenta de 152.623 €; un coche, participaciones en entidades y un seguro de vida. Tiene una deuda con la entidad Sol Bank de 18.000 €”
VAMOS A VER: Digo lo mismo que a los señores del PSOE. ¿Dónde están las viviendas, qué superficie tienen y qué valor real? ¿Qué es un inmueble no catalogado? ¿En qué entidades tiene participaciones y en qué cuantía? ¿Cómo es que disponiendo en cuentas bancarias de 152.623 € mantiene usted un deuda de 18.000 € por la que sin duda estará pagando más intereses de los que recibe por su dinero?
EL SEÑOR A. GARRIDO:”Dos viviendas, una de ellas al 50%, saldo de 7.500 €; un coche Hyundai; una hipoteca sobre la vivienda de 125.000 € y un crédito coche por 20.000 €”.
VAMOS A VER: ¿Es que se han puesto todos de acuerdo para hacer la declaración? ¿Dónde están las viviendas y qué precio tienen? Precio de verdad.
LA SEÑORA A. MUÑOZ, del PP: “Cuatro viviendas, dos locales y un inmueble no catalogado; un saldo de 11.425 €, un coche y acciones; un préstamo por la vivienda de Suecia de 336.000 € y un préstamo por 168.000 €”
VAMOS A VER: Insisto en cómo son las cuatro viviendas y qué precio tienen. Sabemos que una está en Suecia. ¿Qué son inmuebles no catalogados? ¿Qué coche, qué número de acciones y de qué sociedades?
EL SEÑOR DELGADO: “Tres viviendas y un terreno rústico; saldo en cuentas 6.728 €; un coche y seguro de vida por valor de 100.000 €. Dos hipotecas por un total de 335.577 €”.
VAMOS A VER: Con respecto a las viviendas y al terreno rústico le hago las mismas preguntas que a los señores anteriores. ¿Dónde, cuándo y cómo?
LA SEÑORA A. CORREDERA: “Una vivienda con valor catastral de 56.040 €; un saldo en cuenta de 49.868 €; no declara ningún otro bien y declara no tener ninguna deuda”.
VAMOS A VER: Es la primera persona que no debe nada. ¡Milagro! Esta señora es evidente que es persona ahorrativa. Con respecto a lo del valor catastral repito lo ya dicho. Pero, en principio parece que su vivienda es normalita.
EL SEÑOR F. OBLARÉ, “Una vivienda con valor catastral de 91.000 €; un saldo en cuenta de 1.900 € y un coche marca Audi. Declara no tener ninguna deuda”
VAMOS A VER: En otro pasaje del periódico que hace muy pocas aclaraciones, dice el periodista que se trata de un Audi-A6, que vale un pastón de dinero y que cada vez que llena el depósito de combustible se le deben ir más de cien euros. Y todo esto lo hace este señor con 1.900 € en cuenta. ¡Menudo administrador que es este señor! Consejero de Hacienda deberían hacerlo de inmediato porque esto es algo así como la multiplicación de panes y peces.

EL SEÑOR A. MARIN LARA, de CA: “Tres viviendas; 2.400 € en cuenta. Acciones, seguro de vida y dos coches; una hipoteca de 219.000 €; dos pólizas de crédito de 75.000 € y deudas por 31.000 €.”
VAMOS A VER: Pero, buen hombre, cree usted que disponiendo de 2.400 € tan solo se pueden mantener tres viviendas, pagar un seguro de vida, tener dos coches BMW y atender a tres pagos, uno hipotecario y otros personales? En cierta ocasión, en una inspección de Hacienda a un señor que declaró 15.000 € de ingresos anuales, le preguntó el inspector: Vamos a ver, tiene usted en su casa un mayordomo, dos doncellas, un jardinero, un chofer, dos Mercedes, vive usted en un palacete y quieres decirme cómo puede llevar todos esos gastos adelante con 15.000 € anuales? Pues, fíjese, señor inspector con qué poquito me apaño yo”. Hombre, las cosas hasta cierto punto.
EL SEÑOR J.A. CASTRO DE IU: “Una, no es propiedad; tiene en su cuenta 3.798 €, un coche y dos seguros de vida, y, una hipoteca de 65.000 € y dos créditos de automóvil por 9.795 €”.
VAMOS A VER: Lo de este señor ya es rizar el rizo. Tiene una vivienda pero no es de su propiedad. Es decir, la tiene pero no la tiene. ¿En qué quedamos? Si no tiene usted vivienda propia ¿cómo es que tiene una hipoteca?¿A quién ha hipotecado usted? La verdad, lo de este señor no lo entiendo y lo curioso es que debe tener una explicación. Por eso digo que las cosas claras y el chocolate espeso.

UN VAMOS A VER GENERAL
Pienso que si la Ley Electoral de Andalucía exige a los candidatos hacer su declaración de bienes es para que digan “toda la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad”.
Ustedes tienen derecho a decir lo que les de la gana, pero yo tengo derecho a creer lo que me de la gana a mí.
Para que sus declaraciones sean creíbles:
Necesito que aclaren donde están situados los pisos, superficie y valor aproximado.
Necesito que me expliquen que es un inmueble no catalogado.
Necesito que me indiquen la superficie de un terreno rústico, si es secano o regadío.
Necesito que me digan cuantas acciones, de que entidades y por qué valor total.
Necesito que me digan a cuanto asciende el fondo de inversión.
Necesito que me aclaren lo relacionado con los seguros de vida.
Necesito que me expliquen cuanto pagan mensualmente por hipotecas.
No me creo que casi todos estos señores tengan menos de 10.000 € en cuentas bancarias.
Necesito que digan cuanto tenían hace tres meses y cuanto tienen a nombre de sus cónyuges.
No me puedo creer que un señor con dos BMW y tres viviendas tenga 2.400 € en cuenta bancarias; y que otro con un Audi-6 tenga 1.900 € en cuentas bancarias.
Y necesito que el señor Castro me explique cómo es que tiene una hipoteca si no tiene vivienda.
Si no me explican todo esto no creo ni una palabra.

Todos esos señores pretenden hacernos creer que son pobres en sentido figurado y aunque tienen tres viviendas también las tienen hipotecadas.
¿Es que por el hecho de tener más o menos es la gente más o menos honrada?
¡Digan la verdad que es mejor!

domingo, 17 de febrero de 2008

"AMANECER",¡qué nombre tan bonito para una barca!

En mi libro RELATOS, se incluye este que escribí después de un viaje a LUARCA, (Asturias), un pueblo que, para mí, tiene un encanto especial y con toda razón está incluido en el grupo de pueblos más bonitos de España.

"AMANECER", ¡qué nombre tan bonito para una barca!

Mi pueblo es de una hermosura sorprendente. Lo es en la actualidad y lo fue en el pasado, al menos desde que lo recuerdo. Es para mí, y en creencia de mucha gente, el pueblo más hermoso de todo el litoral Cantábrico.
Mis primeros recuerdos son de un pueblo mediano de tamaño, bordeando el mar, con casas blancas, ocres y de otros colores, que se reflejaban –y que aún se reflejan- en el agua del puerto; recuerdo el puerto, nuestro precioso puerto, integrado en el pueblo, con una serie de barcas amarradas como coches en batería, numerosas barcas de pesca, unas junto a otras, de vistoso colorido aunque predominando el blanco, el rojo y el azul; recuerdo especialmente los días de fiestas en los que, en casi todas las casas del centro urbano, y en todas las que miran al puerto, se colocaban banderas españolas en los balcones y se adornaban todas las barcas con banderas y gallardetes que se movían suavemente con la brisa del mar. También recuerdo el puente que cruza sobre el río truchero que atraviesa la población y especialmente las macetas rojas, amarillas, azules y verdes que colocaba el Ayuntamiento al final de la primavera y en verano; estas macetas, situadas junto a la barandilla del puente, pintadas de rojo y blanco, suscitaban elogios de los visitantes. Hoy mi pueblo está más extendido, incluso el puerto ya no es como que era; ha crecido mucho y, en general, hay una prosperidad apreciable. Desde luego también ha crecido en belleza y sigue siendo el pueblo más bonito de toda la costa cantábrica. O esa es mi idea, al menos.
Mi pueblo está junto al mar, un mar de aguas impetuosas y agresivas que rompen con violencia contra el acantilado y los espigones que cierran el recinto portuario; un mar azul verdoso, grisáceo a veces, intenso e infinito, llamado Cantábrico. Y mi pueblo, blanco y ocre, pequeño en mis primeros recuerdos, se va elevando suavemente desde el nivel del mar, donde se sitúa lo que hoy se llama el casco antiguo, para ir extendiéndose hasta la carretera general, en un sin fin de construcciones modernas con unas vistas fantásticas sobre el mar. Desde el mar la visión del pueblo es de una hermosura sin igual. Más de una vez subí a una barca, con mar en calma, para recrearme en la visión maravillosa de mi pueblo. En mi opinión, el mar y el pueblo se complementan armoniosamente formando una estampa única. Hay muchos pueblos hermosos bordeando el Cantábrico, desde Galicia hasta la Comunidad Vasca, pero como el mío, ninguno.
Tenemos hasta un pequeño puente colgante que une un paseo que bordea el mar con un pequeño promontorio que forma parte integrante del propio pueblo, y aunque no es gran cosa sí es un lugar característico de la población; se cimbrea suavemente al pasar por él y mucha gente, en especial algunos turistas, ni siquiera se atreven a atravesarlo por la sensación extraña que produce oscilando a diez metros de altura sobre el agua, mientras otros disfrutan atravesándolo y viendo bajo sus pies el chocar de las olas contra las rocas del acantilado y el muro del paseo Yo que paso por él desde pequeña, recuerdo que me distraía entonces con algunos amigos colocándome encima, procurando que se moviera suavemente, mientras contemplaba la corriente de agua que se agitaba al fondo; y recuerdo también que las autoridades aconsejaban no pasar por el puente los días de viento.
Las gaviotas vuelan plácidamente sobre el puerto y el mar para lanzarse inesperadamente al agua, en picado, en busca de su alimento cotidiano, o revolotean alrededor de las barcas que salen a pescar o que regresan cargadas, esperando aprovechar los desperdicios que les arrojan los hombres de la mar. Y luego, los días más tranquilos, las veo mecerse en las ondulaciones del agua como si fueran barcas fondeadas en la lejanía. Y si están cansadas permanecen adormecidas en las pequeñas calas, recubriendo los peñascos del acantilado, o, incluso, en el mismo puerto, o en los mástiles de las embarcaciones. Me resulta un espectáculo relajante sentarme frente al mar a contemplar el ir y venir incansable de las gaviotas. Es, sin duda, una de mis distracciones preferidas.
Dice mi madre que llevo el mar metido en el alma y en el cuerpo, y es verdad, soy de esas personas que no se acostumbrarían jamás a vivir sin ver el mar cada día. Es una especie de atracción incomprensible, irracional, inevitable. El mar, mi mar, es mi propia vida.
Mi pueblo vive del mar y para el mar. Tiene un pequeño puerto de pescadores, un puerto natural –con dos espigones que lo cierran, obra de la mano del hombre- que se abre en el acantilado, de difícil acceso, con un ramal que se introduce hasta el mismo corazón del pueblo, como una cuña. Hay varios pueblos así a lo largo de la costa cantábrica, en los que el puerto es como un pequeño enclave en el casco urbano; pero el mío, sin duda, es el más original de todos ellos. Y la gente que nos visita, especialmente en el verano, se admira y sorprende al contemplar las pequeñas embarcaciones meciéndose suavemente al vaivén del agua, casi en la misma plaza principal, rodeadas de edificios, originando un concierto maravilloso y variopinto de palos y farolas que lucen en el recinto portuario.
La plaza es la joya de nuestro pueblo y toda la vida de la gente gira a su alrededor. Tiene algunos árboles; bancos y farolas de artesanía; y es el lugar de recreo de todos los habitantes, de la gente que nos visita, especialmente en verano, como dije antes, cuando el Ayuntamiento coloca macetas de colores en todos los lugares estratégicos de la ciudad, con flores variopintas y luminosas, exultantes a veces, que llama la atención de la gente por su colorido y alegría; en el invierno, en cambio, suele estar más solitaria porque las ráfagas de viento la barren de norte a sur con enorme fuerza y la gente suele cruzarla apresuradamente salvo en los días de sol que se arremolinan junto al quiosco de la prensa, o en pequeños grupos de tertulia.
Las casas que rodean el puerto son en general de tres plantas, según mamá años antes eran de una o dos solamente. Mamá y yo vivimos en una de estas casas, en una segunda planta, en lugar privilegiado, frente al puerto. En realidad en este sector muchas casas miran al mar, pero la mía es la mejor situada de todas y la más blanca. Tiene la gente del pueblo la costumbre de pintar las casas para las fiestas del patrón, por el deterioro que se produce en las fachadas debido a la humedad y a la salinidad del mar, y casi siempre las pintan de colores, excepto la nuestra que está de blanco, porque así estaba cuando vivía papá, "para que resalte entre las demás", asegura mamá que decía mi padre. Y así continuamos pintándola. Esta casa la construyó mi padre, es nuestra y mamá y yo tenemos pisos alquilados y de las rentas hemos vivido mucho tiempo, en realidad, desde que yo recuerdo, y así continuamos.
En casa durante mucho tiempo vivimos solas mamá y yo. Papá murió cuando yo era pequeña aún. Decimos que murió pero no sabemos con absoluta seguridad si fue así o no. Simplemente lo creemos porque algo hay que pensar. Tenía papá una barca muy maja y hermosa, según cuenta mamá, llamada "AMANECER", ¡qué nombre tan bonito para una barca!, ¿verdad?, y cuentan quienes conocieron a mi padre, casi todos en el pueblo, que era atrevido y temerario, un auténtico lobo de mar que todo lo confiaba a su propia suerte. Dice mamá que lo conocían en todos los puertos del Cantábrico; y que cantaba como los propios ángeles, con una voz potente que se elevaba sobre el ronroneo del motor de la barca, sobre el viento y sobre el fragor del mar, especialmente cuando regresaba patroneando la barca y entraba en el puerto. Dice mamá que esas cosas no ocurren hoy, quiero decir eso de que un hombre de mar regrese cantando a su casa después de una tarea dura y arriesgada, pero entonces, hace treinta años, la vida era de otro modo y parece que estas cosas eran como más naturales. Un día de tormenta que nadie se atrevió a salir, lo hizo él, para demostrar que su barca "Amanecer" era la más marinera de todo el norte y la que mejor capeaba el temporal; y que él y su tripulación eran los hombres más expertos, valientes, atrevidos y machos de todo el litoral cantábrico. Dicen que fue una temeridad aquella decisión pero él la tomó y, según mamá, cuando se le metía una idea en la cabeza y adoptaba una determinación nada ni nadie era capaz de disuadirle, ni siquiera ella; ni mucho menos los hombres que tenían que salir con él, casi tan temerarios como él mismo, aunque en aquella oportunidad parece que más de uno aconsejó no hacerse a la mar en aquellas condiciones tan desfavorables. También parece que una sola mirada de mi padre hizo callar a los disconformes porque le tenían un respeto imponente. Particularmente y aun siendo mi propio padre creo que aquello fue una chulería. No regresó de aquella aventura. Son cosas que ocurren cuando se actúa de forma irreflexiva y temeraria con el mar. Si te sale bien el envite te conviertes en un héroe, si salen las cosas mal... Ninguno de los tripulantes volvió tampoco, ni se encontraron sus cuerpos, ni tampoco restos de la barca. Por eso dije antes que creemos que murió. Cuenta mamá que durante varios días el pueblo fue un auténtico velatorio, con llantos, lamentos por todas partes, gritos histéricos... porque fueron siete los desaparecidos y todos ellos casados y con hijos. Me lo imagino. Aquello fue una temeridad y todos fueron culpables: mi padre por decidirlo y los otros por obedecerles y secundar su absurda idea. Los hombres, a veces, confunden la prudencia con la cobardía. Sin duda todos ellos comprendieron que aquella decisión de salir en condiciones tan desfavorables era una imprudencia temeraria, pero se vieron obligados a seguirle para que no sufriera su concepto de la hombría. Se convirtieron en hombres atrevidos e intrépidos... pero muertos. ¡Vaya un concepto de la vida!
Verdaderamente fue una irresponsabilidad por parte de papá y aunque han transcurrido los años, imagino la reacción del pueblo, porque en los pueblos pequeños, como el mío era entonces, cuando ocurre una tragedia de esta naturaleza, además de la solidaridad que se origina entre unos y otros, casi todos se ven implicados porque las personas están emparentadas también unas con otras. Y lo que más me apena es que todo fuera debido a una cabezonada de mi padre y que pensara más en su propia estima, que en su mujer y en su hija, en sus propios compañeros y en las mujeres e hijos de estos, que podrían verse afectados. Como así ocurrió. ¡Pero su hombría quedó a salvo! ¿Acaso fue más hombre por salir aquel día? Aquello fue una auténtica estupidez y una imprudencia incalificable. Aunque la hiciera mi padre.
Según me contó mamá alguna vez, mucha gente del pueblo estuvo algún tiempo sin dirigirle la palabra siquiera, como si ella hubiese sido la instigadora de aquella aventura cuando en realidad fue una víctima de la irracionalidad de su marido y sufrió tanto como los familiares de sus compañeros; las aguas parece que volvieron a su cauce algún tiempo después al comprender aquella gente la realidad de los hechos y las consecuencias que se derivaron de aquella tragedia, porque la desaparición de la barca y los tripulantes, además de la cuestión afectiva, dejó en la miseria a mucha gente ,y nosotras, mi madre y yo, no tuvimos demasiados problemas porque disponíamos de las rentas de los pisos de la casa aunque teníamos que pagar una hipoteca; yo era muy pequeña y no tengo conciencia de haber carecido de nada porque mis abuelos, además, se volcaron conmigo y con mamá.
Yo era tan pequeña entonces que no recuerdo nada de mi padre. De no ser por una fotografía que mamá conserva aún en un marco de nácar sobre la cómoda de su dormitorio, ni siquiera recordaría su rostro. Parece que papá no era amigo de fotografías, por eso mamá sólo dispone de la que tiene en su dormitorio. Tenía los ojos intensamente azules, el pelo rubio y revuelto, el aspecto agradable aunque duro y de una firmeza pétrea como las rocas del acantilado. No recuerdo nada de él pero mamá dice que siempre fue muy bueno conmigo y que me adoraba y me colmaba de regalos; y asegura que también fue muy buen marido y que mientras vivieron juntos no le faltó de nada, siempre la trató con mucho respeto y sintió un gran cariño por ella. También comenta mamá a veces, con orgullo y cierto énfasis en la voz, que era muy guapo y muy fuerte y que causaba admiración entre las demás mujeres del pueblo y de los pueblos de los alrededores cuando venían aquí a las fiestas patronales o a hacer compras. Asegura mamá que muchas mujeres del pueblo le lloraron en silencio, como si hubiese sido alguien de la familia, y piensa ella que debió ser porque muchas estaban enamoradas de él. ¡Pobrecillo! Es que por muy marinero que se sea y por mucha fuerza y habilidad que se tenga no se puede luchar contra la mar cuando la mar se encrespa. Puede contra todo y contra todos.
Mi casa mira frente al puerto. No sé si mi madre buscó esta casa al casarse – quiero decir la casa que había primitivamente antes de que mi padre construyera la que hoy tenemos- para ver a mi padre cuando salía o regresaba en su barca "Amanecer", o fue simplemente pura coincidencia. De todos modos mi madre, ahora, no abandonaría esta casa por nada del mundo. Aunque la mitad de la casa es mía por la herencia de papá, no quise intervenir y le di plena libertad para que hiciera con ella lo que mejor le pareciese. Quizá mamá tenga algún resquicio de esperanza que le haga pensar en el regreso de papá algún día; -¡pobrecilla!-, si es así es una esperanza infundada porque después de tantos años... Y más, si hubiese sido papá el único desaparecido, podría pensarse que nos abandonó y que está en cualquier otro sitio viviendo una nueva vida, pero siete hombres... es imposible que los siete decidieran abandonar a su gente. Yo no tengo ninguna duda de que están muertos en el fondo del mar. Mamá, en cambio, no piensa lo mismo, estoy segura, aunque nunca me ha dicho nada. A veces la he sorprendido asomada a la ventana de su dormitorio con la mirada perdida en la mar, sin duda recordando a mi padre; rezando por él, o esperando verle aparecer por la bocana del puerto, cantando aquellas canciones hermosas que, según mamá, ponían los pelos de punta, por lo menos a ella, claro. Creo que ella no sabe que la he visto así, ensimismada, abstraída, incluso esbozando una sonrisa triste como si recordara algo agradable. Lo hace casi en secreto, como ocultándose, tal vez para evitar que le diga que su espera es una tontería o una chifladura. Lógicamente no le he dicho nunca nada de eso. ¿Qué puede importar que ella tenga esa esperanza y prefiera guardar su secreto?
Las ventanas de nuestra casa están orientadas hacia el puerto y muchos días, en los ratos libres, me distraigo viendo la salida de las barcas que van a pescar; o a esperarlas al regreso, en los atardeceres, especialmente en verano, cuando los días son tan largos, para verlas venir cargadas, con sus motores ronroneantes y avanzando lentamente hasta verlas entrar en el puerto en dirección a la Lonja. Cuando se alejan, si la mar está picada, recuerdo la historia de mi padre, y siento una extraña opresión en el corazón, una especie de angustia; como si aquella fuera la última vez que viera a los ocupantes de las embarcaciones, conocidos de toda la vida y muchos de ellos amigos de cada día. Y es que ¡es tan poca cosa una barca de pesca en mitad de un mar agresivo e inmenso como el Cantábrico!
En verano principalmente, las embarcaciones de recreo de los veraneantes ponen un colorido especial en el puerto y éste adquiere un movimiento inusual mientras se mezclan los barcos de pesca con los veleros de vistosos colores. En esos momentos parece que todo se remoza y se llena de colorido y de alegría. Pero siempre que veo salir las barcas de pesca o los veleros de recreo, con su fuerte balanceo, no puedo evitar un extraño escalofrío recorrerme todo el cuerpo y se me viene a la cabeza la memoria de mi propio padre y el naufragio de la barca Amanecer. Es algo que no puedo evitar.
¡Es muy dura la vida en la mar!

***
Recuerdo...
Una tarde de invierno, con grandes nubarrones en el cielo, fuerte viento que hacía aumentar la sensación de frío, permanecí un buen rato asomada a la ventana de mi dormitorio contemplando cómo una barca llamada "La Gaviota" se alejaba de tierra con ayuda de su motor, con su runrún monótono y triste como el atardecer nublado, porque los motores de estas embarcaciones siempre suenan igual, con monotonía y tristeza, como los días de lluvia. "La Gaviota" es tan blanca como mi casa y tan elegante navegando como el vuelo de las gaviotas cuando planean solitarias sobre el mar. Aunque ciertamente no me fijaba yo en aquel instante ni en la blancura ni en la elegancia de la barca.
En la popa, con el cabello revuelto por el viento marinero del atardecer, un chico de poco más de veinte años, enfundado en un anorack azul con franjas rojas en las mangas, agitaba un pañuelo blanco en dirección a mi ventana. Respondí a su saludo de despedida alzando la mano. Él continuó enarbolando el pañuelo hasta que la barca alcanzó la bocana del puerto y salió a mar abierto. Me estremecí al ver cómo se alejaba, porque el tiempo no presagiaba nada bueno, los nubarrones tenían un extraño color grisáceo, como de tormenta, y el viento estaba cargado de humedad, presagiando lluvia. Al mediodía les dijimos a los hombres que iban a embarcarse en aquella y otras barcas que no salieran porque el cielo presagiaba tormenta. Se echaron a reír alegando que si cada vez que el tiempo estuviese tormentoso se quedaran en tierra, sería su ruina. Los argumentos de siempre. Otros insistieron; yo no; ninguna relación estrecha tenía con ellos, salvo la amistad, y soy de las personas que suelen decir las cosas una sola vez. Pero recordé la historia de mi padre. ¿Para qué insistirles a unas personas con la cabeza más dura que los acantilados, como dice mamá?
Desde la otra ventana mamá sorprendió mi saludo al chico de la barca, y me preguntó:
-¿Quién es ese chico del pañuelo, nena?
Mamá siempre me llama "nena", no sé por qué. Oí su voz pero no le presté demasiada atención, ensimismada como estaba, sin darme cuenta exacta de que la pregunta iba dirigida a mí; y es que mi mente estaba en otro lugar en aquel instante. Estaba en la propia barca "La Gaviota", que ya era solo un punto perdido en la mar; y estaba también pensando en el chico que había estado agitando el pañuelo momentos antes, uno de los que intenté disuadir para que no saliera aquella tarde.
-¿No me oyes, hija? -insistió.
-¿Qué dices, mamá? –respondí, saliendo de mi ensimismamiento.
-¿Quién es ese chico del pañuelo? Ese de "La Gaviota" que hacía señas hacia aquí, quiero decir. Era a ti, ¿verdad?
-Es Juanjo, mamá, el hijo de Laura la del mercado -aclaré, aunque mamá sabe mejor que yo quien es Juanjo, quien es la madre de Juanjo y quienes son todos sus ascendientes porque lo conoce desde que nació y seguramente hasta estuvo en su bautizo o lo cogió en brazos alguna vez porque un tío de Juanjo iba en la embarcación de mi padre cuando desapareció años atrás.
-¡Ah, ya! Es que no lo había reconocido.
Luego quiso saber más. Y preguntó una y otra vez, sobre él, sobre su familia, sobre su trabajo, sobre la barca, sobre esto y sobre aquello y lo de más allá. Preguntó sobre todo cuanto se le ocurrió.
-¿Y por qué te saludó así?
Le dije que llevaba dos domingos saliendo con él y bailando juntos en la discoteca.
-¿No lo sabías? –le pregunté.
-Bueno...Su madre me dijo algo en el mercado días pasados, pero, la verdad, no le hice demasiado caso. ¿Y tú?
-¿Yo qué, mamá?
-Que si estás enamorada de él, hija. Hay que sacarte las palabras con sacacorchos, a veces.
-¡Mamá! – exclamé; y luego, comprendiendo su curiosidad, le dije: -No lo sé.
-¿Qué no sabes si estás enamorada de un chico? –preguntó, sorprendida.
-Te digo que no lo sé con seguridad.
No dijo nada más. Se marchó de la ventana y yo permanecí en mi observatorio intentando descubrir la barca entre las olas y distrayéndome con el vuelo de las gaviotas y la salida de otras barcas que abandonaban el puerto y se adentraban en alta mar.
Aquel día, por primera vez en mi vida, tuve un sentimiento especial, casi de miedo, de intensidad desconocida hasta aquel momento, al ver desaparecer "La Gaviota" y las restantes embarcaciones confundidas con el horizonte. ¿Por qué? En ocasiones anteriores las había visto marchar sin especial interés; pero aquel día algo nuevo hizo vibrar las fibras de mi ser, porque en una de aquellas barcas iba un hombre que estaba enamorado de mí, que me decía cosas que me agradaban y que yo... aunque no sabía aún si le quería o no, estaba comenzando a preocuparme por él también.

***
Me despertó un trueno espantoso que hizo vibrar los cristales de la ventana del dormitorio.
Sobresaltada, me senté en la cama, encendí la luz y miré el reloj. Eran las siete de la mañana y estaba completamente oscuro aún. Noche cerrada.
El resplandor de un relámpago me cogió desprevenida. El trueno que siguió fue impresionante y, como el primero, de una violencia tal que tuve la sensación de que habría quebrado todos los cristales de las ventanas de la población. La luz de la bombilla hizo unos guiños amenazadores pero no llegó a apagarse.
Salté de la cama y, descalza, corrí a la ventana. El suelo de la habitación estaba helado, pero no me importó demasiado en aquel momento. Limpié con la manga del pijama los cristales empañados y como continuaba sin ver bien, opté por abrir la ventana. Una ráfaga de viento helado que arrastraba gotas de agua, barrió el dormitorio llevándose de un soplo el calor acumulado durante la noche. Me estremecí. Llovía fuerte aunque no intensamente, pero el viento soplaba cada vez con mayor violencia agitando las embarcaciones del puerto, haciéndolas entrechocar unas con otras, y moviendo las farolas del alumbrado público con un tintineo metálico, ya característico. Y por encima del ruido del viento llegó a mis oídos el fragor estruendoso del mar que rugía de forma desacostumbrada. Creo que nunca lo había oído rugir de aquel modo.
Un nuevo relámpago iluminó fugaz pero intensamente el panorama que se ofrecía a mis ojos, mostrándome un cuadro fantasmagórico de barcas entrechocando, de mástiles cruzados, del chasquido del agua al romper contra los muros del puerto y contra las propias embarcaciones. Volvieron a guiñar las luces y el frío que entraba por la ventana abierta me produjo una extraña sensación de malestar en todo el cuerpo. Al retumbar el trueno cerré la ventana y permanecí detrás de los cristales. La frialdad del suelo se me fue encajando en las piernas y aunque moví los pies repetidamente no conseguí abandonar la sensación de malestar. Apoyé la frente sobre los cristales y sentí cierto alivio al notar la frialdad en la cabeza. Mis pensamientos se desbocaron y, como siempre, la tragedia de mi padre se me hizo patente y extensible a todos los amigos que habían salido la tarde anterior. El cristal fue empañándose hasta perder casi por completo la visión del exterior. Era la hora del amanecer y continuaba siendo noche. Volví a mirar el reloj. Las siete y diez. Solo diez minutos y cuántas ideas pueden pasar por la mente humana en un período tan corto de tiempo.
Oí ajetreo en el interior de casa. Mamá se había levantado ya y debía estar trajinando de un lado a otro, preparándose el desayuno o acicalándose para ir a la misa de ocho, costumbre que tiene los días de tormenta para pedir por los navegantes, por todos los que trabajan en la mar. Para pedir por papá también, según me ha comentado en más de una ocasión.
Me sentí sujeta a la ventana, como si una atracción irresistible me impidiera apartarme de allí, como si estuviese adherida a aquellos cristales fríos y empañados que apenas me permitían la visibilidad ni la realidad porque todo parecía estar desfigurado.
Sobre el fragor de la tormenta, de la lluvia y del bramido del mar, llegó a mis oídos el rumor de voces. Abrí los cristales de nuevo y descubrí varias sombras resguardándose bajo los lugares cubiertos. Estaban tan desdibujadas que fui incapaz de reconocer a nadie, pero debían de ser los familiares de los marineros embarcados que aguardaban impacientes el regreso de las embarcaciones, o, al menos, noticias de ellos. Cuando suceden estas cosas, estos temporales quiero decir, todo el pueblo se preocupa. Es una alarma generalizada. A veces sin decir nada, sin comentar nada, pero se aprecia en las propias miradas de las gentes.
Supuse que ya habría alguien en el campanario de la torre, con linternas, oteando el horizonte, tratando de descubrir algún vestigio de las embarcaciones. Los hombres, los días de tormenta cuando las barcas están en la mar, suben a la torre intentando descubrir a las embarcaciones y ver si se acercan y aquella mañana debían haber hecho lo mismo.
Recordé una vez más la historia de papá y mentalmente vi entre aquellas sombras desdibujadas la de mi propia madre cuando esperaba inútilmente el regreso de la barca "Amanecer", que no volvería jamás. Y se me hizo un nudo en la garganta.
Fueron horribles aquellos pensamientos. Por un momento pensé que quizá no volvería a ver nunca jamás a los amigos que la tarde antes habían salido con las barcas de pesca. En mi mente sólo vi aguas enfurecidas; aguas embravecidas que destrozaban las pequeñas embarcaciones haciéndolas entrechocar unas con otras; haciéndolas pedazos y obligando luego a buscar sus restos. Siempre igual. Las aguas de entonces y las de ahora. Como si el tiempo no contara para ellas, como si fueran aguas eternas que se supieran siempre su lección. Aguas de vida, forzoso es reconocerlo, que permiten el sustento de muchísima gente a lo largo del litoral, pero también aguas traicioneras, aguas de muerte, causantes de tragedias sin límites. ¿Cuántos habrán perecido en estas aguas embravecidas a lo largo de la historia de los pueblos del litoral?
Relámpagos y truenos se sucedían de forma ininterrumpida y el clamor de voces y rumores fue elevándose en el puerto donde comenzó a congregarse un buen número de personas.
Con los albores del nuevo día y a través de la cortina de agua descubrí fuera de la bocana del puerto algo parecido a una embarcación. El corazón me dio un vuelco. Creí reconocer en ella a "La Jabata", una barca roja muy peculiar. Era ella. Alguien tocó la campana desde el campanario de la iglesia. Detrás de La Jabata, a una media milla, vi dos puntos en el agua que pensé pudieran ser otras dos embarcaciones.
Haciendo honor a su nombre, La Jabata luchaba desesperadamente contra olas impresionantes que intentaban doblegar su arrojo y. estrellarla contra los acantilados. A veces parecía que avanzaba y a veces que retrocedía.
La gente corrió hacia el borde del agua sin importarles la lluvia intensa que caía en aquel instante, ni el frío que calaba hasta los huesos. Unos iban envueltos en impermeables, otros en mantas, otros con paraguas y chaquetones o con cualquier cosa echada sobre la cabeza. Muchos corrieron hacia la bocana del puerto.
"La Jabata" entró en el recinto portuario al cobijo de los primeros espigones, destrozada, ladeada, rota, con el mismo ronroneo del motor que la tarde anterior al abandonar el puerto.
Detrás aparecieron otras dos embarcaciones. Reconocí en la primera a la "Virgen del Mar" y algo más atrás a la "Virgen del Carmen". Las dos habían salido juntas la tarde anterior poco después que "La Gaviota" de Juanjo y que “La Jabata”. Al enfilar por la bocana del puerto observé que llegaban tan destrozadas como La Jabata y que los hombres que aparecían en cubierta estaban maltrechos y desmadejados aunque intentaban sobreponerse elevando los brazos en señal de victoria. Ellos habían vencido a la tormenta y al temporal... aquella vez.
Inesperadamente del grupo de gente se elevó un grito desgarrador y espeluznante y vi a una mujer joven corriendo como alocada, sin dirección fija, manoseando en el aire, mientras varias personas corrían tras ella intentando sujetarla y calmarla. De sus gritos y de las voces de los demás deduje que su marido que iba navegando en "La Jabata", había caído al mar. Reconocí en aquella mujer a María, una chica de tierra adentro, muy aparatosa, recién casada de pocos meses que esperaba un hijo y sentí una profunda pena por ella, al pensar que aquel pobre niño se criaría sin padre desde su nacimiento, si es que llegaba a nacer. Algo semejante a lo que me había ocurrido a mí.
¿Por qué será tan dura la vida en la mar?, me pregunté una vez más, aunque esta pregunta me la he formulado a lo largo de toda mi vida.
Mamá entró en la habitación y se sentó en la cama. Me miró con tristeza y movió la cabeza de un lado a otro. Mi aspecto debía ser deplorable. Descalza, tiritando, despeinada y en pijama.
-¿Qué te pasa, nena?
-Han regresado las barcas... bueno, todas no. Un hombre de "La Jabata" ha debido caer al agua. Creo que ha sido el marido de María, la rubia de la esquina de la calle del Mar.
-¿La embarazada?
Respondí que sí y a mamá se le transformó la expresión
-¡Dios mío! Pobrecitos, ella y su hijo.
Comenzó a llorar, recordando, sin duda, el naufragio de la barca de mi padre muchos años antes y los días que debió pasar ella entonces. Lloraba posiblemente por María, -y quizá también por ella misma- compartiendo, sin duda, su propio dolor. Nadie mejor que ella para comprender algo así.
Nos abrazamos en silencio.
El día comenzó a clarear y un sol tibio y débil surgió entre los nubarrones negros para desaparecer a los pocos minutos. Un amago de mejoría, tan solo.
Volví a sentir la atracción de la ventana aunque en realidad no había dejado de mirar por ella, pero esta vez me calcé unas zapatillas para evitar el intenso frío que había cogido en los pies y que me subía por las piernas hasta sentirlo en la cabeza.
Otras barcas estaban entrando en el puerto acompañadas por el mismo murmullo y vocerío que las anteriores. La gente, cuando veía a los suyos en tierra, lloraban de alegría y se alejaban llevando a los marineros casi en volandas. Eran los reencuentros. Solo iban quedando junto al agua los familiares de los que aún no habían llegado. Los otros estaban algo más alejados del mar, en corros, explicando lo sucedido, sin duda, y esperando también la llegada de los compañeros que se retrasaban.
La virulencia de la mar continuaba, no obstante. Quizá con más furia aún al comprender que todas aquellas barcas habían conseguido salvarse.
Fue una experiencia que la había vivido otras muchas veces desde la misma ventana, como simple espectadora, pero esta vez con un significado desconocido hasta entonces para mí. Vi hombres destrozados saltar a tierra; y los vi abrazarse a mujeres y niños que esperaban, anhelantes y nerviosos, apelotonados unos con otros, chorreando agua, sin importarles la tormenta ni la lluvia, llenos de vida y embargados por la emoción, agradeciendo todos a la Virgen del Carmen aquella desigual victoria sobre la tempestad, sobre la mar, sobre la muerte.
Pero "La Gaviota" no estaba allí ni se la veía en lontananza. Y habían transcurrida ya muchas horas desde la llegada de La Jabata.
Un nudo de dolor se me estaba formando en la garganta, algo que no me había sucedido nunca y que me impedía respirar con normalidad, como si el aire me faltara en la habitación.
Estaba tan aterida de frío que mamá me obligó a volver a la cama con el fin de que entrara en calor.
Mamá dijo algo que no entendí y abandonó luego la habitación. Volví a quedarme sola con mis pensamientos y mis angustias.
Nerviosa, casi a punto del histerismo, di varias vueltas incontroladas sobre la cama y finalmente regresé a la ventana rezándole al mismo tiempo a la imagen de la Virgen del Carmen que desde siempre tengo en la habitación. Recé todo cuanto pude recordar en aquellos instantes que no fue poco por cierto.
Mamá me condujo nuevamente a la cama. Me puso la mano en la frente, comentó que podía tener fiebre y me aconsejó no preocuparme porque "La Gaviota" seguramente habría buscado refugio en algún puerto de los alrededores, que cosas así sucedían siempre que había tormenta.
-Si han vuelto las otras, ¿por qué no va a volver ella?
Pero hablaba sin convicción alguna y solo con intención de animarme. Lo noté porque comenzó a rehuir mi mirada.
-¿Quieres que te traiga algo de desayunar? Y no te preocupes por Juanjo, hija, ya verás cómo no le sucede nada. Estos hombres del mar son duros como las piedras del acantilado.
Estuve a punto de gritarle que también mi padre había sido un hombre duro como las rocas del acantilado, o duro como el acero, según comentaban todos, y había caído humillado por las olas del mar embravecido, dejándonos solas a ella y a mí; pero me contuve a tiempo porque mamá es una mujer muy sensible y le horrorizan los gritos. Comprendí que lo hacía con la mejor intención y no tenía por qué entristecerla ni rememorar sus recuerdos.
-No es solo Juanjo, mamá, son todos esos hombres llenos de vida que salieron ayer dejando atrás cada uno de ellos a su propia gente y... Varios amigos le aconsejamos que no salieran debido al mal tiempo, pero no hicieron caso.
-Nunca hacen caso, hija. Son tozudos y creen saberlo todo y lo peor es que tienen plena confianza en sus propias fuerzas.
Me mordí el labio inferior con impotencia por no poder hacer nada.
-Vamos, ponte algo y ven a la cocina a tomar un café caliente que te reanime. ¿Prefieres que te lo traiga aquí a la cama? Anda, me quedaré contigo un rato y luego iré a la iglesia.
Me trajo café y unas galletas que no pude comer.
No podía hacer nada.
Solo esperar.
Y comprendí mucho mejor, en aquel momento, la paciente espera y la esperanza de mi madre durante todos estos años atrás.
Cerca del mediodía día, cuando la tormenta recrudecía y ya desesperaba de tanto esperar, el tañido de la campana de la torre me hizo correr a la ventana. Descubrí a lo lejos un punto blanco saltando sobre las olas. Y renació la esperanza. A los pocos minutos reconocí claramente a "La Gaviota" que apenas avanzaba y que era como una cáscara de nuez agitada por las olas.
En el campanario de la Iglesia continuaba el tañido de la campana, indicando que se acercaba una embarcación.
Durante unos minutos estuve pendiente de la barca que pretendía entrar en la bocana del puerto y que luchaba denodadamente contra las olas. Cuando tuve conciencia de que efectivamente se trataba de La Gaviota, comencé a relajarme. La barca estaba allí, a trescientos metros de la bocana del puerto pero parecía no tener fuerzas para entrar, como si fuera un juguete de las olas que la llevaban de un lado a otro sin control.
Algunos pretendieron salir en su ayuda según creí advertir pero hubieron de desistir al comprobar el mal estado de la mar que imposibilitaba la salida del puerto y cualquier intento de ayuda. Finalmente, "La Gaviota" se acercó con enorme lentitud, venciendo todas las dificultades del temporal y consiguió atravesar la bocana del puerto.
Llovía intensamente. Era una cortina de agua.
Cuando vi la embarcación en el puerto fijé la atención y vi a Juanjo en la proa saludando con el pañuelo en la mano como me había prometido el día anterior. Estaba tan destrozado como la barca pero debió sacar fuerzas de flaqueza para cumplir su promesa, confiando en que yo estuviera en la ventana esperando verle llegar.
Lo saludé maquinalmente con la mano en alto y noté las lágrimas caerme lentamente por las mejillas. En realidad no sé aún por qué lloraba, si por verlo sano y salvo o por ver que todos los hombres de la barca volvían del mismo modo.
Mamá estaba junto al agua del puerto hablando con alguien y la vi correr con los demás.
Las piernas me impidieron moverme de la ventana.
Luego la gente comenzó a gritar y aplaudir.
Desde la ventana no conseguía saber nada y sí solo ver la alegría desbordante de mucha gente que charlaba animadamente.
Mamá regresó corriendo de la calle y gritó también:
-¡"Nena", traen al marido de María! Está herido pero parece que no es nada grave. Lo encontraron agarrado a un salvavidas y a punto de morir, pero ahí está, gracias a Dios. Eso es un milagro de la Virgen del Carmen, que dicen que llevaba su medalla al cuello.
El nerviosismo y la emoción me hicieron llorar. Llorar como una tonta; llorar sin saber por qué exactamente.
-¿No vas a salir a ver a Juanjo? -preguntó mamá antes de abandonar la habitación.
-¡No! -grité, histérica y descontrolada.
-Hija...
-Perdóname, mamá, no quiero verlo ahora. ¡No quiero, no quiero verle ahora, ni nunca más! Estos hombres del mar te hieren el corazón cada día cuando salen en sus barcas; te lo desbocan si se retrasan y... y te lo matan cuando no vuelven.
-Me lo vas a decir a mí, hija...
-No, mamá, no deseo ver a Juanjo ahora, ni nunca más. No quiero sufrir tanto como tú. Por ese motivo no deseo verlo ahora ni nunca.
-Lo sé, nena, lo sé mucho mejor que tú. Pero la vida no es fácil en ninguna parte. Cada trabajo tiene sus dificultades. ¿Crees que las mujeres de los mineros no tienen el alma en vilo cuando sus maridos bajan a la mina? ¿Y las mujeres de los pilotos, o de los camioneros, o de los bomberos... crees que no sufren lo mismo? Hay mucha gente que sufre por estas causas, hija, pero la vida es así. Se dice que las personas pueden elegir su trabajo, su futuro, pero muchas veces nos vemos mediatizados por el entorno, por las circunstancias, y nos vemos abocados a situaciones quizá no deseadas. Cuando eliges una profesión también estás eligiendo todas las consecuencias que pueden derivarse de ella; los hombres del mar saben que esto puede suceder cualquier día; lo saben y lo asumen. El mar es su vida. Juanjo necesita que vayas a verlo ahora. En este momento. Cuando aún le tiemblan las piernas de miedo aunque él no quiera reconocerlo Si luego no quieres salir más con él, ni verlo, ni hablarle, no lo hagas, pero se lo dices otro día, cuando esta aventura de hoy sea solo un recuerdo. Si ahora no vas a verlo puedes hacerle mucho daño. Ha estado a punto de morir, compréndelo y para ti ha sido su primer saludo.
El agua continuaba cayendo con intensidad y violencia.
Me coloqué la gabardina y salí a la calle; la crucé sintiendo cómo me azotaban el viento y la lluvia en el rostro.
Juanjo se apartó de los suyos y me recibió con una sonrisa de satisfacción al tiempo de cogerme las manos, mientras sus familiares sonreían, comprensivos. Estaba demacrado por el esfuerzo y por el miedo que debió haber sentido luchando contra el temporal, pero, en aquel instante, se encontraba feliz y sonriente.

***
Hace unos años que escribí la anterior narración con recuerdos de mi propio pueblo, de mi propia vida.
Mamá tenía razón. Generalmente pocos llegan a ser lo que desean ser de verdad y siempre nos vemos mediatizados por las circunstancias, por el propio entorno, por las oportunidades de la vida. Mi vida junto al mar, en un pueblo que vive casi exclusivamente del mar, junto a hombres y mujeres del mar, con el mar en las propias venas, me han condicionado quizá para toda la vida. Y no supe o no quise luchar contra ese destino. Porque el mar, o la mar, llega una a llevarla tan dentro que pasa a ser parte esencial de una misma.
Hoy, junto a mi hijo Juanjo, contemplo desde la ventana de mi casa, -la antigua casa de mi madre-, la salida de nuestra barca "Amanecer"; y la sigo con la vista hasta que se pierde en la bocana del puerto y se convierte luego en un punto blanco sobre las olas de este mar azul verdoso, intenso e infinito, que es el Cantábrico. Y cada día, cuando veo alejarse la barca noto una extraña opresión en el corazón que no me desaparece hasta que la veo regresar. Y cuando se retrasa o les coge temporal, entonces... el corazón se me desboca y me viene a la memoria la tragedia de mi padre y el temporal de mis recuerdos que estuvo a punto de acabar en tragedia. Es algo que no lo puedo evitar.
Mamá vive con nosotros, con Juanjo, conmigo y con el niño, o mejor, nosotros vivimos en su casa; y ella, desde la ventana de su dormitorio mantiene la mirada perdida en la mar con la esperanza viva aún de ver algún día entrar por la bocana del puerto la barca "Amanecer" que patroneaba mi padre.
Juanjo, mi hijo, llora y patalea por irse con su padre en la barca y a mi se me parte el corazón pensando que algún día quizá lo consiga.
En recuerdo de mi padre, a nuestra barca azul y blanca la llamamos "AMANECER", ¿verdad que es un nombre muy bonito para una barca?