viernes, 30 de mayo de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY ODET -NOVELA

NOTA ACLARATORIA:

He sufrido un error y pido disculpas.
He consignado el capítulo XVI antes del XV.
Pero ocurre que en este momento tengo una avería en el ordenador y he de esperar a que me la solucione un técnico, algo que sucederá mañana, según me ha prometido. Inmediatamente que esté solucionado el problema incluiré el capítulo XV.
Muchas gracias por su comprensión.

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET -NOVELA

Transcribo a continuación el Capítulo XVI de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.

Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual
Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)


CAPÍTULO X V I

El rey Dodet XIII

1

Muchos elfos, especialmente los de más edad, piensan que el príncipe GeDodet se convertirá en el nuevo rey del país, pese a su negativa inicial, pero pronto corren noticias de que el interesado no está dispuesto a cargar con tal responsabilidad después de haber pasado tantos años de su vida en mazmorras y estar desconectado con el mundo en el que vive. GeDodet ansía disfrutar del resto de su vida en completa libertad, sin obligaciones de ningún tipo, dedicado al campo, a la lectura, a la música y a la caza, como le comenta en privado a su hijo, a Fidor, al propio Arag y a un grupo de amigos que de inmediato llegan al palacio para ponerse a su servicio. Muchos le insisten en que debe reinar porque es su derecho. Pero GeDodet, pese a comprenderlos, se mantiene firme en su decisión y ruega a todos que respeten sus deseos, ya manifestados públicamente a la puerta del palacio. No desea ser rey. Reconoce no estar preparado para ello ni en las condiciones físicas necesarias para aceptar aquel reto. Decide, además, mantenerse alejado de las intrigas palaciegas, de las que nunca fue partidario, especialmente desde la muerte de la princesa Erana. El mero hecho de encontrar en palacio una serie de amigos llegados a última hora, que jamás se preocuparon por su ausencia ni encarcelamiento, y que presumiblemente sabían lo ocurrido, le resulta desagradable, aunque no lo manifiesta a nadie, ni siquiera a Fidor. Su decisión es firme. Se marchará a vivir a una casa de campo, al aire libre, con intención de recuperar la salud y el tiempo perdido en las mazmorras de los trolls y luego en las de su propio país.
En un momento determinado, cuando el palacio se encuentra abarrotado de gente y los rumores se extienden de un extremo a otro, pide silencio y dice:
-En este palacio he vivido los mejores y los peores momentos de mi vida. Aquí viví mi niñez y mi juventud, aquí residí con mi querida esposa, la princesa Erana, lo mejor que me ocurrió en la vida; y también aquí he vivido los peores momentos de ni existencia en las mazmorras del palacio que me vio nacer. No desesperé nunca y procuré adaptarme a todas las situaciones. Hablaba en la soledad de mi celda, en voz alta, con Erana, mi esposa, y con nuestro hijo, y aquellas conversaciones ficticias me dieron ánimos para resistir y continuar sin perder la esperanza. Deseo acallar todos los rumores que corren por la ciudad: no quiero ser rey y no lo seré, decidlo a todos. Ahora deseo vivir en paz y sin las preocupaciones que un reinado requiere. Esa carga la dejo para mi hijo AbErana si reune los méritos necesarios. Solo hago tres peticiones. La primera que el futuro rey, mi hijo, si llega a conseguirlo, tome el nombre de Dodet XIII, La segunda, que vaya a visitarme con regularidad al lugar donde establezca mi residencia. Y la tercera, llevarme como única compañía a la familia del carcelero que ofreció su vida por ayudarme y que las autoridades derrocadas sumieron en la miseria más absoluta, privándoles incluso de la casa que ocupaban y amenazando con castigar a quienes les prestaran algún tipo de ayuda, según he sabido.
Se producen aplausos atronadores y vivas el príncipe GeDodet y al nuevo rey AbErana.

2

Cuando los miembros de la familia del carcelero que prestó ayuda al príncipe GeDodet ven aparecer en su cabaña medio destrozada a varios soldados, creen que ha llegado su última hora o que intentan desahuciarlos de la ínfima vivienda que ocupan. Al vivir como apestados fuera de la ciudad, ignoran todo lo ocurrido durante los días anteriores con respecto a la libertad del príncipe. Creen que aquellos soldados que rodean su casa son esbirros del rey Mauro. Desde la tortura y muerte del cabeza de familia, todas las desgracias han caído sobre ellos. Privados de su casa y de sus bienes, alejados de sus amigos para evitarles problemas con las autoridades, sin posibilidad de trabajar y saliendo adelante con los desperdicios y frutos silvestres que todos ellos buscan por los campos. Malviven en aquella cabaña, la esposa del carcelero y tres hijos con edades comprendidas entre los veinte y veinticinco años. Dos chicos y una chica. Al ver a los soldados la mujer se arroja al suelo y pide clemencia para sus hijos y para ella, pero de inmediato se sorprende al ver aparecer en la puerta de la cabaña a un elfo alto y delgado, de aspecto bondadoso, enfermizo y distinguido, ricamente vestido, que se presenta como el príncipe GeDodet. La esposa e hijos del carcelero torturado por Mauro se arrojan a los pies del recién llegado en señal de sumisión. GeDodet los alza de su postración, les explica que el motivo de su visita es pedirles perdón en su nombre y en el de su hijo, el futuro rey de los elfos, y preguntarles si están dispuestos a cuidarle en una hermosa casa de campo y ayudarle en el cuidado de un huerto.
Todos los componentes de la familia se quedan atónitos.
-Ha traído la alegría a nuestra casa, príncipe –dice la esposa echándose nuevamente al suelo y abrazando al príncipe GeDodet por las piernas. –Estaremos encantados de estar a vuestro servicio, señor.
-Merecéis tú y tus hijos toda mi gratitud. El comportamiento de tu esposo hacia la dinastía Dodet fue ejemplar, yendo mucho más allá de lo puramente razonable al ofrecer su propia vida por ayudarme. De no haber sido por él, el malvado Mauro continuaría aún rigiendo los destinos del país y cometiendo fechorías y canalladas sin límites. Hoy puedo decirte que la situación ha variado por completo. Todos los elfos de buena voluntad deben estar agradecidos, a él que perdió la vida y a todos vosotros que os habéis visto sometidos a la humillación pública más escandalosa. Os garantizo que os serán restituidos, el honor familiar, y los bienes de los que fuisteis privados, porque en justicia os pertenecen.
-Gracias, príncipe.
-¿No queréis pedir nada especial? –pregunta GeDodet, sorprendido ante las muestras de cariño y sumisión demostrados por aquella familia sometida a humillaciones de todo tipo por orden de Mauro.
-Mis hijos desearían ser soldados suyos, príncipe –aclara la mujer. –Mi hija y yo cuidaríamos de vuestra casa.
-Será como deseas, aunque no soldados míos, sino del rey. Mañana vendrá un emisario con instrucciones mías. La generosidad sin límites de tu esposo ha permitido esta nueva situación y soy yo quien desea mostraros un agradecimiento infinito. Estoy aquí gracias a él. Seréis parte de mi familia, os lo prometo.

3

Como es costumbre en la corte de la dinastía Dodet, para la elección del nuevo rey, se celebra un acto público en la plaza principal de Varich, delante del palacio real, para llevar a efecto el llamado Acto de Desenvainar la Espada Encantada. Quien no consigue sacar la espada de su vaina no tiene posibilidad legal alguna de ser designado rey, como ya ocurrió en más de una ocasión con elfos considerados predestinados que finalmente no fueron proclamados reyes al no poder cumplir la condición por haber llevado una vida de vituperio e ignominia. Solo se rompió la tradición en el caso de Mauro que, pese a no conseguir extraer la espada de la vaina, fue nombrado rey por imposición del rey de los trolls, presente en el acto, con la finalidad de imponer en el país a un rey títere, fácilmente manejable por él. En el Acto de Desenvainar la Espada Encantada, además del candidato oficial, pueden participar todos aquellos ciudadanos que lo deseen y crean ostentar algún derecho sobre el trono. Desde tiempo inmemorial jamás se dio el caso de que dos aspirantes al trono consiguieran extraer la espada. En tal supuesto, está previsto que el Consejo de Ancianos sea el encargado de dirimir la cuestión. Así está establecido desde la elección del rey Dodet II, sucesor del rey a quien el mago entregó la espada encantada por haberle salvado la vida.
-Padre, me dijiste en tu carta que siempre sería esclavo de la espada y que no debía separarme de ella nunca, a ninguna hora del día o de la noche. ¿Cómo es posible que ahora deba dejarla abandonada en manos ajenas?
-Hay momentos en que las normas generales deben ceder ante acontecimientos especiales, hijo. Este es uno de ellos. Se trata de una tradición de muchos años y los elfos esperan que se cumpla como un requisito de legalidad. La tradición de nuestro pueblo desde tiempo inmemorial es obedecer al elfo que pueda sacar esa espada de su vaina y se espera que quien lo consiga sepa usarla con acierto y justicia, dadas las condiciones de moralidad que se le exigen al candidato. A quien lo consiga se le jura lealtad y fidelidad por resultar evidente que está revestido de las cualidades morales exigidas. Según me informaron en la prisión de los trolls, Mauro jamás consiguió extraer la espada de su vaina. ¿Por qué crees que Mauro tiene tantos enemigos, era y es tan detestado por el pueblo? Precisamente por no haber podido cumplir con las tradiciones. Los pueblos, en general, son muy conservadores y apegados a las costumbres de sus antepasados y el nuestro más que ningún otro. Mauro fue incapaz de mantener las tradiciones, y, además, se mostró con prepotencia en todos sus actos, menospreciando a los elfos y exaltando a los trolls, un pueblo enemigo del nuestro desde tiempo inmemorial. Él se instituyó rey en contra de la voluntad y de las tradiciones del pueblo elfo y se mantuvo por la fuerza. Así no es posible gobernar ningún pueblo, tenlo presente. El rey necesita estar respaldado por su pueblo, contar con su apoyo y simpatía. Todos los que alcanzan el poder por medios ilegítimos deben practicar el terror para mantenerlo. Y lamentablemente siempre encuentran individuos dispuestos a secundarles, como ese Calabrús que mantienes preso en las cárceles de los silfos en espera de resolver su situación. Ten confianza, AbErana, no sucederá nada.
-La espada estará a la vista de todos y permanentemente vigilada por cuatro soldados para que nadie pueda acercarse a ella, salvo el elfo que pretenda extraerla de la vaina. Nunca en la historia de nuestro país ocurrió anormalidad alguna en estos actos –aclara Fidor.
-Nunca hubo un rey Mauro, derrocado, oculto en las sombras, buscando su oportunidad para recuperar lo que perdió –advierte AbErana, acertadamente. –Los momentos son diferentes.
-Es cierto lo que dices, hijo. Quien llega al poder rompiendo los cauces normales, como fue el caso de Mauro, con el paso del tiempo puede llegar a pensar que está en el cargo justamente, aunque no sea así, y pretenda volver a la situación anterior. A intentar recuperar lo que perdió. Mauro quizá pueda intentar algo. Hay que prever ese riesgo. Pese a ello, todo debe hacerse como señala la tradición de nuestro pueblo. Esta costumbre está muy arraigada entre los elfos y no debemos decepcionarlos. Fidor, ordena que en lugar de cuatro soldados sean ocho o doce, de los más fieles, los que vigilen la espada y coloca cuatro arqueros de los más hábiles para que abatan a quien intente apoderarse de la espada con malas artes.
-Así se hará. Se adoptarán todas las medidas posibles.
La plaza la adornan con banderas, gallardetes y flores para mayor realce del acontecimiento. Se monta un entarimado y una tribuna para las autoridades y personajes de mayor relieve de la ciudad y del país. Frente a ella se sitúan los músicos que amenizan el acontecimiento y en un púlpito junto al entarimado se coloca el encargado de llamar a los aspirantes.
Ante aquellos preparativos tan vistosos, AbErana propone retrasar el acto durante unos días para que pueda asistir su abuelo Cedric y la familia real silfa, a la que había pensado invitar, en agradecimiento por la ayuda prestada, y por la cesión de los avestruces de la princesa Radia. Su padre y Fidor le hacen desistir de la idea alegando que no es aconsejable retrasar un hecho tan importante en la vida del país por unos acontecimientos personales.
-Hay vacío de poder –dice el padre. -Es necesario que haya un rey de inmediato que coja las riendas del gobierno. Cuanto antes se celebren los actos de designación del nuevo rey, menos posibilidades tendrá Mauro de regresar, ¿no lo comprendes?
-Solo pido unos días. Los necesarios para que mi abuelo esté presente.
-Tu abuelo lo comprenderá porque es un hombre razonable –aconseja Fidor. –Cedric únicamente puede venir andando y serán varios días de camino. -Y con respecto a la presencia del rey Kirlog y su familia, en estos momentos, considero que no es aconsejable. No nos engañemos, príncipe, en el país debe haber en este momento muchos partidarios de Mauro, proclives a la invasión del País de los Silfos, que han visto frustrados sus deseos de enriquecerse a costa de los vecinos; gente que se ha enriquecido al amparo de ese rey miserable llamado Mauro. Esos elementos, que los hay sin duda y que están aquí presentes, merodeando a nuestro alrededor aunque desconozcamos su identidad, pueden considerar una provocación la presencia de la familia real silfa e intentar revolucionar a la población. No se puede pasar del blanco al negro de una forma tan drástica. Hay que dar tiempo para que la gente se habitúe a la nueva situación. A mi juicio no es aconsejable esa invitación en este momento. Me agradaría que el rey Kirlog y su familia estuviesen presentes en un acontecimiento tan relevante como este porque sé que el príncipe GeDodet se alegraría de ello, y tú especialmente, pero, insisto, considero que no es aconsejable. Ignoro cuál sea la opinión de tu padre.
-Fidor, como siempre, tiene razón, hijo. No debemos forzar la situación. Hasta hace unos días los silfos oficialmente eran enemigos de los elfos y muchos debieron creerlo así de buena fe porque siempre hay gente que cree en la honorabilidad de los que mandan y en sus palabras. Si ahora la cabeza visible de los silfos visitara nuestro país como invitado especial, mucha gente se escandalizaría y pudiera parecer una provocación que otros aprovecharían en su propio beneficio. Entiendo como Fidor que no es el momento adecuado –dice GeDodet mirando significativamente a su hijo.
AbErana acata de buen grado las razones de su padre y de Fidor.
Unos soldados colocan la espada encantada en un soporte de madera labrada y los elfos se disponen a repetir las pruebas para la elección del nuevo rey. La última vez fue con motivo de la designación de Mauro como rey, varios años antes. Solo que en aquella ocasión nadie consiguió extraer la espada de su vaina, ni siquiera el propio rey, pese a lo cual fue designado, sin que nadie se atreviese a protestar dada la presencia del rey de los trolls y sus soldados que rodeaban la plaza.
Varias decenas de elfos de edades diferentes se apuntan en las listas de pretendientes al trono para realizar la prueba, alegando tener algún derecho por múltiples motivos y especialmente alegando ser parientes lejanos de la familia Dodet. Cada aspirante sube al entarimado donde está el soporte de madera con la espada encantada, mira y remira el arma, la coge con decisión por la empuñadura, busca con el tacto algún botón oculto, tira de ella, primero con una mano, sin conseguirlo, luego con ambas, con el mismo resultado. Sin darse por vencidos, apoyan un pie en el soporte de madera y vuelven a tirar realizando un esfuerzo tremendo y recurriendo a todas las artimañas imaginables. El resultado para todos los aspirantes es idéntico. Nadie consigue sacar la espada de su vaina ni siquiera un milímetro. Cada vez que se produce la frustración del elfo de turno, la gente lo abuchea en medio de grandes risotadas, burlas y gritos de ¡fuera, fuera! y ¡farsante!
Algunos ancianos piden que lo intente el príncipe GeDodet pero el aludido, desde la tribuna que ocupa en lugar preferente, repite una vez más, que ha renunciado a su derecho y no está dispuesto a realizar ningún tipo de pruebas.
El elfo del púlpito llama a voces al príncipe AbErana para someterse a la prueba.
AbErana, vestido con un traje verde semejante al de su padre, sin ningún signo distintivo, porque oficialmente no es nadie, sube al entarimado donde se encuentra la espada. El silencio es sepulcral, absoluto, respetuoso, expectante. Jamás nadie de la estatura de aquel príncipe ha intentado la extracción de la espada. Todos saben que lo conseguirá porque lo han visto con ella empuñada, pero el momento es sagrado. Muchos de ellos, debido a su juventud, nunca presenciaron acto semejante pero conocen todos los detalles por haberlos oído referir a sus mayores. AbErana mira al público, saluda con una inclinación de cabeza a su padre y esboza una sonrisa; luego se concentra, coge la espada por la empuñadura, con dos dedos de la mano derecha, y, sin realizar ningún esfuerzo, consigue la extracción ante el rugido de felicidad de los elfos presentes que comienzan a aclamarlo como nuevo rey. Con aquel acto tan emblemático se cumple la tradición.
Tres días después de su entrada triunfal en Varich, AbErana resulta elegido rey de los elfos. La desaparición y abandono por parte de Mauro después de la humillante derrota sufrida en la frontera de los silfos; la renuncia del príncipe GeDodet a participar en la extracción de la espada de su vaina y a sus derechos prioritarios a ser designado rey; la aclamación popular al informar éste a todos los ciudadanos que el príncipe AbErana, su hijo, ha sido el único elfo capaz de extraer de su vaina la espada encantada del rey Dodet, como todos han podido comprobar, supone la designación y coronación del nuevo rey. Y como mérito personal del elegido, además de la extracción de la espada, haber derrotado a las huestes del rey Mauro formada por elfos y trolls.
Con la finalidad de mantener el mismo nombre de la dinastía, y por otro lado no renunciar al suyo propio, AbErana acepta la sugerencia de su padre y decide públicamente llamarse a partir de entonces AbErana, rey Dodet XIII.
La primera decisión del nuevo rey es la designación de Fidor como Consejero Principal del Reino, con mando sobre los restantes consejeros reales y encargado del gobierno del país durante las ausencias del rey. En virtud de tal designación, Fidor se convierte en el segundo elfo más poderoso del reino. El aludido ofrece resistencia al nombramiento y alega ciertos reparos al enorme poder que el rey pone en sus manos, pero la confianza que AbErana tiene en él, en su prudencia y sabiduría, son tan absolutas, que no tiene inconveniente en adoptar aquella importante decisión. Fidor, con aquel nombramiento, ve frustrados sus deseos de paz y tranquilidad. Su pretensión inicial de marcharse a vivir al campo con el príncipe Ge’Dodet para recordar tiempos pasados y realizar viajes de incógnito, es rechazada por unanimidad por Ab’Erana y Ge’Dodet. Es éste quien le convence de que su presencia es indispensable en el país en aquellos momentos históricos, para aconsejar al nuevo rey que carece de la preparación necesaria.
-Una vez Ab’Erana se haya consolidado como rey, conozca los entresijos de su nuevo cargo, podrás adoptar la decisión que creas conveniente –le dice Ge’Dodet. -Nada me gustaría más que tenerte a mi lado para comentar y recordar tiempos pasados, viajar como entonces por lugares desconocidos, organizar actividades musicales y partidas de caza, pero hoy nuestro pueblo y mi hijo te necesitan más que yo.
La segunda disposición adoptada por el nuevo rey, a petición de su padre, fue la de reducir los impuestos establecidos por Mauro para sufragar los gastos de la guerra. La tercera, amnistiar a todos los presos existentes en las mazmorras de Mauro, encerrados por mostrarse en desacuerdo con su régimen, como prueba de agradecimiento al pueblo elfo que tan generosamente había reaccionado a favor de la dinastía Dodet. Estas cuestiones aumentan la popularidad del nuevo rey que es aclamado en toda la ciudad.
Ab’Erana manda llamar al soldado Kunat el Viejo y le encarga la búsqueda del padre del soldado Bósor, el chico asesinado por su compañero de pelotón durante su primer encuentro con los elfos. Le pide a Kunat que no le advierta nada porque desea transmitirle a aquel elfo desconocido las últimas palabras de su hijo.
Fiel a su compromiso, y con carácter prioritario a cualquier otra obligación, Ab’Erana, convertido en el flamante rey Dodet XIII, pocos días después de su designación como rey, decide regresar al País de los Silfos en el carromato diseñado por su abuelo Cedric. Va al frente del mismo grupo de voluntarios que hicieron el viaje a Varich montados en los avestruces, acompañados de caballos de las cuadras reales para el regreso, con una cuádruple finalidad. La primera, recoger a su abuelo Cedric, tal como le prometió, e informarle de todo lo sucedido desde su separación. La segunda, agradecer a la ciudad de Jündika sus simpatías hacia la dinastía Dodet y el rechazo al rey Mauro, demostrados al cerrarle las puertas de la ciudad, obligándolo a montar el campamento fuera de las murallas y trastocar así los planes del malvado. La tercera, mostrar su agradecimiento a la princesa Radia por la cesión de los avestruces que tan eficazmente colaboraron en la resolución del problema planteado por la huida de Mauro. La cuarta, manifestar al rey Kirlog II su amistad hacia la familia real y el pueblo silfo. Pretende, además, demostrar a su abuelo que, pese a su cualidad de rey de los elfos, continúa siendo un chico respetuoso con sus mayores y fiel a su palabra. Interiormente, aunque esto no lo manifiesta a nadie, la causa principal de aquel viaje tan precipitado, es el enorme deseo que siente de ver de nuevo a la princesa Radia que, involuntariamente, se ha hecho dueña de sus pensamientos y de su corazón.
Ab’Erana, durante aquellos primeros días de estancia en Varich, encuentra a muchas chicas elfas, hermosas, atractivas y agradables, revoloteando a su alrededor, buscando sus miradas y sonrisas, demostrando sus cualidades; en definitiva, haciéndose presentes ante él, intentando que se fije en ellas. Con todas departe y a todas sonríe. Son hijas de personajes influyentes de la corte. Piensa que debe ser la misma situación que vivió su padre, antes de la elección de su madre. Todas son de pequeña estatura como la casi totalidad de los elfos y Ab’Erana apenas muestra especial atención por ninguna de ellas porque su mente, en el plano sentimental, está en el País de los Silfos, concretamente en una princesa silfa, muy alta, que le arrebató el corazón a primera vista. Ab’Erana no se ha enamorado nunca porque jamás tuvo oportunidad de conocer a ninguna mujer, salvo a su abuela y a la hija del buhonero, pero en el momento de ver a Radia tuvo el convencimiento de que la sílfide estará dispuesta a compartir su vida con él, como reina de los elfos, si llega a pedírselo. Lo vio en su mirada y en el gesto de ofrecerle sus avestruces amaestrados de forma tan desinteresada y generosa. Quizá tenga que luchar contra todos como hizo su padre al conocer a su madre pero está dispuesto a seguir el mismo camino. Y no cree que su padre se oponga después de haber pasado él por el mismo trance.
Ab’Erana envía a Picocorvo a la ciudad de Morac con un mensaje para Cedric, advirtiéndole de su llegada y haciéndole varias peticiones: que se desplace a la ciudad de Jündika y comunique a las autoridades que la primera visita que realizará el rey Dodet XIII será a esta ciudad, para agradecer a sus habitantes el comportamiento amistoso hacia la dinastía Dodet. Que transmita al rey de los silfos que visitará la ciudad de Morac para agradecer su colaboración y dar gracias a la princesa Radia por el préstamo de los avestruces.
Tiene la intención de regresar de inmediato a Varich para iniciar la campaña contra Mauro y los asquerosos y repugnantes trolls, aprovechando su momento de popularidad y la euforia de la gente. Este mensaje, consultado previamente con su padre y con Fidor, merece la aceptación de ambos. Muestran su conformidad con la idea porque mencionar la palabra trolls en la población elfa es algo semejante a mencionar a los demonios infernales y la idea de su expulsión del país es bien acogida en todos los ámbitos. Si grande es aquellos días la popularidad de Ab’Erana por haber derrotado a Mauro, mucho mayor lo es por haber destrozado al ejército trolls y haber ayudado a los soldados elfos cuando fueron atacados por éstos, como ya conocen todos a medida que los propios soldados narran a unos y otros los acontecimientos de la batalla. La popularidad de Ab’Erana, rey Dodet XIII, se dispara y todos ven con optimismo el final de los trolls en el país de los elfos.

4

El mensaje va lacrado y Picocorvo lo deja caer sobre el palacio real de Morac, un día, al atardecer. Solo pone como dirección “Para el abuelo Cedric”. Un servidor del palacio lo recoge y se lo lleva al rey. Este lo mira detenidamente y al comprobar que está cerrado y lacrado, ordena que se lo entreguen de inmediato a su destinatario donde quiera que esté.
Cedric se encuentra en una carpintería cuyas puertas permanecen herméticamente cerradas. En su interior un grupo de artesanos trabaja día y noche, sin que nadie, excepto los operarios, sepa qué se construye allí tan misteriosamente. El mensaje dice que ha sido designado rey de los elfos; que ha sentido profundamente que él no haya estado presente pero que razones de Estado lo imposibilitaron y que en los días siguientes se desplazará a Jündika y a Morac. Corre Cedric alborozado hacia el palacio real, da la noticia al rey Kirlog y especialmente a la princesa Radia por el interés de la chica por todas las cuestiones relacionadas con Ab’Erana. Cuenta lo ocurrido y manifiesta su intención de desplazarse al día siguiente a Jündika a comunicar la próxima llegada del nuevo rey Dodet XIII. Las dos princesas se ofrecen a acompañarle alegando que nunca han estado en la ciudad vecina pese a su cercanía, por motivos de seguridad, pero que en compañía de Cedric nadie osará molestarlas. Kirlog I se opone a la decisión de sus hijas pero Cedric las apoya.
-Iré encantado con estas dos preciosidades –exclama Cedric, entusiasmado con la idea.
-No sé si será aconsejable, Cedric. Temo que pueda ocurrirles algo –protesta la reina.
-¿Cree vuestra majestad, que alguien se atreverá a rozarles un cabello de la cabeza a las princesas yendo en mi compañía y empuñando mi bastón nudoso? –pregunta Cedric, sorprendido.
El rey y la reina se miran entre sí, luego miran a Cedric durante unos segundos, y finalmente aceptan la decisión de las princesas.
A la mañana siguiente, una comitiva formada por Cedric, provisto de su bastón nudoso, las dos princesas, montadas sobre dos avestruces, conducidos por dos domadores y dos soldados silfos se dirige a Jündika para dar la noticia de la inminente llegada de la expedición real y de las intenciones del nuevo rey de visitar la ciudad como primer acto oficial de su nuevo cargo y agradecer personal y públicamente a los ciudadanos su comportamiento con la dinastía de los reyes Dodet. Los elfos de Jündika agasajan a Cedric, como miembro de la familia Dodet y a las princesas del país vecino, con vítores y aplausos, prometen hacerle al nuevo rey un recibimiento apoteósico y los cargan de regalos y ramos de flores para las princesas que no caben en sí de gozo.
El día anunciado para la visita, Cedric abandona Morac en dirección a Jündika, para estar en la ciudad a la llegada de su nieto. Las princesas tienen intención de acompañarle de nuevo pero la reina se opone en esta ocasión tenazmente.
-No es propio de unas princesas actuar de ese modo. El rey Dodet XIII vendrá a palacio y aquí lo saludaréis y hablaréis con él cuanto se os antoje. ¿Qué pensarán los elfos al veros en Jündika esperando la llegada del rey? ¿Y el propio Ab’Erana, que pensará de vosotras, especialmente de ti, Radia?
-¿Por qué de mí especialmente?
La reina mira a un lado y otro y al comprobar que están las tres solas, dice en voz baja:
-Ab’Erana está enamorado de ti.
-¿Cómo lo sabes?
-Se le iban los ojos detrás de ti. Solo tenía ojos para mirarte. Hasta el abuelo Cedric se dio cuenta y me lo comentó.
-Y creo que tú también lo estás de él –dice Quina, sonriendo. -¿Por qué si no pasas el día preguntándole cosas sobre Ab’Erana al abuelo Cedric?
-Hay que cumplir el protocolo, hijas. Una princesa no puede ir de un lado a otro como si fuese una chica cualquiera, debéis comprenderlo. Además, entre una multitud como la que se reunirá en Jündika puede haber enemigos de Ab’Erana que pretendan haceros daño.
Más tarde, enterado Cedric del deseo de las princesas y de las razones de su madre, las mira y mueve la cabeza:
-Creo que la reina está en lo cierto, princesas. –Es aquí donde debéis estar para recibir a mi nieto como se merece. Estoy seguro de que a él le gustaría mucho ver a las princesas en Jündika, pero lo correcto es que lo esperéis aquí. Unas princesas no pueden ir por ahí como chicas normales –comenta, como si hubiese oído las palabras de la reina.
-¿Lo veis, hijas? El protocolo… –insiste la reina.
Más tarde, a solas con Radia, Cedric le dice algo que ruboriza a la princesa y la deja muda.
-Radia, eres una hermosura y no hay en el país de los silfos, ni en ningún otro, chica que pueda compararse contigo, pero quiero que estés deslumbrante cuando mi nieto venga al palacio. Te mira con muy buenos ojos y me gustaría que solo tuviese miradas para ti y tú para él. Me sentiré muy feliz si te casas con él y creo que él lo está deseando. Ab’Erana no ha conocido nunca a chicas y al verte quedó encandilado. Me di cuenta. Los dos os mirasteis de forma muy especial. Como embobados.
Radia, roja como una amapola, le da un beso a Cedric y desaparece corriendo.

5

Cuatro días más tarde, al atravesar la caravana de avestruces por el centro de Jündika, gritos de alegría y vítores de todo tipo atruenan la ciudad. Las alabanzas hacia el nuevo rey y las maldiciones contra Mauro, el usurpador y el miserable, como comienza a llamarle la gente, repitiendo las palabras que en otros momentos le dirigió Ab’Erana, se reiteran y resuenan por toda la ciudad.
Ab’Erana, rey Dodet XIII, revestido con un lujoso traje verde y una capa de armiño, entra risueño en la plaza principal de la ciudad empuñando la espada encantada y al verse rodeado de tanta gente que le aclama y aplaude sin cesar, se emociona. Ve a su abuelo Cedric que se encuentra en uno de los laterales de la plaza agitando las manos, en medio de aquel gentío, vestido con un lujoso traje rojo y verde y le devuelve el saludo con la mano en alto. Luego pide silencio y grita:
-¡Elfos, viva Jündika, ciudad fiel a la dinastía Dodet!
La gente ruge de emoción y alegría.
-La tiranía de Mauro, el usurpador y el miserable, ha terminado. Mauro es el pasado. En esta ciudad lo conocisteis bien. Por eso no lo aceptasteis. Desconocemos dónde se encuentra ahora ese malvado. Desapareció en el Desierto de las Calaveras e ignoramos dónde pudo esconderse, quizá haya buscado refugio en las cavernas de los trolls de donde nunca debió salir. He restaurado la dinastía Dodet en mi persona, por expreso deseo de nuestro pueblo que me ha elegido según las normas consuetudinarias, mediante el ritual que siempre se siguió para estos casos, extraje la espada encantada del rey Dodet de su vaina. Mi padre, el príncipe Ge’Dodet, preso durante veinte años de los trolls y de Mauro, renunció al título que legítimamente le correspondía y por aclamación de todos los elfos residentes en Varich, fui elegido rey de los elfos. Hoy vosotros estáis ratificando mi designación con vuestros gritos de alegría y aplausos. Soy el predestinado que puede usar la espada encantada del rey Dodet. ¡Mirad! –grita, al tiempo de dar unos mandobles al aire, guardar la espada en su vaina roja y extraerla de nuevo, sin ninguna dificultad. –Os garantizo que sabré usarla con dignidad para mantener la justicia y la libertad de nuestro pueblo. He querido venir a esta ciudad antes que a ninguna otra, para agradeceros el comportamiento generoso y de simpatía que siempre demostró Jündika con la dinastía Dodet. Los reyes Dodet siempre buscaron la paz. Yo quiero la paz en el interior del país y con los demás países. Especialmente deseo la amistad con el pueblo silfo, nuestros vecinos y amigos de toda la vida. ¡Viva Jündika!
Los gritos de alegría se propagan por toda la ciudad y durante la media jornada que permanece el rey en ella hay fiestas y alegría a raudales. En el ayuntamiento de la ciudad Ab’Erana designa como delegado real, a un elfo de mediana edad, justo y ecuánime, recomendado como elfo honorable por Ge’Dodet, Fidor y Arag, que goza de un merecido prestigio en la población. Visita los lugares más emblemáticos de la ciudad; entra en los edificios y en algunas viviendas particulares y finalmente, al despedirse, muchos elfos le acompañan hasta la llamada Tierra de Nadie, entre las fronteras de elfos y silfos.
Al llegar al punto en que se desarrolló la batalla, Ab’Erana, rey Dodet XIII, hace un alto, se vuelve hacia el gentío que le acompaña y grita:
-Lucharemos para que esta llamada Tierra de Nadie se convierta en Tierra de Todos y sirva para unir a los pueblos elfos y silfos, y no para separarlos como pretendió Mauro. Cuentan mi padre y mis consejeros, que en épocas anteriores a Mauro, hubo una estrecha amistad entre los reyes y los pueblos de ambos países y así deben continuar las cosas. Guardemos un momento de silencio en recuerdo de los elfos caídos a manos de los trolls el día de la gran batalla que puso fin al reinado de Mauro.
Se produce un sepulcral silencio y una explosión de alegría momentos después.
Ab’Erana, rey Dodet XIII, subido al carro arrastrado por los dos avestruces, se dirige a la frontera silfa con lágrimas de emoción en los ojos.

6

Cedric abandona Jündika antes de que lo haga la comitiva real, para estar presente en la recepción que van a ofrecerle en Morac y también para ultimar ciertos detalles de su interés.
En la ciudad de Morac, “el abuelo Cedric”, -como todos le llaman cariñosamente,- ha adquirido por derecho propio, una popularidad inusitada. La gente se acerca a él sin temor alguno. Gente de todas las edades, ricos y pobres, le requieren y le preguntan por el Mundo de los Hombres. Le piden explicaciones sobre cómo fue el encuentro y matrimonio de su hija Erana con el príncipe Ge’Dodet. Cómo fue el nacimiento de su nieto en la cabaña del Bosque Maldito. Cómo su nieto encontró el águila malherida. Cómo vivieron en el bosque hasta la llegada de Fidor. Qué aventuras le sucedieron durante el viaje realizado hasta llegar al País de los Silfos. Cedric sonríe y cuenta los hechos con tal intensidad y emoción que la gente parece estar viendo la curación de Fidor, la pelea contra los elfos que pretendían matar a Fidor, el encuentro con Latefund de Bad, la pelea mantenida contra los salteadores de camino de la Banda de los Árboles y hasta los mandobles que propinaba la espada encantada. La gente se entusiasma con sus narraciones y le aplauden como si se tratase de un experimentado cuenta cuentos, y de todas partes lo llaman e invitan para hacerle preguntas sobre todas las cosas, en la creencia de que, al ser de tan gran estatura, debe saberlo todo. A veces, ante alguna pregunta absurda o impertinente, Cedric suelta una carcajada tan estrepitosa que hace temblar a sus interlocutores que se encogen asustados sin saber qué sucederá. Siempre se muestra asequible a todos y amable en exceso. Incluso presta ayuda para subir piedras muy pesadas para la construcción de un edificio, al comprobar el tremendo esfuerzo que tienen que realizar los obreros. En muy pocos días se gana el fervor popular. Los silfos, además, y principalmente, le están muy agradecidos al ser conscientes de que gracias a él, a su nieto con la espada encantada, a Fidor y al águila, la victoria sobre Mauro fue posible. También son conscientes de que gracias a aquella intervención se libraron de una muerte cierta, o, cuando menos, de la esclavitud.
La entrada de Ab’Erana, rey Dodet XIII en Morac es aún más apoteósica que en Jündika. Toda la ciudad sale a recibir a la caravana de avestruces encabezada por el joven rey subido al carro diseñado por el abuelo Cedric. La inmensa mayoría, por agradecimiento y por presenciar el encuentro del rey y la princesa Radia al haberse corrido el rumor de que él se ha enamorado de ella; los menos, por simple curiosidad.
En todo el recorrido por la ciudad se ven flores y banderas con los colores elfos y silfos, verde y rojo-verde, y multitud de letreros alusivos al rey de los elfos y en todos ellos le llaman “Ab’Erana, rey Dodet XIII, el Amigo Libertador”, designación en la que tuvo algo que ver la influencia del propio Cedric. El paso por las calles de la ciudad se transforma en un auténtico paseo triunfal que emociona a Ab’Erana, que no cesa de responder a los saludos de la gente que le vitorea.
Al fin llegan a la puerta del palacio del rey Kirlog. Esperan a la comitiva, el propio rey, revestido con sus mejores galas, un traje verde y rojo y una capa azul ribeteada de blanco; la reina Patra con un traje lila y corona en la cabeza y sus dos hijas, Quiva, vestida de rojo y Radia, de verde, engalanadas las dos con preciosas diademas. En especial Radia, haciendo honor a su nombre, y cumpliendo con la petición de Cedric, está radiante de belleza y alegría y tanto su madre como su hermana muestran hacia ella una deferencia especial, como si tuviesen certeza de que será la elegida del rey de los elfos para esposa.
Al llegar la comitiva a la plaza del palacio real, Ab’Erana ve a Cedric ocupando un lugar de privilegio junto a la familia real silfa que está situada sobre un entarimado para encontrarse a la misma altura que el nuevo rey. Forman una extraña estampa, casi grotesca, de un hombre con una estatura cercana a los dos metros junto a una serie de personajes diminutos que apenas le llegan a los hombros, pese a estar subidos en el entarimado, magníficamente ataviados todos ellos.
Ab’Erana, rey Dodet XIII, revestido con los signos de su realeza, sin abandonar la espada encantada que lleva colgada a la cintura, ni a Picocorvo que descansa en su hombro, baja del carro y se funde en un abrazo con el rey Kirlog, entre los aplausos y gritos de la multitud; luego saluda a la reina Patra y a la princesa Quiva de forma ceremoniosa como le ha enseñado Fidor que debe hacer. Finalmente se enfrenta con Radia, le toma ambas manos y mirándola fijamente a los ojos, le da las gracias por la cesión de los avestruces y le manifiesta que de no haber sido por ellos, quizá Mauro hubiese conseguido llegar a Varich y el final de los acontecimientos hubiese sido otro muy diferente. Radia, roja como una amapola, al sentirse el punto de mira de todos los presentes, baja la mirada y responde:
-Me alegra mucho saber que te han sido de utilidad y que gracias a su rapidez pudiste evitar que Mauro llegara a Varich. Me siento muy feliz por ello.
-Han sido de suma eficacia. Corren como los caballos y han tirado del carro con una fuerza increíble –responde Ab’Erana, sonriendo con nerviosismo, sin soltarle las manos. -Aquí te los devuelvo junto con sus cuidadores, sanos y salvos.
-¿Te gustan mis avestruces? –pregunta Radia.
-Son unos ejemplares magníficos.
-He decidido regalarte seis de ellos para tu uso personal. ¿Los aceptas?
-¿Para mi uso personal? Cualquier regalo tuyo lo acepto sin pensar –responde Ab’Erana, sonriendo. -¿Qué debo hacer con ellos, montar uno diferente cada día o dos a la vez para distribuir mi peso?
Radia se ríe a carcajadas ante la mirada inquisidora de su madre.
-¡Radia! –exclama la reina.
Radia se lleva las manos a la boca y cesa en la risa, para aclarar, sin perder el rubor:
-No. No son para montarlos sino para tirar del nuevo carro que tu abuelo Cedric ha diseñado y mandado construir para ti a marchas forzadas, durante tu ausencia. Dice que es un carro precioso aunque no ha permitido que nadie lo vea, ni siquiera yo.
La carcajada de Cedric causa sorpresa y miedo entre los asistentes, por lo inesperado, y por la ausencia total de protocolo.
Ab’Erana, ríe a su vez paseando la mirada de Radia a su abuelo, esperando alguna explicación.
-¡Traed el nuevo carro! –ordena Cedric, guiñándole a su nieto. –Es una sorpresa, hijo. Pensé que al regresar a Varich deberíamos ir juntos y cómodos, ya estoy viejo para soportar los traqueteos de ese carromato que llevas o para realizar unas caminatas interminables a través de ese llamado Desierto de las Calaveras, que no sé cómo es pero del que todos hablan muy mal. Y comprenderás que ninguno de esos caballos que traes podrá soportar mi peso. Espero que el nuevo carro sea de tu agrado y... y del agrado de alguien más –termina diciendo, mirando fijamente a Radia, que vuelve a enrojecer.
Varios silfos aparecen por una de las esquinas de la plaza arrastrando una preciosa y enorme carroza con asientos para dos personas.
Surgen por todas partes exclamaciones y gritos de admiración, incluso en los miembros de la familia real, que ignoran los trabajos que los carpinteros artesanos preparaban bajo la dirección de Cedric. Tras las exclamaciones se produce una salva de aplausos entre todos los asistentes.
Es una preciosa carroza cubierta, con asientos para dos ocupantes, con unos vistosos adornos dorados que causan admiración de los presentes. Especialmente la expresión de la reina Patra, que se queda con la boca abierta, es significativa.
Cedric pide silencio con sus manazas y dice:
-Es una sorpresa para todos. Pedí discreción a los carpinteros para que no revelasen a nadie el tipo de trabajo que estaban realizando y lo han cumplido escrupulosamente, o eso creo. Solo la princesa Radia lo sabía aunque nunca llegó a verla. Ha sido un trabajo bien hecho, como si lo hubiesen realizado manos mágicas, y han conseguido una auténtica joya –le interrumpen los aplausos de los asistentes. -Voy a ser muy sincero en mis palabras y si digo algo inapropiado o improcedente, ruego a los afectados que me perdonen. No sé si ocurrirá, pero me gustaría que así fuese –dice de forma enigmática, como si se tratase de un acertijo. -Esta carroza se ha construido por dos motivos. El segundo, para trasladar a mi nieto y a mí a Varich en nuestro viaje de regreso que al parecer se producirá de forma inmediata; y el primero, y fundamental, porque tengo la esperanza de que mi nieto, que es un chico muy inteligente y con un gusto exquisito, regrese un día no lejano, quizá muy pronto, para solicitar al rey Kirlog II y a la reina Patra, la mano de la princesa Radia, contraer matrimonio y regresar a su nuevo país. Y es mi deseo que lo hagan en esta carroza, con las máximas comodidades posibles.
Comienzan los rumores, los aplausos, las miradas de sorpresa entre unos y otros y Cedric se siente obligado a continuar:
-Las palabras que acabo de pronunciar son un deseo, exclusivamente mío, fundado en la experiencia que tengo de la vida, en las miradas que he visto cruzarse entre ellos, en el interés demostrado por la princesa sobre la vida de Ab’Erana, durante mi agradable estancia en este país, y porque me gustaría mucho que se casaran y me convirtieran en bisabuelo, con un biznieto o bisnieta con una oreja de elfo y otra de silfo.
Todos los presentes quedan sorprendidos ante las inesperadas palabras de Cedric. Se produce un silencio impresionante que inmediatamente se rompe con una salva de aplausos del gentío que abarrota la plaza. Ab’Erana no sabe hacia donde dirigir la mirada. La princesa, avergonzada y roja como una amapola, se lleva las manos a la boca, sin saber tampoco en qué dirección mirar, para finalmente acabar abrazada a su madre que la acoge sonriendo alegremente. La princesa Quiva comienza a aplaudir uniendo sus aplausos a los del gentío.
Pasado el primer momento de sorpresa, Kirlog II y la reina Patra baten palmas también, mostrando públicamente su entusiasmo por las palabras que acaba de pronunciar Cedric. Evidentemente para los reyes silfos aquella unión es de su agrado. La reina Patra separa a su hija para que participe activamente en el gran acontecimiento, como única protagonista, en las conversaciones referidas a su propio futuro. La princesa queda frente al rey Dodet XIII aunque manteniendo la mirada en el suelo.
Todas las miradas se concentran en el rey Dodet esperando algunas palabras relacionadas con lo manifestado por su abuelo. Y aunque en un principio el aludido parece tan sorprendido como el resto de los presentes, por lo inesperado de la noticia, sabe reaccionar de inmediato, pide silencio ante la algarabía y gritos de entusiasmo que las palabras de su abuelo han causado entre la población, especialmente femenina, y dice:
-Sería muy agradable para mí que se cumplieran los pronósticos de mi abuelo. La princesa Radia es preciosa y quedé prendado de ella desde el momento que la vi por primera vez. Cuando supe que Mauro pretendía convertirla en su esclava, algo se reveló en mi interior y comprendí en aquel instante que la princesa representaba mucho para mí. Al ofrecerme luego sus avestruces comprendí que además de la belleza física que refleja su rostro, encierra en su corazón otras virtudes que no pienso enumerar ahora pero que llegaron a lo más profundo de mis sentimientos. Afirmo solemnemente que estoy dispuesto a que se cumplan los deseos de mi abuelo, porque son idénticos a los míos y porque siempre fui un chico obediente, como él puede acreditar. Solo quiero decir, además, que el astrólogo Arag, Consejero de mi nuevo país, le vaticinó al rey Mauro que yo sería nombrado rey de los elfos y contraería matrimonio con una princesa de raza diferente a la mía. La primera parte del vaticinio se ha cumplido. He sido nombrado rey de los elfos en la ciudad de Varich hace muy pocos días. Me alegraría mucho que la princesa a la que se refiere el astrólogo sea Radia. Y si se refería a otra diferente, el astrólogo se equivocará en esta ocasión, porque ella es la elegida por mí. Ignoro lo que pensará ella.
Todos los presentes miran a Radia y esperan alguna palabra o gesto que indique cuál es su decisión. En el momento de asentir con un movimiento de cabeza, todos los asistentes comienzan a aplaudir y a gritar, mostrando su alegría.
Ab’Erana pide silencio con un movimiento de las manos y dice:
-Ha sucedido todo con tal rapidez y de forma tan inesperada y sorprendente que conviene recapacitar sobre ello. Yo lo tengo decidido porque he podido pensar en esta posibilidad durante los días pasados. Radia siempre estuvo en mis pensamientos desde que la vi por primera vez. Ella debe decidirlo con tranquilidad y sosiego mientras yo cumplo una misión que juré realizar: decidí expulsar del país a los asquerosos y repugnantes trolls, y acabar con traidores como Mauro e Inicut. Son cuestiones que quiero dejar zanjadas antes de unirme a Radia. No deseo casarme y tener que partir a una guerra contra los trolls, como le sucedió a mi padre.
Los gritos de entusiasmo de los silfos se acrecientan y multiplican ante las razonables palabras del rey.
En realidad todos desean lo mejor para la princesa Radia, revestida de grandes virtudes y a la que todos quieren y respetan. Su desmesurada estatura hace casi imposible que pueda contraer matrimonio con algún silfo ya que todos le llegan al hombro. En cambio, el nuevo rey Dodet XIII, por su cualidad de elfo-hombre, es bastante más alto que ella y hacen una pareja encantadora.
-¡Un momento, por favor! –pide Ab’Erana. -Voy a hacerle una petición a la princesa Radia delante de toda la población. Voy a regresar a Varich con mi abuelo en esta nueva y preciosa carroza que irá tirada por los seis avestruces que la princesa acaba de regalarme. Le pido como favor especial que me ceda el resto de sus avestruces amaestrados para la campaña que voy a iniciar contra los trolls. Los soldados elfos, armados con largas lanzas y montados sobre los avestruces, serán difíciles de vencer. Quiero ofrecerle a la princesa un reinado de paz y prosperidad y no deseo que le ocurra como a mi madre que estuvo sola en el país porque mi padre guerreaba contra los trolls de forma casi permanente. Al finalizar la campaña contra los trolls regresaré a Morac para devolver los avestruces, casarme con ella, si así lo desea, y lo autorizan los reyes Kirlog y Patra.
-Nos sentiremos muy honrados con ese matrimonio propuesto de forma tan original por el abuelo Cedric –responde el rey Kirlog, sin dudar un solo instante, como si hubiese esperado aquella proposición por parte del joven rey Dodet. –De ese modo, además, se estrecharán los lazos de amistad entre ambos pueblos y volveremos a la época anterior a Mauro. ¿Qué dices tú, hija?
La princesa alza la vista, mira a la gente que le rodea y luego clava en Ab’Erana su mirada clara.
-Puedes llevarte de nuevo los avestruces. Los amaestrados, los que están sin amaestrar y los amaestradores para que todos ellos puedan serte de utilidad. Debes derrotar a Mauro hasta aniquilarlo. Me pongo enferma solo de pensar que ese degenerado pudiese llevar a cabo sus intenciones con respecto a mis padres, a mi hermana y a mí. Cuando acabes la campaña y vengas a Morac no traigas los avestruces. Déjalos en tu nuevo país para que cuando regresemos juntos en esta carroza pueda disfrutar allí de ellos. Te prometo que esperaré anhelante tu regreso.
Hay un rugido de satisfacción entre todos los presentes, e incluso Cedric lanza un grito que acalla momentáneamente la explosión de alegría del público asistente.
-¡Este compromiso requiere celebración! –grita el rey Kirlog, entusiasmado. –Organizaremos una fiesta popular en la plaza, esta misma tarde, para celebrar el feliz acontecimiento. ¡Corred y propagad la noticia a todos los ciudadanos de Morac! ¡Habrá baile y alegría para todos!
Los reyes Kirlog y Ab’Erana-Dodet XIII sen marchan al interior del palacio después de saludar a los allí aglomerados; las princesas junto con el mayordomo se apresuran a ordenar los preparativos para la anunciada fiesta, mientras la reina Patra permanece en la puerta del palacio contemplando entusiasmada la carroza, mezclada con el público que también la admira. Cedric permanece junto a ella.
-¡Es preciosa! Cedric, le quedaré muy agradecida si da a los artesanos las instrucciones necesarias para que construyan otra exactamente igual a esta en su forma, aunque bastante más reducida de tamaño. Me encantaría disponer de ella para mis desplazamientos.
-Su petición llega tarde, majestad. Imaginé que lo desearía y me tomé la libertad de ordenarlo. Los artesanos tenían la orden de preparar dos carrozas iguales, una para vuestra majestad, y otra para la princesa y mi nieto, pero los acontecimientos se han desarrollado con tal rapidez que ha sido imposible terminarlas ambas. Pensé que mi nieto se retrasaría algunos días más, pero sin duda, estaba impaciente y deseoso de ver a la princesa. Antes de tres días la segunda carroza estará terminada.
-¡Oh, Cedric! Qué agradecida le estoy también por este detalle. Es usted un hombre encantador. Le diré a mi hija que deje aquí un par de avestruces para tirar de ella.
-No tiene ninguna importancia, majestad. Se han portado ustedes tan bien conmigo durante mi estancia en el país que todo me parece poco para satisfacer sus deseos. Me siento muy feliz por todo, pero especialmente porque mi nieto se haya enamorado de vuestra hija.
-También mi marido y yo estamos muy contentos de que nuestra pequeña Radia contraiga matrimonio con Ab’Erana. Cuando lo vimos por primera vez vestido de harapos estaba horribles, aunque se le veía fuerte y musculoso. Estaba hermoso, pero ahora, revestido con los ropajes reales, no tengo palabras para expresar mi admiración. Ab’Erana es un muchacho encantador y estoy convencida de que hará muy feliz a la princesa.
-Es un chico excepcional en todos los sentidos, majestad. Lo he criado como si fuese mi propio hijo. Es fuerte, valiente y anda sobrado de inteligencia, pero no sabe nada de la vida, ni de amores. Todos tendremos que ayudarle un poco.
-¿Cree usted, Cedric, que las cosas relacionadas con el amor pueden enseñarse de unos a otros?
Cedric se rasca la cabeza, y permanece pensativo durante unos segundos.
-Lo ignoro, majestad. En cuestiones de amor también yo tengo poca experiencia. Y la que tenía se me olvidó con el paso de los años.
-Por cierto, Cedric, ¿cómo adivinó los sentimientos de mi hija y de su nieto? ¿Es que él le dijo algo en algún momento?
-¡Majestad! No había más que ver las miradas que se dirigían desde que se conocieron. Mi nieto miraba a la princesa como embobado y ella a él como alelada. Cuando ella comenzó a preguntarme detalles de su vida, durante todo el día, no tuve duda alguna y sentí una alegría infinita. Radia es encantadora.
-¡Claro que lo es! Tiene un corazón enorme. Solo hay que desearles que sean felices.
-No tengo dudas de que lo serán.

7

Ab’Erana le pide al rey Kirlog que lleven a su presencia al general Calabrús que permanece encerrado e incomunicado en las mazmorras del palacio.
Al dejarle los soldados en el salón real, Ab’Erana ve a un elfo abatido y envejecido pese al poco tiempo que lleva privado de libertad. El preso abre los ojos sorprendido al reconocer al joven de los harapos revestido con ropajes reales. No cabe duda de que es él. Además, lleva sobre el hombro al enorme pajarraco que le raptó.
-¿Qué ha ocurrido exactamente? –pregunta, sorprendido.
-¿No sabes nada? –inquiere Ab’Erana mirando al propio tiempo al rey Kirlog.
-El hecho de continuar preso me hizo sospechar que la invasión no llegó a producirse, pero ignoro lo ocurrido. He permanecido incomunicado y nadie me informó de nada –responde el general.
-Dijiste la verdad, Calabrús. Había tropas estacionadas en Ubrüt y Mauro en el momento de ordenar la invasión, envió una paloma con la orden de atravesar la frontera de Ubrüt y arrasar la ciudad de Grandollf, matar silfos, quemar casas y arrasar cosechas.
-¿Entonces?
-La paloma no llegó a su destino. Fue interceptada por Picocorvo. Mauro fue derrotado en la Tierra de Nadie.
-¡No es posible! –exclama Calabrús. -Nuestro ejército era más numeroso y los trolls...
-Los trolls sufrieron el mayor descalabro de su historia en el primer ataque. Más de la mitad cayeron en la trampa de las zanjas y otros muchos fueron abatidos por las flechas de los silfos y por la espada encantada del rey Dodet. Los soldados elfos retrocedieron. Mauro mató a un soldado elfo y aquel acto tan criminal exasperó a los soldados que comenzaron a abuchearlo; perdió el control y ordenó a los pocos trolls que quedaban vivos que atacaran a los elfos. Tuve que acudir raudo a defender a nuestros soldados y entre todos acabamos con los trolls supervivientes. Todos los soldados elfos, al verme con la espada empuñada y cómo salí en su defensa, se pasaron a mi bando. He sido proclamado rey de los elfos en la ciudad de Varich, siguiendo el protocolo inmemorial establecido para la designación de los reyes. El pueblo de Varich y el de Jündika me han aclamado como su nuevo rey y he recibido el juramento de fidelidad de los personajes influyentes del reino. A mí y a la dinastía de los reyes Dodet.
-¿Qué ha sido de Mauro?
-No lo sé. Huyó de aquí como una rata y desapareció en el Desierto de las Calaveras. Es posible que se ocultara en las galerías subterráneas de la Ciudad Perdida –aventura Ab’Erana.
-¿Sabes también que toda la Ciudad Perdida está minada de galerías?
-Ya lo ves. He sido informado convenientemente. Todo para el vencedor y nada para el vencido. Es la norma. Oficialmente quedan muy pocos partidarios de Mauro en el país.
-Entonces... ¿Eres el nuevo rey de los elfos, en verdad?
-Ya te lo he dicho. Por eso te he mandado traer a mi presencia. Ha llegado el momento de que ajustemos nuestras cuentas, Calabrús.
-¿De qué? –pregunta el general con cierto temor en la voz.
-¿Lo has olvidado? Te prometí que si derrocaba a Mauro y era designado rey de los elfos te dejaría en libertad si no habías participado en la detención ni retención de mi padre.
-Nunca intervine en ese asunto.
-Lo he comprobado.
-¿Entonces? ¿Me dejarás en libertad como prometiste?
-Los reyes deben cumplir sus promesas y ser magnánimos.
-Seré sincero contigo. Nunca creí que lo hicieras.
-Un rey solo debe tener una palabra. Eres libre para ir a cualquier parte del Mundo de los Seres Diminutos, con excepción del País de los Elfos y este de los silfos. Prométeme que te exiliarás del país, voluntariamente.
-Es una pena muy dura para mí. Amo a mi país sobre todas las cosas, aunque te cueste creerlo.
-Si intentas entrar serás detenido y encarcelado.
-Te prometo que no regresaré. Desde aquí mismo me marcharé a cualquier parte, no sé adónde. ¿Viendo tu generosidad, puedo hacerte dos peticiones?
-¿Cuáles?
-Dame la posibilidad de que algún día pueda regresar, si te convenzo de mi fidelidad hacia ti, aunque solo sea para vivir los últimos días de mi vida en el último rincón del país.
-Quiero ser magnánimo contigo, Calabrús, porque gracias a tu declaración conseguimos evitar una tragedia irreparable entre elfos y silfos. Todo es posible. Dejemos pasar algún tiempo y ya veremos.
-Te enviaré un mensaje cualquier día, cuando la nostalgia me resulte insoportable.
-Con muestras claras de arrepentimiento por el mal que hiciste a las órdenes de Mauro. No se te ocurra buscarlo y volver con él porque los días de Mauro están contados y sería tu perdición. Deja pasar algún tiempo.
-Así lo haré. Tengo otra petición.
-Dime cuál es.
-¿Qué represalias adoptarás contra mi familia?
-¿Represalias contra tu familia? Ninguna.
-¿Dejarás que mi esposa e hijos, de los que nada sé, se puedan reunir conmigo o continuar en el país manteniendo sus bienes?
-Ellos no cometieron delito alguno. Pueden seguir tu camino o permanecer en Varich. Dime donde irás y me cuidaré de hacer lo que ellos deseen.
-¿No los molestarán y podrán continuar viviendo en nuestra casa?
-Nadie lo hará. Podrán vivir en la casa que ocupan o en el lugar que se les antoje y no serán molestados por nadie. Te lo prometo. Cuando estés asentado en el país elegido, dímelo y si ellos desean ir contigo, así será. -Toma estas monedas, te serán necesarias para reorganizar tu vida. No es justo que un general elfo vaya por el mundo como un limosnero –dice Ab’Erana entregándole una bolsa con monedas.
Inesperadamente Calabrús se arroja al suelo y besa los pies de Ab’Erana.
-Eres muy generoso, majestad. Mauro me habría cortado la cabeza. Te juro que te respetaré, no atentaré contra ti de ninguna forma y proclamaré a voces tu generosidad. Te enviaré constantemente cartas pidiéndote que me permitas regresar.
-Hazlo. Quizá en algún momento sienta debilidad y te perdone.
-Te enviaré una carta desde cualquier parte, comunicándote mi residencia. Gracias, majestad. Eres un rey justo como jamás conocí a ninguno.
-Te deseo suerte.
-Toma –dice el rey Kirlog, emocionado. –Es un salvoconducto para que puedas abandonar nuestro país sin que nadie te moleste. Tampoco podrás residir aquí en tanto no seas perdonado por el rey Ab’Erana-Dodet XIII. Unos soldados te acompañarán hasta la frontera con el País de los Hielos y te entregarán comida y agua.
Calabrús, hundido y cabizbajo, abandona el salón real custodiado por dos soldados, camino del exilio. Al llegar a la puerta se vuelve, sonríe y dice:
-En esta situación Mauro habría ordenado decapitarme y arrastrar mi cuerpo por un caballo.
-Por suerte para ti yo no soy Mauro.

miércoles, 28 de mayo de 2008

LA CHICA DE LA BURBUJA

Pues sí, Carolina, tienes razón. Voy a intercalar entre los capítulos de la novela La espada encantada del rey Dodet, algunos comentarios de esos que sabes me gusta hacer de vez en cuando, criticando lo que me parece mal hecho.

La chica de la burbuja se llama Elvira Roda, es ingeniera y está aquejada de una enfermedad llamada SQM, o lo que es lo mismo Sensibilidad Química Múltiple, que al parecer sufrió cuando se dedicaba al diseño industrial en Castellón de la Plana. Lleva varios meses de tratamiento en Dallas -EE.UU.-, único lugar en el mundo en el que se trata esta enfermedad. La clínica le supone un gastos mensual de 15.000 euros, según leo en la noticia. No le puede dar el aire. No puede oler ningún perfume, ni nada. No puede respirar el oxigeno del medio ambiente. No puede ser rozada por nadie. Vive en una auténtica burbuja completamente aislada. Es española, de Castellón de la Plana, en la Comunidad Valenciana.

La clínica de Dallas le ha dado el alta indicándole que puede seguir el tratamiento en España y su familia le han acondicionado un apartamento en la playa, completamente aislado e higienizado para que pueda vivir encerrada.
Pero hay un problema de 80.000 euros. Es lo que vale un avión preparado adecuadamente para trasladarla desde EE UU a España.
La Generalidad Valenciana dice que se harán cargo de los gastos del tratamiento cuando esté en España. El Gobierno del señor Zapatero, a través del Ministerio de Asuntos Exteriores, al parecer, no dice ni pío.
Diga yo que si estuviésemos en época de elecciones estatales o autonómicas, los dirigentes del PP valenciano o del PSOE nacional, estarían "despelotándose" para ver quien actuaba primero y se apuntaba el tanto. Porque esos actos de humanidad venden mucho en determinadas épocas de la legislatura. Pero casualmente ahora no hay elecciones a nada y la pobre Elvira Roda, como Dios no lo remedie o alguna entidad filantrópica comprenda que esto es un acto de humanidad, se quedará en la clínica pagando los 15.000 euros mensuales que no sé de dónde los sacarán, porque según las noticias que leo en Internet, la situación económica familiar está llegando a sus límites.
Pienso que cualquier viaje de S.M. el Rey de España a Hispano-América, o del señor Zapatero a la Comunidad Europea, con los gastos de aviones, personal de guardaespaldas, sueldos y dietas, debe costar un auténtico pastón. Mucho más que los 80.000 euros de Elvira.
Lo mismo que enviaron un avión a recoger a los marineros secuestrados en Somalia, digo yo dentro de mi desconocimiento, ¿tan gravoso le resulta al Estado o a la Autonomía Valenciana gastarse 80.000 euros en traer a esa chica española con la cantidad de 80.000 euros que se despilfarran a diario por el Estado y las Autonomías?
Vamos, anda.