sábado, 21 de junio de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY ODET- NOVELA

Transcribo a continuación el Capítulo XVIII de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.
Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)

CAPÍTULO X V I I I

La Ciudad Perdida

1

Tanto Fidor como los consejeros consultados coinciden con las apreciaciones de Ge’Dodet de que Cedric no debe acompañar al rey en su viaje por el país y sí permanecer en la ciudad junto a Fidor. Alguien propone y así se acepta que Cedric organice la ampliación del palacio real con una estancia de puertas y techos más altos donde puedan reunirse el rey y su abuelo y un departamento en el que éste pueda vivir holgadamente.

Ab’Erana, acompañado por varios consejeros y militares de alta graduación, viaja por todo el territorio elfos con intención de conocer la opinión de los habitantes del país. Lleva con él a Picocorvo, al que todos los elfos miran con admiración y manifiesto temor. Hace un recorrido por todos los rincones del país en una marcha maratoniana, visitando ciudades y aldeas, subiendo y bajando montañas, cruzando ríos, atravesando valles, etcétera. Habla personalmente con la gente de todas las clases sociales. Conoce sus problemas. Pasa al interior de las casas. Se entera de sus esperanzas y necesidades. Adopta medidas para promover el bienestar de los grupos más desamparados. Se entristece en algunos momentos y la alegría se refleja en su rostro en otros. Acepta todos los actos de homenaje que le ofrecen sin demostrar en ningún momento temor ni preocupación. Siempre tiene a la mano la espada encantada del rey Dodet que se ve obligado a sacar de su vaina en cada visita para demostrar palmariamente que puede hacerlo sin esfuerzo alguno y que es el predestinado de la dinastía Dodet. Y en muchas ocasiones se ve obligado a mostrar las cualidades del águila que siempre lleva sobre el hombro y le acompaña a todas partes. Tanto para él como para sus acompañantes, el viaje se convierte en un completo éxito. El joven rey se siente arropado en todo instante por la totalidad de la población que le aclama por dondequiera que pasa. La alegría de los elfos llega al paroxismo al comprometerse el rey en todas sus intervenciones a bajar radicalmente los impuestos establecidos por Mauro, en cuanto regrese a Varich. También anuncia que aquellos que no dispongan de bienes no pagarán absolutamente nada e incluso podrán recibir ayudas de las arcas reales.

Además, llega a la conclusión de que el primer deseo del pueblo elfo es, sin duda, la expulsión de los trolls que ocupan cargos importantes, algunos desde muchos años atrás, privando de esos puestos a los propios elfos; en segundo lugar la recuperación del Valle Fértil de manos de los trolls; y en tercero, la reducción de los impuestos.

A su regreso a Varich, Ab’Erana informa a su padre del resultado del viaje, le refiere las experiencias adquiridas, las impresiones recibidas en cada una de las poblaciones visitadas y de cuales son, a su juicio, los deseos principales del pueblo elfo.

Su padre, a su vez, le hace entrega de un mapa detallado sobre la Ciudad Perdida en el que aparecen los accesos a las galerías subterráneas conocidos por el profesor Tartiers.

En esos días el soldado Kunat le comunica que a la puerta del salón real está el padre del soldado Bósor. Lo hace pasar de inmediato. Es un elfo de edad avanzada, de muy baja estatura, y por sus vestidos Ab’Erana deduce que debe ser pobre como las ratas. El elfo mira al rey con temor. Ignora el motivo de su presencia allí.

-¿Qué quieres de mí? –pregunta con un hilo de voz. –No he hecho nada malo ni fui partidario de Mauro.

-¿Dónde vives? –pregunta Ab’Erana buscando una sonrisa bondadosa, para infundir ánimos al visitante.

-En los arrabales.

-¿De qué vives?

El elfo se encoge de hombros y guarda silencio.

-¿No tienes trabajo?

El elfo mueve la cabeza de un lado a otro.

-¿A qué te dedicabas cuando trabajabas?

-Jardinero.

-Tengo entendido que siempre fuiste leal partidario de la dinastía Dodet, ¿es cierto?

-Fui soldado con el rey Dodet XII y en una ocasión el rey me salvo la vida con su espada encantada. Le juré fidelidad eterna. A él y a su dinastía. No quise jurársela a Mauro y fui desposeído de todos mis bienes y menos mal que no decidió cortarme la cabeza.

-¿Tienes hijos?

-Dos. Uno vive conmigo. El pequeño, llamado Bósor, como yo, se alistó como soldado de Mauro en contra de mi voluntad. Para aceptarlo, Mauro le pidió que renegase de mí y así lo hizo. Ignoro si está vivo o muerto. Supe que fue a una misión y que no ha regresado. Nadie me sabe dar razón de él.

Ab’Erana-Dodet XIII se acerca al elfo, le echa un brazo por los hombros y lo aprieta cariñosamente ante la sorpresa del visitante.

-Lamento ser yo quien te de la mala noticia, Bósor. Tu hijo murió a manos de uno de sus compañeros. Me contaba cosas relacionadas con el país y con Mauro. Me dijo que tú eras partidario de la dinastía Dodet, igual que toda tu familia. El jefe de su pelotón le gritó que no hablara más pero él no hizo caso. En un descuido, le arrojó un cuchillo y se lo clavó en el pecho. No pude evitarlo. Me dispuse a llevarlo con mi abuelo para que lo curara. Me miró con desesperación, sabiendo que la vida se le escapaba por aquella herida del pecho, me sujetó el brazo y me dijo con un hilo de voz: -“Si vas alguna vez a Varich, busca a mi padre y dile que...” “¿Qué quieres que le diga?” -le pregunté. “Dile que... aquello fue solo para que me aceptaran. Dile que... estoy arrepentido”. Exhaló el último suspiro en mis brazos. Lo enterré y cubrí su tumba con piedras para evitar que fuese devorado por las alimañas. Por eso estás aquí. Le pedí a Kunat que te buscara para darte la noticia personalmente. No pudo decirme qué deseaba que te dijera.

El pobre elfo se echa a llorar y entre sollozos, musita:

-Le dije en una ocasión “algún día te arrepentirás de servir a Mauro”. No me equivoqué.

-Habló muy mal de Mauro, se mostró partidario de la dinastía Donet y tuvo recuerdos para ti en los instantes finales de su vida.

-Te agradezco que me lo hayas dicho. Es una tranquilidad para mí saberlo, aunque me invade la tristeza al conocer su muerte.

-Vuelve mañana con tu hijo mayor. Pregunta por Fidor. Él tendrá instrucciones mías para ayudarte –dice Ab’Erana, al ver la desolación y el aspecto del elfo.

-Te lo agradezco infinito. Mi esposa está enferma y no sé dónde acudir.

-Mañana se resolverán tus problemas. Vete ahora y no le comuniques nada a ella. Si le dices que su hijo ha muerto, posiblemente empeore. Espera ahí fuera. Avisaré al físico para que la visite y pueda curarse.

Bósor se arroja al suelo y comienza a besarle los pies, mientras Ab’Erana se apresura a levantarlo y decirle:

-¡No hagas eso! Ningún elfo debe humillarse de esa forma. Bésame la mano si quieres demostrarme respeto.

El elfo abandona el salón real sin poder contener el llanto.

2

Aquel mismo día, con el asesoramiento de Fidor y el consejero de los impuestos, dicta un bando con dos puntos: el primero, una reducción considerable de impuestos para todos los ciudadanos del país. El segundo, una invitación a todos los trolls residentes en territorio elfo que ocupen cargos públicos o privados, para abandonar el país en el plazo de quince días, llevando solo sus pertenencias personales, con advertencia de ser expulsados de forma inminente y drástica, si no obedecen la invitación que afecta a todos, sin excepción alguna.

Poco después de conocerse el bando se producen en Varich manifestaciones espontáneas y multitudinarias de apoyo a las normas dictadas por el nuevo rey. Los elfos aplauden las dos disposiciones. Más la segunda que la primera. Ven en aquella decisión real la posibilidad de librarse definitivamente de la influencia, cada día más acusada, de los trolls, que, en ocasiones y dada su prepotencia natural, avasallan a los elfos en su propia tierra, sin alcanzar a comprender que desde la caída de Mauro su estancia en el país tiene los días contados.

Muchos trolls que llevan varios años viviendo en el país y ocupan altos cargos de la administración por designación personal del rey Mauro, protestan airados asegurando que están integrados en la sociedad elfa y no desean regresar a su país bajo ningún concepto. No obstante las protestas, conociendo los trolls afectados por la orden del nuevo rey que el príncipe Ge’Dodet permaneció más de quince años encerrado en las mazmorras del rey Murtrolls y que éste ha sostenido en el poder al rey Mauro, temen las represalias que previsiblemente puedan producirse. Muchos trolls llorando, abandonan el país por sus propios medios. Buscan refugio en el Valle Fértil, con el consiguiente quebranto de los trolls residentes en el valle, que ven llegar a varios centenares de compatriotas con el deseo de ser instalados allí o en las cuevas y cavernas, lugares a los que ya no están acostumbrados. Y, además, con el temor de que el nuevo rey desencadene una guerra para recuperar el territorio que los trolls arrebataron a los elfos veinte años antes, después de la muerte del rey Dodet XII.

Tras el éxodo de los trolls hacia el Valle Fértil, Ab’Erana, parte en dirección al Desierto de las Calaveras. Le acompañan un grupo de cincuenta soldados elegidos por el propio Fidor, un guía y dos rastreadores especializados en terrenos desérticos. La comitiva monta los caballos de las cuadras de Mauro, salvo Ab’Erana que ocupa la carroza arrastrada por cuatro caballos. Habría sido más rápido y operativo para él ir a caballo, pero comprende que los caballos enanos no pueden soportar su peso. En aquel momento se arrepiente de no haber aceptado, los dos caballos que le ofreció Latefund de Bad en el momento de la despedida, uno para él y otro para su abuelo.

Picocorvo forma parte del grupo y realiza, de vez en cuando, vuelos de observación y vigilancia, lo que les permite viajar con absoluta tranquilidad, en la seguridad de que nadie podrá sorprenderlos.

Ab’Erana tiene certeza de que Mauro y sus acompañantes no deben estar ya en la Ciudad Perdida, si es que fueron a ella alguna vez, pero desea explorar las galerías subterráneas y comprobar si estuvieron allí ocultos, y en tal caso, saber qué camino tomaron, como le dijo su padre.

La expedición va pertrechada con alimentos y agua para varios días de marcha a través del desierto. La idea de Dodet XIII es la de apresar a Mauro y ponerlo a buen recaudo para evitar que un individuo de tal catadura moral pueda originar problemas en el futuro. Y caso de no encontrarlo, saber dónde ha ido.

El guía conduce la expedición sin ninguna duda ni titubeos hacia la Ciudad Perdida. Cerca de dos jornadas tardan en alcanzar la meta. Al encontrarse los expedicionarios en los alrededores de los restos arqueológicos, Picocorvo reconoce el terreno comprobando que no hay peligro alguno entre las dunas y matorrales.

Ab’Erana se sorprende al llegar a los restos de aquella ciudad desconocida, que, al parecer, en su momento, fue la capital del reino de los elfos y un emporio de riquezas. Pensaba encontrar una auténtica ciudad abandonada, con calles y casas, mejor o peor conservadas, pero se sorprende al comprobar que solo hay unos restos inapreciables, que, desde luego, no evocan las ruinas de ninguna ciudad importante. Solo un torreón achatado muy deteriorado por el paso del tiempo y las agresiones de los elementos de la naturaleza; algunas paredes enhiestas, y trozos de tejados de pizarra blanquecina de algún edificio irreconocible que en otros tiempos pudieron haber sido viviendas. Unos restos arqueológicos demasiado pobres y de imprecisa antigüedad. Aquello, en realidad, es un montículo de arenas que parece ocultar algo y lo único que sobresale son los restos indicados, quizá para conocimiento exacto del lugar.

No hay ningún signo que indique existencia de vida, ni de haberla habido en muchos años. Rodean el montículo buscando los accesos a las galerías subterráneas, sin encontrar nada, ni siquiera huellas recientes de animales o elfos. Extienden el mapa y por más que buscan las entradas a las galerías, no consiguen localizarlas. La arena del desierto lo invade todo. Le explica el guía que las arenas se mueven de un lado a otro a impulso del viento que sopla con inusitada fuerza, modificando constantemente el aspecto y configuración del terreno. Solo el torreón puede servir de indicativo.

El guía con el mapa facilitado por Ge’Dodet y los rastreadores intensifican la búsqueda de los accesos, ayudados por los soldados, por Picocorvo y por el propio rey. Un soldado avisa que ha encontrado la huella de un casco de caballo junto a un talud. Analizan el entorno y únicamente encuentran la indicada huella. Es como si hubiesen borrado todas las huellas y una hubiese quedado intacta para dar fe del paso de caballerías por aquel lugar. En el que consideran un lugar propicio, excavan sin dificultad y localizan una puerta corredera que se abre al empujarla. La puerta da acceso a una rampa que desemboca en un pasillo de suelo arenoso. Está todo tan oscuro que son necesarias antorchas para iluminar los corredores húmedos, fríos y silenciosos.

-Cuatro soldados permanecerán junto a la puerta para evitar que pueda cerrarse, así dispondremos de aire en el interior. Veinte soldados que permanezcan de vigilancia en los alrededores, al cuidado de la carroza, con un cuerno de caza para avisar en caso de peligro. El resto que me siga –ordena Ab’Erana, empuñando la espada encantada. -Los rastreadores irán en primer lugar para evitar que los demás podamos destruir las huellas con nuestras pisadas.

Se adentran en el laberinto de galerías oscuras y húmedas y los rastreadores, gracias a lo arenoso del suelo confirman al fin que por allí han pasado recientemente caballos y elfos porque se aprecian con absoluta nitidez sus huellas, así como excrementos de los animales y de los propios elfos.

-Por los restos que se aprecian debieron permanecer aquí varios días -dice uno de los rastreadores. –Hay muchos excrementos.

-¿Para qué construirían estas galerías subterráneas los antiguos ocupantes de la ciudad? –pregunta Ab’Erana a uno de los rastreadores.

-Posiblemente con intención de ocultarse en caso de apuro. Tal vez fueran cercados alguna vez y... Quizá hicieran las galerías posteriormente por si en otra ocasión se veían en situación semejante tener un lugar o refugio donde ocultarse o poder salir al exterior y escapar del cerco. O quizá también por estas galerías se podía espiar lo que ocurría en determinados lugares de la ciudad –responde el aludido.

-Algo así como sucede todavía en la Torre Siniestra, en Varich –tercia un soldado.

-¿Cómo sabes que hay galerías o pasajes como estos en la Torre Siniestra? –pregunta Ab’Erana, con cierta extrañeza, al recordar que Fidor le dijo que aquellos pasadizos sólo los conocían él, Inicut y su padre.

-Cuando desapareció la espada encantada, los soldados que vigilaban la torre juraron que nadie había entrado por la puerta. Fue un elfo llamado Inicut quien informó a Mauro de la existencia de pasadizos secretos que solo conocían él, Fidor y el príncipe Ge’Dodet. Recorrieron los pasadizos y encontraron huellas recientes que todos pensaron eran de Fidor.

Ab’Erana piensa que nuevamente Inicut se cruza en su camino como autor de una nueva traición y que debe hacer todo lo posible para castigarlo.

Continúan avanzando por las galerías y después de varias vueltas y revueltas a través de los oscuros pasillos laberínticos, de encontrar restos de animales, incluso un esqueleto de elfo, u otro ser diminuto, deteriorado por el paso de los años, llegan hasta una plaza o confluencia de cuatro pasillos, donde el hedor resulta insoportable. Buscan la causa y encuentran los restos putrefactos de un elfo, al parecer, de avanzada edad y con ricos vestidos.

-Para oler de este modo este individuo debe llevar muerto poco tiempo -aventura alguien.

-Podría ser una nueva víctima de Mauro –tercia Ab’Erana. -¿Alguien sabe quien era este elfo?

El otro rastreador, cubriéndose la nariz para evitar el insoportable hedor, se acerca al cadáver y, sin tocarlo con las manos, lo analiza concienzudamente.

-Parece que tiene una herida en el pecho a juzgar por la mancha de sangre reseca que hay en la ropa. Tiene el rostro tan desfigurado que resulta imposible reconocerlo.

-¡Mira ahí al lado! –grita un soldado, inclinándose junto al cadáver. –Parece que hay algo escrito en el suelo.

Todos se acercan a mirar y comprueban que, efectivamente, hay varias palabras, de difícil lectura, garabateadas en el suelo arenoso, junto al cadáver.

-Acercad las antorchas -ordena Ab’Erana, inclinándose también junto al cadáver. –Cuidad que nadie pise lo escrito.

Hay unas letras escritas, al parecer con mano temblorosa, quizá con un dedo, sobre el suelo arenoso, que dicen lo siguiente:

“Mauro me ha herido al acusarlo de habernos llevado a la derrota e intentar traicionar al p... elfo. Se di...e al Valle F. Es un trolls. Vengadme”.

Ab’Erana se incorpora y pasea la mirada por los presentes moviendo la cabeza, apesadumbrado.

-¿Nadie conoce a este elfo? Por sus ropajes debió ser alguien importante que acompañaba a Mauro. Algún consejero, quizá.

-Tiene el rostro completamente desfigurado –responde alguien.

-Por su traje y atributos parece ser efectivamente uno de sus consejeros principales.

-¡Claro! Ese medallón con un sol que lleva al cuello es signo exclusivo de los consejeros del rey. Lo decidió el propio Mauro que últimamente quería que le llamasen “rey Sol”. Decidió que todos los consejeros llevasen un medallón con el sol para tenerlo presente en todo instante al tomar decisiones –comenta el jefe de la tropa.

-Últimamente estaba como endiosado –señala otro de los soldados. –A veces parecía como si hubiese perdido la razón.

Ab’Erana recuerda entonces que cuando Picocorvo secuestró al astrólogo Arag, llevaba colgado un medallón exactamente igual que aquel.

Con la punta de la espada, desprende el medallón del cadáver y al tenerlo en la mano, mira el reverso por simple curiosidad y comprueba que hay palabras grabadas con letras mayúsculas. Acerca el medallón a la llama de una de las antorchas y lee: TRAFALD.

-¿Qué cosa o quién es Trafald? –pregunta Ab’Erana.

-Era el consejero principal de Mauro. El único que podía llamarle por su nombre y según rumores nunca fue partidario de la guerra contra los silfos según comentaban en voz baja sus propios colaboradores.

-¿Era soldado?

-No. Era un elfo prestigioso y sabio con ideas muy avanzadas en todos los campos, incluso en el de las guerras. Había inventado unos artilugios para lanzar piedras contra las ciudades sitiadas y para construir puentes sobre ríos con troncos flotantes.

-Al parecer a este pobre inventor se le ocurrió culpar a Mauro del desastre de la guerra y pagó cara su osadía, pese a ser un concejero influyente.

-Menos mal que no ordenó cortarle la cabeza. Parece que murió de una cuchillada que debió darle el propio Mauro. Posiblemente lo hirió y lo dejó aquí abandonado hasta su muerte.

-¿Podemos enterrarlo, majestad? –pregunta uno de los soldados de más edad. –Su espíritu no abandonará estas galerías mientras esté en estas condiciones.

-Sí, claro. Cavad un agujero en el suelo y lo enterraremos aquí mismo. Liberaremos su espíritu y de paso evitaremos el mal olor.

Finalizada la operación del enterramiento del antiguo consejero, sin ningún rito especial, solo el de empujar sus restos al agujero excavado junto al cadáver, continúan la búsqueda. Las huellas, confundidas, van de un lado a otro, como si Mauro y sus acompañantes desconocieran el camino exacto y se hubiesen visto obligados a hacer y deshacer el mismo recorrido varias veces. Finalmente encuentran huellas en una sola dirección hacia la que resulta ser una salida. Otra puerta corredera semejante a la primera les conduce al exterior. Allí desaparecen las huellas de los caballos y los elfos, como si alguien las hubiese borrado intencionadamente, como sucedió a la entrada; las del interior aparecen visibles y perfectamente marcadas, como si nadie se hubiese preocupado de hacerlas desaparecer, en la seguridad de que nadie conseguiría entrar en aquellas galerías subterráneas.

La salida está en el lado opuesto al lugar de entrada, a más de un kilómetro de distancia. Aun cuando alguien se había preocupado de borrar las huellas del exterior, los rastreadores consiguen descubrirlas a pocos metros de distancia y seguirlas durante un buen trecho hasta llegar un momento en que se pierden por completo.

-Hay una parte en las cercanías de la salida que se aprecia fueron borradas intencionadamente, pero en el último tramo la desaparición se produce de forma natural debido a la propia arena del desierto.

Es Picocorvo en una de sus salidas de inspección quien advierte a Ab’Erana de la existencia de excrementos de caballos que aparecen entre las piedras a varios centenares de metros de la salida de la Ciudad Perdida.

-Parece que se dirigen hacia el Valle Fértil, o, al menos, las señales apuntan en esa dirección –señala el rastreador.

-La salida debió producirse hace varios días y todo hace pensar que la expedición debe estar ya en su destino o muy cerca de él, dondequiera que fuesen.

-Sin duda al Valle Fértil –razona Ab’Erana-. Trafald lo escribió claramente.

¿Conduce este camino al Valle?

-No exactamente, pero sí a las montañas que le rodean. Quiero decir que desde aquí no hay ningún camino de entrada al valle como no sea escalando la montaña.

-¿Es posible seguir esas huellas o señales?

-Con cierta dificultad, sí.

-Vamos a intentarlo. Quiero saber exactamente si Trafald estaba o no en lo cierto. Si no podemos detenerlos, saber, al menos, donde están, pero antes debemos anotar en el mapa las dos puertas que hemos encontrado, la de entrada y la de salida que no sabemos si coinciden o no con las que aparecen señaladas.

Regresan a la Ciudad Perdida y el guía se encarga de hacer las anotaciones en el mapa antes de que Ab’Erana decida reiniciar la marcha.

-Es muy tarde ya, majestad. Difícilmente veremos las huellas con la poca luz que queda –comenta uno de los rastreadores.

-De acuerdo. Pasaremos la noche en el interior de las galerías subterráneas y mañana al amanecer reanudaremos la búsqueda. Estableced un turno de guardia.

Ab’Erana mira fijamente a los ojos del águila y le encomienda su propia seguridad durante la noche.

3

A la mañana siguiente, con la claridad del nuevo día y el sol todavía sin aparecer por el horizonte, la comitiva se pone en marcha. Caminan en primer lugar los rastreadores y el guía, y detrás los soldados a caballo y la carroza de Ab’Erana tirada por cuatro caballos. El joven monarca reconoce la incomodidad de su transporte por aquellos caminos pero reconoce no poder montar ninguno de aquellos pequeños caballos, dado su peso.

Los rastreadores se ven obligados a desmontar en numerosas ocasiones porque las huellas desaparecen a trechos debido a los movimientos de la arena del desierto. En varias ocasiones, el grueso del grupo se detiene hasta que los rastreadores encuentran las huellas que les indican el camino a seguir. Estas dificultades desaparecen al abandonar el desierto y llegar a un terreno diferente en el que las huellas de las cabalgaduras se aprecian con cierta nitidez, lo que les permite avanzar con rapidez. Dos jornadas tardan en alcanzar las estribaciones de las montañas tras las que se encuentra el Valle Fértil, lugar desconocido para el nuevo rey y para muchos de los elfos que le acompañan. Llega un momento en que resulta imposible continuar con la carroza y los caballos dadas las dificultades del terreno, y deciden prescindir de ellos.

-Debe existir otro camino –comenta uno de los rastreadores. –O han debido hacer lo mismo que nosotros. Dejar los caballos y seguir a pie.

-Dejaremos bajo estos árboles nuestros caballos y la carroza. Los soldados permanecerán aquí acampados. Solo diez, los rastreadores y el guía, vendrán conmigo. Subiremos hasta las crestas de las montañas y veremos qué hay al otro lado.

-Es un terreno peligroso, majestad –advierte uno de los soldados.

-Ya lo supongo. Si ellos han subido por ahí, también lo haremos nosotros que somos más jóvenes –responde Ab’Erana, sonriendo.

-¿Qué haremos al llegar arriba, majestad? –pregunta el jefe de la tropa. -¿Atacaremos de alguna forma, si es necesario, o solo observaremos?

-¿Por qué lo preguntas?

-Depende de lo que vayamos a hacer llevaremos unas armas u otras. Si vamos a atacar llevaremos los arcos. Si solo vamos a observar llevaremos solo la espada y podremos movernos con más facilidad.

-Solo observaremos. Quiero hacerme una idea exacta de cómo es ese valle. Sería una locura atacar a los trolls con las pocas fuerzas que llevamos y en un lugar como este. Aunque a mí no puedan causarme daño, a los demás os machacarían. No debemos poner en peligro la vida de nadie.

El jefe asiente con satisfacción.

-¡Mirad allí! Hay varios caballos pastando –grita un soldado. -Y entre ellos está el caballo negro del rey Mauro, cojeando. Parece que no hay nadie a su cuidado, al menos no se ve a nadie.

-Entonces no cabe duda de que han debido hacer a pie el resto del camino y subir por estas montañas, salvo que existe algún paso oculto.

-Nunca se habló de él –admite uno de los rastreadores.

Ab’Erana le pide a Picocorvo que sobrevuele el lugar donde están los caballos pastando y compruebe si hay algún peligro. El águila inicia el vuelo ante el asombro de los soldados y regresa a los pocos minutos informando al rey que no ha visto a nadie por los alrededores.

-Que un grupo de soldados vaya por esos caballos mientras nosotros subimos a lo alto de la montaña. De todos modos que lleven cuidado. Es posible que sea una trampa o que en cualquier momento envíen a alguien a recogerlos.

Ab’Erana vuelve a mirar fijamente a Picocorvo y le dice:

-Picocorvo, sobrevuela las montañas sin adentrarte en el Valle Fértil que está al otro lado. Mauro y su comitiva ya te conocen y no conviene que te vean. Dime si hay enemigos apostados entre las piedras del camino a la cumbre.

El águila inicia el vuelo y en unos segundos desaparece de la vista.

Ab’Erana y el grupo de escaladores comienza lentamente la ascensión a la cima de las montañas con grandes esfuerzos y dificultades dado lo agreste del terreno. La última parte del recorrido presenta un extraño aspecto. Se trata de piedras resbaladizas de color blanco, semejantes al mármol, que reflejan los rayos del sol hasta deslumbrar y molestar profundamente en los ojos.

-Hay que tener mucho cuidado con los reflejos del sol –advierte uno de los rastreadores. –Son Piedras Cegadoras.

-¿Qué puede ocurrir exactamente? –pregunta Ab’Erana, aunque por el nombre deduce cuáles pueden ser las consecuencias.

-Podemos quedar ciegos si miramos esas piedras directamente en el momento de reflejarse el sol en ellas –advierte el rastreador.

-¿Piedras Cegadoras? –repite Ab’Erana, pensativo observando aquellas láminas de piedras blancas, comprobando que se trata de unas láminas muy finas adheridas unas a otras, como láminas de pizarra de color intensamente blanco.

Una extraña idea pasa por su imaginación, como un fugaz chispazo, y la almacena en el subconsciente con intención de recordarla en otro momento e intentar ponerla en práctica, si es posible.

Los rastreadores son los primeros en alcanzar la cima y hacen señales a Ab’Erana para que se acerque hasta un determinado lugar desde el que se domina el Valle Fértil en toda su extensión. En contraste con el terreno casi desértico que acaban de atravesar, en el valle, el verdor abunda por todas partes. Hay pequeños bosquecillos, prados, un río caudaloso con varios puentes que separa el valle de las montañas que se ven al fondo. Varios arroyos y riachuelos confluyen en el río. El lugar es hermoso y fértil, pero por todas partes se aprecia falta de cuidado, terrenos sin cultivar cubiertos de hierbas silvestres, y algunos rebaños de animales. En el valle se elevan varias aldeas y desde la altura de las montañas se ven figuras moverse de un lado a otro. Pero especialmente se ve un palacio con cuatro torreones puntiagudos, uno en cada esquina del edificio, rodeado de unos jardines bien cuidados y por otros edificios de menor entidad, también importantes. Numerosos soldados vigilan los alrededores de los edificios.

-Parece que hay movimiento alrededor de aquellos edificios. ¿Qué son? –pregunta Ab’Erana, sospechando que pueda tratarse del palacio del rey Murtrolls.

-El edificio principal es el palacio del rey Murtrolls. Todos esos que andan por ahí abajo son trolls. Deben ser soldados. La gente del pueblo continúa viviendo en las cuevas y cavernas del otro lado del río. En el Valle solo viven el rey, sus consejeros, los altos personajes de su corte y buen número de soldados que habitan las aldeas.

-¿Hay elfos viviendo en el Valle?

-Algunos... muy pocos, como esclavos. Precisamente los jardineros del palacio son elfos. De no ser así, aquello estaría tan abandonado como el resto del Valle.

-¿Qué ocurrió con los elfos que habitaban el Valle antes de que los trolls se apoderaran de él? –pregunta Ab’Erana.

-El rey Murtrolls proclamó una campaña llamada “caza del maldito elfo”, contra todos aquellos elfos que los trolls encontraran en su camino. Hubo una carnicería con centenares o miles de elfos muertos. Otros consiguieron huir y llegar a Varich y a otros núcleos de población. Algunos fueron apresados como esclavos. En el Valle, muchos de ellos dejaron la vida, sus casas y enseres. Desde entonces esas casas y enseres los utilizan los soldados trolls que se han adueñado de todo.

-Vuestra majestad ha sido muy generoso con los trolls que vivían en nuestro país. Les ha dado la posibilidad de marcharse y salvar la vida. Ellos no lo hicieron así.

-¿Cómo permitió Mauro tal atropello? –pregunta Ab’Erana, indignado. -¿Cómo no ordenó un comportamiento de reciprocidad, declarando “la caza del maldito trolls”?

-Al ocurrir aquellos hechos Mauro aún no era rey. Lo que escribió el consejero Trafald en la galería subterránea de la Ciudad Perdida, es cierto. Mauro siempre se comportó como un auténtico trolls. Tiene aspecto físico de elfo, pero sus pensamientos son de trolls. ¿Cómo iba a ordenar nada contra los trolls si él mismo tiene espíritu de trolls y posteriormente fue designado rey por orden de Murtrolls al conocer su odio hacia los elfos?

-Nadie me habló nunca de esas matanzas en el Valle Fértil. De haberlo sabido quizá mi decisión con respecto a los trolls que habitan en nuestro país hubiese sido diferente.

-La gente quiere olvidar. Necesita olvidar –responde el soldado.

-¿Cuál era el territorio trolls antes de apoderarse del Valle Fértil? ¿Se ve desde aquí?

El rastreador señala unas extrañas montañas de color gris con manchas negras, al otro lado del valle y de los puentes que cruzan el caudaloso río.

-Allí al fondo. En aquellas montañas oscuras. Los agujeros negros que se ven son las cuevas de los trolls. El límite entre las montañas de los trolls y el Valle Fértil lo marca el río –dice el rastreador señalando hacia un lugar determinado. -La mayoría de los trolls continúa viviendo en las cuevas. El rey Murtrolls mandó construir un palacio en el Valle Fértil y se fue a vivir a él y lo mismo hicieron muchos de sus consejeros y otros personajes influyentes de su corte. Solo viven ellos y muchos soldados, el resto de la población continúa ocupando las cavernas.

-El día que consigamos expulsarlos del Valle será un gran acontecimiento para los elfos y deberíamos conmemorarlo cada año con grandes fiestas. Es la mejor tierra de todo el territorio elfo y una espina que todo elfo de buena voluntad tiene clavada en el corazón –comenta un soldado de más edad que los restantes.

-¿Conociste el Valle cuando aún era nuestro? –pregunta Ab’Erana.

-Sí, majestad. Era un vergel en tiempos del rey Dodet, y ahora, salvo la parte del palacio que parece bien cuidada, el abandono es total. ¡Mire cómo está todo!

Ab’Erana mira al soldado que acaba de hablar.

-¿Conociste a mi abuelo?

-Entré muy joven en el ejército y era el encargado del cuerno de avisos. Estaba muy cerca de él cuando lo mataron y salvé la vida de auténtica casualidad. Me hirieron en el ataque que nos hicieron a traición. Al morir el rey Dodet se organizó una desbandada. Los trolls andaban de un lado a otro rematando a los heridos. Me mantuve tan inmóvil que debieron pensar que estaba muerto. Luego, amparado en la oscuridad de la noche, conseguí huir a través de estas montañas. Aún no me explico cómo estoy vivo. Muy pocos conseguimos salvar la vida. Fue una matanza espantosa. Desde entonces tengo pesadillas y los gritos de los heridos me despiertan de noche.

-¿Qué ocurrió exactamente aquella noche, lo recuerdas?

-No lo olvidaré nunca. Fue horrible. Estaba todo muy tranquilo. Durante el día ni siquiera hubo escaramuzas y todo hacía presagiar una noche tranquila. Yo estaba en las inmediaciones de la tienda del rey con el cuerno colgado en bandolera por si había que ordenar alguna llamada. El rey Dodet estaba con una elfa que a nadie le inspiraba confianza. Era bellísima y la amante del rey. Inesperadamente aparecieron los trolls blandiendo sus troncos claveteados y otros armados con lanzas, dando unos alaridos espantosos. Por varios puntos se elevaron enormes llamaradas y la gente corría de un lado a otro sin saber qué ocurría exactamente. El campamento se convirtió en un hervidero. Yo corrí hacia la tienda del rey Dodet y a pocos metros de la puerta recibí una herida en un costado y caí al suelo. Vi al rey asomar a la puerta de su tienda intentando sacar la espada encantada de su vaina, sin conseguirlo. Un lancero trolls le atravesó el pecho con su lanza.

-¿Cómo era mi abuelo?

-Fue un elfo fantástico y un gran rey. Solo que..., cometió un error que le costó la vida y llevó al país a la ruina.

-Conozco la historia –aclara Ab’Erana para evitar al soldado tener que dar explicaciones.

-No sé si la conocerá completa, majestad, pero...

-¿Qué quieres decir?

-Escuché unas palabras aquella noche que me juré no repetir jamás pero que me queman los labios.

-¿Qué escuchaste?

-Juré olvidar aquello y no contarlo nunca.

-¿Ni siquiera a tu rey, soldado?

-Son terribles, majestad, -dice el soldado mirando a los compañeros que le rodean, pendientes de la narración del soldado.

Ab’Erana lo coge del brazo y se separan varios pasos de los demás.

-¿Quieres repetírmelas ahora?

-Voy a quebrantar mi juramento, pero... Eres mi rey y nada debo negarte. Verás... Pese a mis heridas, estaba lúcido. Vi caer al rey y cómo dos trolls entraron en la tienda. Momentos después oí los gritos de terror de la elfa que estaba en la tienda con el rey. Aquellos trolls se dedicaron a rematar a los heridos que se movían y pedían ayuda. Permanecí inmóvil, sin respirar siquiera, para que me creyeran muerto, como así ocurrió. Se detuvieron muy cerca del lugar donde yo estaba. Uno de ellos, dirigiéndose al que había matado al rey, dijo algo así cómo “la maniobra de Murtrolls de buscar una elfa ambiciosa dispuesta a enamorar al rey Dodet para hacerle perder el poder sobre la espada encantada, ha sido una jugada genial. La elfa lo enamoró, lo incitó a eliminar a su marido si quería estar con ella y el pobre viejo cayó en la trampa”. El otro preguntó: “¿Cómo es posible que el rey Dodet se dejara embaucar y que ella hiciera eso contra su propio rey y su esposo?”. “Murtrolls le dijo que la convertiría en su favorita y la colmaría de riquezas, y ella lo creyó”. “¿Dónde está la elfa, entonces?” Las palabras de aquel energúmeno por poco me delatan al oírle decir: “Murió junto al rey Dodet. Los maté a los dos siguiendo instrucciones del rey. A nadie interesaba que hubiese testigos”.

-¿Cómo no dijiste esas palabras antes? –pregunta Ab’Erana con extrañeza, sorprendido por la noticia que acaba de conocer.

-¿A quién se lo podría haber contado? ¿Y si lo refería a alguien y ese alguien me traicionaba? Después de la batalla, Murtrolls tomó el control del país y luego, más tarde, con Mauro en el poder habría sido muy peligroso propagar esa noticia. Me habrían cortado la cabeza.

-Si esa noticia se da a conocer ahora mucha gente cambiará el criterio que tiene sobre mi abuelo y aún estarán más de acuerdo con mi idea de invadir el Valle y expulsar a los trolls. No fue exactamente una canallada buscada por el rey. Fue una trama muy bien urdida para hacerle caer en la ignominia y el descrédito y hacerle perder el dominio sobre la espada encantada.

-Los trolls son malvados y no respetan ninguna regla. Solo buscan el fin y les da igual cuáles sean los medios. Se valieron de la elfa más hermosa que había en el país para conseguir sus fines. Aquella elfa tenía algo diabólico en la mirada. Era preciosa. Embaucó al rey Dodet que le doblaba la edad, convirtiéndolo en un pelele. Se llamaba Lumara.

-¿Qué ocurrió exactamente?

-Lumara le dijo al rey que su esposo era un traidor vendido a los trolls. Le pidió que lo registraran porque llevaba una carta del rey Murtrolls en el bolsillo, le dijo que ella la había leído y que le ordenaban matar al rey Dodet y a su hijo el príncipe Ge’Dodet. El rey ordenó registrar al marido de Lumara y le encontraron encima la carta comprometedora que la propia Lumara había introducido en su bolsillo. Aquella prueba fue suficiente para que el rey lo condenara a muerte a petición de la propia Lumara. Después de la ejecución de aquel soldado, el rey Dodet intentó extraer la espada de su vaina y no pudo hacerlo. Yo lo vi desde la puerta de su tienda y estaba como aterrorizado. Seguramente fue ella misma quien avisó a los trolls de que el rey no podría extraer la espada de su vaina y aquella misma noche se produjo el ataque. Posiblemente pensó aquella elfa que, tras la muerte del rey Dodet, los trolls la llevarían junto a Murtrolls para recibir su recompensa. Se equivocó. Murió en la misma tienda que el rey de una lanzada en la barriga.

-Da horror hasta imaginarlo –musita Ab’Erana. –Jamás pude pensar nada semejante. Mi padre ignora esos detalles y se alegrará mucho saber exactamente lo que sucedió aquel día nefasto.

-Fue un golpe mortal para los elfos. Mientras el rey Dodet tuvo en sus manos la espada encantada nadie pensó en la derrota, la euforia dominaba la tropa. En el momento en que el encantamiento se deshizo... ¡La tragedia! Alguien gritó que el rey Dodet había muerto y aquello fue una desbandada. Centenares de elfos muertos y lo peor de todo, la pérdida del Valle. Tu llegada ha sido providencial. Creo que todos los elfos del país esperábamos la aparición de alguien que pudiese usar esa espada para expulsar a los cochinos trolls a sus malditas madrigueras, aún sabiendo que habrá muchas bajas y que cualquiera de nosotros puede ser víctima de esos miserables.

Ab’Erana mira fijamente al soldado y piensa que le ha dicho la verdad.

-¿Cuál es tu nombre, soldado?

-Tori Vindoff.

-Tori Vindoff, te juro que venceremos a los trolls y los arrojaremos a sus cuevas y cavernas sin tardar mucho tiempo –promete Ab’Erana, con total convencimiento, colocando la mano sobre la empuñadura de la espada encantada que cuelga al cinto. –Esta me ayudará como tantas veces lo hizo con mis antepasados. Y tú estarás a mi lado para verlo y llevarás de nuevo el cuerno para transmitir las órdenes.

-¿Cuándo será eso, majestad?

-Cada cosa llegará en su momento.

-Estaré ansioso, esperando.

-¿Te importaría repetir la historia de esa elfa delante de mi padre?

-No me pidas que quebrante mi juramento por segunda vez. Te autorizo a que tú mismo la cuentes pero no me pidas algo que atenta a mis principios. He roto mi juramento contigo porque eres el rey. Sé que eres justo, respetarás mi silencio y no tomarás ningún tipo de represalias contra mí, por mi negativa.

-Como quieras. Será un secreto entre nosotros. ¿Cómo me dijiste que se llamaba la elfa?

-Lesa Lumara. Ella y tu abuelo murieron pocas horas después de que el marido de Lumara fuese ejecutado.

Picocorvo llega en ese momento y se detiene junto a su dueño.

Se miran intensamente a los ojos.

Se produce un momento de silencio en el que Tori Vindoff y los soldados presentes están pendientes del rey y del misterioso águila que habla con el pensamiento, como manifiesta Ab’Erana cuando le preguntan.

-Dice Picocorvo que no hay nadie en las montañas y podemos estar tranquilos, pero que ha desobedecido mis instrucciones, se ha adentrado en el Valle Fértil y ha observado un intenso movimiento de soldados trolls en los alrededores de un palacio. Dice que ha volado muy alto pero que ha podido percibir con claridad lo que ocurre.

-Seguramente se estén preparando para defenderse de un posible ataque de nuestras tropas. La llegada de Mauro y sus acompañantes y la expulsión de los trolls del país deben hacerles sospechar que algo grave puede suceder en los próximos días. Deben sentirse los verdaderos dueños del Valle y la amenaza de un ataque inminente debe ponerles muy nerviosos –comenta el rastreador que suele hablar siempre.

Ab’Erana permanece durante unos minutos observando la situación del Valle, especialmente comprobando por donde aparece y se pone el sol. En aquel momento el sol está en la vertical del valle. Al comprobar las sombras de los árboles, Ab’Erana llega a la conclusión de que el sol aparece por la parte opuesta al llamado Camino de Varich y si un día cualquiera atacan por ese camino, a primeras horas de la mañana, el sol lo tendrán de frente, lo que puede significar un obstáculo aunque quizá también una ventaja. En cambio por la tarde serán los trolls quienes se deslumbren si es día soleado.

domingo, 15 de junio de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET -NOVELA

Transcribo a continuación el Capítulo XVII de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.
Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual
Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)


CAPÍTULO X V I I

Padre e hijo

1

A su regreso a Varich, en unión de su abuelo, después de un viaje agotador en la flamante carroza tirada por los seis avestruces, Ab’Erana, rey Dodet XIII, decide que la primera medida que debe adoptar, antes de iniciar la guerra contra los trolls para recuperar el Valle Fértil, es visitar todas las regiones del país. Pretende con ello conocer a sus ciudadanos y que le conozcan a él. Designar nuevos dirigentes que gobiernen en las poblaciones. Conocer la opinión de la gente sobre el grado de aceptación que tendría promover una guerra contra los trolls para expulsarlos del Valle. Saber su opinión con respecto a los trolls que campean por el país a su antojo, en muchas ocasiones como los verdaderos amos, como si desconociesen el derrocamiento del rey Mauro. Y finalmente conocer los pensamientos sobre todas las cuestiones de interés, como impuestos, enseñanza, etcétera.

Antes de iniciar las visitas mantiene una serie de consultas con Fidor, con los nuevos consejeros designados por este, con los militares que más entusiasmo pusieron en la recuperación del trono para la dinastía Dodet, y, en general, con los personajes más influyentes de la ciudad. Solo encuentra muestras de cariño, comprensión y parabienes por las decisiones adoptadas.

Pese a que da libertad de expresión para que cada uno pueda exponer sus ideas sin temor a ningún tipo de represalias en el supuesto de que sean contrarias a las suyas, hay unanimidad entre los consultados, especialmente sobre la conveniencia de expulsar a los trolls del Valle Fértil. Todos aquellos personajes encuentran sorprendente la decisión de consultarles y aceptar críticas al planteamiento real porque jamás sucedieron las cosas de ese modo en los últimos veinte años, ni antes tampoco, en tiempos del rey Dodet XII. Aquella primera disposición del nuevo rey, aireada por orden de Fidor, resulta muy del agrado de la inmensa mayoría de los elfos que comprenden de inmediato que el nuevo rey piensa tomar en consideración sus opiniones, o, al menos, escucharlas con atención.

Finalmente Ab’Erana decide visitar a su padre para hacerle la misma consulta y tratar con él sobre las cuestiones más importantes que tiene en mente realizar. Cedric y varios soldados le acompañan hasta la casa de campo en la que ya vive Ge’Dodet.

El lugar elegido por Ge’Dodet es paradisíaco. Una simple casa de campo a la que se trasladó pocos días después de que su hijo fuese designado rey del país, situada en un lugar hermoso, frente a un macizo montañoso, junto a un arroyo de aguas cristalinas que baja de las cumbres nevadas, muy cerca de un puente de piedras que lo atraviesa. Es una granja en la que se crían animales y se labra un huerto que riegan las aguas del riachuelo. En uno de los laterales han levantado una habitación de más de dos metros de altura, preparada para las visitas de A’Erana y Cedric. Al llegar estos a la casa, en la carroza real, Ge’Dodet se dispone a desayunar e invita a sus visitantes a acompañarlo.

La elfa que cuida a Ge’Dodet, esposa del carcelero torturado y asesinado por Mauro, pese a su tragedia personal, procura estar alegre y se lleva las manos a la cabeza al ver la cantidad de alimentos que engullen Cedric y el nuevo rey. Lo que para Ge’Dodet es toda una tarta de manzana, adornada con mermelada de grosellas, para Cedric es un simple pastelillo de manzana con adornos de grosellas. Y así todas las cosas.

Ab’Erana le expone a su padre su idea de visitar el país antes de adoptar ninguna otra medida contra Mauro y los trolls, “con la finalidad de conocer la opinión y los sentimientos de las gentes antes de iniciar ningún tipo de campaña en la que puede haber muchos muertos”. Ge’Dodet escucha atentamente las explicaciones y planteamientos de su hijo mientras toma el desayuno. Al finalizar la exposición, le dice:

-Las que me acabas de exponer, ¿son ideas tuyas, de tu abuelo, o de Fidor?

Ab’Erana mira a su padre con expresión sorprendida.

-Son mías, exclusivamente.

-No pensé que se te pudiesen ocurrir ideas semejantes, teniendo en cuenta tu edad e inexperiencia, hijo. ¿Ninguna ayuda de Cedric, por ejemplo? –insiste.

Cedric salta de inmediato, diciendo:

-Sabes, príncipe, que yo siempre fui cazador en el bosque y no tengo experiencia alguna de cómo debe ser gobernado un país. Solo sé que los reyes deben ser justos y honrados frente a los demás y a ellos mismos. Únicamente ayudé a Ab’Erana a luchar contra Mauro y le ayudaré mientras pueda contra quienes sean sus enemigos. Nada más. ¿Cómo voy a aconsejarle sobre las ideas de gobierno si desconozco las leyes y costumbres del país? Yo en estos asuntos del rey no soy nadie salvo el abuelo que mandó construir una carroza en el País de los Silfos, que es la que acabas de ver ahí fuera.

-Nadie me dijo nada, padre -insiste Ab’Erana.

-Entonces, hijo, considero que has madurado con excesiva rapidez y elegido el mejor camino posible. Tus ideas son un completo acierto. Para mandar sobre los demás y procurar el bien común de todos, es necesario saber qué y cómo piensan los otros, y eso solo puedes saberlo, si los visitas, si hablas con ellos, si los conoces, si te preocupas por sus problemas y les ayudas a resolverlos, procurando en todo instante mantener un equilibrio entre todas las ciudades por igual, para evitar agravios comparativos. Es necesario que los elfos de a pie te vean, puedan hablar contigo, te conozcan, sepan como piensas, que haces y qué dices. Para ellos, a primera vista, eres un hombre. Debes llevar siempre la oreja izquierda al descubierto y demostrarles que piensas como un elfo. Comprensión, justicia y amor son tres elementos indispensables para que los elfos te acojan como a uno de ellos. No se deben dejar ciertas cuestiones en manos ajenas porque cada cual tiene sus propios pensamientos y criterios y lo que a ti puede parecerte justo para otros puede no serlo, o al revés. El que manda sobre los demás, debe tener criterios propios. Saber exactamente lo que conviene hacer, y hacerlo. Cualquier acto del rey, por insignificante que te parezca, se magnifica, tiene una repercusión enorme entre la población. Si haces el bien, se sabrá de inmediato; si obras mal, se sabrá mucho antes. Creo que es una magnífica idea esa que se te ha ocurrido de visitar todas las ciudades del país, conocer a la gente, preocuparte por ellos de forma directa y saber cuales son sus problemas y sus sentimientos con respecto a los trolls y al propio Mauro.

-¿Qué crees que debo hacer en relación con Mauro, los trolls y el Valle Fértil, padre? Tengo grabada en la mente una de las frases de la carta que me enviaste con Fidor: “Espero que arrojes al usurpador y tirano a las tinieblas y lleves a los trolls a los límites de su territorio, o los aplastes para siempre”.

-Han cambiado mucho las circunstancias desde entonces, hijo. Cuando escribí aquella carta estaba en una situación desesperada, insoportable, dominado por la depresión y la tristeza, aislado del mundo exterior, sin poder imaginar siquiera el final del camino. No te conocía. Nada sabía de ti. Ignoraba cuales serían tus sentimientos hacia mí teniendo en cuenta que jamás tuviste noticias mías. Los momentos eran muy diferentes. Hoy la situación es distinta. Estoy en libertad, puedo salir y entrar, mirar a las montañas, ver los patos en el corral o nadando en la pequeña charca del arroyo..., gracias a uno de mis carceleros, a mi querido amigo Fidor, a tu bravura y arrojo y, especialmente, a tus buenos sentimientos y reunir las condiciones del predestinado.

-¿Estás insinuando que deben quedar sin castigo Mauro e Inicut después del mal que hicieron, y los trolls, pese a haberles robado a los elfos el mejor territorio del país?

-No, hijo, no quiero insinuar ni decir eso. No malinterpretes mis palabras.

-Me ha parecido entender que...

-No debemos confundir nunca la venganza con la justicia, Ab’Erana. Si actúas con espíritu vengativo te convertirás en un ser diferente a ti mismo, vivirás continuamente envuelto en un manto de odio que puede conducirte a un camino sin salida, llevarte a que todas tus acciones resulten odiosas. Mauro es culpable por haber perjudicado y humillado a nuestro pueblo en varios sentidos, asesinando a muchos elfos que no pensaban como él, privando de libertad a otros muchos, robándoles sus patrimonios o sus pequeñas propiedades, cargándolos de impuestos injustos para acumular riquezas innecesarias, promoviendo una guerra injusta y muchas cosas más. Podríamos hacer una lista interminable de acusaciones contra él. Inicut solo me perjudicó a mí, aunque indirectamente también perjudicara al pueblo elfo y a ti especialmente que no pudiste tener los consejos de tu padre.

-¿Qué quieres decir, entonces?

-Mauro debe ser juzgado por el Tribunal de Ancianos, y, si es declarado culpable, condenado a la pena que corresponda por haber atentado contra toda la comunidad elfa. La decisión sobre la traición de Inicut es algo que me atañe especialmente. Olvídate de Inicut, por el momento, salvo que aparezca en tu vida mezclado con otros asuntos de tu incumbencia, y en tal supuesto su destino quedará en tus manos.

-¿Qué debo hacer, a tu juicio? Ya te dije las intenciones de Mauro con respecto al rey Kirlog, a la reina, a las princesas y a los silfos, en general. Pretendía el exterminio total del pueblo silfo.

-Lo primero, localizar a Mauro y prenderlo. Si llegara a recuperar el poder de algún modo con ayuda de los trolls, su venganza sería terrible contra todos aquellos que se levantaron contra él. Tú y yo incluidos. La bajeza de sus sentimientos queda patentizada en la nota que envió a los soldados de Ubrüt por medio de la paloma mensajera. Quemar cosechas, no dejar vivos ni a los animales, matar al rey Kirlog y convertir a la reina y a sus hijas, en sus esclavas, como me acabas de recordar ahora, solo puede ocurrírsele a una mente enfermiza, retorcida o malvada. Mauro es un miserable y un asesino que debe ser castigado severamente. Un ser así no tiene derecho a vivir en sociedad. Es la personificación del mal. ¿Tienes alguna noticia de él?

-Nadie sabe donde se oculta. Desapareció en el Desierto de las Calaveras con el grupo de gente que le acompañaba y ha sido imposible localizarlo. Incluso Picocorvo sobrevoló el desierto en varias ocasiones y jamás vio nada sospechoso.

-Cuando me explicaste días pasados lo ocurrido en el desierto entre Picocorvo y la expedición de Mauro, rebusqué en mi memoria y vi un rayo de luz. Pregunté por un antiguo profesor de arqueología que realizó numerosos estudios sobre la Ciudad Perdida. Me indicaron que murió hace varios años, pero pude localizar a uno de sus discípulos más distinguidos. Es el profesor Teodoro Tartiers, una eminencia en ese campo, según me dicen. Vino a visitarme y hablamos durante largo rato. Sin explicarle los motivos, le dije que me gustaría investigar sobre la Ciudad Perdida y se puso a mi disposición incondicional. Me dijo que los restos de la ciudad están muy deteriorados y a medio cubrir por capas de arena que el viento lleva de un lado a otro, y al total abandono por parte de las autoridades. Pero dijo algo importante: que toda la ciudad está minada con galerías subterráneas.

-Eso mismo admitió el general Calabrús en el momento de dejarlo en libertad.

-¿Conocías la existencia de esas galerías? –pregunta Ge’Dodet con extrañeza.

-No exactamente. Se me ocurrió al interrogar a Calabrús al recordar los pasadizos secretos de la Torre Siniestra y aventuré la pregunta. Era posible que Mauro o algunos de sus acompañantes conocieran esos detalles de la Ciudad Perdida y se aprovecharan de ellos en aquel momento crucial en que su vida estaba en juego. Acerté. Calabrús cayó en la trampa y respondió que toda la ciudad está minada y que era posible que Mauro se hubiese escondido allí.

-Mi informante dijo que la ciudad subterránea tiene varias entradas, aunque él solo tiene datos de tres. No pudo continuar los estudios arqueológicos de los restos porque se paralizaron hace varios años por orden de Mauro e ignora cómo estará la situación en estos momentos. Ha quedado en facilitarme un mapa con la señalización de los accesos. En cuanto me lo envíe te lo haré llegar.

-Quizá cuando lleguemos ya no esté allí.

-Di mejor, que con toda seguridad no estará. Si se escondieron allí debió ser solo por unos días. Sin duda, esperarían que las aguas volvieran a su cauce y finalizara la búsqueda. En tal momento aprovecharían para abandonar el lugar y dirigirse donde quiera que haya decidido pedir asilo.

-¿Crees, entonces, que no lo encontraré allí?

-Estoy convencido, pero al menos sabrás si se ocultó o no y quizá puedas averiguar hacia dónde se dirigió, si es que estuvo. Es lógico pensar que no debe estar esperando a que vayas a buscarlo. Lo más probable es que haya pasado allí unos días y al comprobar que nadie le persigue haya procurado llegar el Valle Fértil y buscar ayuda entre los trolls. Posiblemente haya pedido colaboración a Murtrolls para tratar de recuperar el trono. Ten presente que en este asunto deben tener más interés los trolls como el propio Mauro. Han perdido una batalla contra una sola espada, y deben esperar un ataque generalizado. Se estaban apoderando de nuestro país poco a poco, para en cualquier momento dar el zarpazo definitivo. Tú has venido a estropearles el plan. Eres el único obstáculo que se interpone entre ellos y sus ambiciones.

-¿Qué debo hacer entonces con respecto a los trolls?

-De momento, nada. Haz ese viaje por todo el país con algunos de tus consejeros y es posible que a tu regreso se hayan clarificado tus ideas. Al menos tendrás claro lo que piensa la gente con respecto a la guerra y a la expulsión de los trolls.

-Me gustaría atacar a los trolls de inmediato.

-En este momento deben estar rumiando su derrota. Deben estar alertas y sería muy difícil entrar allí salvo que dispongas de un buen plan.

-¡Pero están disfrutando de algo que es nuestro, quiero decir, del pueblo elfo!

-La gente suele tener un sentido territorial muy acusado. A ningún país le agrada perder un trozo de territorio, aunque se trate de un terreno improductivo e inútil, que no es el caso. Es una cuestión de dignidad. Cada país tiene su propio territorio, adquirido a través de los tiempos, de muchos esfuerzos y también de mucha sangre derramada. El Valle Fértil siempre fue de los elfos. Ignoro de qué forma lo adquirimos pero era nuestro desde tiempo inmemorial, cientos o miles de años, y por lo que me han informado, la mayoría de nuestro pueblo sueña con recuperarlo alguna vez y ese también es mi deseo. Pero no seré yo quien te anime a iniciar una nueva guerra, que estaría plenamente justificada. Son terribles las guerras, hijo. Muere mucha gente inocente. Se destruyen no solo los individuos que mueren sino también las familias que sobreviven. Llega un momento en que los pueblos en guerra pierden la sensibilidad, como si se les atrofiaran, o adormecieran, los sentimientos más sublimes y nobles del individuo. Las guerras son semilleros de odio entre los pueblos y suelen durar muchas generaciones. Hay muchos perjudicados colaterales en las guerras. Tu madre, por ejemplo, no murió en la guerra pero fue víctima de ella. Como tú y como yo. Tú te criaste sin padres, yo viví gran parte de mi vida, sin libertad. Todo por culpa de la guerra.

-¿Entonces?

-Tienes consejeros militares, sin olvidar a Fidor, que deben ser tus asesores en esa materia. Si yo te aconsejara actuar contra los repugnantes y asquerosos trolls podría parecer un acto de venganza por el tiempo que me mantuvieron en mazmorras y ser los causantes de la muerte de mi padre. Tu obligación es asesorarte convenientemente y cuando tengas a tu disposición todos los elementos de juicio, adoptar la decisión que convenga al país a la vista de las fuerzas con las que cuentes. Eres el rey, y tú, personalmente, debes tomar la decisión final para que luego, si las cosas no resultan como pensaste, no puedas culpar a nadie del fracaso.

-Es mucha responsabilidad para uno solo, ¿no crees, padre?

-Sin duda. Ser rey tiene ventajas e inconvenientes. Solo te diré que si decides expulsar a los trolls del país y recuperar lo que es nuestro, analices adecuadamente tus fuerzas para no fracasar. Una guerra jamás debe iniciarse sin analizar con detenimiento los pros y los contras. Una vez dado el primer paso no cabe volverse atrás. Hay que actuar con inteligencia y con bravura, pero especialmente con inteligencia. Ellos son muy fuertes físicamente pero tienen poco sentido común y ninguna inteligencia. Ya has luchado contra ellos y sabes cómo van al combate. Actúan por instintos, no por razonamientos, pero hay que reconocer que saben luchar y tienen una fuerza física descomunal, aunque desde luego inferior a la tuya. Además, hay algo fundamental que caracteriza a los trolls y de lo que carecen los individuos de otras razas, incluida la nuestra. No le tienen ningún apego a la vida. Saben que tienen que morir y les da igual que eso suceda antes o después, hasta ahí llega la brutalidad de esos individuos. Pero entérate de una cosa. Aunque tú decidas en última instancia, aconséjate siempre por aquellos que sepan más que tú, así tendrás más elementos de juicio en el momento de adoptar la decisión final.

-Gracias por tus consejos, padre. Mi abuelo Cedric me enseñó muchas cosas buenas pero ninguna relacionada con el gobierno de un país, porque tanto para él como para mí lo sucedido a raíz de la llegada de Fidor al bosque, era inimaginable. Él, porque, dado el tiempo transcurrido, no esperaba tener noticias tuyas, ni las deseaba, creo, –dice, mirando a Cedric-; yo, porque ignoraba quien era y dónde estaban mis raíces. Siempre estuve en la creencia de ser una anormalidad de la naturaleza. No tengo ninguna experiencia de nada salvo de cazar. Tú te criaste junto a tus padres, rodeado de maestros y sabios que te enseñaron cómo debe actuar un príncipe en cada momento de su vida. Yo nunca dispuse de esos conocimientos y me veo obligado a aprenderlos ahora.

-Pese a ello quiero decirte que lo haces muy bien, como si lo hubieses aprendido desde pequeño. Yo no habría sabido hacerlo mejor, te lo prometo.

-Para no tener fallos vendré a consultarte con mucha frecuencia.

-Te esperaré con los brazos abiertos. Si puedo ayudarte en algo estaré a tu disposición, porque con la ayuda que te preste estaré colaborando al bienestar de nuestro pueblo. Yo tampoco tengo demasiada experiencia práctica de la vida, porque perdí la libertad muy joven, pero al haber permanecido preso durante tantos años he tenido tiempo sobrado para reflexionar y puedo asegurarte que lo aproveché al máximo.

-Estoy convencido de que podrás ayudarme mucho. Volveré a visitarte en cuanto regrese del viaje y procuraré mantenerme en comunicación contigo a través de Picocorvo. Si alguna vez encuentras en la puerta de la casa un trozo de pergamino enrollado no tengas duda, lo habrá dejado caer Picocorvo. -¿Crees conveniente que me acompañe Fidor?

-No. Fidor debe permanecer en Varich durante tu ausencia, al frente del país. La situación no está consolidada aún y debe haber una mano firme que sepa mantener el orden y poner coto a los desmanes que puedan producirse.

-Así será.

-Cedric, una vez más, te agradezco infinito lo que hiciste por mi hijo. Cuídalo como hasta ahora y aconséjalo siempre para que siga por el camino del bien. En las mazmorras pensé muchas veces en ti y jamás tuve dudas de que estarías haciendo lo mejor para él. Ahora compruebo que no me equivoqué contigo. Mi concepto sobre los hombres cambió sustancialmente desde el momento en que te conocí. Entonces pensaba que los hombres eran malos por naturaleza y los elfos buenos. Hoy pienso que hay hombres y elfos buenos y malos.

-Gracias. En realidad todo lo hice por él. Por él me enclaustré en el Bosque Maldito para evitarle humillaciones de otros niños al verle una oreja diferente; por él viví casi miserablemente en una cabaña de madera inculcándole ideas, a mi juicio, virtuosas... Por él lo hice todo. ¿Crees que debo acompañarlo en la visita por el país? –pregunta Cedric, emocionado, por las palabras que acaba de pronunciar Ge’Dodet.

-Debes hacer lo que decidan sus consejeros. Mi opinión es que no debes ir. Tu presencia impone un respeto absoluto, pero también un temor desmedido. Asustas a los elfos que deben considerarte un gigante, o un ogro, y la gente puede pensar que vas con él con la intención de impresionar, de asustar, o de coaccionar. Un rey que necesita que alguien cuide de él no debe merecer mucha confianza a los demás.

-Me habría gustado acompañarlo pero aceptaré la decisión que se adopte y tus palabras me parecen muy razonables.

-Gracias, Cedric. Y a ti, hijo, antes de que te marches, quisiera decirte algo importante para tu futuro. Han llegado a mi conocimiento noticias relativas a la princesa Radia, hija del rey Kirlog. Me han dicho que es bellísima, que te has enamorado de ella y que la has pedido en matrimonio de forma directa, amparado en ciertas insinuaciones de tu abuelo.

Cedric abre los ojos, sorprendido, ante las inesperadas palabras del príncipe.

-¿Quién te ha informado de ese asunto? –pregunta Ab’Erana mirando a su abuelo, con espíritu de reprobación, pensando que haya podido ser él. -¿Has sido tú, abuelo?

-No, hijo, no he sido yo –dice Cedric encogiéndose de hombros, denotando extrañeza.

-No, Cedric no me ha dicho nada. Tampoco ha sido Fidor. He recibido un mensajero del rey Kirlog con un pergamino en el que me explica todo lo sucedido desde el momento que llegaste a su país y colaboraste eficazmente para impedir la invasión ordenada por Mauro. Tienen de ti un concepto mucho más elevado de lo que puedas imaginar. Te consideran casi un dios, y llega a decir que de no haber sido por ti, por tu águila y por tu abuelo Cedric, Mauro habría conseguido sus propósitos, le habrían matado, habrían convertido a la reina y a las princesas en esclavas del miserable usurpador y habrían arrasado el país, sus gentes y sus propiedades. También habla de su hija Radia y de ti.

-¿Qué dice? –pregunta el chico. –Kirlog se mostró entusiasmado con la noticia.

-Y lo está. Tanto él como la reina se sienten sumamente satisfechos con tu elección.

-¿Entonces?

-Como tú mismo dijiste hace un momento, él, como yo, aprendió de sus padres, conoce el protocolo, y sabe cómo deben ser las relaciones entre reyes. Ve con muy buenos ojos la unión entre su hija y tú, pero desea conocer también mi opinión, porque, de acuerdo con las normas que rigen entre los pueblos, los padres deben dar el consentimiento para que los hijos puedan contraer matrimonio.

-¡Soy yo quien se casará con ella, padre! –exclama Ab’Erana, sorprendido ante las palabras de su padre. –Pensaba decírtelo.

-Es cierto, hijo, pero en las familias de los reyes, los padres deben aprobar los matrimonios de los hijos y tener en consideración las llamadas razones del reino. Siempre fueron así las cosas. En el caso que nos ocupa, el rey eres tú y no necesitas la aprobación de nadie para hacer lo que consideres conveniente, yo solo soy el padre del rey, pero Kirlog ha sido deferente conmigo y desea conocer mi opinión.

-Tú no la conoces, padre. ¡Es una diosa!

-Cuando vi a tu madre en el bosque, en la Tierra de los Hombres, la encontré la mujer más bella del mundo. Para los hombres era de muy baja estatura; para mí era ideal. Medía aproximadamente igual que yo. Verla en el bosque y enamorarme de ella fue una misma cosa. Regresé al palacio de mis padres y les dije que quería casarme con una chica preciosa. Al preguntarme quién era les dije “una chica humana”. Pusieron el grito en el cielo. Se opusieron tenazmente y no hubo posibilidad de doblegarles. Sentí una tristeza infinita ante aquella negativa. Era injusta e ilógica. ¿Por qué se negaban si no la conocían? Una negativa sin fundamentar siempre me resultó algo inexplicable e inadmisible. “Nunca se casó un príncipe elfo con una chica humana”, adujo mi padre, muy molesto con mi petición. “Alguna vez tiene que ser la primera”, dije yo. Insistí y luché por imponer la razón. Mi razón. Al final, después de porfías diarias, de la intervención de Fidor e incluso de Arag, conseguí que mis padres aceptaran aquel matrimonio. Tu madre era muy parecida a las elfas, más alta, tan hermosa como la elfa más linda del país, la única diferencia apreciable eran las orejas. Recuerdo que dijo mi padre “¡es que las elfas tienen las orejas picudas! Y yo le respondí “¿qué importa que las orejas sean picudas o redondas?”. No le sentó bien a mi padre aquella respuesta y gritó: “se me ponen los pelos de punta sólo de pensar que pueda tener un nieto con orejas humanas”. Tu madre lo pasó muy mal en Varich mientras estuvo sola, quiero decir durante mi ausencia en la guerra contra los trolls, debido a la incomprensión y a la envidia de mucha gente. No me arrepiento de haberme casado con ella, al contrario, siempre lo tuve a gala y quedaste tú que estás alegrando mi vida, no sabes cómo. Pero quiero advertirte de lo que puede suceder si te casas con una chica de raza diferente a la nuestra.

-Yo soy de raza diferente, padre. Me llaman el rey mitad elfo, mitad hombre. No soy un elfo auténtico como tú. Tampoco soy un hombre auténtico, como mi abuelo. Soy un híbrido. Sin embargo, soy el rey y todos me aceptan como soy.

-Es cierto. Como dices, eres el rey y tienes sangre elfa en las venas. No me opongo a que te cases con la hija de Kirlog, al contrario, me satisface enormemente esa unión, tanto como a él, pero debes estar advertido de lo que puede suceder.

-Ya Fidor y el abuelo Cedric me contaron lo ocurrido con mi madre.

-Fue terrible, hijo. Erana era preciosa, como, sin duda, debe ser Radia. Desbordaba alegría y simpatía por todos los poros de su cuerpo. Era amable y servicial con todos los que se rozaban con ella. La gente llana del país la adoraba porque trataba a todos por igual. En cambio, en los círculos reales... Fue horrible lo que hicieron con ella. La despreciaron. La humillaron. No contaban con ella para nada. La tuvieron totalmente postergada. No mereció aquel trato. Ese es uno de los motivos por los que no deseo vivir en Varich rodeado de hipócritas que aplauden en mi presencia y me despellejan a mi espalda.

-No la dejaré nunca sola y nadie se atreverá a despreciarla ni a humillarla.

-Lo harán a tu espalda. Como hicieron con tu madre. En tu presencia halagarán sus virtudes, elogiarán su bondad, su belleza, sus modales, su simpatía. Cuando les des la espalda será diferente. La criticarán de forma despiadada. La mirarán con desprecio. Especialmente las elfas solo verán defectos en ella. Detesto a los cortesanos que te halagan en tu presencia y son capaces de clavarte un cuchillo por la espalda en cuanto te descuides. Hay muchos así. Fíjate en Inicut, mi amigo de toda la vida. Fidor y él fueron mis mejores amigos, o quizá mis únicos amigos. Y me traicionó en dos ocasiones de la forma más miserable e ignominiosa que te puedas imaginar. Acudí a él buscando ayuda y me entregó a mis enemigos. En cambio, la familia del carcelero asesinado por Mauro por ayudarme, me cuida con mimo exquisito, siente un enorme agradecimiento hacia mi persona por haberla sacado de la miseria y de la marginación en que vivían, y serían capaces de dar la vida por mí, si fuese necesario. No hay en ellos doblez de ningún tipo, solo agradecimiento, pese a lo ocurrido con su esposo y padre. Saben que si hoy tú y yo estamos aquí es gracias al comportamiento de su allegado y agradecen que yo lo reconozca así. Esos son los motivos de mi alejamiento de la corte. Huir de la hipocresía de los cortesanos.

-¿Entonces, cual es tu opinión en este asunto? –pregunta Ab’Erana, con voz emocionada.

-Tienes mi bendición y deseo que seas muy feliz -responde Ge’Dodet abrazando fuertemente a su hijo.

-¿Sabes algo de Inicut?

-Nada. Solo sé que desapareció de Varich el mismo día que llegó tu águila con el mensaje y la gente de la ciudad y algunos soldados me sacaron de la mazmorra. Alguien que conocía sus traiciones, vino a informarme que lo había visto salir de Varich apresuradamente y tomar la dirección del Valle Fértil, aunque no puedo asegurar que esté allí. Es posible que fuera a reunirse con Mauro o que esté escondido cualquiera sabe dónde, temiendo que en algún momento alguien pueda hacer con él lo que él hizo conmigo. Esa debe ser su tragedia personal, vivir con la incertidumbre de no saber qué hará el otro en el que confió. Olvídate de Inicut por el momento, salvo que se cruce en tu camino, como ya te dije en otra ocasión. Si así fuera, que se cumpla el destino. Haces lo que debas hacer.

Dos horas más tarde, Ab’Erana y Cedric, junto con los soldados de la escolta, abandonan la residencia de Ge’Dodet en la carroza tirada por los seis avestruces, que se está haciendo popular en el país.