sábado, 12 de abril de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET - NOVELA

Transcribo a continuación el Capítulo VI de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.
Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual
Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)


CAPÍTULO V I

Algunas aclaraciones


1

Cinco días más tarde, recuperado Fidor de sus heridas gracias a los ungüentos aplicados por Cedric, ultiman los preparativos para iniciar la marcha a la mañana siguiente.
Deciden no llevar demasiada carga a fin de gozar de mayor libertad de movimientos en caso de posibles contratiempos. Solo Cedric se cuelga a la espalda un morral con algunas viandas y una cantimplora con agua. Una manta raída de las que usan en la cama, bien enrollada, se la cruza en bandolera, para resguardarse los tres del frío de la noche, intenso en aquellos parajes en aquella época del año. Como armas, Ab’Erana lleva en bandolera su arco y un carcaj con flechas y al cinto la espada encantada del rey Dodet; Cedric, su bastón nudoso de metro y medio de largo y Fidor otro bastón diminuto, apropiado para su tamaño, que Cedric le preparó durante los días de convalecencia, más como ayuda para caminar que como arma defensiva.
-¿Solo esa comida? –pregunta Fidor, que, para su pequeña estatura muestra siempre un apetito voraz. –Será un viaje de varias jornadas. El agua la encontraremos en cualquier momento porque hay manantiales y arroyos en el camino, pero comida... Con eso que has metido en la mochilla no tendremos ni para el primer día de marcha.
-Picocorvo se encargará de proporcionarnos cada día algo de caza e incluso es capaz de coger peces en las lagunas –responde el chico. –Ya he hablado con él en ese sentido. Si confiamos en él no pasaremos hambre.
-Solo que tendremos que comer durante varios días conejos o pájaros asados –comenta Cedric, bromeando. –Eso de comer pescados lo veo más difícil por estos contornos.
-También es posible que podamos cambiar o comprar algo en alguna población o caserío del camino –apunta Ab’Erana que, al no haber salido nunca del bosque, ignora cómo es el entorno.
-No recuerdo haber visto lugares habitados por estas latitudes –comenta Fidor. –Además, no conviene que nos vean. Nadie. Mauro puede tener espías apostados en cualquier parte. No podéis imaginar cómo es la mente de ese malvado. Es retorcida como las ramas de los árboles de este bosque.
-Tampoco hay por aquí pueblos ni caseríos en muchas leguas a la redonda –aclara Cedric. -Tendremos que confiar plenamente en tu águila. Si nos falla, moriremos de hambre o nos veremos obligados a perder mucho tiempo en cazar algo nosotros mismos.
-Por eso he cogido el arco.
Cierran la cabaña al amanecer y se disponen a abandonar la pequeña isla de la laguna. Antes de hacerlo, Cedric va al huerto y se entretiene unos minutos arrancando hierbas, acto innecesario porque en pocos días la cosecha se habrá perdido y el huerto será invadido por hierbajos silvestres. Los pájaros, la falta de cuidado y de agua serán implacables y harán el resto. Toda la plantación se irá al garete. Cedric lo sabe y siente una enorme tristeza al abandonar el huerto que durante tantos años ha sido uno de los pilares de su sustento.
-Vamos –ordena Cedric, mordiéndose el labio inferior, completamente emocionado.
Piensa que van a iniciar una aventura que nadie sabe cómo terminará.

2

Caminan uno detrás de otro por el sendero que discurre por el interior de la laguna y al alcanzar tierra firme, Cedric se vuelve y contempla con mirada nostálgica la que ha sido su casa durante los últimos años.
-No sé si regresaremos algún día, quizá no –susurra, emocionado, con los ojos muy brillantes, como si las lágrimas pugnaran por salir al exterior y las contuviese a duras penas para no dar sensación de debilidad o sensiblería–. -En este bosque he residido la mayor parte de mi vida. Aquí nació y creció mi hija aunque en lugar diferente a este; aquí creció también Ab’Erana jugando entre estos árboles milenarios y aprendiendo las cosas que pude enseñarle. A leer y a escribir; a tener buenos sentimientos; a respetar a los animales y a las plantas; a no hacer mal a nadie y a respetar a las personas y a sus bienes. Aquí dejamos los dos muchas cosas, muchos sentimientos, todos nuestros recuerdos, dejamos una buena parte de nuestras vidas. Dejamos los restos de mi esposa y de mi hija... Siempre llevaré esta cabaña en mis recuerdos y este bosque en mi corazón... aunque la gente diga que es un bosque maldito. Yo sé que no lo es.
Se produce un profundo silencio entre los caminantes, que se mantiene durante unos minutos en los que cada uno piensa en cosas diferentes.
-Nadie sabe lo que ocurrirá en el futuro –responde Fidor. –Si las cosas se desarrollan como esperamos, es muy posible que, al menos Ab’Erana, no vuelva jamás por aquí. Tú podrás hacer lo que quieras cuando todo termine. Si quieres regresar te acompañaremos en tu vuelta; si quieres quedarte con nosotros siempre serás bien acogido entre los elfos de buena voluntad, te haremos una casa adecuada a tu estatura y a tu dignidad de abuelo del rey. Si las cosas salen mal... siempre podrá ser éste el último refugio, si seguimos con vida.
-Yo estaré donde quiera que esté mi nieto –asegura Cedric, sin poder contener las lágrimas. –No, no estoy triste, solo emocionado. Sé que la vida hay que aceptarla como viene y que de nada sirven las lamentaciones. Los lloros y sentimentalismos no resuelven nada. Nunca resuelven nada. Debemos sentir separarnos de las personas, familiares o amigos, que se van para siempre de nuestro lado, no de las cosas, por muchos que sean los recuerdos. Las personas que solo viven de los recuerdos y se olvidan de la realidad de cada día deben ser muy desgraciadas porque no le sacan a la vida todo su jugo. La vida hay que vivirla alegremente cada día, agradeciendo que uno está vivo. Las desgracias no deben vencer nunca. Yo perdí a mi hija y a mi esposa y fueron momentos terribles para mí, pero encontré en mi nieto el deseo y la ilusión de vivir, de sacarlo adelante, y mi vida ahora estará donde quiera que él esté. Vamos, en marcha. No hay por qué volver la vista atrás ni hacer el viaje cargado de sentimentalismos porque es una pesada carga. Solo iremos a despedirnos de mi esposa y de Erana que permanecerán aquí para siempre.
Pasan por la antigua cabaña derruida y por el lugar donde descansan los restos de las dos mujeres y cada uno de ellos, en silencio, tiene sus propios pensamientos y recuerdos.
-Si todo sale bien, quizá el príncipe Ge’Dodet decida trasladar los restos de la princesa Erana a Varich la capital del reino. Estoy convencido de que querrá que lo entierren junto a ella cuando muera ya que en vida no pudieron estar unidos.
-Si mi padre lo quiere, así se hará –promete Ab’Erana. –Y si él no lo decide, lo haré yo. Si compruebo que esos siguen siendo los sentimientos de mi padre, estarán juntos hasta el fin de los tiempos.
Al fin, abandonan en silencio el Bosque Maldito sin que Cedric vuelva la cabeza ni una sola vez, ni haga ningún comentario alusivo a la cabaña, ni a su esposa e hija, y se adentran en las Tierras Esteparias y Ventosas del Norte en dirección a las Montañas Nevadas.
Sopla un fuerte viento, frío y desagradable, que levanta partículas de la nieve caída durante la noche anterior. Es un viento de inusitada fuerza que dificulta la marcha y les obliga a llevar los ojos entrecerrados. Fidor es el más perjudicado de los tres por su poco peso y en algún momento Cedric le aconseja que camine detrás de él para resguardarse de algunas ráfagas que lo hacen tambalear, e, incluso, que se sujete a sus ropajes para no ser arrastrado por el viento.
En un momento determinado, Cedric se detiene y señala hacia las montañas.
-Al fin vas a ver las Montañas Nevadas de cerca –comenta, dirigiéndose a su nieto que permanece extasiado en la contemplación de la cordillera montañosa. –Verás su grandiosidad. Junto a ellas te darás cuenta de la insignificancia de los hombres ante la naturaleza. A su lado somos como simples hormigas que caminan en fila.
-¿Nunca fuiste a las montañas? –pregunta Fidor, con extrañeza.
-No, nunca. No quiso mi abuelo. Al parecer temía por mi vida, porque me sucediera algo malo, o tropezara con gente desconocida.
-Tu padre nunca fue tan obediente como tú. Precisamente encontró a tu madre en una de sus escapadas. ¿Por qué no lo dejaste ir a las montañas, Cedric?
El aludido mira a Fidor, hace una extraña mueca, va a decir algo pero finalmente guarda silencio y no responde a la pregunta del elfo que le resulta inapropiada.
Avanzan unos metros en el más absoluto silencio, luchando contra el viento que sopla de frente.
-No creo que las vea desde muy cerca –dice Fidor, rompiendo el mutismo. -Antes de llegar a ellas nos desviaremos hacia la derecha e iremos para el este. La ruta de las montañas es la que los elfos llamamos del oeste y no la seguiremos en esta ocasión, como ya comenté días pasados. Iremos por un camino diferente.
-Tú llevas el mando de la expedición –recuerda Cedric, sonriendo, agradeciéndole mentalmente que no haya insistido en su pregunta anterior.
-De todos modos no te preocupes, príncipe. Las montañas son todas muy parecidas y tendrás oportunidad de ver otras muchas en el recorrido que vamos a hacer en los próximos días.
-Pero no serán esas exactamente. Lo que más me atrae de ellas es ver las cumbres nevadas y eso...
-La mayoría de las altas montañas están coronadas por las nieves en invierno –aclara Fidor. –Aquí y allí. El frío, la lluvia, el viento y las nieves llegan a todas partes. A unas más y a otras menos y precisamente los caminos que vamos a seguir discurren por terrenos donde la lluvia y la nieve se muestran más generosas. Y nuestro país limita con el llamado País de los Hielos en el que las nieves son permanentes.
Hasta aquel momento han caminado en perpendicular a las Montañas Nevadas pero al llegar a un punto determinado del camino, muy cerca de las primeras estribaciones, el elfo tuerce hacia la derecha y avanzan en paralelo a la cordillera.
El frío es tan intenso que las manos, las orejas y la punta de la nariz se les quedan heladas.
Al atardecer buscan refugio para pasar la noche y solo encuentran una caverna natural de piedras calizas, junto a un riachuelo, cuyas aguas bajan heladas de las Montañas Nevadas. Es una cueva tan pequeña que apenas caben en su interior y Cedric se ve obligado a mantenerse inclinado durante toda la noche.
Picocorvo caza un conejo y una paloma torcaz que Cedric asa en la fogata que encienden en la puerta de la cueva para luchar contra el intenso frío de la noche; y mientras cenan, Fidor dice:
-Por el momento no debemos revelar a nadie nuestra identidad. Los partidarios del rey Mauro pueden estar emboscados en cualquier parte, incluso en la ruta por la que iremos. Si vemos a alguien, hombres o elfos, y nos preguntan diremos que vamos en la búsqueda de...
-Del País del Arco Iris, por ejemplo –termina diciendo Cedric.
-¿Es que hay algún País del Arco Iris? –pregunta Ab’Erana, ingenuamente.
Cedric suelta una estruendosa carcajada, mientras el elfo esboza una comprensiva sonrisa, y aclara:
-No lo sé. Sí sé que el Arco Iris aparece con frecuencia los días de lluvia y es uno de los fenómenos de la naturaleza que más impresionan a los elfos. Nadie se extrañará si decimos que buscamos el país donde viven los arcoiris.
-Creerán que estamos algo chiflados y posiblemente nos dejen en paz –aventura Cedric, sonriendo de nuevo.
-Esa es la idea –responde Fidor.
-Tendremos que esconder la espada. Si tropezamos con elfos y nos ven con ella sabrán quienes somos –razona Cedric, señalando la espada que Ab’Erana lleva colgada al cinto.
-Es cierto –admite Fidor. -No había caído en ese detalle. Te será fácil esconderla. Es una espada pequeña para tu estatura y puedes llevarla debajo de la camisa o escondida en alguna otra parte. Ya leíste el consejo de tu padre. No separarte nunca de ella y a ser posible llevarla empuñada en todo momento, o a la mano. Aunque si encontramos elfos en el camino, el llevar la espada oculta no resolverá nada. Me conocen y sabrán de inmediato quienes somos. De todos modos es mejor que la escondas.
-Sí, eso dijo mi padre en su carta, con respecto a la espada. Si tengo que llevarla durante todo el camino en la mano puede llegar a ser una servidumbre insoportable. No podré ni rascarme la cabeza y llegará un momento en que se me quedará congelada con este frío tan intenso que estamos padeciendo.
-Ocúltala debajo de la camisa. Quien nos vea pensará que llevas algo escondido, pero nada más. Siempre deberás llevar la empuñadura al alcance de la mano, según los consejos de tu padre –recalca Cedric, pese a no estar muy convencido de la existencia y eficacia de espadas encantadas, aunque él también haya probado a sacarla de su vaina, frustrándose sus propósitos.
-Si la llevas empuñada, será mucho mejor –aconseja Fidor. –Así nadie podrá sorprenderte ni herirte. Debes meterte en la cabeza que en esta expedición el elemento más importante eres tú. Sin ti nada será posible.
-¿No querrás que vaya todo el camino con la espada empuñada, verdad? Sería como inutilizar la mano derecha. Salvo que... ¿Por eso dice, bueno, decía, la carta de mi padre que me convertiré en esclavo de la espada, verdad?
-Así es. En la vida casi todas las cosas tienen sus servidumbres y algo semejante sucede con esta espada. Te conviertes en un ser diferente a todos los demás porque nadie podrá vencerte nunca, pero, a cambio de esa invencibilidad, siempre debes estar alerta ante el temor de que te la roben. Sin la espada no eres nadie, esto es algo que debes meterte en la cabeza.
-De todos modos si tropezamos con elfos, como dice Fidor, sabrán quienes somos y será inevitable la pelea. Pienso que cualquier elfo que nos vea caminar en dirección al País de los Elfos, por cualquiera de las rutas posibles, conozca la situación actual del país y sepa que Fidor huyó perseguido por los soldados de ese Mauro de los demonios, sospechará quienes somos aunque ignoren cuáles son nuestras intenciones.
-Es posible que así sea –reconoce Fidor. –Son los inconvenientes de ser un personaje sumamente conocido, como es mi caso.
-¿Qué os parece si dejamos estas cuestiones para mañana? Es hora de dormir. Debemos estar descansados en prevención de lo que pueda suceder en la jornada venidera. Debemos establecer turnos de vigilancia para que nadie pueda sorprendernos durante la noche y, además, procurar que no se apague el fuego. Me ofrezco a hacer el primer turno pero acepto cualquier otra sugerencia –propone Cedric. –Pese a la creencia de mi nieto no estoy cansado todavía.
-Tu propuesta es acertada –reconoce el elfo.
-No hemos visto a nadie por aquí. ¿Crees de verdad que nos estarán esperando en cualquier parte, o en todas partes, o que alguien estará siguiendo nuestros pasos para atacarnos durante la noche?
-Es posible. Tú no conoces este mundo de reyes y gobernantes, príncipe. El que manda, siempre está alerta, como tú debes estarlo con la espada, para evitar ser sorprendido. El poder sobre los demás hay mucha gente que lo ansía con todas sus fuerzas porque les sirve para dominar, para sentirse superior a los demás y también, casi siempre, para enriquecerse. Aquellos que lo han obtenido de forma injusta, como es el caso de Mauro, son precisamente los que más temen perderlo. Mauro no puede permitir que lleguemos al país porque sabe que si eso sucede sus días pueden estar contados.
-Cuando sales de tu entorno, cualquier lugar puede ser peligroso –comenta Cedric. -Podrían sorprendernos durante la noche y aquí habría acabado nuestra aventura y no me refiero solo a los soldados elfos, también a los salteadores de caminos que siempre los hubo en estos lugares solitarios.
-No es necesaria ninguna vigilancia especial. Podemos descansar los tres. Picocorvo tiene el oído y la vista mucho más desarrollados que nosotros y vigilará durante la noche. Se alerta con cualquier ruido, por leve que sea. Tú lo sabes, abuelo.
-De todos modos debemos establecer turnos aunque solo sea para mantener vivo el fuego –insiste Cedric. –Hace mucho frío durante la noche y solo disponemos de una manta para los tres.
Ab’Erana mira al águila a los ojos, se concentra y le dice:
-Picocorvo, vigila durante la noche mientras dormimos. Si ves a alguien, u oyes algún ruido sospechoso, avísame de inmediato.
Los ojos del águila refulgen en la oscuridad de la noche al reflejar las llamas de la lumbre.
-Dice Picocorvo que podemos descansar tranquilos que él estará atento y permanecerá junto a la puerta de la cueva.
-De todos modos, el que se despierte que avive el fuego –recomienda Fidor, frotándose las manos.
-Seré yo, sin duda. Siempre duermo a intervalos –dice Cedric, sonriendo. –Cuantos más años, menos y peor se duerme, lo tengo comprobado. Me pondré unos cuantos leños aquí al lado y los iré echando al fuego a medida que se vayan extinguiendo.
No obstante las palabras de Cedric, los tres duermen de un tirón. Ninguno de ellos aviva el fuego que se extingue lentamente y se despiertan al amanecer con el canto de los pájaros sin que nada haya alterado la tranquilidad de la noche. Solo que despiertan ateridos de frío, pese a la manta.

3

Al asomarse a la puerta de la cueva ven un panorama espléndido. Los campos están completamente blancos debido a la nieve caída durante la noche.
-¿No querías ver nieve en abundancia? -le pregunta Fidor, sonriendo.
El día amanece gris y triste. Un intenso frío cala hasta los huesos. No nieva, pero cae una lluvia de aguanieve que con el frío presagia convertirse en nueva nevada.
Durante las primeras horas de la jornada avanzan con cierta rapidez bajo el aguanieve que no cesa en toda la mañana. Cedric camina en primer lugar, a buen paso, pese al barro del camino que se adhiere a sus sandalias, sin duda para demostrarle a su nieto que, a pesar de su edad, puede competir todavía con los más jóvenes. Al mediodía la lluvia de aguanieve se convierte en nieve y poco después los campos vuelven a quedar completamente blancos como al amanecer y se ven obligados a buscar un refugio apropiado. Encuentran una oquedad de grande dimensiones, posiblemente la guarida de algún oso u otra fiera salvaje; comprueban que está vacía y sin restos recientes de haber sido ocupada, ni olores extraños a animales, lo que les ofrece cierta tranquilidad. Se sientan sobre unas rocas a descansar y a comer los restos de la noche anterior que Cedric guarda en el morral, para reponer las fuerzas perdidas durante la larga caminata de la mañana.
La paz y el silencio que reinan en el entorno de la oquedad son absolutos. No se oye ruido alguno salvo el rumor del viento que sopla con mediana intensidad. La caída de la nieve sobre los campos es completamente silenciosa. Los pocos árboles que hay por los alrededores van cubriendo lentamente sus copas de flores blancas.
Ab’Erana permanece extasiado en la puerta de la cueva, contemplando aquel panorama tan fantástico que se ofrece a sus ojos. Nunca ha visto tanta nieve a su alrededor como en aquel momento porque en el bosque, cuando cae, la nieve suele quedarse en la copa de los árboles y solo llega al suelo en algunos tramos despejados. Jamás había visto una extensión tan enorme cubierta por un manto blanco tan intenso que casi daña la vista.
Cedric le encarga que busque trozos de leña y ramas para encender un buen fuego, tarea que entiende difícil dada la humedad que le rodea.
Poco rato después la cueva comienza a calentarse con la fogata conseguida por Cedric, pese a que la leña está mojada y desprende mucho humo lo que les obliga a acercarse a la puerta para poder respirar a gusto. En pocos minutos se disipa el humo y el lugar se va caldeando hasta convertirse en acogedor y confortable. Picocorvo permanece acurrucado junto a la puerta de la cueva, extendiendo el cuello cada vez que oye un ruido extraño.
Y es en aquel momento, sentado alrededor de la fogata, cuando Ab’Erana decide que es hora de conocer más detalles de su nuevo país.
-¿Dónde está exactamente el País de los Elfos, Fidor? ¿Cómo es? ¿Cómo son los elfos? ¿Dónde viven? ¿En qué trabajan? ¿Desde cuando existen? Cuéntame cosas, por favor.
-Son muchas preguntas a la vez, príncipe, aunque intentaré satisfacer tu curiosidad. ¿Desde cuando existen los elfos? No lo sé. No hay archivos que puedan acreditarlo, pero sí te diré que, según testimonios orales transmitidos de unos a otros, los Seres Diminutos como nos llaman algunos hombres existimos desde tiempo inmemorial, somos tan antiguos como los hombres sobre la faz de la tierra. Lamento no poderte facilitar datos más precisos porque los desconozco. Preguntas también que cómo somos. Esta pregunta es impropia de un elfo tan inteligente como tú: la respuesta es tan sencilla que la tienes delante de los ojos. Mírame. Mira mi rostro, mis orejas, mis manos, mis pies y estarás viendo a todos los elfos del país. Igual que ocurre con los hombres. Si ves a un hombre o a una mujer ya puedes hacerte idea de cómo son todos. Más hermosos o más feos, más gruesos o más flacos, más altos o más bajos... Con nosotros sucede lo mismo, los hay altos y bajos; gruesos y delgados; listos y torpes; buenos y malos... Y a todos nos resplandece el rostro ligeramente y tenemos una tonalidad verdosa. Vivimos generalmente en poblaciones repartidas por todo el territorio que conforma el llamado País de los Elfos. La ciudad principal de nuestro país se llama Varich, y en ella se encuentran el palacio del rey, los palacios de los consejeros y dignatarios de la corte y de algunos elfos que disfrutan de buena posición económica. Vivimos generalmente en casas de madera y barro, proporcionadas con nuestra pequeña estatura y algunos más pobres, en cuevas situadas en los arrabales de las poblaciones. La mayoría de los elfos se dedica al cultivo de los campos y de las flores, a la apicultura, al cultivo de plantas medicinales y del olvido, al curtido de las pieles, muy especialmente a la música a la que somos muy aficionados; tenemos colegios para los pequeños y mercados donde la gente compra, vende y permuta. En fin... un país semejante al de los hombres, aunque todo de menor tamaño –termina diciendo, al tiempo de sonreír abiertamente. -En el Mundo de los Humanos piensan que los elfos, los duendes, los trasgos y los gnomos, por ejemplo, somos magos o gente extraña que merodea por los bosques, sin hacer nada de provecho, y sí solo travesuras, pero no es así. Hay ciertamente en el llamado Mundo de los Seres Diminutos muchos magos que tienen un enorme poder sobre las cosas porque pasan mucho tiempo ejercitando la mente, pero, en general, somos muy parecidos a los hombres, pensamos, sentimos y amamos exactamente igual que vosotros... bueno, que tu abuelo.
-¿Por qué me excluyes y mencionas solo a mi abuelo?
-Muy fácil. Eres diferente. Tú quizá pienses, sientas y quieras como los elfos y los humanos, no lo sé todavía. Eres ambas cosas, elfo y hombre, todo dependerá de la proporción que tengas de cada raza y de la influencia que hombres y elfos puedan ejercer sobre ti en cada momento. Hasta ahora solo has vivido con hombres y es probable que te sientas más hombre que elfo; a partir de este momento conocerás la forma de vivir y de pensar de los elfos y cualquiera sabe hacia donde irán tus preferencias o comportamientos. Eres un híbrido o ser procreado por individuos de especies diferentes que actuaron como individuos de la misma especie. La prueba la tienes en que tus padres, siendo diferentes, se enamoraron, se casaron y naciste tú como fruto de aquella unión, algo que jamás había sucedido antes, según los libros que consulté cuando naciste. Quizá seas un caso único en la historia de nuestro pueblo y quizá también en la historia de los hombres, no lo sé. He llegado a pensar que quizá esa pueda ser la causa de que te entiendas con Picocorvo.
-Continúa, por favor.
-Como te decía, hay algunos que son magos efectivamente, pero los menos. Recuerdo a los magos Mercurio y Rocamor, de los que ya te hablé y algunos otros actuales que irás conociendo, que aseguran tener un poder infinito sobre las cosas. Yo no suelo creer en ellos aunque a veces adivinan el porvenir, como el sabio Arag. De todos modos, sus poderes siempre están limitados de algún modo. Pero pueden llegar a ser peligrosos si se enfadan. Me preguntas por la situación geográfica del País de los Elfos. Es difícil explicar. Nuestro país es sencillamente un territorio extenso, con una periferia rodeada de bosques y montañas que en invierno se cubren de nieve. En el este, al limitar con el País de los Hielos donde las nieves son perpetuas debido a las altas montañas, el frío es intenso en todas las estaciones del año. Hay ríos que atraviesan el país. Una gran parte del territorio está ocupada por un desierto de gran extensión, conocido como Desierto de las Calaveras, donde la gente puede morir de hambre y sed si intentan atravesarlo sin llevar agua y provisiones suficientes y en el que es muy fácil extraviarse.
-¿Este terreno que pisamos ahora mismo a quién pertenece, a los hombres o al Mundo Diminuto? –pregunta Ab’Erana.
-¡Como hagas otra pregunta estúpida me enfadaré contigo, Ab’Erana! –grita Cedric. -¿No ves el tamaño de los árboles? ¿No ves que nada ha cambiado desde que salimos del Bosque Maldito?
-Tiene razón tu abuelo, príncipe. En el País de los Elfos todo es mucho más pequeño y está en armonía con nuestra estatura.
-Estamos todavía en tierra de los hombres. Todo este terreno pertenece al señor Latefund de Bad que ya sabes muy bien quien es –aclara Cedric. –En mis tiempos de soldado al servicio del señor Latefund, recorrí estos lugares varias veces en busca de los salteadores de camino. Hace mucho tiempo que no paso por aquí, pero tengo la seguridad de que habrá bandidos por estos andurriales porque esa es una profesión que no se extinguirá jamás. Mientras haya hombres con malas entrañas habrá bandidos, salteadores y asesinos.
-No me refería al propietario sino a la raza.
-Ya te ha respondido tu abuelo. Tierra de Hombres propiedad de ese Latefund de Bad, que ignoro quien es.
-¿Cuántas jornadas invertiremos en llegar a nuestro destino en Jündika o en Ubrüt?
-Varios días. Todo es relativo y dependerá de las circunstancias. Si no encontramos obstáculos en el camino y nos respetan las tormentas de nieve y lluvia y los salteadores de camino que dice tu abuelo, llegaremos antes. Si algo nos retrasa, como esta nevada de ahora, tardaremos más. No sé cuanto más. No tengo poderes de adivinación como esos magos de los que antes te hablé.
-¿Recuerdas algo del País de los Elfos de cuando fuiste a la boda de mi madre, abuelo?
-Lo siento, hijo. Ya te lo comenté días pasados aunque no me creíste. Todos aquellos acontecimientos se me borraron de la memoria de forma inexplicable. No recuerdo absolutamente nada de aquellos días a pesar de mi buena memoria, y de mis intentos por recordar. Muchas veces quise rememorar aquellos momentos y no me fue posible, como si tuviese una gran laguna sobre aquel importante acontecimiento de nuestra vida familiar. Recuerdo perfectamente cuando llegó a nuestra cabaña la delegación de elfos. También recuerdo, como si los estuviese viviendo de nuevo, los días previos a la boda de tu madre, allá en el bosque. Los preparativos que tuvimos que hacer, no muchos por cierto porque no disponíamos de casi nada, y los días posteriores a la ceremonia, cuando tu abuela y yo regresamos a nuestra cabaña, acompañados por un grupo de diez elfos armados, pero de mi estancia allí no recuerdo absolutamente nada. Como si los recuerdos se me hubiesen borrado por completo de la mente. Algo inexplicable.
-Te voy a revelar algo porque mi agradecimiento hacia ti será eterno y deseo ser sincero contigo. No puedes recordar nada de tu estancia en el país, porque tanto a ti como a tu esposa, os dieron la Bebida del Olvido.
-¿Qué bebida es esa?
-Es un producto que obtienen nuestros físicos para hacer olvidar las cosas. Los acontecimientos ocurridos aquellos días, incluso el camino seguido para llegar a nuestro país, se os borraron de la memoria al ingerir aquella bebida –aclara Fidor mirando a Cedric, encogiéndose de hombros, como pidiéndole disculpas por algo ocurrido veinte años antes. –Ni el príncipe Ge’Dodet ni yo tuvimos intervención alguna en aquella decisión. Todo fue idea del Consejero de Seguridad del rey.
-¡Malditos sean... el rey Mauro, el usurpador y todos los jabalís tuertos del bosque! Ya decía yo, ¿cómo es posible que no recuerde nada de la boda de mi hija? Muchas veces me hice esa pregunta y nunca supe darme una respuesta satisfactoria. Lo achacaba a mis muchos años, pero... ¡Por los colmillos de un jabalí herido por una flecha! Ahora resulta que fuimos engañados miserablemente por estos pequeñajos llamados elfos. ¡No puede uno fiarse de nadie, Ab’Erana! ¡Ni de los elfos, aunque tú ahora seas uno de ellos!
-Ya lo dijiste antes. Ni de los reyes, ni de los señores de los castillos, ni de los dirigentes de los países, ni de los que mandan de alguna forma, puede uno fiarse del todo –reconoce Fidor, sonriendo. -Pienso como tú, Cedric. Los que mandan nunca son gente de fiar... del todo. Van siempre a su conveniencia aunque aseguren que lo hacen por el bien de los demás. Casi siempre mienten. No interesaba que pudierais regresar a nuestro país y el Consejero ordenó lo que consideró más conveniente.
-Yo creo que siempre, sin el casi. ¿Por qué lo hicisteis? –pregunta Cedric, sin acertar a comprender el comportamiento que tuvieron los elfos con él y con su esposa veinte años antes. -¿Es que hicimos o dijimos algo que no les gustó a los reyes elfos?
-No, nada de eso, ya te lo he dicho. Ni el rey ni el príncipe supieron lo ocurrido. La decisión la adoptó exclusivamente el Consejero de Seguridad, como ya te dije. El mismo me lo comentó varios años más tarde. Uno de los miembros de la comitiva que vino a pedir la mano de la princesa traía en sus alforjas la Bebida del Olvido para que tú y tu familia la tomaseis antes de llegar al País de los Elfos. Era la forma de evitar que pudieseis conocer con exactitud la situación del país. Los elfos somos muy celosos en lo referente a nuestra seguridad. Nuestro pueblo ha recibido muchos palos a lo largo de la historia y ha escarmentado con la experiencia. El consejero del rey Dodet XII pensó que podríais hablar con otros hombres, contar lo sucedido y... ¡El miedo que los elfos sienten ante los hombres es profundo e intenso! Casi irracional.
Cedric emite un extraño gruñido ininteligible. Mira a Fidor con cierta animosidad, tiene intención de hablar pero finalmente gruñe de nuevo y guarda silencio, en uno de sus gestos característicos.
-¿Por qué ese miedo? –pregunta Ab’Erana.
-Hay hombres sin escrúpulos capaces de invadir nuestro país para apoderarse de sus riquezas. Y también hay muchos que son cazadores de elfos, o de silfos, o de gnomos, de Seres Diminutos, en general, con la intención de venderlos luego para bufones de los reyes y señores feudales o para exhibirlos en las plazas de los pueblos a cambio de dinero. Suelen obtener mucho dinero por ellos.
-No lo sabía.
-Son historias que se cuentan en nuestro pueblo aunque no he conocido a nadie que haya sufrido tal humillación, seguramente porque no consiguen escapar y mueren en el País de los Hombres –aclara Fidor, que se vuelve hacia Cedric y le dice: -Lamento haberte comunicado ese detalle que parece haberte contrariado.
-Mucho. Nosotros, quiero decir mi esposa, mi hija y yo, actuamos de buena fe en todo instante y esperaba de vosotros un comportamiento semejante. De todos modos, hace ya muchos años de eso y lo mejor es olvidarlo. No te guardo ningún rencor, Fidor, ni a los tuyos tampoco. Pero estaré prevenido para que no vuelvan a suceder esas cosas, ni a mi nieto, ni a mí. De momento no beberé nada que me ofrezcan al llegar al país, aunque ignoro si tú ya me hayas dado a beber disimuladamente esa Bebida del Olvido a la que te refieres.
-¿Me crees capaz de hacer algo semejante después de que me salvaste la vida? –pregunta Fidor, sorprendido ante las palabras de Cedric.
-Bueno... Vamos a conocer el camino y...
-No, Cedric, no te he dado nada a beber. Esas cautelas no son necesarias en este caso, ni contigo, ni con el príncipe. Si él va a ser el rey de los elfos debe conocer todos los detalles del país y saber dónde y por dónde va, además de tener la mente lúcida, la memoria fresca, la mano de la espada, rápida, mucha prudencia y un elevado sentido de la justicia y de la moral.
-Todas esas virtudes las tiene mi nieto por arrobas -asegura Cedric, muy ufano de haber sido él quien se las inculcara. –El problema radica en si sabrá aplicarlas en cada momento y dar a cada uno lo suyo para no salirse de los cauces de la justicia.
-No lo pongo en duda. He podido comprobar desde que me llevó a tu cabaña su sentido de la responsabilidad y lo acertado de sus observaciones en todos los asuntos tratados. El príncipe es valiente como demostró luchando contra los cuatro elfos que pretendían apoderarse de la espada y la carta; es prudente en todas sus decisiones y buena prueba la está dando en este viaje; es justo, según mi propia apreciación y de acuerdo con las normas de justicia de los elfos, lo que deduzco de sus palabras y observaciones. Será un buen rey de los elfos si conseguimos entrar en el país y derrocar a Mauro.
-Lo conseguiremos, no tengo ninguna duda. Quiero hacerte otra pregunta, Fidor: ¿Todos los elfos del mundo viven en el mismo país?
-No, no. Los elfos vivimos en todas partes. Hay varios países de elfos. El nuestro es quizá el más importante de todos. También hay muchos elfos solitarios desparramados por el mundo, lo mismo que sucede con los silfos o los duendes. En cualquier bosque puedes encontrarte con una pareja de elfos o un silfos, viviendo en el país de los trasgos o gnomos, algo que no sucede con los trolls que viven siempre juntos, son incapaces de convivir con los demás, entre otras cosas porque los demás no los soportan. Cualquier lugar es bueno para que viva un elfo. Somos serviciales, bondadosos y solidarios con los demás. También muy hábiles en el arte de la ocultación y disimulación. Puedes tener a un elfo a dos metros de distancia y no llegar a verlo porque estará confundido con el paisaje o entre las ramas de los árboles. Por eso, generalmente, vestimos de verde, para confundirnos con el entorno.
-¿Cómo es que no pediste ayuda a esos otros países de elfos para derrocar a Mauro? –pregunta Ab’Erana, con agudeza.
-Buena pregunta. Pero sucede que no hay relación alguna entre los diferentes países de elfos. Es más, te diré que ignoro dónde están esos otros países élficos de los que he oído hablar en contadas ocasiones. ¿Cómo avisarles si ignoramos su situación geográfica e incluso su sistema de vida? Pueden vivir a miles de horas de camino.
-No he visto nunca elfos, ni silfos, ni duendes, ni trasgos, ni gnomos, ni seres diminutos en el Bosque Maldito, ni en ninguna otra parte –comenta el chico. –Mi abuelo me dijo que los elfos suelen vivir en los bosques.
-Así es. Nuestras ciudades casi siempre están rodeadas de bosques. De nuestros bosques, aunque, a veces, también es fácil encontrarlos en otros bosques diferentes. Recuerda que tu padre conoció a tu madre en el llamado Bosque Maldito. También te digo que no es normal que los elfos vengan al Mundo de los Humanos. Los elfos no se fían de los hombres.
-Conmigo tratasteis, emparentasteis, estuve en vuestro país agasajado como un amigo, viniste en varias ocasiones a mi casa, ahora has vuelto de nuevo y nunca te hice mal alguno. ¡Te he curado tus heridas! Hemos vigilado tu sueño durante la enfermedad... ¿O tienes alguna queja de nosotros?
-Cierto, eres la única excepción, y en todas las ocasiones que fui a tu casa fue por causas excepcionales, situación que se ha repetido ahora. No me gusta generalizar. Sentimos miedo ante los hombres pero procuramos superarlo. El tuyo es caso único. Nos vimos obligados a tratar contigo y recibimos un trato exquisito. Nunca en la historia de nuestro pueblo un príncipe elfo se casó con una mujer de raza diferente a la nuestra, ya te lo dije antes. No me refiero solo a una humana, sino a chicas de las razas de los silfos, de los gnomos o de los trasgos, por ejemplo. No menciono a las chicas trolls porque jamás un elfo se casaría con ellas. Son tan asquerosas y sucias como los trolls. De no haber concurrido aquel enamoramiento jamás habríamos tenido relaciones contigo. Hubiésemos tenido miedo de ti, pero quiero que sepas algo, Cedric, y tú también, príncipe. Para mucha gente de mi país fue un honor tener una princesa como Erana, muy querida por el pueblo, que mereció un respeto que no tuvo por algunas elfas del entorno de los reyes. Sencillamente por ser diferente.
-¿Quieres decir con ello que si mi madre, en lugar de ser humana, hubiese sido silfa, por ejemplo, habría sido despreciada también por una parte de la sociedad elfa?
-Es muy posible. Quizá algo menos porque las diferencias entre un elfo y un silfo son menores que entre un elfo y un humano. Los elfos miran especialmente las orejas de los individuos y los silfos tienen las orejas muy parecidas a las nuestras, prácticamente iguales –aclara Fidor, sonriendo. –Y te diré que las silfas o sílfides son las mujeres más hermosas del mundo, al menos así se dice en nuestro mundo.
-¿No influye el color y el brillo de la piel?
-Sí, pero menos que las orejas. Nuestro verdadero signo distintivo son las orejas puntiagudas.
-¿Quiero entender de tus palabras que si llego a ser rey de los elfos no podré casarme con una chica de mi agrado, de cualquiera de esas razas que dices, incluida la humana? –pregunta Ab’Erana con extrañeza. –Sé por mi abuelo que en nuestro país los padres, a veces, conciertan las bodas de sus hijos sin contar con ellos que son los interesados y este proceder siempre me pareció injusto e irracional. Si es así también en el País de los Elfos te prometo que si llego a ser rey, modificaré esa norma.
-Nadie te impedirá casarte con quien desees, y menos siendo tú el rey, pero posiblemente la elegida sufriese humillaciones como tu propia madre sufrió, si la reina no es elfina. No lo sé con seguridad. Los tiempos han cambiado en algunos aspectos desde la época de la princesa Erana, aunque nuestro pueblo se atiene mucho a las costumbres ancestrales.
-¿Por qué? ¿Qué le puede importar a los demás cómo sea la esposa del rey y cuál sea su origen?
-Puede importar mucho. Las esposas pueden tener gran influencia en las decisiones de sus maridos. A veces pueden llegar a ser ellas las que deciden lo que conviene hacer en cada instante. Todo dependerá del carácter de uno y otra. Hay reyes que se dedican a la caza, o al arte, y se olvidan de gobernar. Entonces suelen ser las esposas las que cogen las riendas del país junto con alguno de los Consejeros más despabilados o más audaces. También depende del interés de la esposa. Tu abuela paterna, por ejemplo, jamás se preocupó por el gobierno del país, por dos motivos, uno porque era hipocondríaca y siempre estaba aquejada de alguna enfermedad imaginaria; la otra porque tu abuelo Dodet XII tenía mucho más carácter que ella y no la habría dejado manipular. No te quepa duda de que la esposa del rey puede ejercer una gran influencia sobre las decisiones de su esposo.
Ab’Erana se queda pensativo, arruga el entrecejo, mira a Fidor y a su abuelo y suelta una carcajada.
-¿Por qué te ríes?
-Muchas veces dijo mi abuelo que quien mandaba en nuestra cabaña era mi abuela.
-Y así era –responde Cedric, sonriendo con nostalgia. -Tenía un genio la puñetera... ¡Cualquiera le llevaba la contraria! Con la escoba en las manos era temible y más de una vez corrió detrás de mí dando escobazos porque le había dejado manchas de barro en el suelo de la cabaña, o minucias semejantes.
-¿Lo ves? ¡Fíjate si puede tener importancia la influencia de la esposa!
Cesa la caída de la nieve y a los pocos minutos comienza a llover torrencialmente mientras un trueno hace estremecer las paredes de la oquedad.
-Antes la nieve y ahora parece que la tormenta se va a instalar aquí arriba, sobre nosotros –comenta Cedric, que presume de predecir la actividad atmosférica. –Menos mal que nos ha cogido a buen resguardo y con buen acopio de leña. Aquí, si el tiempo no cambia, podemos pasar la noche con cierta comodidad.
-Perderemos mucho tiempo –protesta Ab’Erana, contrariado.
-Nadie manda en el tiempo, hijo. Una de las pocas cosas que los hombres nunca podrán dominar es el tiempo, la lluvia, la nieve, el viento...
-Ni los hombres, ni los elfos, ni siquiera los magos elfos –puntualiza Fidor, sonriendo- pueden tener influencia sobre el tiempo.
Una cortina de agua comienza a tapar la entrada a la oquedad, salpicando al interior y obligándoles a retroceder unos metros.
-¿Has decidido definitivamente el camino a seguir?
-Totalmente. Iremos por Jündika. No es el camino más corto ni el mejor pero considero que es el más aconsejable en este momento. Seguiremos un acceso que descubrimos por casualidad tu padre y yo en una de las correrías que él organizó antes de conocer a tu madre. Solo en una ocasión hace quince años, cuando mi última visita al Bosque, me adentré por ese camino y no he vuelto a pasar por él desde entonces. Pienso que continuará intacto. Es por ahí por donde accederemos a los países de los Seres Diminutos, y atravesaremos el País de los Silfos.
-¿Estás convencido de que nos esperan por la que llamas ruta del sur?
-Completamente convencido. Y mucho más conociendo al personaje.
-¿Podrá entrar mi abuelo en el País de los Elfos? Como hablas siempre del mundo de los Seres Diminutos, te veo tan pequeño y a él tan grande...
-Ya entró una vez. Todas las cosas en nuestro país están en relación con nuestra estatura. Tú quizá puedas moverte en el interior del palacio real, o por las calles, a tu antojo, porque tu estatura es más baja que la del común de los hombres, aunque más alta que la de los elfos, pero con Cedric no ocurre lo mismo. Tú podrás entrar en cualquier parte aunque a veces te veas obligado a inclinar la cabeza. Él, no. Para él habrá que disponer algo excepcional como ya se hizo cuando la boda de tus padres. Recuerdo que en aquella ocasión el rey preparó para tus abuelos una tienda de campaña gigantesca para que les sirviera de residencia porque no cabían en ninguno de los palacios ni casas del país. Hubo que celebrar la ceremonia de la boda al aire libre porque tu abuelo Cedric, no podía entrar en ningún edificio público. ¡No cabía por las puertas!
Inesperadamente deja de llover. El agua caída ha deshecho la nieve en muchos lugares, los campos están anegados y en algunos puntos convertidos en auténticos barrizales.
Tímidamente se producen algunos claros y en algún momento sale un sol tibio para desaparecer con la misma rapidez.
Ab’Erana decide que deben reanudar la marcha. Cedric mira al cielo, ve el color de las nubes y la dirección del viento y pronostica más lluvias. Pese a ello, deciden continuar; cargan la manta y el zurrón y en el momento de salir al exterior, suena un trueno espantoso que les detiene y comienza a diluviar, obligándoles a retroceder.
-Lo advertí –comenta Cedric. –No me gustaba el color de las nubes.
-Será mejor que nos dispongamos a pasar la noche aquí –aconseja Fidor, al que no le agrada viajar con condiciones atmosféricas tan desfavorables. –Este es un lugar cálido y la fogata de esta mañana ha caldeado bastante la cueva. No encontraremos nada mejor para pasar una noche como esta que se avecina.
Comienzan a alternar algunos claros con abundante lluvia y Picocorvo, en uno de los momentos de bonanza, aprovecha para salir a cazar. Regresar a los pocos minutos, chorreando agua y sin haber visto ninguna presa. Solo tienen para cenar aquella noche un trozo de torta endurecida que Cedric lleva en el zurrón.

martes, 8 de abril de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET: AB'ERANA

Transcribo a continuación el capítulo quinto de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.
Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual
Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)


CAPÍTULO V

Preparativos para el viaje

1

Ab’Erana se muestra confundido ante el desarrollo de los acontecimientos y busca rincones apartados y solitarios para reflexionar. No encuentra explicación lógica a todo lo sucedido en aquellos dos días. De forma totalmente inesperada y sorprendente tiene conocimiento de sus orígenes y de por qué tiene las orejas diferentes, algo que hasta entonces jamás llegó a plantearse con seriedad pese a que en algunas ocasiones, como de pasada, preguntó a su abuelo por aquella anormalidad. No alcanza a comprender la responsabilidad que su desconocido padre pretende cargar sobre sus hombros, sin conocerlo, sin saber siquiera como es físicamente, si es fuerte o débil, si es elfo o humano, si es ambas cosas a la vez o ninguna de ellas. Sencillamente, si es capaz de correr una aventura como la que le pide. El planteamiento de su padre supone una carga enorme para él. Nada menos que la recuperación de un trono perdido veinte años antes, en un país desconocido, situado en un mundo diferente al suyo. ¿Cómo podrá realizar semejante proeza? ¿Cómo podrá soportar un cambio de vida tan radical como el que le pide su padre? ¿Cómo cambiar una vida tranquila sumida en la monotonía más absoluta, por una situación de luchas e intrigas a las que nunca estuvo habituado? Se acaba de enterar de que es miembro de una dinastía real por derecho propio, por derecho de sangre, pero solo sabe de reyes, príncipes, princesas y palacios lo que su abuelo le contaba cuando él era pequeño, cuentos y leyendas, la mayoría de las veces inventados, porque jamás se las refirió dos veces del mismo modo. Ignora todo lo relacionado con la gobernabilidad de un país. Y ahora, por medio de una fantástica historia que le refieren su abuelo, un elfo desconocido llamado Fidor y la carta de su padre, se entera de que es hijo de un príncipe elfo. Y para mayor dificultad, su propio padre le pide nada más y nada menos que recupere un trono y un país, valiéndose de una simple espada, por muy encantada que esté. ¡El País de los Elfos!
-¿Dónde demonios se encuentra el País de los Elfos y quienes son los elfos? –se pregunta en voz alta.
Jamás oyó hablar de los elfos en sus casi veinte años y mucho menos del país donde viven esos individuos. Lo ignora todo. Su abuelo no puede darle datos y ha de confiar plenamente en Fidor, pero... ¿Y si Fidor es otro traidor como el tal Inicut y lo que desea es llevarle al País de los Elfos y tenderle una emboscada? ¿Y si es un sicario enviado por el rey Mauro con intención de matarlo y acabar con todo vestigio de la dinastía de los reyes Dodet? Inmediatamente desecha la idea de traición de Fidor al recordar su herida y las palabras de los cuatro elfos que le indicaron que tenían por misión asesinar al elfo. Además, está la carta de su padre en la que le pide que confíe en él plenamente, pero de inmediato vuelve a surgir la duda: ¿y si esa carta no es de su padre? Mueve la cabeza, apesadumbrado, y finalmente decide confiar en Fidor como dice la carta.
Todo el planteamiento le resulta sorprendente. Conoce sus propias limitaciones y cree no estar preparado para una misión semejante. Él está preparado para cazar, para subirse a los árboles y pasar de un lado a otro de la laguna saltando sobre las ramas, para cazar peces y pájaros con flechas, pero nada más. Es consciente de no estar preparado para acometer una aventura como la que le piden su padre y Fidor, y, menos aún, para convertirse en rey de un país desconocido. Las historias que le contaba su abuelo hablaban a veces de reyes, príncipes y princesas, como personajes fastuosos e inalcanzables para los demás mortales. Gente que vestían lujosos trajes de terciopelo, mantos de armiño, coronas de diamantes y espadas con empuñaduras de oro, y le resulta muy difícil, casi ridículo, verse convertido en uno de aquellos príncipes con el sencillo y miserable ropaje que viste y la pequeña carga de experiencia que arrastra, simple cazador del bosque y dueño de un águila amaestrada. ¿Dónde podrá presentarse decentemente con aquel aspecto? ¿Quién le respetará? Solo dispone del ropaje que viste cada día y del que se desprende cada mes para lavarlo y tenderlo a secar al sol? ¿Quién creerá que es un príncipe, o un rey, al verlo vestido de harapos? Piensa que un rey debe ser algo diferente. Con mejor apariencia. ¿Quienes y cómo van a confiar en él al verlo vestido con un traje de pieles de animales salvajes, sin manto ni corona? ¿Cómo va a vencer a todo un pueblo con una sola espada, por muy poderoso que sea su encantamiento, salvo que ese pueblo le apoye? El hecho de haber sacado la espada de su vaina presupone que reune en aquel instante las virtudes necesarias exigidas por el encantamiento del mago Mercurio, pero solo eso. Viviendo en absoluta soledad, como un anacoreta o ermitaño, junto a su abuelo, sin conocer las tentaciones que el mundo ofrece a sus personajes, cualquiera puede ser virtuoso, pero... ¿Tendrá las virtudes exigidas al poseedor de la espada cuando viva en sociedad, rodeado de gentes y mujeres hermosas, y las tentaciones giren a su alrededor? ¿Mantendrá los mismos principios y criterios de moralidad cuando disponga de otros conocimientos de la vida? ¿Se aprovechará de su situación en cuanto tenga posibilidad de hacerlo? ¿Se comportará tan indignamente como su abuelo si llega a enamorarse de la mujer de otro? ¿Se convertirá en otro Mauro? Todas estas preguntas, en sucesión ininterrumpida, no se le van de la cabeza.
Por otro lado, ¿qué es él, un hombre o un elfo? Parece un hombre pero tiene una oreja de elfo. ¿O es un elfo con rasgos y aspecto de hombre? ¿Y sus sentimientos, son de hombre o de elfo, si es que los sentimientos de unos y otros son diferentes? Nunca se planteó esta situación al ignorar quien era en realidad. Al ver a Fidor cree más bien que es un hombre con una simple oreja de elfo, pero ¿y sus pensamientos, sus ideas, sus reacciones y sus instintos? ¿Quienes son los elfos? ¿Cómo piensan? ¿En qué creen si es que creen en algo? ¿Cuáles son sus costumbres? También desconoce quienes son los silfos y los trolls mencionados por su padre y por Fidor. Aunque tenga sangre de elfo en su cuerpo, no es un auténtico elfo, esa cuestión la aprecia solo con mirar a Fidor. Su personalidad está compartida, es evidente. Sus facciones son de hombre pero tiene un ligero parecido con los elfos que ha conocido, un ligero brillo en el rostro que su abuelo no tiene, su oreja izquierda es idéntica a la de los elfos y su nariz tiene semejanzas con la de Fidor y con los elfos que buscaban la espada y la carta de su padre.
Es consciente de que la llegada de Fidor ha supuesto un auténtico cataclismo en su vida y en la de su abuelo. Ya nada será igual. Nunca será igual. Aunque no suceda nada especial ni acepte la llamada de su padre. Antes no sabía y ahora conoce su propia identidad. Sabe quien es y ese conocimiento solo le ha supuesto verse invadido por un estado de intranquilidad que antes no tenía. Está nervioso y no acierta a hacer nada al derecho. Sus ideas se mezclan y le confunden. Es como si su vida hubiese dado un giro total en un breve espacio de tiempo. En todo caso, lo único que sabe con certeza, porque así se lo pide su padre en la carta, es que debe confiar en Fidor, y, especialmente, en la espada encantada del rey Dodet, de cuyo encantamiento y eficacia ya ha tenido una prueba palpable. Poco bagaje para una misión tan delicada y peligrosa. Porque, desde luego, no es lo mismo luchar contra cuatro elfos fuera de su entorno natural, ayudado por el águila, que luchar contra todo un pueblo, para recuperar un trono perdido veinte años antes. Salvo que las ayudas de la espada y de Fidor fuesen infinitas y sumamente poderosas.
Todas estas reflexiones y preguntas se las formula Ab’Erana en el atardecer de aquel mismo día, sentado en un rincón del cobertizo de la leña, buscando la soledad para no verse interrumpido por su abuelo ni por el elfo, con la mirada perdida en la nieve que continua cayendo mansamente sobre el bosque desde las primeras horas de la mañana. El frío le deja el cuerpo entumecido.
Sale del cobertizo y deja que la nieve caiga suavemente sobre él. Se inclina, hace bolas con ella y las arroja luego contra los troncos de los árboles más cercanos a la cabaña. Está completamente desconcertado.
Se sienta en uno de los bancos del porche y acaricia a Picocorvo que ha salido de la cabaña y lleva un buen rato observándolo en silencio.
-Picocorvo, ¿sabes lo que ocurre? –pregunta, mirando fijamente al águila. –Picocorvo, este hombrecito es un elfo enviado por mi padre para pedirme que vaya a su país a recuperar el trono de mis antepasados y a liberarlo de las garras de un rey malvado llamado Mauro. ¿Picocorvo, me ayudarás si decido aceptar?
Recibe la respuesta del águila diciéndole que irá donde él vaya, que luchará contra quien él luche y que no le abandonará nunca. Le impresiona la frase de “mi destino es tu destino”. Le abraza contra su pecho como si fuese un ser humano y nota cómo se le saltan las lágrimas.
Los pensamientos del águila le reconfortan. Una corriente de euforia comienza a correr por su interior y a imbuirle la idea de que puede hacerlo. Se siente predispuesto a intentarlo para satisfacer la confianza que su padre, aun sin conocerlo, ha depositado en él. En el momento de conocer las disposiciones de su padre por boca de Fidor, no quiso decidir nada sin saber previamente las causas por las que el príncipe no fue nunca a visitarlo, ni a preocuparse de él de ningún modo. Después de conocer las vicisitudes sufridas por su padre, la terrible situación padecida en cárceles de los trolls y padece ahora en las mazmorras del palacio de Mauro, su decisión se hace más firme a cada instante: tiene que ayudarle. Debe ayudarle. Cree que es una obligación moral que debe cumplir. Resulta evidente que no vino a verle porque no pudo. No se preocupó de él por estar privado de libertad, pero el hecho de enviarle aquella carta en cuanto tuvo oportunidad de hacerlo, le demuestra cuáles son los sentimientos de su padre con respecto a él. Evidencia, sin ningún género de dudas, que su padre siempre lo tuvo en sus pensamientos. A él y a su madre.
Continúa nevando y los alrededores de la cabaña están completamente blancos.
Da unos saltos para entrar en calor y se restrega las manos con fuerza. Se ha quedado helado. Pero en su rostro hay una expresión desconocida. De esperanza.

2

Entra en la casa y recibe con agrado el calor que desprende la chimenea. Mira fijamente a su abuelo y a Fidor. Su expresión delata su estado de ánimo. Se siente nervioso pero exultante, como si su personalidad se hubiese transformado, como si durante aquel rato de reflexión se hubiese convertido en un personaje importante. Los ocupantes de la cabaña se dan cuenta de la transformación producida durante el largo rato de ausencia. Resiste desafiante la mirada de su abuelo durante unos segundos porque tiene el convencimiento de que se opondrá a la decisión que acaba de adoptar.
-¿Cuál es el plan a seguir? –inquiere, con absoluta naturalidad, dirigiéndose a Fidor, como si la pregunta fuese la continuación de una charla anterior con decisión adoptada.
Cedric lo mira con severidad, sorprendido ante aquella pregunta que considera absurda e irreflexiva, y antes de que Fidor responda, casi grita:
-¡Un momento, jovencito! Hace un rato saliste de la cabaña completamente aturdido por los acontecimientos. Totalmente desbordado por la enorme responsabilidad que se te venía encima. No sabías qué hacer. Pediste unos minutos de soledad para reflexionar y saliste fuera a ver caer la nieve. Estabas confundido. Navegando en un mar de dudas, sin saber qué actitud adoptar, y, sin duda, formulándote mil preguntas a las que difícilmente habrás encontrado respuestas. Y apareces completamente transformado, como si ya estuvieses por encima del bien y del mal y alguien te hubiese infundido la sabiduría necesaria para llevar a cabo lo que tu padre te pide. ¿Qué te ha ocurrido ahí fuera, acaso los copos de nieve te han infundido un magnetismo especial o te han traído alguna información de interés? ¿Es que piensas aceptar la petición que hace tu padre a través de Fidor sin más, sin recapacitar, sin reflexionar de forma adecuada, sin analizar los pros y los contras de esta nueva situación? ¿Crees que podrás cargar sobre tus espaldas la tarea que te pide tu padre, sin adquirir más detalles, ni analizar tus propias capacidades y limitaciones? ¿Tienes idea de lo que es ser rey de un país y gobernarlo, aunque ese país y ese gobierno sean de seres diminutos como Fidor? ¿Es que no piensas ni recapacitas las cosas, Ab’Erana? ¿Cómo vas a conseguir lo que te pide tu padre? ¿Entrarás en el País de los Elfos dando mandobles a diestro y siniestro, matando a todos los elfos que se opongan a tus pretensiones, hasta erigirte rey? ¿Qué locura es esa, muchacho?
Se produce un silencio absoluto después de las palabras de Cedric. Los tres se miran entre sí, esperando, quizá, la reacción de alguno de ellos, la aparición de algún signo que pueda arrojar luz. Los razonamientos de Cedric no sorprenden a Ab'Erana, es más, los esperaba. Finalmente es él quien toma la palabra.
-Mi padre me pide ayuda, abuelo. ¡Está encarcelado por sus enemigos! Tú siempre me inculcaste la idea de que hay que ayudar a quien lo necesita. ¡Y él ahora lo necesita! ¡Me ne-ce-si-ta! Quizá las voces que atruenan en mi cabeza y me llaman desde las Montañas Nevadas sean las suyas. ¿No lo entiendes?
-No, no lo comprendo, nieto. Tú y yo hemos vivido aquí pacíficamente, sin problemas de ninguna clase salvo el de buscar alimentos cada día. Esto que propone tu padre no es ningún juego, más bien parece una locura de individuo que lleva muchos años encerrado y ha perdido el juicio. Puedes exponer tu propia vida... y perderla. Ya viste las intenciones de los cuatro elfos con lo que luchaste. Matar a quien se oponga a los deseos de ese Mauro de los demonios. Ahora mismo eres quizá el mayor enemigo de Mauro y ¿sabes qué hará? ¡Ordenará tu muerte como ordenó la de Fidor! Fidor se escapó por los pelos, pero ¿qué sucederá contigo? ¿Tendrás la misma suerte que él tuvo?
-Antes le pregunté a Fidor sobre las ausencias de mi padre. Si no se hubiese preocupado de mí durante todos estos años pudiéndolo hacer, ten la seguridad de que no habría respondido a su llamada, pero esto es diferente. ¡Estuvo preso! ¡Está preso! No pudo venir a verme ni preocuparse de mí personalmente porque no estuvo privado de libertad. ¡Puede estar a punto de morir! Es muy importante para mí que su primer acto haya sido ponerse en comunicación conmigo para pedirme algo, porque eso significa que siempre me tuvo en sus pensamientos, igual que tuvo a mi madre... a la que nunca conocí y de la que nunca me hablaste –reprocha, con cierto matiz de indignación en la voz.
-Es muy justo lo que dices, príncipe, aunque también entiendo las palabras de tu abuelo. Ser rey de un país cualquiera requiere una dedicación absoluta y una gran responsabilidad en todos los órdenes de la vida. Hay que renunciar a muchas cosas aunque también disponer de otras muchas que los demás jamás alcanzarán porque solo están reservadas a los reyes y personajes encumbrados. Comprendo tu situación y las dudas de tu abuelo.
-¡Claro! Los príncipes requieren una preparación especial para que luego, al alcanzar el trono, sepan desenvolverse con normalidad, justicia y eficacia. Quizá tengas una idea clara de lo justo y lo injusto, de lo bueno y lo malo, pero eso solo no es suficiente. Tú no sabes nada de cortes reales, ni de tronos, ni de gobiernos, ni de traiciones, ni despotismos... No sabes nada de nada, salvo cazar, hablar con el águila y subirte a los árboles del mismo modo que hacía tu madre. No puedes aceptar esa responsabilidad que te pide tu padre, sin recapacitar, sin analizar si serás o no capaz de gobernar un país, si llega el caso. Cada cual debe conocer sus propias limitaciones y su preparación. ¡No quiero verte fracasar, Ab’Erana! –exclama Cedric, señalándole con el dedo índice. -Tu fracaso sería mi fracaso porque he sido yo quien ha ido modelando tu forma de ser. No quiero que fracases, hijo –termina, bajando el tono de su voz.
Ab’Erana mira a su abuelo con infinito cariño y respeto. En su mirada hay un cierto dejo de tristeza. Su abuelo tiene razón, no está preparado para asumir las funciones de rey de nada, pero siente en su interior la llamada de la sangre, como si resonaran en su cabeza los gritos desesperados de su padre pidiéndole ayuda. Ahora está convencido de que las voces que resuenan en su subconsciente y que piensa provienen de las Montañas Nevadas, son las de su padre que lo llama desesperadamente desde donde quiera que esté. Quizá pueda comunicarse telepáticamente con él, lo mismo que le ocurre a él con Picocorvo. A pesar de aquellos razonamientos de su abuelo, no está dispuesto a ceder. Ha adoptado su decisión y está decidido a llevarla a efecto hasta sus últimas consecuencias.
-Siempre me enseñaste a comportarme con dignidad, con respeto, con caballerosidad. Me dijiste que no debía causar daño a nadie; ni a las propiedades ajenas; ni siquiera a los animales y plantas, de forma innecesaria; que debía cuidar el bosque. Me enseñaste a ser prudente, honesto, decente y honrado. Me dijiste muchas veces que cumplo todas esas exigencias y que he sabido asimilar tus enseñanzas “a las mil maravillas”. ¡Así lo dijiste en muchas ocasiones! ¿O es que no lo recuerdas ya?
-¡Claro que lo recuerdo!
-Si soy así, como tú mismo reconoces, ¿qué otra cosa se le puede exigir a un príncipe, o a un rey? A veces me contaste historias de reyes y príncipes y ninguno era como yo, todos cometían arbitrariedades e injusticias, e, incluso, algunos eran malvados y ruines. Abusaban de su poder. ¡Y eran reyes! Mi propio abuelo Dodet XII cometió una indignidad. ¿Por qué no puedo yo ser rey de los elfos, pensando como pienso y siendo como soy? ¿Por qué, abuelo? ¿No fue mi madre una princesa, se había criado en el bosque, como yo, y, según Fidor, tuvo un comportamiento ejemplar y fue querida por el pueblo llano?
Se produce un silencio profundo en la cabaña, como si todos meditaran sobre las razonables palabras del chico. Hay miradas intensas entre unos y otros, especialmente entre Cedric y Fidor, hasta que éste esboza una sonrisa de esperanza antes de tomar la palabra.
-Las palabras del príncipe son prudentes y acertadas, Cedric. ¡Ya quisieran muchos reyes tener presentes los principios morales que acaba de enumerar tu nieto! Si es prudente, honesto, decente y honrado, como tú mismo reconoces, ¿qué más puede exigírsele a un príncipe, o a un rey? –repite. - Además, contará con mi ayuda. No me separaré de él hasta que pueda estar al lado de su padre. Luego entre ellos decidirán lo más conveniente.
-¿Crees que eso solo será suficiente para gobernar un país como el tuyo?
-Estoy convencido de que Ab’Erana será un buen rey si consigue derrocar a Mauro y estoy seguro de que lo conseguirá. El chico lleva la bondad y la inteligencia reflejadas en la expresión, y si, además, actúa con valentía, prudencia y honradez en todos los órdenes de la vida, he de reconocer que tiene virtudes más que suficientes para gobernar mi país, o cualquier otro. Además, querido Cedric, nunca sabemos lo que somos capaces de hacer si no lo intentamos. Doy un voto de confianza al príncipe. El hecho de poder utilizar la espada encantada es para mí un elemento determinante, una muestra de garantía, una demostración de que es persona digna de confianza en todos los sentidos ya que de otro modo jamás podría haber sacado la espada de su vaina. Nadie hoy tiene más méritos que él para ser el rey de los elfos.
Cedric mira intensamente a Ab’Erana, se acerca a él, le pasa el brazo derecho por los hombros y lo atrae hacia sí, con inmenso cariño. Luego, mueve la cabeza de un lado a otro, preocupado, como si temiera perder el cariño y la compañía de su nieto, por mor de aquella inesperada aventura que se avecina, a la que comprende no debe oponerse, y dice, dirigiéndose a Fidor:
-Temo que la carga que le impone su padre sea superior a sus fuerzas y le arruinemos su propia vida. Me sentiría culpable si así fuese y no me lo perdonaría nunca. ¡Ab’Erana es como si fuese mi propio hijo y así lo quiero! Deseo lo mejor para él. ¡No quiero que fracase! –exclama, con los ojos brillantes dando la impresión de que está a punto de llorar.
-Lo comprendo, Cedric. Entiendo tus preocupaciones y las comparto. Pero no olvides que las personas no pueden luchar contra su destino. Ab’Erana es príncipe por nacimiento, predestinado para grandes hazañas, y nosotros no debemos interponernos en su camino. Es príncipe por derecho de nacimiento, por ser hijo de príncipe, y, como tal, tiene una misión que cumplir en la vida. El pueblo elfo lo necesita ahora porque el rey Mauro está decidido a llevar al país hacia la ruina y el desastre total entregándolo en bandeja a los asquerosos y repugnantes trolls. Cada día hay más trolls en el país ocupando puestos de relevancia y tratando a los elfos de forma despectiva y en la mayoría de las ocasiones, despóticas, porque se sienten amparados por un rey proclive a ellos. Dentro de poco tiempo esos individuos se habrán convertido en los dueños absolutos del país, lo transformarán en otro país de trolls y convertirán a los elfos en sus esclavos. ¡Muchos de ellos lo manifiestan así públicamente en círculos privados! En más de una ocasión he oído decir a algunos de ellos “seréis nuestros esclavos”. Ahora solo ocupan el Valle Fértil, y puntos estratégicos de la ciudad de Varig; luego ocuparán todo el país y arrojarán a los elfos a las cuevas y cavernas que ellos ocupan ahora si es que no nos exterminan, que es lo más probable. Lo que se llama un cambio radical. Entonces será demasiado tarde para remediar el mal porque toda la sociedad estará contaminada, si es que no ha sido aniquilada por los trolls. ¡No conocéis a los repugnantes trolls! No podéis imaginar de lo que son capaces.
-¿Por qué mi padre y tú dais esos apelativos tan humillantes a los trolls? ¿Tan malos son?
-Son basura. Miserables. Criminales. Mucho peor de lo que puedas imaginar. Cuando los conozcas comprenderás por qué los llamamos así. Además de miserables, son repugnantes y asquerosos. La escoria de los seres vivos pensantes. Lo peor que te puedas encontrar en la vida. Repugnantes en sus comportamientos físicos y miserables en sus pensamientos... si es que piensan alguna vez. Se mueven por instintos y raramente razonan. Serán implacables con los elfos en cuanto consigan apoderarse de todos los resortes del poder y la situación está llegando a ese límite. La petición de tu padre ha llegado en un momento crucial.
Hay nuevo cruce de miradas, como si cada cual pretendiera infundir sus propios pensamientos a sus interlocutores para eliminar barreras e imponer confianzas.
-Comprendo tus intenciones y te las agradezco de todo corazón, abuelo, pero... Voy a aceptar y acudiré en ayuda de mi padre. Lo de ser rey quedará aplazado hasta que consiga hablar con él. Nunca hice nada de mérito en mi vida salvo vivir en este bosque solitario, aprender tus enseñanzas, seguir tus consejos, cazar y en los últimos tiempos entenderme con Picocorvo. Creo que es muy poca cosa para la vida de un ser humano, o de un elfo, o de lo que quiera que yo sea. Puede haber llegado mi hora. Iré a salvar a mi padre, a luchar contra Mauro el usurpador, y a expulsar del País de los Elfos a los asquerosos y repugnantes trolls –dice, enfatizando los calificativos dedicados a los trolls. -¿Qué me espera en este bosque al que la gente considera y llama maldito? ¿Qué me espera? ¿Ser un leñador, o un cazador, durante el resto de mi vida? ¿Morirme de asco en esta agobiante soledad que nos rodea? No, abuelo. Tú estás aquí conmigo para evitarme complicaciones como te pidió mi padre, según sé ahora. Yo estoy contigo para no dejarte solo. Si estuviese solo hace mucho tiempo que no estaría aquí. Antes ignoraba los motivos de nuestra estancia en este bosque malsano, hoy que conozco las causas te pido que no te opongas al destino. A mi destino.
-No me opondré a nada, hijo –admite Cedric, resignado, cediendo y encogiéndose de hombros. -Eres tú quien debes decidir lo que más te convenga hacer. Simplemente te daba un consejo y te pedía reflexión. Quizá tengas un camino trazado, como dice Fidor, y debas recorrerlo para cumplir tu propio destino, no lo sé; o quizá elijas un camino equivocado, tampoco lo sé. No se puede predecir el futuro. Lo que sea, será.
-Lo he decidido, abuelo. Seguiré los deseos de mi padre. Intentaré conseguir su libertad y derrocar al rey Mauro y luego expulsaré a los trolls del País de los Elfos, con la espada encantada y con la ayuda de Fidor y de Picocorvo.
-Que se haga tu voluntad, si es eso lo que quieres. Si te equivocas a nadie podrás reprocharle tu error. Podrás lamentarlo, pero nada más.
-A nadie culparé si las cosas salen mal, abuelo, te lo prometo. ¿Cuál es tu plan, Fidor?
-No habrá ningún plan hasta que Fidor esté curado de sus heridas –responde Cedric con firmeza y autoridad, golpeando con la palma de la mano sobre la mesa, mostrando su contrariedad, dando a entender que el hecho de que su nieto haya decidido no seguir sus consejos no va a permitirle adoptar decisiones improcedentes. –Fidor no está en condiciones de viajar en este momento. La herida que recibió en el costado tardará varios días en cicatrizar. Está muy endeble para hacer un viaje de largo recorrido y presumiblemente tener que luchar contra los partidarios del rey Mauro. ¿No ves que apenas puede caminar aún con normalidad?
-Es cierto, Cedric, en este momento no puedo hacer nada y me siento incapacitado para cualquier actividad, pero no podemos esperar mucho tiempo –aclara Fidor, deseoso de regresar a su país lo antes posible.
-Hay veces en la vida en que hay que esperar cuanto sea necesario o aconsejable, y este es uno de esos momentos. Tú no estás en condiciones de viajar y mucho menos de luchar, ni siquiera contra un abejorro. Por ahora solo debes reposar y comer. Ese es el único plan que debemos tener por el momento y durante los próximos días.
-Agradezco tu interés, pero las cosas se han precipitado y debemos resolverlas cuanto antes. Mauro sabe que me apoderé de la espada encantada y debe suponer que lo hice con alguna finalidad. Sabe que yo no puedo manejar esa espada porque nadie en el país puede hacerlo. Él, o algunos de sus consejeros, han debido pensar que existe alguien capaz de hacerlo, puesto que en otro caso no tendría sentido apoderarse de ella. Y ese personaje desconocido solo puede ser de la dinastía de los reyes Dodet, porque así está escrito en la historia de nuestro pueblo. Es posible que alguien recuerde que la princesa Erana estaba embarazada cuando salió del país y que debió tener un hijo, o una hija. Además, si los cuatro soldados que me perseguían no regresan, pensarán que algo grave ha debido ocurrirles y estarán a la expectativa o enviarán mayor número de efectivos para averiguar lo sucedido. Debemos actuar con rapidez. El que da primero da dos veces.
-Está bien, esperaremos el tiempo necesario hasta que Fidor esté en condiciones de partir, pero… ¿qué haremos cuando esto suceda? –pregunta Ab’Erana por segunda vez, comprendiendo que ha ganado parte de la batalla contra su abuelo. –Según mi padre, tú, Fidor, debes decidir lo más conveniente. Conoces la forma de ser, de pensar y de actuar de los elfos, las posibilidades de que nos ayuden de alguna forma, de que se unan a nuestra causa. Conoces la forma de ser y actuar del rey Mauro, la posibilidad de que la gente se revuelva contra él, si, como dijo el soldado Bósor, es un malvado y un déspota. Yo no sé nada. Ni siquiera sé donde está el País de los Elfos, mi otro país, y, quizá con el tiempo, mi único país. Todo dependerá del desarrollo de los acontecimientos.
-Debemos ir lo antes posible. Es allí únicamente donde podremos resolver la crisis. La cuestión radica en cómo entrar. Si lo hacemos por la ruta del sur, que es el camino más corto y directo, tengo seguridad de que estarán esperándonos. Es más que probable que ya tengan montado un dispositivo de vigilancia para conocer nuestra llegada. Nos esperarán, nos tenderán emboscadas, y harán todo lo posible para matarnos o impedirnos la entrada. Si conseguimos atravesar esa primera línea, tendremos enormes dificultades para atravesar las siguientes. Habrá, sin duda, una fuerza estimable de elfos dispuesta a impedir nuestro avance.
-¿Es que hay puertas de entradas al país?
-No exactamente, pero sí hay fronteras. Nuestro país está rodeado de montañas y hay una serie de puertos que son los que dan acceso. Hay que pasar forzosamente por alguno de ellos.
-¿No sería posible entrar y pasar desapercibidos? -pregunta Ab’Erana, de forma irreflexiva.
-¡Ab’Erana! –grita Cedric. -¿Cómo se te ocurre pensar que un hombre pueda pasar desapercibido en un país de seres diminutos? ¿No te das cuenta, o es que estás dormido, o delirando?
-Nos reconocerán en cuanto lleguemos a la frontera, en primer lugar por tu estatura y también porque a mí me conocen sobradamente en todo el país. En cuanto te vean con la espada encantada sabrán que eres un miembro de la dinastía Dodet. ¿Qué ocurrirá en ese momento? ¿Cómo reaccionará la población? ¿Hacia qué lado se inclinará la buena gente? Si, además, descubren que tienes una oreja de humano y otra de elfo tendrán certeza de que eres el hijo desconocido del príncipe Ge’Dodet y esa puede ser una baza importante que debemos explotar. Presumo que algunos serán indiferentes, otros te mostrarán su enemistad y la mayoría se unirán a tu causa.
-¿Es que todos los que entran en el país tienen que pasar por uno de esos puertos que dices?
-Todos. Los soldados permiten entrar a quien piensan que no creará problemas. A nosotros no nos dejarían pasar, sin duda. Nos apresarían, salvo que pensaran como los familiares del soldado Bósor.
-Habrá que buscar el lugar menos peligroso, ¿verdad?
-Exactamente. Nuestro país limita al norte con el territorio de los trolls y por allí es prácticamente imposible acceder. Sería algo semejante a meternos en la boca del lobo. El este hay que descartarlo por completo. Limita con el País de los Hielos, montañas altísimas muy difíciles de cruzar y sumamente peligrosas; además, habría que dar un rodeo demasiado largo. El del oeste hay que descartarlo también. He venido por él y ellos lo saben. Pensarán que regresaré por el mismo camino y estarán esperándonos. El único lugar posible es el que conocemos como la ruta del sur a través del territorio de los Silfos, cuyos habitantes siempre fueron amigos de los elfos. Por esa ruta atravesaríamos el País de los Silfos antes de llegar a Jündika o a Ubrüt, las dos ciudades elfas que se encuentran al sur del país. La primera siempre fue partidaria de la dinastía Dodet, y es enemiga declarada del rey Mauro. Es la única ciudad del reino que Mauro no se ha atrevido a visitar aún. Ambas poblaciones están muy cerca de la frontera con los silfos.
-¿Qué relaciones mantienen los elfos con los silfos?
-Siempre fueron muy buenas. El anterior rey de los silfos fue un verdadero amigo de tu abuelo, y el hijo del rey, amigo de tu padre, estuvo en la boda de tus padres. Hoy, ese amigo de tu padre es el rey Kirlog II. Últimamente las relaciones entre ambos países no son demasiado buenas. Los silfos están nerviosos ante ciertos rumores que corren por el país, referentes a que el rey Mauro intenta invadir a los silfos, para dar rienda suelta a sus ansias expansionistas. Hablan los trolls de que el rey Murtrolls pretende crear un imperio con el territorio de los tres países, el de los trolls, el de los silfos y el nuestro. No sé qué habrá de cierto en esos rumores. Sí he oído que la pretensión de Mauro es apoderarse de parte del territorio silfo para compensar la pérdida del Valle Fértil. Mauro ha amenazado en varias ocasiones a los silfos acusándolos de haber alterado las fronteras, con la única finalidad de justificar una invasión. Hasta ahora nadie ha creído esos rumores ni ha sucedido nada especial, ignoro qué sucederá en el futuro. A veces, los gobernantes, machacando con las mismas ideas, o repitiéndolas con insistencia, consiguen convencer a los crédulos y vencer la resistencia de los más incrédulos. Los elfos viajeros y cultos sabemos que los silfos no pueden alterar las fronteras por imposibilidad física, pero si las autoridades están todo el día insistiendo en el mismo tema, colocando pasquines asegurando que los silfos han ocupado territorio de los elfos, llega un momento en que la gente del pueblo llano puede creerlos.
-¿Podemos fiarnos de los silfos?
-Es difícil dar una opinión en ese sentido. En principio, sí. Pero, a veces, los reyes y dirigentes de los pueblos conciertan acuerdos que el común de la gente no llega a comprender. El rey de los silfos era muy amigo de tu abuelo, y su hijo, amigo de tu padre, pero tu padre hoy no está al frente del país y el rey Kirlog II podría haber llegado a algún acuerdo secreto con el rey Mauro para salvaguardar la integridad de su territorio y de su gente. Si fuese así...
-Quiere decir que no debemos fiarnos de nadie, Ab’Erana. ¡De nadie, entiendes, de nadie! –advierte Cedric, con cierta impetuosidad, dando la sensación de que aún no se le ha pasado el enfado. -Y de los reyes y señores de castillos, mucho menos que de los demás. Los reyes y los señores de la guerra nunca fueron gente de fiar. Actúan siempre a su propia conveniencia. Espero que si llegas alguna vez a ser rey de los elfos, rompas ese comportamiento ambiguo y tengas lo que se llamaba antiguamente palabra de rey.
-También pudiera ser que los silfos, si descubren nuestra identidad, decidan apresarnos y entregarnos al rey Mauro para congraciarse con él y con los trolls –sigue diciendo Fidor, obviando los comentarios de Cedric.
-Eso habría que verlo, ¿no? Si la espada será el elemento primordial en la recuperación del trono elfo también nos serviría para evitar ser apresados por los silfos, ¿no crees?
-Evidente. Cualquiera que nos ataque recibirá la respuesta adecuada, de eso no cabe duda. Y, en todo caso, tú serás el brazo defensor.
-La dificultad, entonces, radica en llegar a las ciudades de Jündika o Ubrüt, ¿no es eso?
-Si conseguimos llegar a Jündika y decimos a la gente quien eres, tengo seguridad de que las cosas resultarán mucho más fáciles. La dinastía tiene buenos amigos allí. Lo difícil es llegar en los momentos actuales.
Ab’Erana se acerca a la ventana y acaricia la cabeza de Picocorvo y lo mira fijamente a los ojos. Permanece unos segundos como abstraído, como ausente de la cabaña, como si sus pensamientos estuviesen en algún lugar muy lejano, quizá liberando a su padre o viéndose ya revestido de ricos ropajes en la corte de los elfos.
-¿Cuándo piensas que estarás en condiciones de viajar, Fidor? –pregunta luego, volviéndose a mirar al elfo.
-No lo sé. Tal vez una semana, o menos. Todo dependerá de la evolución de las heridas.
-Si Fidor adelanta el viaje sin estar totalmente recuperado, puede recaer y el retraso podría ser mayor. Iniciaremos el viaje cuando Fidor esté totalmente curado.
-¿Iniciaremos? –pregunta Ab’Erana, saltando como si le hubiesen pinchado con un alfiler. -¿No pretenderás a tu edad venir con nosotros, verdad? ¿Te imaginas lo que puede ser ese viaje? Varios días de caminatas con enorme sacrificio físico; luchas encarnizadas contra elfos armados; acostumbrarte ahora a diferentes formas de vida, a lugares desconocidos..., a dormir en el suelo sobre una manta ¿Te imaginas todo eso a tu edad, abuelo?
Cedric lo mira con severidad y en su rostro se advierte la contrariedad producida por las palabras de su nieto. Como si no diera crédito a lo que acaba de oír. Piensa que el chico o se ha envalentonado con la noticia de saberse príncipe o ha perdido el juicio.
-¡Claro que iré! –explota en un ataque de indignación, con el rostro rojo de excitación.
-¡Abuelo! –exclama Ab’Erana, arrugando el entrecejo. –Creo que eres muy mayor para hacer largas caminatas y enfrascarte en aventuras que ignoramos qué final tendrán. Soy consciente de que todo puede salir bien o mal y... si sale mal podría ocurrirte algo malo y no me lo perdonaría nunca.
-Gracias por tu interés, hijo, pero... ¿qué habías pensado, dejarme atrás? ¿Para morirme de asco, sólo, en este bosque maldito en el que continúo viviendo por expreso deseo de tu padre para evitarte posibles humillaciones? ¿Aquí, sólo, quieres dejarme, con estas humedades y soledades, como tú dices? ¿Qué haré yo aquí sin tu compañía?
-Lo digo por tu bien, abuelo. Si todo termina bien, yo vendré a buscarte y...
-¡Escúchame bien, Ab’Erana, hijo del príncipe Ge’Dodet y de mi querida hija Erana! ¡No olvides nunca, ni siquiera si llegas a ser rey, las palabras que te voy a decir ahora! Hasta ayer era yo quien ordenaba lo que había que hacer en esta cabaña. Ordenaba tu vida y la mía. Decidía por ti y por mí. Te aconsejaba lo mejor y tú obedecías siempre sin rechistar. ¡Era yo la única cabeza pensante de esta cabaña! Porque de la noche a la mañana te hayas convertido, en teoría, en príncipe de los elfos, tengas un consejero privado y una espada encantada en las manos, no pienses que las cosas han variado sustancialmente entre tú y yo. Yo sigo siendo el abuelo y tú el nieto, y se hará lo que yo decida, aunque seas príncipe de todo el Mundo de los Seres Diminutos. ¿Comprendido? ¡Malditos sean el rey Mauro, el usurpador, y los asquerosos y repugnantes trolls! ¡Yo iré donde tú vayas y si hay que luchar contra tus enemigos, allí estaré yo el primero, con mi bastón nudoso, aporreando elfos traidores o trolls repugnantes! ¿Queda claro? ¡Y no admito discusión sobre el tema!
Cedric se endereza cuanto puede y su figura crece desmesuradamente ante los ojos de su nieto y de forma gigantesca ante los de Fidor.
Ab’Erana dirige a Fidor una mirada suplicante, pidiéndole ayuda, para que haga desistir a Cedric de su intento de viajar con ellos.
El elfo analiza mentalmente aquella figura gigantesca que espera su decisión. Piensa que la presencia de Cedric durante el viaje supondrá más beneficios que contratiempos; estudia sus enormes posibilidades físicas y disuasorias, en momentos de peligro; imagina cual puede ser la reacción de un grupo de soldados elfos al ver acercarse a Cedric con un bastón en las manos; esboza una sonrisa y mueve la cabeza imperceptible pero afirmativamente. Se encoge de hombros, mira a sus interlocutores, de forma alternativa, y dice:
-Lo siento, príncipe. Si tu abuelo desea venir, que así sea. Sin duda impondrá respeto donde quiera que vaya. Lo considerarán un gigante y puede sernos de enorme utilidad al atravesar otros países, e, incluso, en el nuestro. Cedric enarbolando su bastón puede luchar contra cincuenta elfos, o diez trolls, a la vez –bromea. –No es descabellada la idea de tu abuelo, ni mucho menos. Puede ser una ayuda inestimable. Voto porque nos acompañe.
-¡Bravo, Fidor! Llevaré mi bastón como única arma y no creo que ningún elfo se atreva a cruzarse en mi camino. ¡Ay de quien lo haga! Aún tengo fuerzas para partir un leño al primer hachazo. ¡Imagínate si golpeo a un elfo con mi bastón o le doy un manotazo! ¡Aplasto a quien sea! –exclama Cedric, eufórico, animado por las palabras del elfo.
-Está bien, está bien, si Fidor no tiene inconveniente en que vengas, no seré yo quien me oponga. Puedes venir y llevar el bastón, o lo que se te ocurra. Yo llevaré el arco, las flechas y la espada encantada.
-No es necesario que cargues con el arco y las flechas, príncipe. Con la espada tendrás suficiente.
-El arco me permitirá abatir piezas de caza, o enemigos, desde lejos, algo que con la espada no podría hacer. Creo que llevaré ambas cosas. Iremos los tres y Picocorvo. Él ya sabe lo que es luchar contra los elfos. Será una ayuda muy valiosa. Además, Picocorvo y yo nunca nos separamos y me dijo hace un rato que mi destino y el suyo estarán unidos para siempre.
-Pienso que Cedric y Picocorvo pueden tener capital importancia en la misión encomendada por tu padre y en la recuperación del trono -puntualiza Fidor, convencido, dirigiéndose a Ab’Erana. -Es más, me atrevo a decir que serán elementos imprescindibles en la aventura que vamos a emprender. ¿Te imaginas poder enviar a un águila a realizar alguna misión determinada, como por ejemplo adelantarse a ver si hay enemigos esperándonos? Será fantástico. Podremos viajar con absoluta tranquilidad y relajación.