sábado, 12 de abril de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET - NOVELA

Transcribo a continuación el Capítulo VI de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.
Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual
Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)


CAPÍTULO V I

Algunas aclaraciones


1

Cinco días más tarde, recuperado Fidor de sus heridas gracias a los ungüentos aplicados por Cedric, ultiman los preparativos para iniciar la marcha a la mañana siguiente.
Deciden no llevar demasiada carga a fin de gozar de mayor libertad de movimientos en caso de posibles contratiempos. Solo Cedric se cuelga a la espalda un morral con algunas viandas y una cantimplora con agua. Una manta raída de las que usan en la cama, bien enrollada, se la cruza en bandolera, para resguardarse los tres del frío de la noche, intenso en aquellos parajes en aquella época del año. Como armas, Ab’Erana lleva en bandolera su arco y un carcaj con flechas y al cinto la espada encantada del rey Dodet; Cedric, su bastón nudoso de metro y medio de largo y Fidor otro bastón diminuto, apropiado para su tamaño, que Cedric le preparó durante los días de convalecencia, más como ayuda para caminar que como arma defensiva.
-¿Solo esa comida? –pregunta Fidor, que, para su pequeña estatura muestra siempre un apetito voraz. –Será un viaje de varias jornadas. El agua la encontraremos en cualquier momento porque hay manantiales y arroyos en el camino, pero comida... Con eso que has metido en la mochilla no tendremos ni para el primer día de marcha.
-Picocorvo se encargará de proporcionarnos cada día algo de caza e incluso es capaz de coger peces en las lagunas –responde el chico. –Ya he hablado con él en ese sentido. Si confiamos en él no pasaremos hambre.
-Solo que tendremos que comer durante varios días conejos o pájaros asados –comenta Cedric, bromeando. –Eso de comer pescados lo veo más difícil por estos contornos.
-También es posible que podamos cambiar o comprar algo en alguna población o caserío del camino –apunta Ab’Erana que, al no haber salido nunca del bosque, ignora cómo es el entorno.
-No recuerdo haber visto lugares habitados por estas latitudes –comenta Fidor. –Además, no conviene que nos vean. Nadie. Mauro puede tener espías apostados en cualquier parte. No podéis imaginar cómo es la mente de ese malvado. Es retorcida como las ramas de los árboles de este bosque.
-Tampoco hay por aquí pueblos ni caseríos en muchas leguas a la redonda –aclara Cedric. -Tendremos que confiar plenamente en tu águila. Si nos falla, moriremos de hambre o nos veremos obligados a perder mucho tiempo en cazar algo nosotros mismos.
-Por eso he cogido el arco.
Cierran la cabaña al amanecer y se disponen a abandonar la pequeña isla de la laguna. Antes de hacerlo, Cedric va al huerto y se entretiene unos minutos arrancando hierbas, acto innecesario porque en pocos días la cosecha se habrá perdido y el huerto será invadido por hierbajos silvestres. Los pájaros, la falta de cuidado y de agua serán implacables y harán el resto. Toda la plantación se irá al garete. Cedric lo sabe y siente una enorme tristeza al abandonar el huerto que durante tantos años ha sido uno de los pilares de su sustento.
-Vamos –ordena Cedric, mordiéndose el labio inferior, completamente emocionado.
Piensa que van a iniciar una aventura que nadie sabe cómo terminará.

2

Caminan uno detrás de otro por el sendero que discurre por el interior de la laguna y al alcanzar tierra firme, Cedric se vuelve y contempla con mirada nostálgica la que ha sido su casa durante los últimos años.
-No sé si regresaremos algún día, quizá no –susurra, emocionado, con los ojos muy brillantes, como si las lágrimas pugnaran por salir al exterior y las contuviese a duras penas para no dar sensación de debilidad o sensiblería–. -En este bosque he residido la mayor parte de mi vida. Aquí nació y creció mi hija aunque en lugar diferente a este; aquí creció también Ab’Erana jugando entre estos árboles milenarios y aprendiendo las cosas que pude enseñarle. A leer y a escribir; a tener buenos sentimientos; a respetar a los animales y a las plantas; a no hacer mal a nadie y a respetar a las personas y a sus bienes. Aquí dejamos los dos muchas cosas, muchos sentimientos, todos nuestros recuerdos, dejamos una buena parte de nuestras vidas. Dejamos los restos de mi esposa y de mi hija... Siempre llevaré esta cabaña en mis recuerdos y este bosque en mi corazón... aunque la gente diga que es un bosque maldito. Yo sé que no lo es.
Se produce un profundo silencio entre los caminantes, que se mantiene durante unos minutos en los que cada uno piensa en cosas diferentes.
-Nadie sabe lo que ocurrirá en el futuro –responde Fidor. –Si las cosas se desarrollan como esperamos, es muy posible que, al menos Ab’Erana, no vuelva jamás por aquí. Tú podrás hacer lo que quieras cuando todo termine. Si quieres regresar te acompañaremos en tu vuelta; si quieres quedarte con nosotros siempre serás bien acogido entre los elfos de buena voluntad, te haremos una casa adecuada a tu estatura y a tu dignidad de abuelo del rey. Si las cosas salen mal... siempre podrá ser éste el último refugio, si seguimos con vida.
-Yo estaré donde quiera que esté mi nieto –asegura Cedric, sin poder contener las lágrimas. –No, no estoy triste, solo emocionado. Sé que la vida hay que aceptarla como viene y que de nada sirven las lamentaciones. Los lloros y sentimentalismos no resuelven nada. Nunca resuelven nada. Debemos sentir separarnos de las personas, familiares o amigos, que se van para siempre de nuestro lado, no de las cosas, por muchos que sean los recuerdos. Las personas que solo viven de los recuerdos y se olvidan de la realidad de cada día deben ser muy desgraciadas porque no le sacan a la vida todo su jugo. La vida hay que vivirla alegremente cada día, agradeciendo que uno está vivo. Las desgracias no deben vencer nunca. Yo perdí a mi hija y a mi esposa y fueron momentos terribles para mí, pero encontré en mi nieto el deseo y la ilusión de vivir, de sacarlo adelante, y mi vida ahora estará donde quiera que él esté. Vamos, en marcha. No hay por qué volver la vista atrás ni hacer el viaje cargado de sentimentalismos porque es una pesada carga. Solo iremos a despedirnos de mi esposa y de Erana que permanecerán aquí para siempre.
Pasan por la antigua cabaña derruida y por el lugar donde descansan los restos de las dos mujeres y cada uno de ellos, en silencio, tiene sus propios pensamientos y recuerdos.
-Si todo sale bien, quizá el príncipe Ge’Dodet decida trasladar los restos de la princesa Erana a Varich la capital del reino. Estoy convencido de que querrá que lo entierren junto a ella cuando muera ya que en vida no pudieron estar unidos.
-Si mi padre lo quiere, así se hará –promete Ab’Erana. –Y si él no lo decide, lo haré yo. Si compruebo que esos siguen siendo los sentimientos de mi padre, estarán juntos hasta el fin de los tiempos.
Al fin, abandonan en silencio el Bosque Maldito sin que Cedric vuelva la cabeza ni una sola vez, ni haga ningún comentario alusivo a la cabaña, ni a su esposa e hija, y se adentran en las Tierras Esteparias y Ventosas del Norte en dirección a las Montañas Nevadas.
Sopla un fuerte viento, frío y desagradable, que levanta partículas de la nieve caída durante la noche anterior. Es un viento de inusitada fuerza que dificulta la marcha y les obliga a llevar los ojos entrecerrados. Fidor es el más perjudicado de los tres por su poco peso y en algún momento Cedric le aconseja que camine detrás de él para resguardarse de algunas ráfagas que lo hacen tambalear, e, incluso, que se sujete a sus ropajes para no ser arrastrado por el viento.
En un momento determinado, Cedric se detiene y señala hacia las montañas.
-Al fin vas a ver las Montañas Nevadas de cerca –comenta, dirigiéndose a su nieto que permanece extasiado en la contemplación de la cordillera montañosa. –Verás su grandiosidad. Junto a ellas te darás cuenta de la insignificancia de los hombres ante la naturaleza. A su lado somos como simples hormigas que caminan en fila.
-¿Nunca fuiste a las montañas? –pregunta Fidor, con extrañeza.
-No, nunca. No quiso mi abuelo. Al parecer temía por mi vida, porque me sucediera algo malo, o tropezara con gente desconocida.
-Tu padre nunca fue tan obediente como tú. Precisamente encontró a tu madre en una de sus escapadas. ¿Por qué no lo dejaste ir a las montañas, Cedric?
El aludido mira a Fidor, hace una extraña mueca, va a decir algo pero finalmente guarda silencio y no responde a la pregunta del elfo que le resulta inapropiada.
Avanzan unos metros en el más absoluto silencio, luchando contra el viento que sopla de frente.
-No creo que las vea desde muy cerca –dice Fidor, rompiendo el mutismo. -Antes de llegar a ellas nos desviaremos hacia la derecha e iremos para el este. La ruta de las montañas es la que los elfos llamamos del oeste y no la seguiremos en esta ocasión, como ya comenté días pasados. Iremos por un camino diferente.
-Tú llevas el mando de la expedición –recuerda Cedric, sonriendo, agradeciéndole mentalmente que no haya insistido en su pregunta anterior.
-De todos modos no te preocupes, príncipe. Las montañas son todas muy parecidas y tendrás oportunidad de ver otras muchas en el recorrido que vamos a hacer en los próximos días.
-Pero no serán esas exactamente. Lo que más me atrae de ellas es ver las cumbres nevadas y eso...
-La mayoría de las altas montañas están coronadas por las nieves en invierno –aclara Fidor. –Aquí y allí. El frío, la lluvia, el viento y las nieves llegan a todas partes. A unas más y a otras menos y precisamente los caminos que vamos a seguir discurren por terrenos donde la lluvia y la nieve se muestran más generosas. Y nuestro país limita con el llamado País de los Hielos en el que las nieves son permanentes.
Hasta aquel momento han caminado en perpendicular a las Montañas Nevadas pero al llegar a un punto determinado del camino, muy cerca de las primeras estribaciones, el elfo tuerce hacia la derecha y avanzan en paralelo a la cordillera.
El frío es tan intenso que las manos, las orejas y la punta de la nariz se les quedan heladas.
Al atardecer buscan refugio para pasar la noche y solo encuentran una caverna natural de piedras calizas, junto a un riachuelo, cuyas aguas bajan heladas de las Montañas Nevadas. Es una cueva tan pequeña que apenas caben en su interior y Cedric se ve obligado a mantenerse inclinado durante toda la noche.
Picocorvo caza un conejo y una paloma torcaz que Cedric asa en la fogata que encienden en la puerta de la cueva para luchar contra el intenso frío de la noche; y mientras cenan, Fidor dice:
-Por el momento no debemos revelar a nadie nuestra identidad. Los partidarios del rey Mauro pueden estar emboscados en cualquier parte, incluso en la ruta por la que iremos. Si vemos a alguien, hombres o elfos, y nos preguntan diremos que vamos en la búsqueda de...
-Del País del Arco Iris, por ejemplo –termina diciendo Cedric.
-¿Es que hay algún País del Arco Iris? –pregunta Ab’Erana, ingenuamente.
Cedric suelta una estruendosa carcajada, mientras el elfo esboza una comprensiva sonrisa, y aclara:
-No lo sé. Sí sé que el Arco Iris aparece con frecuencia los días de lluvia y es uno de los fenómenos de la naturaleza que más impresionan a los elfos. Nadie se extrañará si decimos que buscamos el país donde viven los arcoiris.
-Creerán que estamos algo chiflados y posiblemente nos dejen en paz –aventura Cedric, sonriendo de nuevo.
-Esa es la idea –responde Fidor.
-Tendremos que esconder la espada. Si tropezamos con elfos y nos ven con ella sabrán quienes somos –razona Cedric, señalando la espada que Ab’Erana lleva colgada al cinto.
-Es cierto –admite Fidor. -No había caído en ese detalle. Te será fácil esconderla. Es una espada pequeña para tu estatura y puedes llevarla debajo de la camisa o escondida en alguna otra parte. Ya leíste el consejo de tu padre. No separarte nunca de ella y a ser posible llevarla empuñada en todo momento, o a la mano. Aunque si encontramos elfos en el camino, el llevar la espada oculta no resolverá nada. Me conocen y sabrán de inmediato quienes somos. De todos modos es mejor que la escondas.
-Sí, eso dijo mi padre en su carta, con respecto a la espada. Si tengo que llevarla durante todo el camino en la mano puede llegar a ser una servidumbre insoportable. No podré ni rascarme la cabeza y llegará un momento en que se me quedará congelada con este frío tan intenso que estamos padeciendo.
-Ocúltala debajo de la camisa. Quien nos vea pensará que llevas algo escondido, pero nada más. Siempre deberás llevar la empuñadura al alcance de la mano, según los consejos de tu padre –recalca Cedric, pese a no estar muy convencido de la existencia y eficacia de espadas encantadas, aunque él también haya probado a sacarla de su vaina, frustrándose sus propósitos.
-Si la llevas empuñada, será mucho mejor –aconseja Fidor. –Así nadie podrá sorprenderte ni herirte. Debes meterte en la cabeza que en esta expedición el elemento más importante eres tú. Sin ti nada será posible.
-¿No querrás que vaya todo el camino con la espada empuñada, verdad? Sería como inutilizar la mano derecha. Salvo que... ¿Por eso dice, bueno, decía, la carta de mi padre que me convertiré en esclavo de la espada, verdad?
-Así es. En la vida casi todas las cosas tienen sus servidumbres y algo semejante sucede con esta espada. Te conviertes en un ser diferente a todos los demás porque nadie podrá vencerte nunca, pero, a cambio de esa invencibilidad, siempre debes estar alerta ante el temor de que te la roben. Sin la espada no eres nadie, esto es algo que debes meterte en la cabeza.
-De todos modos si tropezamos con elfos, como dice Fidor, sabrán quienes somos y será inevitable la pelea. Pienso que cualquier elfo que nos vea caminar en dirección al País de los Elfos, por cualquiera de las rutas posibles, conozca la situación actual del país y sepa que Fidor huyó perseguido por los soldados de ese Mauro de los demonios, sospechará quienes somos aunque ignoren cuáles son nuestras intenciones.
-Es posible que así sea –reconoce Fidor. –Son los inconvenientes de ser un personaje sumamente conocido, como es mi caso.
-¿Qué os parece si dejamos estas cuestiones para mañana? Es hora de dormir. Debemos estar descansados en prevención de lo que pueda suceder en la jornada venidera. Debemos establecer turnos de vigilancia para que nadie pueda sorprendernos durante la noche y, además, procurar que no se apague el fuego. Me ofrezco a hacer el primer turno pero acepto cualquier otra sugerencia –propone Cedric. –Pese a la creencia de mi nieto no estoy cansado todavía.
-Tu propuesta es acertada –reconoce el elfo.
-No hemos visto a nadie por aquí. ¿Crees de verdad que nos estarán esperando en cualquier parte, o en todas partes, o que alguien estará siguiendo nuestros pasos para atacarnos durante la noche?
-Es posible. Tú no conoces este mundo de reyes y gobernantes, príncipe. El que manda, siempre está alerta, como tú debes estarlo con la espada, para evitar ser sorprendido. El poder sobre los demás hay mucha gente que lo ansía con todas sus fuerzas porque les sirve para dominar, para sentirse superior a los demás y también, casi siempre, para enriquecerse. Aquellos que lo han obtenido de forma injusta, como es el caso de Mauro, son precisamente los que más temen perderlo. Mauro no puede permitir que lleguemos al país porque sabe que si eso sucede sus días pueden estar contados.
-Cuando sales de tu entorno, cualquier lugar puede ser peligroso –comenta Cedric. -Podrían sorprendernos durante la noche y aquí habría acabado nuestra aventura y no me refiero solo a los soldados elfos, también a los salteadores de caminos que siempre los hubo en estos lugares solitarios.
-No es necesaria ninguna vigilancia especial. Podemos descansar los tres. Picocorvo tiene el oído y la vista mucho más desarrollados que nosotros y vigilará durante la noche. Se alerta con cualquier ruido, por leve que sea. Tú lo sabes, abuelo.
-De todos modos debemos establecer turnos aunque solo sea para mantener vivo el fuego –insiste Cedric. –Hace mucho frío durante la noche y solo disponemos de una manta para los tres.
Ab’Erana mira al águila a los ojos, se concentra y le dice:
-Picocorvo, vigila durante la noche mientras dormimos. Si ves a alguien, u oyes algún ruido sospechoso, avísame de inmediato.
Los ojos del águila refulgen en la oscuridad de la noche al reflejar las llamas de la lumbre.
-Dice Picocorvo que podemos descansar tranquilos que él estará atento y permanecerá junto a la puerta de la cueva.
-De todos modos, el que se despierte que avive el fuego –recomienda Fidor, frotándose las manos.
-Seré yo, sin duda. Siempre duermo a intervalos –dice Cedric, sonriendo. –Cuantos más años, menos y peor se duerme, lo tengo comprobado. Me pondré unos cuantos leños aquí al lado y los iré echando al fuego a medida que se vayan extinguiendo.
No obstante las palabras de Cedric, los tres duermen de un tirón. Ninguno de ellos aviva el fuego que se extingue lentamente y se despiertan al amanecer con el canto de los pájaros sin que nada haya alterado la tranquilidad de la noche. Solo que despiertan ateridos de frío, pese a la manta.

3

Al asomarse a la puerta de la cueva ven un panorama espléndido. Los campos están completamente blancos debido a la nieve caída durante la noche.
-¿No querías ver nieve en abundancia? -le pregunta Fidor, sonriendo.
El día amanece gris y triste. Un intenso frío cala hasta los huesos. No nieva, pero cae una lluvia de aguanieve que con el frío presagia convertirse en nueva nevada.
Durante las primeras horas de la jornada avanzan con cierta rapidez bajo el aguanieve que no cesa en toda la mañana. Cedric camina en primer lugar, a buen paso, pese al barro del camino que se adhiere a sus sandalias, sin duda para demostrarle a su nieto que, a pesar de su edad, puede competir todavía con los más jóvenes. Al mediodía la lluvia de aguanieve se convierte en nieve y poco después los campos vuelven a quedar completamente blancos como al amanecer y se ven obligados a buscar un refugio apropiado. Encuentran una oquedad de grande dimensiones, posiblemente la guarida de algún oso u otra fiera salvaje; comprueban que está vacía y sin restos recientes de haber sido ocupada, ni olores extraños a animales, lo que les ofrece cierta tranquilidad. Se sientan sobre unas rocas a descansar y a comer los restos de la noche anterior que Cedric guarda en el morral, para reponer las fuerzas perdidas durante la larga caminata de la mañana.
La paz y el silencio que reinan en el entorno de la oquedad son absolutos. No se oye ruido alguno salvo el rumor del viento que sopla con mediana intensidad. La caída de la nieve sobre los campos es completamente silenciosa. Los pocos árboles que hay por los alrededores van cubriendo lentamente sus copas de flores blancas.
Ab’Erana permanece extasiado en la puerta de la cueva, contemplando aquel panorama tan fantástico que se ofrece a sus ojos. Nunca ha visto tanta nieve a su alrededor como en aquel momento porque en el bosque, cuando cae, la nieve suele quedarse en la copa de los árboles y solo llega al suelo en algunos tramos despejados. Jamás había visto una extensión tan enorme cubierta por un manto blanco tan intenso que casi daña la vista.
Cedric le encarga que busque trozos de leña y ramas para encender un buen fuego, tarea que entiende difícil dada la humedad que le rodea.
Poco rato después la cueva comienza a calentarse con la fogata conseguida por Cedric, pese a que la leña está mojada y desprende mucho humo lo que les obliga a acercarse a la puerta para poder respirar a gusto. En pocos minutos se disipa el humo y el lugar se va caldeando hasta convertirse en acogedor y confortable. Picocorvo permanece acurrucado junto a la puerta de la cueva, extendiendo el cuello cada vez que oye un ruido extraño.
Y es en aquel momento, sentado alrededor de la fogata, cuando Ab’Erana decide que es hora de conocer más detalles de su nuevo país.
-¿Dónde está exactamente el País de los Elfos, Fidor? ¿Cómo es? ¿Cómo son los elfos? ¿Dónde viven? ¿En qué trabajan? ¿Desde cuando existen? Cuéntame cosas, por favor.
-Son muchas preguntas a la vez, príncipe, aunque intentaré satisfacer tu curiosidad. ¿Desde cuando existen los elfos? No lo sé. No hay archivos que puedan acreditarlo, pero sí te diré que, según testimonios orales transmitidos de unos a otros, los Seres Diminutos como nos llaman algunos hombres existimos desde tiempo inmemorial, somos tan antiguos como los hombres sobre la faz de la tierra. Lamento no poderte facilitar datos más precisos porque los desconozco. Preguntas también que cómo somos. Esta pregunta es impropia de un elfo tan inteligente como tú: la respuesta es tan sencilla que la tienes delante de los ojos. Mírame. Mira mi rostro, mis orejas, mis manos, mis pies y estarás viendo a todos los elfos del país. Igual que ocurre con los hombres. Si ves a un hombre o a una mujer ya puedes hacerte idea de cómo son todos. Más hermosos o más feos, más gruesos o más flacos, más altos o más bajos... Con nosotros sucede lo mismo, los hay altos y bajos; gruesos y delgados; listos y torpes; buenos y malos... Y a todos nos resplandece el rostro ligeramente y tenemos una tonalidad verdosa. Vivimos generalmente en poblaciones repartidas por todo el territorio que conforma el llamado País de los Elfos. La ciudad principal de nuestro país se llama Varich, y en ella se encuentran el palacio del rey, los palacios de los consejeros y dignatarios de la corte y de algunos elfos que disfrutan de buena posición económica. Vivimos generalmente en casas de madera y barro, proporcionadas con nuestra pequeña estatura y algunos más pobres, en cuevas situadas en los arrabales de las poblaciones. La mayoría de los elfos se dedica al cultivo de los campos y de las flores, a la apicultura, al cultivo de plantas medicinales y del olvido, al curtido de las pieles, muy especialmente a la música a la que somos muy aficionados; tenemos colegios para los pequeños y mercados donde la gente compra, vende y permuta. En fin... un país semejante al de los hombres, aunque todo de menor tamaño –termina diciendo, al tiempo de sonreír abiertamente. -En el Mundo de los Humanos piensan que los elfos, los duendes, los trasgos y los gnomos, por ejemplo, somos magos o gente extraña que merodea por los bosques, sin hacer nada de provecho, y sí solo travesuras, pero no es así. Hay ciertamente en el llamado Mundo de los Seres Diminutos muchos magos que tienen un enorme poder sobre las cosas porque pasan mucho tiempo ejercitando la mente, pero, en general, somos muy parecidos a los hombres, pensamos, sentimos y amamos exactamente igual que vosotros... bueno, que tu abuelo.
-¿Por qué me excluyes y mencionas solo a mi abuelo?
-Muy fácil. Eres diferente. Tú quizá pienses, sientas y quieras como los elfos y los humanos, no lo sé todavía. Eres ambas cosas, elfo y hombre, todo dependerá de la proporción que tengas de cada raza y de la influencia que hombres y elfos puedan ejercer sobre ti en cada momento. Hasta ahora solo has vivido con hombres y es probable que te sientas más hombre que elfo; a partir de este momento conocerás la forma de vivir y de pensar de los elfos y cualquiera sabe hacia donde irán tus preferencias o comportamientos. Eres un híbrido o ser procreado por individuos de especies diferentes que actuaron como individuos de la misma especie. La prueba la tienes en que tus padres, siendo diferentes, se enamoraron, se casaron y naciste tú como fruto de aquella unión, algo que jamás había sucedido antes, según los libros que consulté cuando naciste. Quizá seas un caso único en la historia de nuestro pueblo y quizá también en la historia de los hombres, no lo sé. He llegado a pensar que quizá esa pueda ser la causa de que te entiendas con Picocorvo.
-Continúa, por favor.
-Como te decía, hay algunos que son magos efectivamente, pero los menos. Recuerdo a los magos Mercurio y Rocamor, de los que ya te hablé y algunos otros actuales que irás conociendo, que aseguran tener un poder infinito sobre las cosas. Yo no suelo creer en ellos aunque a veces adivinan el porvenir, como el sabio Arag. De todos modos, sus poderes siempre están limitados de algún modo. Pero pueden llegar a ser peligrosos si se enfadan. Me preguntas por la situación geográfica del País de los Elfos. Es difícil explicar. Nuestro país es sencillamente un territorio extenso, con una periferia rodeada de bosques y montañas que en invierno se cubren de nieve. En el este, al limitar con el País de los Hielos donde las nieves son perpetuas debido a las altas montañas, el frío es intenso en todas las estaciones del año. Hay ríos que atraviesan el país. Una gran parte del territorio está ocupada por un desierto de gran extensión, conocido como Desierto de las Calaveras, donde la gente puede morir de hambre y sed si intentan atravesarlo sin llevar agua y provisiones suficientes y en el que es muy fácil extraviarse.
-¿Este terreno que pisamos ahora mismo a quién pertenece, a los hombres o al Mundo Diminuto? –pregunta Ab’Erana.
-¡Como hagas otra pregunta estúpida me enfadaré contigo, Ab’Erana! –grita Cedric. -¿No ves el tamaño de los árboles? ¿No ves que nada ha cambiado desde que salimos del Bosque Maldito?
-Tiene razón tu abuelo, príncipe. En el País de los Elfos todo es mucho más pequeño y está en armonía con nuestra estatura.
-Estamos todavía en tierra de los hombres. Todo este terreno pertenece al señor Latefund de Bad que ya sabes muy bien quien es –aclara Cedric. –En mis tiempos de soldado al servicio del señor Latefund, recorrí estos lugares varias veces en busca de los salteadores de camino. Hace mucho tiempo que no paso por aquí, pero tengo la seguridad de que habrá bandidos por estos andurriales porque esa es una profesión que no se extinguirá jamás. Mientras haya hombres con malas entrañas habrá bandidos, salteadores y asesinos.
-No me refería al propietario sino a la raza.
-Ya te ha respondido tu abuelo. Tierra de Hombres propiedad de ese Latefund de Bad, que ignoro quien es.
-¿Cuántas jornadas invertiremos en llegar a nuestro destino en Jündika o en Ubrüt?
-Varios días. Todo es relativo y dependerá de las circunstancias. Si no encontramos obstáculos en el camino y nos respetan las tormentas de nieve y lluvia y los salteadores de camino que dice tu abuelo, llegaremos antes. Si algo nos retrasa, como esta nevada de ahora, tardaremos más. No sé cuanto más. No tengo poderes de adivinación como esos magos de los que antes te hablé.
-¿Recuerdas algo del País de los Elfos de cuando fuiste a la boda de mi madre, abuelo?
-Lo siento, hijo. Ya te lo comenté días pasados aunque no me creíste. Todos aquellos acontecimientos se me borraron de la memoria de forma inexplicable. No recuerdo absolutamente nada de aquellos días a pesar de mi buena memoria, y de mis intentos por recordar. Muchas veces quise rememorar aquellos momentos y no me fue posible, como si tuviese una gran laguna sobre aquel importante acontecimiento de nuestra vida familiar. Recuerdo perfectamente cuando llegó a nuestra cabaña la delegación de elfos. También recuerdo, como si los estuviese viviendo de nuevo, los días previos a la boda de tu madre, allá en el bosque. Los preparativos que tuvimos que hacer, no muchos por cierto porque no disponíamos de casi nada, y los días posteriores a la ceremonia, cuando tu abuela y yo regresamos a nuestra cabaña, acompañados por un grupo de diez elfos armados, pero de mi estancia allí no recuerdo absolutamente nada. Como si los recuerdos se me hubiesen borrado por completo de la mente. Algo inexplicable.
-Te voy a revelar algo porque mi agradecimiento hacia ti será eterno y deseo ser sincero contigo. No puedes recordar nada de tu estancia en el país, porque tanto a ti como a tu esposa, os dieron la Bebida del Olvido.
-¿Qué bebida es esa?
-Es un producto que obtienen nuestros físicos para hacer olvidar las cosas. Los acontecimientos ocurridos aquellos días, incluso el camino seguido para llegar a nuestro país, se os borraron de la memoria al ingerir aquella bebida –aclara Fidor mirando a Cedric, encogiéndose de hombros, como pidiéndole disculpas por algo ocurrido veinte años antes. –Ni el príncipe Ge’Dodet ni yo tuvimos intervención alguna en aquella decisión. Todo fue idea del Consejero de Seguridad del rey.
-¡Malditos sean... el rey Mauro, el usurpador y todos los jabalís tuertos del bosque! Ya decía yo, ¿cómo es posible que no recuerde nada de la boda de mi hija? Muchas veces me hice esa pregunta y nunca supe darme una respuesta satisfactoria. Lo achacaba a mis muchos años, pero... ¡Por los colmillos de un jabalí herido por una flecha! Ahora resulta que fuimos engañados miserablemente por estos pequeñajos llamados elfos. ¡No puede uno fiarse de nadie, Ab’Erana! ¡Ni de los elfos, aunque tú ahora seas uno de ellos!
-Ya lo dijiste antes. Ni de los reyes, ni de los señores de los castillos, ni de los dirigentes de los países, ni de los que mandan de alguna forma, puede uno fiarse del todo –reconoce Fidor, sonriendo. -Pienso como tú, Cedric. Los que mandan nunca son gente de fiar... del todo. Van siempre a su conveniencia aunque aseguren que lo hacen por el bien de los demás. Casi siempre mienten. No interesaba que pudierais regresar a nuestro país y el Consejero ordenó lo que consideró más conveniente.
-Yo creo que siempre, sin el casi. ¿Por qué lo hicisteis? –pregunta Cedric, sin acertar a comprender el comportamiento que tuvieron los elfos con él y con su esposa veinte años antes. -¿Es que hicimos o dijimos algo que no les gustó a los reyes elfos?
-No, nada de eso, ya te lo he dicho. Ni el rey ni el príncipe supieron lo ocurrido. La decisión la adoptó exclusivamente el Consejero de Seguridad, como ya te dije. El mismo me lo comentó varios años más tarde. Uno de los miembros de la comitiva que vino a pedir la mano de la princesa traía en sus alforjas la Bebida del Olvido para que tú y tu familia la tomaseis antes de llegar al País de los Elfos. Era la forma de evitar que pudieseis conocer con exactitud la situación del país. Los elfos somos muy celosos en lo referente a nuestra seguridad. Nuestro pueblo ha recibido muchos palos a lo largo de la historia y ha escarmentado con la experiencia. El consejero del rey Dodet XII pensó que podríais hablar con otros hombres, contar lo sucedido y... ¡El miedo que los elfos sienten ante los hombres es profundo e intenso! Casi irracional.
Cedric emite un extraño gruñido ininteligible. Mira a Fidor con cierta animosidad, tiene intención de hablar pero finalmente gruñe de nuevo y guarda silencio, en uno de sus gestos característicos.
-¿Por qué ese miedo? –pregunta Ab’Erana.
-Hay hombres sin escrúpulos capaces de invadir nuestro país para apoderarse de sus riquezas. Y también hay muchos que son cazadores de elfos, o de silfos, o de gnomos, de Seres Diminutos, en general, con la intención de venderlos luego para bufones de los reyes y señores feudales o para exhibirlos en las plazas de los pueblos a cambio de dinero. Suelen obtener mucho dinero por ellos.
-No lo sabía.
-Son historias que se cuentan en nuestro pueblo aunque no he conocido a nadie que haya sufrido tal humillación, seguramente porque no consiguen escapar y mueren en el País de los Hombres –aclara Fidor, que se vuelve hacia Cedric y le dice: -Lamento haberte comunicado ese detalle que parece haberte contrariado.
-Mucho. Nosotros, quiero decir mi esposa, mi hija y yo, actuamos de buena fe en todo instante y esperaba de vosotros un comportamiento semejante. De todos modos, hace ya muchos años de eso y lo mejor es olvidarlo. No te guardo ningún rencor, Fidor, ni a los tuyos tampoco. Pero estaré prevenido para que no vuelvan a suceder esas cosas, ni a mi nieto, ni a mí. De momento no beberé nada que me ofrezcan al llegar al país, aunque ignoro si tú ya me hayas dado a beber disimuladamente esa Bebida del Olvido a la que te refieres.
-¿Me crees capaz de hacer algo semejante después de que me salvaste la vida? –pregunta Fidor, sorprendido ante las palabras de Cedric.
-Bueno... Vamos a conocer el camino y...
-No, Cedric, no te he dado nada a beber. Esas cautelas no son necesarias en este caso, ni contigo, ni con el príncipe. Si él va a ser el rey de los elfos debe conocer todos los detalles del país y saber dónde y por dónde va, además de tener la mente lúcida, la memoria fresca, la mano de la espada, rápida, mucha prudencia y un elevado sentido de la justicia y de la moral.
-Todas esas virtudes las tiene mi nieto por arrobas -asegura Cedric, muy ufano de haber sido él quien se las inculcara. –El problema radica en si sabrá aplicarlas en cada momento y dar a cada uno lo suyo para no salirse de los cauces de la justicia.
-No lo pongo en duda. He podido comprobar desde que me llevó a tu cabaña su sentido de la responsabilidad y lo acertado de sus observaciones en todos los asuntos tratados. El príncipe es valiente como demostró luchando contra los cuatro elfos que pretendían apoderarse de la espada y la carta; es prudente en todas sus decisiones y buena prueba la está dando en este viaje; es justo, según mi propia apreciación y de acuerdo con las normas de justicia de los elfos, lo que deduzco de sus palabras y observaciones. Será un buen rey de los elfos si conseguimos entrar en el país y derrocar a Mauro.
-Lo conseguiremos, no tengo ninguna duda. Quiero hacerte otra pregunta, Fidor: ¿Todos los elfos del mundo viven en el mismo país?
-No, no. Los elfos vivimos en todas partes. Hay varios países de elfos. El nuestro es quizá el más importante de todos. También hay muchos elfos solitarios desparramados por el mundo, lo mismo que sucede con los silfos o los duendes. En cualquier bosque puedes encontrarte con una pareja de elfos o un silfos, viviendo en el país de los trasgos o gnomos, algo que no sucede con los trolls que viven siempre juntos, son incapaces de convivir con los demás, entre otras cosas porque los demás no los soportan. Cualquier lugar es bueno para que viva un elfo. Somos serviciales, bondadosos y solidarios con los demás. También muy hábiles en el arte de la ocultación y disimulación. Puedes tener a un elfo a dos metros de distancia y no llegar a verlo porque estará confundido con el paisaje o entre las ramas de los árboles. Por eso, generalmente, vestimos de verde, para confundirnos con el entorno.
-¿Cómo es que no pediste ayuda a esos otros países de elfos para derrocar a Mauro? –pregunta Ab’Erana, con agudeza.
-Buena pregunta. Pero sucede que no hay relación alguna entre los diferentes países de elfos. Es más, te diré que ignoro dónde están esos otros países élficos de los que he oído hablar en contadas ocasiones. ¿Cómo avisarles si ignoramos su situación geográfica e incluso su sistema de vida? Pueden vivir a miles de horas de camino.
-No he visto nunca elfos, ni silfos, ni duendes, ni trasgos, ni gnomos, ni seres diminutos en el Bosque Maldito, ni en ninguna otra parte –comenta el chico. –Mi abuelo me dijo que los elfos suelen vivir en los bosques.
-Así es. Nuestras ciudades casi siempre están rodeadas de bosques. De nuestros bosques, aunque, a veces, también es fácil encontrarlos en otros bosques diferentes. Recuerda que tu padre conoció a tu madre en el llamado Bosque Maldito. También te digo que no es normal que los elfos vengan al Mundo de los Humanos. Los elfos no se fían de los hombres.
-Conmigo tratasteis, emparentasteis, estuve en vuestro país agasajado como un amigo, viniste en varias ocasiones a mi casa, ahora has vuelto de nuevo y nunca te hice mal alguno. ¡Te he curado tus heridas! Hemos vigilado tu sueño durante la enfermedad... ¿O tienes alguna queja de nosotros?
-Cierto, eres la única excepción, y en todas las ocasiones que fui a tu casa fue por causas excepcionales, situación que se ha repetido ahora. No me gusta generalizar. Sentimos miedo ante los hombres pero procuramos superarlo. El tuyo es caso único. Nos vimos obligados a tratar contigo y recibimos un trato exquisito. Nunca en la historia de nuestro pueblo un príncipe elfo se casó con una mujer de raza diferente a la nuestra, ya te lo dije antes. No me refiero solo a una humana, sino a chicas de las razas de los silfos, de los gnomos o de los trasgos, por ejemplo. No menciono a las chicas trolls porque jamás un elfo se casaría con ellas. Son tan asquerosas y sucias como los trolls. De no haber concurrido aquel enamoramiento jamás habríamos tenido relaciones contigo. Hubiésemos tenido miedo de ti, pero quiero que sepas algo, Cedric, y tú también, príncipe. Para mucha gente de mi país fue un honor tener una princesa como Erana, muy querida por el pueblo, que mereció un respeto que no tuvo por algunas elfas del entorno de los reyes. Sencillamente por ser diferente.
-¿Quieres decir con ello que si mi madre, en lugar de ser humana, hubiese sido silfa, por ejemplo, habría sido despreciada también por una parte de la sociedad elfa?
-Es muy posible. Quizá algo menos porque las diferencias entre un elfo y un silfo son menores que entre un elfo y un humano. Los elfos miran especialmente las orejas de los individuos y los silfos tienen las orejas muy parecidas a las nuestras, prácticamente iguales –aclara Fidor, sonriendo. –Y te diré que las silfas o sílfides son las mujeres más hermosas del mundo, al menos así se dice en nuestro mundo.
-¿No influye el color y el brillo de la piel?
-Sí, pero menos que las orejas. Nuestro verdadero signo distintivo son las orejas puntiagudas.
-¿Quiero entender de tus palabras que si llego a ser rey de los elfos no podré casarme con una chica de mi agrado, de cualquiera de esas razas que dices, incluida la humana? –pregunta Ab’Erana con extrañeza. –Sé por mi abuelo que en nuestro país los padres, a veces, conciertan las bodas de sus hijos sin contar con ellos que son los interesados y este proceder siempre me pareció injusto e irracional. Si es así también en el País de los Elfos te prometo que si llego a ser rey, modificaré esa norma.
-Nadie te impedirá casarte con quien desees, y menos siendo tú el rey, pero posiblemente la elegida sufriese humillaciones como tu propia madre sufrió, si la reina no es elfina. No lo sé con seguridad. Los tiempos han cambiado en algunos aspectos desde la época de la princesa Erana, aunque nuestro pueblo se atiene mucho a las costumbres ancestrales.
-¿Por qué? ¿Qué le puede importar a los demás cómo sea la esposa del rey y cuál sea su origen?
-Puede importar mucho. Las esposas pueden tener gran influencia en las decisiones de sus maridos. A veces pueden llegar a ser ellas las que deciden lo que conviene hacer en cada instante. Todo dependerá del carácter de uno y otra. Hay reyes que se dedican a la caza, o al arte, y se olvidan de gobernar. Entonces suelen ser las esposas las que cogen las riendas del país junto con alguno de los Consejeros más despabilados o más audaces. También depende del interés de la esposa. Tu abuela paterna, por ejemplo, jamás se preocupó por el gobierno del país, por dos motivos, uno porque era hipocondríaca y siempre estaba aquejada de alguna enfermedad imaginaria; la otra porque tu abuelo Dodet XII tenía mucho más carácter que ella y no la habría dejado manipular. No te quepa duda de que la esposa del rey puede ejercer una gran influencia sobre las decisiones de su esposo.
Ab’Erana se queda pensativo, arruga el entrecejo, mira a Fidor y a su abuelo y suelta una carcajada.
-¿Por qué te ríes?
-Muchas veces dijo mi abuelo que quien mandaba en nuestra cabaña era mi abuela.
-Y así era –responde Cedric, sonriendo con nostalgia. -Tenía un genio la puñetera... ¡Cualquiera le llevaba la contraria! Con la escoba en las manos era temible y más de una vez corrió detrás de mí dando escobazos porque le había dejado manchas de barro en el suelo de la cabaña, o minucias semejantes.
-¿Lo ves? ¡Fíjate si puede tener importancia la influencia de la esposa!
Cesa la caída de la nieve y a los pocos minutos comienza a llover torrencialmente mientras un trueno hace estremecer las paredes de la oquedad.
-Antes la nieve y ahora parece que la tormenta se va a instalar aquí arriba, sobre nosotros –comenta Cedric, que presume de predecir la actividad atmosférica. –Menos mal que nos ha cogido a buen resguardo y con buen acopio de leña. Aquí, si el tiempo no cambia, podemos pasar la noche con cierta comodidad.
-Perderemos mucho tiempo –protesta Ab’Erana, contrariado.
-Nadie manda en el tiempo, hijo. Una de las pocas cosas que los hombres nunca podrán dominar es el tiempo, la lluvia, la nieve, el viento...
-Ni los hombres, ni los elfos, ni siquiera los magos elfos –puntualiza Fidor, sonriendo- pueden tener influencia sobre el tiempo.
Una cortina de agua comienza a tapar la entrada a la oquedad, salpicando al interior y obligándoles a retroceder unos metros.
-¿Has decidido definitivamente el camino a seguir?
-Totalmente. Iremos por Jündika. No es el camino más corto ni el mejor pero considero que es el más aconsejable en este momento. Seguiremos un acceso que descubrimos por casualidad tu padre y yo en una de las correrías que él organizó antes de conocer a tu madre. Solo en una ocasión hace quince años, cuando mi última visita al Bosque, me adentré por ese camino y no he vuelto a pasar por él desde entonces. Pienso que continuará intacto. Es por ahí por donde accederemos a los países de los Seres Diminutos, y atravesaremos el País de los Silfos.
-¿Estás convencido de que nos esperan por la que llamas ruta del sur?
-Completamente convencido. Y mucho más conociendo al personaje.
-¿Podrá entrar mi abuelo en el País de los Elfos? Como hablas siempre del mundo de los Seres Diminutos, te veo tan pequeño y a él tan grande...
-Ya entró una vez. Todas las cosas en nuestro país están en relación con nuestra estatura. Tú quizá puedas moverte en el interior del palacio real, o por las calles, a tu antojo, porque tu estatura es más baja que la del común de los hombres, aunque más alta que la de los elfos, pero con Cedric no ocurre lo mismo. Tú podrás entrar en cualquier parte aunque a veces te veas obligado a inclinar la cabeza. Él, no. Para él habrá que disponer algo excepcional como ya se hizo cuando la boda de tus padres. Recuerdo que en aquella ocasión el rey preparó para tus abuelos una tienda de campaña gigantesca para que les sirviera de residencia porque no cabían en ninguno de los palacios ni casas del país. Hubo que celebrar la ceremonia de la boda al aire libre porque tu abuelo Cedric, no podía entrar en ningún edificio público. ¡No cabía por las puertas!
Inesperadamente deja de llover. El agua caída ha deshecho la nieve en muchos lugares, los campos están anegados y en algunos puntos convertidos en auténticos barrizales.
Tímidamente se producen algunos claros y en algún momento sale un sol tibio para desaparecer con la misma rapidez.
Ab’Erana decide que deben reanudar la marcha. Cedric mira al cielo, ve el color de las nubes y la dirección del viento y pronostica más lluvias. Pese a ello, deciden continuar; cargan la manta y el zurrón y en el momento de salir al exterior, suena un trueno espantoso que les detiene y comienza a diluviar, obligándoles a retroceder.
-Lo advertí –comenta Cedric. –No me gustaba el color de las nubes.
-Será mejor que nos dispongamos a pasar la noche aquí –aconseja Fidor, al que no le agrada viajar con condiciones atmosféricas tan desfavorables. –Este es un lugar cálido y la fogata de esta mañana ha caldeado bastante la cueva. No encontraremos nada mejor para pasar una noche como esta que se avecina.
Comienzan a alternar algunos claros con abundante lluvia y Picocorvo, en uno de los momentos de bonanza, aprovecha para salir a cazar. Regresar a los pocos minutos, chorreando agua y sin haber visto ninguna presa. Solo tienen para cenar aquella noche un trozo de torta endurecida que Cedric lleva en el zurrón.

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