martes, 8 de abril de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET: AB'ERANA

Transcribo a continuación el capítulo quinto de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.
Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual
Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)


CAPÍTULO V

Preparativos para el viaje

1

Ab’Erana se muestra confundido ante el desarrollo de los acontecimientos y busca rincones apartados y solitarios para reflexionar. No encuentra explicación lógica a todo lo sucedido en aquellos dos días. De forma totalmente inesperada y sorprendente tiene conocimiento de sus orígenes y de por qué tiene las orejas diferentes, algo que hasta entonces jamás llegó a plantearse con seriedad pese a que en algunas ocasiones, como de pasada, preguntó a su abuelo por aquella anormalidad. No alcanza a comprender la responsabilidad que su desconocido padre pretende cargar sobre sus hombros, sin conocerlo, sin saber siquiera como es físicamente, si es fuerte o débil, si es elfo o humano, si es ambas cosas a la vez o ninguna de ellas. Sencillamente, si es capaz de correr una aventura como la que le pide. El planteamiento de su padre supone una carga enorme para él. Nada menos que la recuperación de un trono perdido veinte años antes, en un país desconocido, situado en un mundo diferente al suyo. ¿Cómo podrá realizar semejante proeza? ¿Cómo podrá soportar un cambio de vida tan radical como el que le pide su padre? ¿Cómo cambiar una vida tranquila sumida en la monotonía más absoluta, por una situación de luchas e intrigas a las que nunca estuvo habituado? Se acaba de enterar de que es miembro de una dinastía real por derecho propio, por derecho de sangre, pero solo sabe de reyes, príncipes, princesas y palacios lo que su abuelo le contaba cuando él era pequeño, cuentos y leyendas, la mayoría de las veces inventados, porque jamás se las refirió dos veces del mismo modo. Ignora todo lo relacionado con la gobernabilidad de un país. Y ahora, por medio de una fantástica historia que le refieren su abuelo, un elfo desconocido llamado Fidor y la carta de su padre, se entera de que es hijo de un príncipe elfo. Y para mayor dificultad, su propio padre le pide nada más y nada menos que recupere un trono y un país, valiéndose de una simple espada, por muy encantada que esté. ¡El País de los Elfos!
-¿Dónde demonios se encuentra el País de los Elfos y quienes son los elfos? –se pregunta en voz alta.
Jamás oyó hablar de los elfos en sus casi veinte años y mucho menos del país donde viven esos individuos. Lo ignora todo. Su abuelo no puede darle datos y ha de confiar plenamente en Fidor, pero... ¿Y si Fidor es otro traidor como el tal Inicut y lo que desea es llevarle al País de los Elfos y tenderle una emboscada? ¿Y si es un sicario enviado por el rey Mauro con intención de matarlo y acabar con todo vestigio de la dinastía de los reyes Dodet? Inmediatamente desecha la idea de traición de Fidor al recordar su herida y las palabras de los cuatro elfos que le indicaron que tenían por misión asesinar al elfo. Además, está la carta de su padre en la que le pide que confíe en él plenamente, pero de inmediato vuelve a surgir la duda: ¿y si esa carta no es de su padre? Mueve la cabeza, apesadumbrado, y finalmente decide confiar en Fidor como dice la carta.
Todo el planteamiento le resulta sorprendente. Conoce sus propias limitaciones y cree no estar preparado para una misión semejante. Él está preparado para cazar, para subirse a los árboles y pasar de un lado a otro de la laguna saltando sobre las ramas, para cazar peces y pájaros con flechas, pero nada más. Es consciente de no estar preparado para acometer una aventura como la que le piden su padre y Fidor, y, menos aún, para convertirse en rey de un país desconocido. Las historias que le contaba su abuelo hablaban a veces de reyes, príncipes y princesas, como personajes fastuosos e inalcanzables para los demás mortales. Gente que vestían lujosos trajes de terciopelo, mantos de armiño, coronas de diamantes y espadas con empuñaduras de oro, y le resulta muy difícil, casi ridículo, verse convertido en uno de aquellos príncipes con el sencillo y miserable ropaje que viste y la pequeña carga de experiencia que arrastra, simple cazador del bosque y dueño de un águila amaestrada. ¿Dónde podrá presentarse decentemente con aquel aspecto? ¿Quién le respetará? Solo dispone del ropaje que viste cada día y del que se desprende cada mes para lavarlo y tenderlo a secar al sol? ¿Quién creerá que es un príncipe, o un rey, al verlo vestido de harapos? Piensa que un rey debe ser algo diferente. Con mejor apariencia. ¿Quienes y cómo van a confiar en él al verlo vestido con un traje de pieles de animales salvajes, sin manto ni corona? ¿Cómo va a vencer a todo un pueblo con una sola espada, por muy poderoso que sea su encantamiento, salvo que ese pueblo le apoye? El hecho de haber sacado la espada de su vaina presupone que reune en aquel instante las virtudes necesarias exigidas por el encantamiento del mago Mercurio, pero solo eso. Viviendo en absoluta soledad, como un anacoreta o ermitaño, junto a su abuelo, sin conocer las tentaciones que el mundo ofrece a sus personajes, cualquiera puede ser virtuoso, pero... ¿Tendrá las virtudes exigidas al poseedor de la espada cuando viva en sociedad, rodeado de gentes y mujeres hermosas, y las tentaciones giren a su alrededor? ¿Mantendrá los mismos principios y criterios de moralidad cuando disponga de otros conocimientos de la vida? ¿Se aprovechará de su situación en cuanto tenga posibilidad de hacerlo? ¿Se comportará tan indignamente como su abuelo si llega a enamorarse de la mujer de otro? ¿Se convertirá en otro Mauro? Todas estas preguntas, en sucesión ininterrumpida, no se le van de la cabeza.
Por otro lado, ¿qué es él, un hombre o un elfo? Parece un hombre pero tiene una oreja de elfo. ¿O es un elfo con rasgos y aspecto de hombre? ¿Y sus sentimientos, son de hombre o de elfo, si es que los sentimientos de unos y otros son diferentes? Nunca se planteó esta situación al ignorar quien era en realidad. Al ver a Fidor cree más bien que es un hombre con una simple oreja de elfo, pero ¿y sus pensamientos, sus ideas, sus reacciones y sus instintos? ¿Quienes son los elfos? ¿Cómo piensan? ¿En qué creen si es que creen en algo? ¿Cuáles son sus costumbres? También desconoce quienes son los silfos y los trolls mencionados por su padre y por Fidor. Aunque tenga sangre de elfo en su cuerpo, no es un auténtico elfo, esa cuestión la aprecia solo con mirar a Fidor. Su personalidad está compartida, es evidente. Sus facciones son de hombre pero tiene un ligero parecido con los elfos que ha conocido, un ligero brillo en el rostro que su abuelo no tiene, su oreja izquierda es idéntica a la de los elfos y su nariz tiene semejanzas con la de Fidor y con los elfos que buscaban la espada y la carta de su padre.
Es consciente de que la llegada de Fidor ha supuesto un auténtico cataclismo en su vida y en la de su abuelo. Ya nada será igual. Nunca será igual. Aunque no suceda nada especial ni acepte la llamada de su padre. Antes no sabía y ahora conoce su propia identidad. Sabe quien es y ese conocimiento solo le ha supuesto verse invadido por un estado de intranquilidad que antes no tenía. Está nervioso y no acierta a hacer nada al derecho. Sus ideas se mezclan y le confunden. Es como si su vida hubiese dado un giro total en un breve espacio de tiempo. En todo caso, lo único que sabe con certeza, porque así se lo pide su padre en la carta, es que debe confiar en Fidor, y, especialmente, en la espada encantada del rey Dodet, de cuyo encantamiento y eficacia ya ha tenido una prueba palpable. Poco bagaje para una misión tan delicada y peligrosa. Porque, desde luego, no es lo mismo luchar contra cuatro elfos fuera de su entorno natural, ayudado por el águila, que luchar contra todo un pueblo, para recuperar un trono perdido veinte años antes. Salvo que las ayudas de la espada y de Fidor fuesen infinitas y sumamente poderosas.
Todas estas reflexiones y preguntas se las formula Ab’Erana en el atardecer de aquel mismo día, sentado en un rincón del cobertizo de la leña, buscando la soledad para no verse interrumpido por su abuelo ni por el elfo, con la mirada perdida en la nieve que continua cayendo mansamente sobre el bosque desde las primeras horas de la mañana. El frío le deja el cuerpo entumecido.
Sale del cobertizo y deja que la nieve caiga suavemente sobre él. Se inclina, hace bolas con ella y las arroja luego contra los troncos de los árboles más cercanos a la cabaña. Está completamente desconcertado.
Se sienta en uno de los bancos del porche y acaricia a Picocorvo que ha salido de la cabaña y lleva un buen rato observándolo en silencio.
-Picocorvo, ¿sabes lo que ocurre? –pregunta, mirando fijamente al águila. –Picocorvo, este hombrecito es un elfo enviado por mi padre para pedirme que vaya a su país a recuperar el trono de mis antepasados y a liberarlo de las garras de un rey malvado llamado Mauro. ¿Picocorvo, me ayudarás si decido aceptar?
Recibe la respuesta del águila diciéndole que irá donde él vaya, que luchará contra quien él luche y que no le abandonará nunca. Le impresiona la frase de “mi destino es tu destino”. Le abraza contra su pecho como si fuese un ser humano y nota cómo se le saltan las lágrimas.
Los pensamientos del águila le reconfortan. Una corriente de euforia comienza a correr por su interior y a imbuirle la idea de que puede hacerlo. Se siente predispuesto a intentarlo para satisfacer la confianza que su padre, aun sin conocerlo, ha depositado en él. En el momento de conocer las disposiciones de su padre por boca de Fidor, no quiso decidir nada sin saber previamente las causas por las que el príncipe no fue nunca a visitarlo, ni a preocuparse de él de ningún modo. Después de conocer las vicisitudes sufridas por su padre, la terrible situación padecida en cárceles de los trolls y padece ahora en las mazmorras del palacio de Mauro, su decisión se hace más firme a cada instante: tiene que ayudarle. Debe ayudarle. Cree que es una obligación moral que debe cumplir. Resulta evidente que no vino a verle porque no pudo. No se preocupó de él por estar privado de libertad, pero el hecho de enviarle aquella carta en cuanto tuvo oportunidad de hacerlo, le demuestra cuáles son los sentimientos de su padre con respecto a él. Evidencia, sin ningún género de dudas, que su padre siempre lo tuvo en sus pensamientos. A él y a su madre.
Continúa nevando y los alrededores de la cabaña están completamente blancos.
Da unos saltos para entrar en calor y se restrega las manos con fuerza. Se ha quedado helado. Pero en su rostro hay una expresión desconocida. De esperanza.

2

Entra en la casa y recibe con agrado el calor que desprende la chimenea. Mira fijamente a su abuelo y a Fidor. Su expresión delata su estado de ánimo. Se siente nervioso pero exultante, como si su personalidad se hubiese transformado, como si durante aquel rato de reflexión se hubiese convertido en un personaje importante. Los ocupantes de la cabaña se dan cuenta de la transformación producida durante el largo rato de ausencia. Resiste desafiante la mirada de su abuelo durante unos segundos porque tiene el convencimiento de que se opondrá a la decisión que acaba de adoptar.
-¿Cuál es el plan a seguir? –inquiere, con absoluta naturalidad, dirigiéndose a Fidor, como si la pregunta fuese la continuación de una charla anterior con decisión adoptada.
Cedric lo mira con severidad, sorprendido ante aquella pregunta que considera absurda e irreflexiva, y antes de que Fidor responda, casi grita:
-¡Un momento, jovencito! Hace un rato saliste de la cabaña completamente aturdido por los acontecimientos. Totalmente desbordado por la enorme responsabilidad que se te venía encima. No sabías qué hacer. Pediste unos minutos de soledad para reflexionar y saliste fuera a ver caer la nieve. Estabas confundido. Navegando en un mar de dudas, sin saber qué actitud adoptar, y, sin duda, formulándote mil preguntas a las que difícilmente habrás encontrado respuestas. Y apareces completamente transformado, como si ya estuvieses por encima del bien y del mal y alguien te hubiese infundido la sabiduría necesaria para llevar a cabo lo que tu padre te pide. ¿Qué te ha ocurrido ahí fuera, acaso los copos de nieve te han infundido un magnetismo especial o te han traído alguna información de interés? ¿Es que piensas aceptar la petición que hace tu padre a través de Fidor sin más, sin recapacitar, sin reflexionar de forma adecuada, sin analizar los pros y los contras de esta nueva situación? ¿Crees que podrás cargar sobre tus espaldas la tarea que te pide tu padre, sin adquirir más detalles, ni analizar tus propias capacidades y limitaciones? ¿Tienes idea de lo que es ser rey de un país y gobernarlo, aunque ese país y ese gobierno sean de seres diminutos como Fidor? ¿Es que no piensas ni recapacitas las cosas, Ab’Erana? ¿Cómo vas a conseguir lo que te pide tu padre? ¿Entrarás en el País de los Elfos dando mandobles a diestro y siniestro, matando a todos los elfos que se opongan a tus pretensiones, hasta erigirte rey? ¿Qué locura es esa, muchacho?
Se produce un silencio absoluto después de las palabras de Cedric. Los tres se miran entre sí, esperando, quizá, la reacción de alguno de ellos, la aparición de algún signo que pueda arrojar luz. Los razonamientos de Cedric no sorprenden a Ab'Erana, es más, los esperaba. Finalmente es él quien toma la palabra.
-Mi padre me pide ayuda, abuelo. ¡Está encarcelado por sus enemigos! Tú siempre me inculcaste la idea de que hay que ayudar a quien lo necesita. ¡Y él ahora lo necesita! ¡Me ne-ce-si-ta! Quizá las voces que atruenan en mi cabeza y me llaman desde las Montañas Nevadas sean las suyas. ¿No lo entiendes?
-No, no lo comprendo, nieto. Tú y yo hemos vivido aquí pacíficamente, sin problemas de ninguna clase salvo el de buscar alimentos cada día. Esto que propone tu padre no es ningún juego, más bien parece una locura de individuo que lleva muchos años encerrado y ha perdido el juicio. Puedes exponer tu propia vida... y perderla. Ya viste las intenciones de los cuatro elfos con lo que luchaste. Matar a quien se oponga a los deseos de ese Mauro de los demonios. Ahora mismo eres quizá el mayor enemigo de Mauro y ¿sabes qué hará? ¡Ordenará tu muerte como ordenó la de Fidor! Fidor se escapó por los pelos, pero ¿qué sucederá contigo? ¿Tendrás la misma suerte que él tuvo?
-Antes le pregunté a Fidor sobre las ausencias de mi padre. Si no se hubiese preocupado de mí durante todos estos años pudiéndolo hacer, ten la seguridad de que no habría respondido a su llamada, pero esto es diferente. ¡Estuvo preso! ¡Está preso! No pudo venir a verme ni preocuparse de mí personalmente porque no estuvo privado de libertad. ¡Puede estar a punto de morir! Es muy importante para mí que su primer acto haya sido ponerse en comunicación conmigo para pedirme algo, porque eso significa que siempre me tuvo en sus pensamientos, igual que tuvo a mi madre... a la que nunca conocí y de la que nunca me hablaste –reprocha, con cierto matiz de indignación en la voz.
-Es muy justo lo que dices, príncipe, aunque también entiendo las palabras de tu abuelo. Ser rey de un país cualquiera requiere una dedicación absoluta y una gran responsabilidad en todos los órdenes de la vida. Hay que renunciar a muchas cosas aunque también disponer de otras muchas que los demás jamás alcanzarán porque solo están reservadas a los reyes y personajes encumbrados. Comprendo tu situación y las dudas de tu abuelo.
-¡Claro! Los príncipes requieren una preparación especial para que luego, al alcanzar el trono, sepan desenvolverse con normalidad, justicia y eficacia. Quizá tengas una idea clara de lo justo y lo injusto, de lo bueno y lo malo, pero eso solo no es suficiente. Tú no sabes nada de cortes reales, ni de tronos, ni de gobiernos, ni de traiciones, ni despotismos... No sabes nada de nada, salvo cazar, hablar con el águila y subirte a los árboles del mismo modo que hacía tu madre. No puedes aceptar esa responsabilidad que te pide tu padre, sin recapacitar, sin analizar si serás o no capaz de gobernar un país, si llega el caso. Cada cual debe conocer sus propias limitaciones y su preparación. ¡No quiero verte fracasar, Ab’Erana! –exclama Cedric, señalándole con el dedo índice. -Tu fracaso sería mi fracaso porque he sido yo quien ha ido modelando tu forma de ser. No quiero que fracases, hijo –termina, bajando el tono de su voz.
Ab’Erana mira a su abuelo con infinito cariño y respeto. En su mirada hay un cierto dejo de tristeza. Su abuelo tiene razón, no está preparado para asumir las funciones de rey de nada, pero siente en su interior la llamada de la sangre, como si resonaran en su cabeza los gritos desesperados de su padre pidiéndole ayuda. Ahora está convencido de que las voces que resuenan en su subconsciente y que piensa provienen de las Montañas Nevadas, son las de su padre que lo llama desesperadamente desde donde quiera que esté. Quizá pueda comunicarse telepáticamente con él, lo mismo que le ocurre a él con Picocorvo. A pesar de aquellos razonamientos de su abuelo, no está dispuesto a ceder. Ha adoptado su decisión y está decidido a llevarla a efecto hasta sus últimas consecuencias.
-Siempre me enseñaste a comportarme con dignidad, con respeto, con caballerosidad. Me dijiste que no debía causar daño a nadie; ni a las propiedades ajenas; ni siquiera a los animales y plantas, de forma innecesaria; que debía cuidar el bosque. Me enseñaste a ser prudente, honesto, decente y honrado. Me dijiste muchas veces que cumplo todas esas exigencias y que he sabido asimilar tus enseñanzas “a las mil maravillas”. ¡Así lo dijiste en muchas ocasiones! ¿O es que no lo recuerdas ya?
-¡Claro que lo recuerdo!
-Si soy así, como tú mismo reconoces, ¿qué otra cosa se le puede exigir a un príncipe, o a un rey? A veces me contaste historias de reyes y príncipes y ninguno era como yo, todos cometían arbitrariedades e injusticias, e, incluso, algunos eran malvados y ruines. Abusaban de su poder. ¡Y eran reyes! Mi propio abuelo Dodet XII cometió una indignidad. ¿Por qué no puedo yo ser rey de los elfos, pensando como pienso y siendo como soy? ¿Por qué, abuelo? ¿No fue mi madre una princesa, se había criado en el bosque, como yo, y, según Fidor, tuvo un comportamiento ejemplar y fue querida por el pueblo llano?
Se produce un silencio profundo en la cabaña, como si todos meditaran sobre las razonables palabras del chico. Hay miradas intensas entre unos y otros, especialmente entre Cedric y Fidor, hasta que éste esboza una sonrisa de esperanza antes de tomar la palabra.
-Las palabras del príncipe son prudentes y acertadas, Cedric. ¡Ya quisieran muchos reyes tener presentes los principios morales que acaba de enumerar tu nieto! Si es prudente, honesto, decente y honrado, como tú mismo reconoces, ¿qué más puede exigírsele a un príncipe, o a un rey? –repite. - Además, contará con mi ayuda. No me separaré de él hasta que pueda estar al lado de su padre. Luego entre ellos decidirán lo más conveniente.
-¿Crees que eso solo será suficiente para gobernar un país como el tuyo?
-Estoy convencido de que Ab’Erana será un buen rey si consigue derrocar a Mauro y estoy seguro de que lo conseguirá. El chico lleva la bondad y la inteligencia reflejadas en la expresión, y si, además, actúa con valentía, prudencia y honradez en todos los órdenes de la vida, he de reconocer que tiene virtudes más que suficientes para gobernar mi país, o cualquier otro. Además, querido Cedric, nunca sabemos lo que somos capaces de hacer si no lo intentamos. Doy un voto de confianza al príncipe. El hecho de poder utilizar la espada encantada es para mí un elemento determinante, una muestra de garantía, una demostración de que es persona digna de confianza en todos los sentidos ya que de otro modo jamás podría haber sacado la espada de su vaina. Nadie hoy tiene más méritos que él para ser el rey de los elfos.
Cedric mira intensamente a Ab’Erana, se acerca a él, le pasa el brazo derecho por los hombros y lo atrae hacia sí, con inmenso cariño. Luego, mueve la cabeza de un lado a otro, preocupado, como si temiera perder el cariño y la compañía de su nieto, por mor de aquella inesperada aventura que se avecina, a la que comprende no debe oponerse, y dice, dirigiéndose a Fidor:
-Temo que la carga que le impone su padre sea superior a sus fuerzas y le arruinemos su propia vida. Me sentiría culpable si así fuese y no me lo perdonaría nunca. ¡Ab’Erana es como si fuese mi propio hijo y así lo quiero! Deseo lo mejor para él. ¡No quiero que fracase! –exclama, con los ojos brillantes dando la impresión de que está a punto de llorar.
-Lo comprendo, Cedric. Entiendo tus preocupaciones y las comparto. Pero no olvides que las personas no pueden luchar contra su destino. Ab’Erana es príncipe por nacimiento, predestinado para grandes hazañas, y nosotros no debemos interponernos en su camino. Es príncipe por derecho de nacimiento, por ser hijo de príncipe, y, como tal, tiene una misión que cumplir en la vida. El pueblo elfo lo necesita ahora porque el rey Mauro está decidido a llevar al país hacia la ruina y el desastre total entregándolo en bandeja a los asquerosos y repugnantes trolls. Cada día hay más trolls en el país ocupando puestos de relevancia y tratando a los elfos de forma despectiva y en la mayoría de las ocasiones, despóticas, porque se sienten amparados por un rey proclive a ellos. Dentro de poco tiempo esos individuos se habrán convertido en los dueños absolutos del país, lo transformarán en otro país de trolls y convertirán a los elfos en sus esclavos. ¡Muchos de ellos lo manifiestan así públicamente en círculos privados! En más de una ocasión he oído decir a algunos de ellos “seréis nuestros esclavos”. Ahora solo ocupan el Valle Fértil, y puntos estratégicos de la ciudad de Varig; luego ocuparán todo el país y arrojarán a los elfos a las cuevas y cavernas que ellos ocupan ahora si es que no nos exterminan, que es lo más probable. Lo que se llama un cambio radical. Entonces será demasiado tarde para remediar el mal porque toda la sociedad estará contaminada, si es que no ha sido aniquilada por los trolls. ¡No conocéis a los repugnantes trolls! No podéis imaginar de lo que son capaces.
-¿Por qué mi padre y tú dais esos apelativos tan humillantes a los trolls? ¿Tan malos son?
-Son basura. Miserables. Criminales. Mucho peor de lo que puedas imaginar. Cuando los conozcas comprenderás por qué los llamamos así. Además de miserables, son repugnantes y asquerosos. La escoria de los seres vivos pensantes. Lo peor que te puedas encontrar en la vida. Repugnantes en sus comportamientos físicos y miserables en sus pensamientos... si es que piensan alguna vez. Se mueven por instintos y raramente razonan. Serán implacables con los elfos en cuanto consigan apoderarse de todos los resortes del poder y la situación está llegando a ese límite. La petición de tu padre ha llegado en un momento crucial.
Hay nuevo cruce de miradas, como si cada cual pretendiera infundir sus propios pensamientos a sus interlocutores para eliminar barreras e imponer confianzas.
-Comprendo tus intenciones y te las agradezco de todo corazón, abuelo, pero... Voy a aceptar y acudiré en ayuda de mi padre. Lo de ser rey quedará aplazado hasta que consiga hablar con él. Nunca hice nada de mérito en mi vida salvo vivir en este bosque solitario, aprender tus enseñanzas, seguir tus consejos, cazar y en los últimos tiempos entenderme con Picocorvo. Creo que es muy poca cosa para la vida de un ser humano, o de un elfo, o de lo que quiera que yo sea. Puede haber llegado mi hora. Iré a salvar a mi padre, a luchar contra Mauro el usurpador, y a expulsar del País de los Elfos a los asquerosos y repugnantes trolls –dice, enfatizando los calificativos dedicados a los trolls. -¿Qué me espera en este bosque al que la gente considera y llama maldito? ¿Qué me espera? ¿Ser un leñador, o un cazador, durante el resto de mi vida? ¿Morirme de asco en esta agobiante soledad que nos rodea? No, abuelo. Tú estás aquí conmigo para evitarme complicaciones como te pidió mi padre, según sé ahora. Yo estoy contigo para no dejarte solo. Si estuviese solo hace mucho tiempo que no estaría aquí. Antes ignoraba los motivos de nuestra estancia en este bosque malsano, hoy que conozco las causas te pido que no te opongas al destino. A mi destino.
-No me opondré a nada, hijo –admite Cedric, resignado, cediendo y encogiéndose de hombros. -Eres tú quien debes decidir lo que más te convenga hacer. Simplemente te daba un consejo y te pedía reflexión. Quizá tengas un camino trazado, como dice Fidor, y debas recorrerlo para cumplir tu propio destino, no lo sé; o quizá elijas un camino equivocado, tampoco lo sé. No se puede predecir el futuro. Lo que sea, será.
-Lo he decidido, abuelo. Seguiré los deseos de mi padre. Intentaré conseguir su libertad y derrocar al rey Mauro y luego expulsaré a los trolls del País de los Elfos, con la espada encantada y con la ayuda de Fidor y de Picocorvo.
-Que se haga tu voluntad, si es eso lo que quieres. Si te equivocas a nadie podrás reprocharle tu error. Podrás lamentarlo, pero nada más.
-A nadie culparé si las cosas salen mal, abuelo, te lo prometo. ¿Cuál es tu plan, Fidor?
-No habrá ningún plan hasta que Fidor esté curado de sus heridas –responde Cedric con firmeza y autoridad, golpeando con la palma de la mano sobre la mesa, mostrando su contrariedad, dando a entender que el hecho de que su nieto haya decidido no seguir sus consejos no va a permitirle adoptar decisiones improcedentes. –Fidor no está en condiciones de viajar en este momento. La herida que recibió en el costado tardará varios días en cicatrizar. Está muy endeble para hacer un viaje de largo recorrido y presumiblemente tener que luchar contra los partidarios del rey Mauro. ¿No ves que apenas puede caminar aún con normalidad?
-Es cierto, Cedric, en este momento no puedo hacer nada y me siento incapacitado para cualquier actividad, pero no podemos esperar mucho tiempo –aclara Fidor, deseoso de regresar a su país lo antes posible.
-Hay veces en la vida en que hay que esperar cuanto sea necesario o aconsejable, y este es uno de esos momentos. Tú no estás en condiciones de viajar y mucho menos de luchar, ni siquiera contra un abejorro. Por ahora solo debes reposar y comer. Ese es el único plan que debemos tener por el momento y durante los próximos días.
-Agradezco tu interés, pero las cosas se han precipitado y debemos resolverlas cuanto antes. Mauro sabe que me apoderé de la espada encantada y debe suponer que lo hice con alguna finalidad. Sabe que yo no puedo manejar esa espada porque nadie en el país puede hacerlo. Él, o algunos de sus consejeros, han debido pensar que existe alguien capaz de hacerlo, puesto que en otro caso no tendría sentido apoderarse de ella. Y ese personaje desconocido solo puede ser de la dinastía de los reyes Dodet, porque así está escrito en la historia de nuestro pueblo. Es posible que alguien recuerde que la princesa Erana estaba embarazada cuando salió del país y que debió tener un hijo, o una hija. Además, si los cuatro soldados que me perseguían no regresan, pensarán que algo grave ha debido ocurrirles y estarán a la expectativa o enviarán mayor número de efectivos para averiguar lo sucedido. Debemos actuar con rapidez. El que da primero da dos veces.
-Está bien, esperaremos el tiempo necesario hasta que Fidor esté en condiciones de partir, pero… ¿qué haremos cuando esto suceda? –pregunta Ab’Erana por segunda vez, comprendiendo que ha ganado parte de la batalla contra su abuelo. –Según mi padre, tú, Fidor, debes decidir lo más conveniente. Conoces la forma de ser, de pensar y de actuar de los elfos, las posibilidades de que nos ayuden de alguna forma, de que se unan a nuestra causa. Conoces la forma de ser y actuar del rey Mauro, la posibilidad de que la gente se revuelva contra él, si, como dijo el soldado Bósor, es un malvado y un déspota. Yo no sé nada. Ni siquiera sé donde está el País de los Elfos, mi otro país, y, quizá con el tiempo, mi único país. Todo dependerá del desarrollo de los acontecimientos.
-Debemos ir lo antes posible. Es allí únicamente donde podremos resolver la crisis. La cuestión radica en cómo entrar. Si lo hacemos por la ruta del sur, que es el camino más corto y directo, tengo seguridad de que estarán esperándonos. Es más que probable que ya tengan montado un dispositivo de vigilancia para conocer nuestra llegada. Nos esperarán, nos tenderán emboscadas, y harán todo lo posible para matarnos o impedirnos la entrada. Si conseguimos atravesar esa primera línea, tendremos enormes dificultades para atravesar las siguientes. Habrá, sin duda, una fuerza estimable de elfos dispuesta a impedir nuestro avance.
-¿Es que hay puertas de entradas al país?
-No exactamente, pero sí hay fronteras. Nuestro país está rodeado de montañas y hay una serie de puertos que son los que dan acceso. Hay que pasar forzosamente por alguno de ellos.
-¿No sería posible entrar y pasar desapercibidos? -pregunta Ab’Erana, de forma irreflexiva.
-¡Ab’Erana! –grita Cedric. -¿Cómo se te ocurre pensar que un hombre pueda pasar desapercibido en un país de seres diminutos? ¿No te das cuenta, o es que estás dormido, o delirando?
-Nos reconocerán en cuanto lleguemos a la frontera, en primer lugar por tu estatura y también porque a mí me conocen sobradamente en todo el país. En cuanto te vean con la espada encantada sabrán que eres un miembro de la dinastía Dodet. ¿Qué ocurrirá en ese momento? ¿Cómo reaccionará la población? ¿Hacia qué lado se inclinará la buena gente? Si, además, descubren que tienes una oreja de humano y otra de elfo tendrán certeza de que eres el hijo desconocido del príncipe Ge’Dodet y esa puede ser una baza importante que debemos explotar. Presumo que algunos serán indiferentes, otros te mostrarán su enemistad y la mayoría se unirán a tu causa.
-¿Es que todos los que entran en el país tienen que pasar por uno de esos puertos que dices?
-Todos. Los soldados permiten entrar a quien piensan que no creará problemas. A nosotros no nos dejarían pasar, sin duda. Nos apresarían, salvo que pensaran como los familiares del soldado Bósor.
-Habrá que buscar el lugar menos peligroso, ¿verdad?
-Exactamente. Nuestro país limita al norte con el territorio de los trolls y por allí es prácticamente imposible acceder. Sería algo semejante a meternos en la boca del lobo. El este hay que descartarlo por completo. Limita con el País de los Hielos, montañas altísimas muy difíciles de cruzar y sumamente peligrosas; además, habría que dar un rodeo demasiado largo. El del oeste hay que descartarlo también. He venido por él y ellos lo saben. Pensarán que regresaré por el mismo camino y estarán esperándonos. El único lugar posible es el que conocemos como la ruta del sur a través del territorio de los Silfos, cuyos habitantes siempre fueron amigos de los elfos. Por esa ruta atravesaríamos el País de los Silfos antes de llegar a Jündika o a Ubrüt, las dos ciudades elfas que se encuentran al sur del país. La primera siempre fue partidaria de la dinastía Dodet, y es enemiga declarada del rey Mauro. Es la única ciudad del reino que Mauro no se ha atrevido a visitar aún. Ambas poblaciones están muy cerca de la frontera con los silfos.
-¿Qué relaciones mantienen los elfos con los silfos?
-Siempre fueron muy buenas. El anterior rey de los silfos fue un verdadero amigo de tu abuelo, y el hijo del rey, amigo de tu padre, estuvo en la boda de tus padres. Hoy, ese amigo de tu padre es el rey Kirlog II. Últimamente las relaciones entre ambos países no son demasiado buenas. Los silfos están nerviosos ante ciertos rumores que corren por el país, referentes a que el rey Mauro intenta invadir a los silfos, para dar rienda suelta a sus ansias expansionistas. Hablan los trolls de que el rey Murtrolls pretende crear un imperio con el territorio de los tres países, el de los trolls, el de los silfos y el nuestro. No sé qué habrá de cierto en esos rumores. Sí he oído que la pretensión de Mauro es apoderarse de parte del territorio silfo para compensar la pérdida del Valle Fértil. Mauro ha amenazado en varias ocasiones a los silfos acusándolos de haber alterado las fronteras, con la única finalidad de justificar una invasión. Hasta ahora nadie ha creído esos rumores ni ha sucedido nada especial, ignoro qué sucederá en el futuro. A veces, los gobernantes, machacando con las mismas ideas, o repitiéndolas con insistencia, consiguen convencer a los crédulos y vencer la resistencia de los más incrédulos. Los elfos viajeros y cultos sabemos que los silfos no pueden alterar las fronteras por imposibilidad física, pero si las autoridades están todo el día insistiendo en el mismo tema, colocando pasquines asegurando que los silfos han ocupado territorio de los elfos, llega un momento en que la gente del pueblo llano puede creerlos.
-¿Podemos fiarnos de los silfos?
-Es difícil dar una opinión en ese sentido. En principio, sí. Pero, a veces, los reyes y dirigentes de los pueblos conciertan acuerdos que el común de la gente no llega a comprender. El rey de los silfos era muy amigo de tu abuelo, y su hijo, amigo de tu padre, pero tu padre hoy no está al frente del país y el rey Kirlog II podría haber llegado a algún acuerdo secreto con el rey Mauro para salvaguardar la integridad de su territorio y de su gente. Si fuese así...
-Quiere decir que no debemos fiarnos de nadie, Ab’Erana. ¡De nadie, entiendes, de nadie! –advierte Cedric, con cierta impetuosidad, dando la sensación de que aún no se le ha pasado el enfado. -Y de los reyes y señores de castillos, mucho menos que de los demás. Los reyes y los señores de la guerra nunca fueron gente de fiar. Actúan siempre a su propia conveniencia. Espero que si llegas alguna vez a ser rey de los elfos, rompas ese comportamiento ambiguo y tengas lo que se llamaba antiguamente palabra de rey.
-También pudiera ser que los silfos, si descubren nuestra identidad, decidan apresarnos y entregarnos al rey Mauro para congraciarse con él y con los trolls –sigue diciendo Fidor, obviando los comentarios de Cedric.
-Eso habría que verlo, ¿no? Si la espada será el elemento primordial en la recuperación del trono elfo también nos serviría para evitar ser apresados por los silfos, ¿no crees?
-Evidente. Cualquiera que nos ataque recibirá la respuesta adecuada, de eso no cabe duda. Y, en todo caso, tú serás el brazo defensor.
-La dificultad, entonces, radica en llegar a las ciudades de Jündika o Ubrüt, ¿no es eso?
-Si conseguimos llegar a Jündika y decimos a la gente quien eres, tengo seguridad de que las cosas resultarán mucho más fáciles. La dinastía tiene buenos amigos allí. Lo difícil es llegar en los momentos actuales.
Ab’Erana se acerca a la ventana y acaricia la cabeza de Picocorvo y lo mira fijamente a los ojos. Permanece unos segundos como abstraído, como ausente de la cabaña, como si sus pensamientos estuviesen en algún lugar muy lejano, quizá liberando a su padre o viéndose ya revestido de ricos ropajes en la corte de los elfos.
-¿Cuándo piensas que estarás en condiciones de viajar, Fidor? –pregunta luego, volviéndose a mirar al elfo.
-No lo sé. Tal vez una semana, o menos. Todo dependerá de la evolución de las heridas.
-Si Fidor adelanta el viaje sin estar totalmente recuperado, puede recaer y el retraso podría ser mayor. Iniciaremos el viaje cuando Fidor esté totalmente curado.
-¿Iniciaremos? –pregunta Ab’Erana, saltando como si le hubiesen pinchado con un alfiler. -¿No pretenderás a tu edad venir con nosotros, verdad? ¿Te imaginas lo que puede ser ese viaje? Varios días de caminatas con enorme sacrificio físico; luchas encarnizadas contra elfos armados; acostumbrarte ahora a diferentes formas de vida, a lugares desconocidos..., a dormir en el suelo sobre una manta ¿Te imaginas todo eso a tu edad, abuelo?
Cedric lo mira con severidad y en su rostro se advierte la contrariedad producida por las palabras de su nieto. Como si no diera crédito a lo que acaba de oír. Piensa que el chico o se ha envalentonado con la noticia de saberse príncipe o ha perdido el juicio.
-¡Claro que iré! –explota en un ataque de indignación, con el rostro rojo de excitación.
-¡Abuelo! –exclama Ab’Erana, arrugando el entrecejo. –Creo que eres muy mayor para hacer largas caminatas y enfrascarte en aventuras que ignoramos qué final tendrán. Soy consciente de que todo puede salir bien o mal y... si sale mal podría ocurrirte algo malo y no me lo perdonaría nunca.
-Gracias por tu interés, hijo, pero... ¿qué habías pensado, dejarme atrás? ¿Para morirme de asco, sólo, en este bosque maldito en el que continúo viviendo por expreso deseo de tu padre para evitarte posibles humillaciones? ¿Aquí, sólo, quieres dejarme, con estas humedades y soledades, como tú dices? ¿Qué haré yo aquí sin tu compañía?
-Lo digo por tu bien, abuelo. Si todo termina bien, yo vendré a buscarte y...
-¡Escúchame bien, Ab’Erana, hijo del príncipe Ge’Dodet y de mi querida hija Erana! ¡No olvides nunca, ni siquiera si llegas a ser rey, las palabras que te voy a decir ahora! Hasta ayer era yo quien ordenaba lo que había que hacer en esta cabaña. Ordenaba tu vida y la mía. Decidía por ti y por mí. Te aconsejaba lo mejor y tú obedecías siempre sin rechistar. ¡Era yo la única cabeza pensante de esta cabaña! Porque de la noche a la mañana te hayas convertido, en teoría, en príncipe de los elfos, tengas un consejero privado y una espada encantada en las manos, no pienses que las cosas han variado sustancialmente entre tú y yo. Yo sigo siendo el abuelo y tú el nieto, y se hará lo que yo decida, aunque seas príncipe de todo el Mundo de los Seres Diminutos. ¿Comprendido? ¡Malditos sean el rey Mauro, el usurpador, y los asquerosos y repugnantes trolls! ¡Yo iré donde tú vayas y si hay que luchar contra tus enemigos, allí estaré yo el primero, con mi bastón nudoso, aporreando elfos traidores o trolls repugnantes! ¿Queda claro? ¡Y no admito discusión sobre el tema!
Cedric se endereza cuanto puede y su figura crece desmesuradamente ante los ojos de su nieto y de forma gigantesca ante los de Fidor.
Ab’Erana dirige a Fidor una mirada suplicante, pidiéndole ayuda, para que haga desistir a Cedric de su intento de viajar con ellos.
El elfo analiza mentalmente aquella figura gigantesca que espera su decisión. Piensa que la presencia de Cedric durante el viaje supondrá más beneficios que contratiempos; estudia sus enormes posibilidades físicas y disuasorias, en momentos de peligro; imagina cual puede ser la reacción de un grupo de soldados elfos al ver acercarse a Cedric con un bastón en las manos; esboza una sonrisa y mueve la cabeza imperceptible pero afirmativamente. Se encoge de hombros, mira a sus interlocutores, de forma alternativa, y dice:
-Lo siento, príncipe. Si tu abuelo desea venir, que así sea. Sin duda impondrá respeto donde quiera que vaya. Lo considerarán un gigante y puede sernos de enorme utilidad al atravesar otros países, e, incluso, en el nuestro. Cedric enarbolando su bastón puede luchar contra cincuenta elfos, o diez trolls, a la vez –bromea. –No es descabellada la idea de tu abuelo, ni mucho menos. Puede ser una ayuda inestimable. Voto porque nos acompañe.
-¡Bravo, Fidor! Llevaré mi bastón como única arma y no creo que ningún elfo se atreva a cruzarse en mi camino. ¡Ay de quien lo haga! Aún tengo fuerzas para partir un leño al primer hachazo. ¡Imagínate si golpeo a un elfo con mi bastón o le doy un manotazo! ¡Aplasto a quien sea! –exclama Cedric, eufórico, animado por las palabras del elfo.
-Está bien, está bien, si Fidor no tiene inconveniente en que vengas, no seré yo quien me oponga. Puedes venir y llevar el bastón, o lo que se te ocurra. Yo llevaré el arco, las flechas y la espada encantada.
-No es necesario que cargues con el arco y las flechas, príncipe. Con la espada tendrás suficiente.
-El arco me permitirá abatir piezas de caza, o enemigos, desde lejos, algo que con la espada no podría hacer. Creo que llevaré ambas cosas. Iremos los tres y Picocorvo. Él ya sabe lo que es luchar contra los elfos. Será una ayuda muy valiosa. Además, Picocorvo y yo nunca nos separamos y me dijo hace un rato que mi destino y el suyo estarán unidos para siempre.
-Pienso que Cedric y Picocorvo pueden tener capital importancia en la misión encomendada por tu padre y en la recuperación del trono -puntualiza Fidor, convencido, dirigiéndose a Ab’Erana. -Es más, me atrevo a decir que serán elementos imprescindibles en la aventura que vamos a emprender. ¿Te imaginas poder enviar a un águila a realizar alguna misión determinada, como por ejemplo adelantarse a ver si hay enemigos esperándonos? Será fantástico. Podremos viajar con absoluta tranquilidad y relajación.

1 comentario:

Yoli dijo...

Hola Mariano: ya hace dias que no escribo por aqui pero no quiere decir que no pase, lo hago todos los dias, y la novela me tiene tan enganchada, que he tenido que imprimir el 4º y 5º capítulos porque así me lo puedo llevar de viaje que voy este fin de semana y no puedo tener conexión ni llevar el portátil. Tenia mucha razón cuando hablaba de que era una historia muy bonita, me parece muy tierna y creo que a los niños si que les gustaría mucho. Saludos Yoli