domingo, 15 de junio de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET -NOVELA

Transcribo a continuación el Capítulo XVII de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.
Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual
Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)


CAPÍTULO X V I I

Padre e hijo

1

A su regreso a Varich, en unión de su abuelo, después de un viaje agotador en la flamante carroza tirada por los seis avestruces, Ab’Erana, rey Dodet XIII, decide que la primera medida que debe adoptar, antes de iniciar la guerra contra los trolls para recuperar el Valle Fértil, es visitar todas las regiones del país. Pretende con ello conocer a sus ciudadanos y que le conozcan a él. Designar nuevos dirigentes que gobiernen en las poblaciones. Conocer la opinión de la gente sobre el grado de aceptación que tendría promover una guerra contra los trolls para expulsarlos del Valle. Saber su opinión con respecto a los trolls que campean por el país a su antojo, en muchas ocasiones como los verdaderos amos, como si desconociesen el derrocamiento del rey Mauro. Y finalmente conocer los pensamientos sobre todas las cuestiones de interés, como impuestos, enseñanza, etcétera.

Antes de iniciar las visitas mantiene una serie de consultas con Fidor, con los nuevos consejeros designados por este, con los militares que más entusiasmo pusieron en la recuperación del trono para la dinastía Dodet, y, en general, con los personajes más influyentes de la ciudad. Solo encuentra muestras de cariño, comprensión y parabienes por las decisiones adoptadas.

Pese a que da libertad de expresión para que cada uno pueda exponer sus ideas sin temor a ningún tipo de represalias en el supuesto de que sean contrarias a las suyas, hay unanimidad entre los consultados, especialmente sobre la conveniencia de expulsar a los trolls del Valle Fértil. Todos aquellos personajes encuentran sorprendente la decisión de consultarles y aceptar críticas al planteamiento real porque jamás sucedieron las cosas de ese modo en los últimos veinte años, ni antes tampoco, en tiempos del rey Dodet XII. Aquella primera disposición del nuevo rey, aireada por orden de Fidor, resulta muy del agrado de la inmensa mayoría de los elfos que comprenden de inmediato que el nuevo rey piensa tomar en consideración sus opiniones, o, al menos, escucharlas con atención.

Finalmente Ab’Erana decide visitar a su padre para hacerle la misma consulta y tratar con él sobre las cuestiones más importantes que tiene en mente realizar. Cedric y varios soldados le acompañan hasta la casa de campo en la que ya vive Ge’Dodet.

El lugar elegido por Ge’Dodet es paradisíaco. Una simple casa de campo a la que se trasladó pocos días después de que su hijo fuese designado rey del país, situada en un lugar hermoso, frente a un macizo montañoso, junto a un arroyo de aguas cristalinas que baja de las cumbres nevadas, muy cerca de un puente de piedras que lo atraviesa. Es una granja en la que se crían animales y se labra un huerto que riegan las aguas del riachuelo. En uno de los laterales han levantado una habitación de más de dos metros de altura, preparada para las visitas de A’Erana y Cedric. Al llegar estos a la casa, en la carroza real, Ge’Dodet se dispone a desayunar e invita a sus visitantes a acompañarlo.

La elfa que cuida a Ge’Dodet, esposa del carcelero torturado y asesinado por Mauro, pese a su tragedia personal, procura estar alegre y se lleva las manos a la cabeza al ver la cantidad de alimentos que engullen Cedric y el nuevo rey. Lo que para Ge’Dodet es toda una tarta de manzana, adornada con mermelada de grosellas, para Cedric es un simple pastelillo de manzana con adornos de grosellas. Y así todas las cosas.

Ab’Erana le expone a su padre su idea de visitar el país antes de adoptar ninguna otra medida contra Mauro y los trolls, “con la finalidad de conocer la opinión y los sentimientos de las gentes antes de iniciar ningún tipo de campaña en la que puede haber muchos muertos”. Ge’Dodet escucha atentamente las explicaciones y planteamientos de su hijo mientras toma el desayuno. Al finalizar la exposición, le dice:

-Las que me acabas de exponer, ¿son ideas tuyas, de tu abuelo, o de Fidor?

Ab’Erana mira a su padre con expresión sorprendida.

-Son mías, exclusivamente.

-No pensé que se te pudiesen ocurrir ideas semejantes, teniendo en cuenta tu edad e inexperiencia, hijo. ¿Ninguna ayuda de Cedric, por ejemplo? –insiste.

Cedric salta de inmediato, diciendo:

-Sabes, príncipe, que yo siempre fui cazador en el bosque y no tengo experiencia alguna de cómo debe ser gobernado un país. Solo sé que los reyes deben ser justos y honrados frente a los demás y a ellos mismos. Únicamente ayudé a Ab’Erana a luchar contra Mauro y le ayudaré mientras pueda contra quienes sean sus enemigos. Nada más. ¿Cómo voy a aconsejarle sobre las ideas de gobierno si desconozco las leyes y costumbres del país? Yo en estos asuntos del rey no soy nadie salvo el abuelo que mandó construir una carroza en el País de los Silfos, que es la que acabas de ver ahí fuera.

-Nadie me dijo nada, padre -insiste Ab’Erana.

-Entonces, hijo, considero que has madurado con excesiva rapidez y elegido el mejor camino posible. Tus ideas son un completo acierto. Para mandar sobre los demás y procurar el bien común de todos, es necesario saber qué y cómo piensan los otros, y eso solo puedes saberlo, si los visitas, si hablas con ellos, si los conoces, si te preocupas por sus problemas y les ayudas a resolverlos, procurando en todo instante mantener un equilibrio entre todas las ciudades por igual, para evitar agravios comparativos. Es necesario que los elfos de a pie te vean, puedan hablar contigo, te conozcan, sepan como piensas, que haces y qué dices. Para ellos, a primera vista, eres un hombre. Debes llevar siempre la oreja izquierda al descubierto y demostrarles que piensas como un elfo. Comprensión, justicia y amor son tres elementos indispensables para que los elfos te acojan como a uno de ellos. No se deben dejar ciertas cuestiones en manos ajenas porque cada cual tiene sus propios pensamientos y criterios y lo que a ti puede parecerte justo para otros puede no serlo, o al revés. El que manda sobre los demás, debe tener criterios propios. Saber exactamente lo que conviene hacer, y hacerlo. Cualquier acto del rey, por insignificante que te parezca, se magnifica, tiene una repercusión enorme entre la población. Si haces el bien, se sabrá de inmediato; si obras mal, se sabrá mucho antes. Creo que es una magnífica idea esa que se te ha ocurrido de visitar todas las ciudades del país, conocer a la gente, preocuparte por ellos de forma directa y saber cuales son sus problemas y sus sentimientos con respecto a los trolls y al propio Mauro.

-¿Qué crees que debo hacer en relación con Mauro, los trolls y el Valle Fértil, padre? Tengo grabada en la mente una de las frases de la carta que me enviaste con Fidor: “Espero que arrojes al usurpador y tirano a las tinieblas y lleves a los trolls a los límites de su territorio, o los aplastes para siempre”.

-Han cambiado mucho las circunstancias desde entonces, hijo. Cuando escribí aquella carta estaba en una situación desesperada, insoportable, dominado por la depresión y la tristeza, aislado del mundo exterior, sin poder imaginar siquiera el final del camino. No te conocía. Nada sabía de ti. Ignoraba cuales serían tus sentimientos hacia mí teniendo en cuenta que jamás tuviste noticias mías. Los momentos eran muy diferentes. Hoy la situación es distinta. Estoy en libertad, puedo salir y entrar, mirar a las montañas, ver los patos en el corral o nadando en la pequeña charca del arroyo..., gracias a uno de mis carceleros, a mi querido amigo Fidor, a tu bravura y arrojo y, especialmente, a tus buenos sentimientos y reunir las condiciones del predestinado.

-¿Estás insinuando que deben quedar sin castigo Mauro e Inicut después del mal que hicieron, y los trolls, pese a haberles robado a los elfos el mejor territorio del país?

-No, hijo, no quiero insinuar ni decir eso. No malinterpretes mis palabras.

-Me ha parecido entender que...

-No debemos confundir nunca la venganza con la justicia, Ab’Erana. Si actúas con espíritu vengativo te convertirás en un ser diferente a ti mismo, vivirás continuamente envuelto en un manto de odio que puede conducirte a un camino sin salida, llevarte a que todas tus acciones resulten odiosas. Mauro es culpable por haber perjudicado y humillado a nuestro pueblo en varios sentidos, asesinando a muchos elfos que no pensaban como él, privando de libertad a otros muchos, robándoles sus patrimonios o sus pequeñas propiedades, cargándolos de impuestos injustos para acumular riquezas innecesarias, promoviendo una guerra injusta y muchas cosas más. Podríamos hacer una lista interminable de acusaciones contra él. Inicut solo me perjudicó a mí, aunque indirectamente también perjudicara al pueblo elfo y a ti especialmente que no pudiste tener los consejos de tu padre.

-¿Qué quieres decir, entonces?

-Mauro debe ser juzgado por el Tribunal de Ancianos, y, si es declarado culpable, condenado a la pena que corresponda por haber atentado contra toda la comunidad elfa. La decisión sobre la traición de Inicut es algo que me atañe especialmente. Olvídate de Inicut, por el momento, salvo que aparezca en tu vida mezclado con otros asuntos de tu incumbencia, y en tal supuesto su destino quedará en tus manos.

-¿Qué debo hacer, a tu juicio? Ya te dije las intenciones de Mauro con respecto al rey Kirlog, a la reina, a las princesas y a los silfos, en general. Pretendía el exterminio total del pueblo silfo.

-Lo primero, localizar a Mauro y prenderlo. Si llegara a recuperar el poder de algún modo con ayuda de los trolls, su venganza sería terrible contra todos aquellos que se levantaron contra él. Tú y yo incluidos. La bajeza de sus sentimientos queda patentizada en la nota que envió a los soldados de Ubrüt por medio de la paloma mensajera. Quemar cosechas, no dejar vivos ni a los animales, matar al rey Kirlog y convertir a la reina y a sus hijas, en sus esclavas, como me acabas de recordar ahora, solo puede ocurrírsele a una mente enfermiza, retorcida o malvada. Mauro es un miserable y un asesino que debe ser castigado severamente. Un ser así no tiene derecho a vivir en sociedad. Es la personificación del mal. ¿Tienes alguna noticia de él?

-Nadie sabe donde se oculta. Desapareció en el Desierto de las Calaveras con el grupo de gente que le acompañaba y ha sido imposible localizarlo. Incluso Picocorvo sobrevoló el desierto en varias ocasiones y jamás vio nada sospechoso.

-Cuando me explicaste días pasados lo ocurrido en el desierto entre Picocorvo y la expedición de Mauro, rebusqué en mi memoria y vi un rayo de luz. Pregunté por un antiguo profesor de arqueología que realizó numerosos estudios sobre la Ciudad Perdida. Me indicaron que murió hace varios años, pero pude localizar a uno de sus discípulos más distinguidos. Es el profesor Teodoro Tartiers, una eminencia en ese campo, según me dicen. Vino a visitarme y hablamos durante largo rato. Sin explicarle los motivos, le dije que me gustaría investigar sobre la Ciudad Perdida y se puso a mi disposición incondicional. Me dijo que los restos de la ciudad están muy deteriorados y a medio cubrir por capas de arena que el viento lleva de un lado a otro, y al total abandono por parte de las autoridades. Pero dijo algo importante: que toda la ciudad está minada con galerías subterráneas.

-Eso mismo admitió el general Calabrús en el momento de dejarlo en libertad.

-¿Conocías la existencia de esas galerías? –pregunta Ge’Dodet con extrañeza.

-No exactamente. Se me ocurrió al interrogar a Calabrús al recordar los pasadizos secretos de la Torre Siniestra y aventuré la pregunta. Era posible que Mauro o algunos de sus acompañantes conocieran esos detalles de la Ciudad Perdida y se aprovecharan de ellos en aquel momento crucial en que su vida estaba en juego. Acerté. Calabrús cayó en la trampa y respondió que toda la ciudad está minada y que era posible que Mauro se hubiese escondido allí.

-Mi informante dijo que la ciudad subterránea tiene varias entradas, aunque él solo tiene datos de tres. No pudo continuar los estudios arqueológicos de los restos porque se paralizaron hace varios años por orden de Mauro e ignora cómo estará la situación en estos momentos. Ha quedado en facilitarme un mapa con la señalización de los accesos. En cuanto me lo envíe te lo haré llegar.

-Quizá cuando lleguemos ya no esté allí.

-Di mejor, que con toda seguridad no estará. Si se escondieron allí debió ser solo por unos días. Sin duda, esperarían que las aguas volvieran a su cauce y finalizara la búsqueda. En tal momento aprovecharían para abandonar el lugar y dirigirse donde quiera que haya decidido pedir asilo.

-¿Crees, entonces, que no lo encontraré allí?

-Estoy convencido, pero al menos sabrás si se ocultó o no y quizá puedas averiguar hacia dónde se dirigió, si es que estuvo. Es lógico pensar que no debe estar esperando a que vayas a buscarlo. Lo más probable es que haya pasado allí unos días y al comprobar que nadie le persigue haya procurado llegar el Valle Fértil y buscar ayuda entre los trolls. Posiblemente haya pedido colaboración a Murtrolls para tratar de recuperar el trono. Ten presente que en este asunto deben tener más interés los trolls como el propio Mauro. Han perdido una batalla contra una sola espada, y deben esperar un ataque generalizado. Se estaban apoderando de nuestro país poco a poco, para en cualquier momento dar el zarpazo definitivo. Tú has venido a estropearles el plan. Eres el único obstáculo que se interpone entre ellos y sus ambiciones.

-¿Qué debo hacer entonces con respecto a los trolls?

-De momento, nada. Haz ese viaje por todo el país con algunos de tus consejeros y es posible que a tu regreso se hayan clarificado tus ideas. Al menos tendrás claro lo que piensa la gente con respecto a la guerra y a la expulsión de los trolls.

-Me gustaría atacar a los trolls de inmediato.

-En este momento deben estar rumiando su derrota. Deben estar alertas y sería muy difícil entrar allí salvo que dispongas de un buen plan.

-¡Pero están disfrutando de algo que es nuestro, quiero decir, del pueblo elfo!

-La gente suele tener un sentido territorial muy acusado. A ningún país le agrada perder un trozo de territorio, aunque se trate de un terreno improductivo e inútil, que no es el caso. Es una cuestión de dignidad. Cada país tiene su propio territorio, adquirido a través de los tiempos, de muchos esfuerzos y también de mucha sangre derramada. El Valle Fértil siempre fue de los elfos. Ignoro de qué forma lo adquirimos pero era nuestro desde tiempo inmemorial, cientos o miles de años, y por lo que me han informado, la mayoría de nuestro pueblo sueña con recuperarlo alguna vez y ese también es mi deseo. Pero no seré yo quien te anime a iniciar una nueva guerra, que estaría plenamente justificada. Son terribles las guerras, hijo. Muere mucha gente inocente. Se destruyen no solo los individuos que mueren sino también las familias que sobreviven. Llega un momento en que los pueblos en guerra pierden la sensibilidad, como si se les atrofiaran, o adormecieran, los sentimientos más sublimes y nobles del individuo. Las guerras son semilleros de odio entre los pueblos y suelen durar muchas generaciones. Hay muchos perjudicados colaterales en las guerras. Tu madre, por ejemplo, no murió en la guerra pero fue víctima de ella. Como tú y como yo. Tú te criaste sin padres, yo viví gran parte de mi vida, sin libertad. Todo por culpa de la guerra.

-¿Entonces?

-Tienes consejeros militares, sin olvidar a Fidor, que deben ser tus asesores en esa materia. Si yo te aconsejara actuar contra los repugnantes y asquerosos trolls podría parecer un acto de venganza por el tiempo que me mantuvieron en mazmorras y ser los causantes de la muerte de mi padre. Tu obligación es asesorarte convenientemente y cuando tengas a tu disposición todos los elementos de juicio, adoptar la decisión que convenga al país a la vista de las fuerzas con las que cuentes. Eres el rey, y tú, personalmente, debes tomar la decisión final para que luego, si las cosas no resultan como pensaste, no puedas culpar a nadie del fracaso.

-Es mucha responsabilidad para uno solo, ¿no crees, padre?

-Sin duda. Ser rey tiene ventajas e inconvenientes. Solo te diré que si decides expulsar a los trolls del país y recuperar lo que es nuestro, analices adecuadamente tus fuerzas para no fracasar. Una guerra jamás debe iniciarse sin analizar con detenimiento los pros y los contras. Una vez dado el primer paso no cabe volverse atrás. Hay que actuar con inteligencia y con bravura, pero especialmente con inteligencia. Ellos son muy fuertes físicamente pero tienen poco sentido común y ninguna inteligencia. Ya has luchado contra ellos y sabes cómo van al combate. Actúan por instintos, no por razonamientos, pero hay que reconocer que saben luchar y tienen una fuerza física descomunal, aunque desde luego inferior a la tuya. Además, hay algo fundamental que caracteriza a los trolls y de lo que carecen los individuos de otras razas, incluida la nuestra. No le tienen ningún apego a la vida. Saben que tienen que morir y les da igual que eso suceda antes o después, hasta ahí llega la brutalidad de esos individuos. Pero entérate de una cosa. Aunque tú decidas en última instancia, aconséjate siempre por aquellos que sepan más que tú, así tendrás más elementos de juicio en el momento de adoptar la decisión final.

-Gracias por tus consejos, padre. Mi abuelo Cedric me enseñó muchas cosas buenas pero ninguna relacionada con el gobierno de un país, porque tanto para él como para mí lo sucedido a raíz de la llegada de Fidor al bosque, era inimaginable. Él, porque, dado el tiempo transcurrido, no esperaba tener noticias tuyas, ni las deseaba, creo, –dice, mirando a Cedric-; yo, porque ignoraba quien era y dónde estaban mis raíces. Siempre estuve en la creencia de ser una anormalidad de la naturaleza. No tengo ninguna experiencia de nada salvo de cazar. Tú te criaste junto a tus padres, rodeado de maestros y sabios que te enseñaron cómo debe actuar un príncipe en cada momento de su vida. Yo nunca dispuse de esos conocimientos y me veo obligado a aprenderlos ahora.

-Pese a ello quiero decirte que lo haces muy bien, como si lo hubieses aprendido desde pequeño. Yo no habría sabido hacerlo mejor, te lo prometo.

-Para no tener fallos vendré a consultarte con mucha frecuencia.

-Te esperaré con los brazos abiertos. Si puedo ayudarte en algo estaré a tu disposición, porque con la ayuda que te preste estaré colaborando al bienestar de nuestro pueblo. Yo tampoco tengo demasiada experiencia práctica de la vida, porque perdí la libertad muy joven, pero al haber permanecido preso durante tantos años he tenido tiempo sobrado para reflexionar y puedo asegurarte que lo aproveché al máximo.

-Estoy convencido de que podrás ayudarme mucho. Volveré a visitarte en cuanto regrese del viaje y procuraré mantenerme en comunicación contigo a través de Picocorvo. Si alguna vez encuentras en la puerta de la casa un trozo de pergamino enrollado no tengas duda, lo habrá dejado caer Picocorvo. -¿Crees conveniente que me acompañe Fidor?

-No. Fidor debe permanecer en Varich durante tu ausencia, al frente del país. La situación no está consolidada aún y debe haber una mano firme que sepa mantener el orden y poner coto a los desmanes que puedan producirse.

-Así será.

-Cedric, una vez más, te agradezco infinito lo que hiciste por mi hijo. Cuídalo como hasta ahora y aconséjalo siempre para que siga por el camino del bien. En las mazmorras pensé muchas veces en ti y jamás tuve dudas de que estarías haciendo lo mejor para él. Ahora compruebo que no me equivoqué contigo. Mi concepto sobre los hombres cambió sustancialmente desde el momento en que te conocí. Entonces pensaba que los hombres eran malos por naturaleza y los elfos buenos. Hoy pienso que hay hombres y elfos buenos y malos.

-Gracias. En realidad todo lo hice por él. Por él me enclaustré en el Bosque Maldito para evitarle humillaciones de otros niños al verle una oreja diferente; por él viví casi miserablemente en una cabaña de madera inculcándole ideas, a mi juicio, virtuosas... Por él lo hice todo. ¿Crees que debo acompañarlo en la visita por el país? –pregunta Cedric, emocionado, por las palabras que acaba de pronunciar Ge’Dodet.

-Debes hacer lo que decidan sus consejeros. Mi opinión es que no debes ir. Tu presencia impone un respeto absoluto, pero también un temor desmedido. Asustas a los elfos que deben considerarte un gigante, o un ogro, y la gente puede pensar que vas con él con la intención de impresionar, de asustar, o de coaccionar. Un rey que necesita que alguien cuide de él no debe merecer mucha confianza a los demás.

-Me habría gustado acompañarlo pero aceptaré la decisión que se adopte y tus palabras me parecen muy razonables.

-Gracias, Cedric. Y a ti, hijo, antes de que te marches, quisiera decirte algo importante para tu futuro. Han llegado a mi conocimiento noticias relativas a la princesa Radia, hija del rey Kirlog. Me han dicho que es bellísima, que te has enamorado de ella y que la has pedido en matrimonio de forma directa, amparado en ciertas insinuaciones de tu abuelo.

Cedric abre los ojos, sorprendido, ante las inesperadas palabras del príncipe.

-¿Quién te ha informado de ese asunto? –pregunta Ab’Erana mirando a su abuelo, con espíritu de reprobación, pensando que haya podido ser él. -¿Has sido tú, abuelo?

-No, hijo, no he sido yo –dice Cedric encogiéndose de hombros, denotando extrañeza.

-No, Cedric no me ha dicho nada. Tampoco ha sido Fidor. He recibido un mensajero del rey Kirlog con un pergamino en el que me explica todo lo sucedido desde el momento que llegaste a su país y colaboraste eficazmente para impedir la invasión ordenada por Mauro. Tienen de ti un concepto mucho más elevado de lo que puedas imaginar. Te consideran casi un dios, y llega a decir que de no haber sido por ti, por tu águila y por tu abuelo Cedric, Mauro habría conseguido sus propósitos, le habrían matado, habrían convertido a la reina y a las princesas en esclavas del miserable usurpador y habrían arrasado el país, sus gentes y sus propiedades. También habla de su hija Radia y de ti.

-¿Qué dice? –pregunta el chico. –Kirlog se mostró entusiasmado con la noticia.

-Y lo está. Tanto él como la reina se sienten sumamente satisfechos con tu elección.

-¿Entonces?

-Como tú mismo dijiste hace un momento, él, como yo, aprendió de sus padres, conoce el protocolo, y sabe cómo deben ser las relaciones entre reyes. Ve con muy buenos ojos la unión entre su hija y tú, pero desea conocer también mi opinión, porque, de acuerdo con las normas que rigen entre los pueblos, los padres deben dar el consentimiento para que los hijos puedan contraer matrimonio.

-¡Soy yo quien se casará con ella, padre! –exclama Ab’Erana, sorprendido ante las palabras de su padre. –Pensaba decírtelo.

-Es cierto, hijo, pero en las familias de los reyes, los padres deben aprobar los matrimonios de los hijos y tener en consideración las llamadas razones del reino. Siempre fueron así las cosas. En el caso que nos ocupa, el rey eres tú y no necesitas la aprobación de nadie para hacer lo que consideres conveniente, yo solo soy el padre del rey, pero Kirlog ha sido deferente conmigo y desea conocer mi opinión.

-Tú no la conoces, padre. ¡Es una diosa!

-Cuando vi a tu madre en el bosque, en la Tierra de los Hombres, la encontré la mujer más bella del mundo. Para los hombres era de muy baja estatura; para mí era ideal. Medía aproximadamente igual que yo. Verla en el bosque y enamorarme de ella fue una misma cosa. Regresé al palacio de mis padres y les dije que quería casarme con una chica preciosa. Al preguntarme quién era les dije “una chica humana”. Pusieron el grito en el cielo. Se opusieron tenazmente y no hubo posibilidad de doblegarles. Sentí una tristeza infinita ante aquella negativa. Era injusta e ilógica. ¿Por qué se negaban si no la conocían? Una negativa sin fundamentar siempre me resultó algo inexplicable e inadmisible. “Nunca se casó un príncipe elfo con una chica humana”, adujo mi padre, muy molesto con mi petición. “Alguna vez tiene que ser la primera”, dije yo. Insistí y luché por imponer la razón. Mi razón. Al final, después de porfías diarias, de la intervención de Fidor e incluso de Arag, conseguí que mis padres aceptaran aquel matrimonio. Tu madre era muy parecida a las elfas, más alta, tan hermosa como la elfa más linda del país, la única diferencia apreciable eran las orejas. Recuerdo que dijo mi padre “¡es que las elfas tienen las orejas picudas! Y yo le respondí “¿qué importa que las orejas sean picudas o redondas?”. No le sentó bien a mi padre aquella respuesta y gritó: “se me ponen los pelos de punta sólo de pensar que pueda tener un nieto con orejas humanas”. Tu madre lo pasó muy mal en Varich mientras estuvo sola, quiero decir durante mi ausencia en la guerra contra los trolls, debido a la incomprensión y a la envidia de mucha gente. No me arrepiento de haberme casado con ella, al contrario, siempre lo tuve a gala y quedaste tú que estás alegrando mi vida, no sabes cómo. Pero quiero advertirte de lo que puede suceder si te casas con una chica de raza diferente a la nuestra.

-Yo soy de raza diferente, padre. Me llaman el rey mitad elfo, mitad hombre. No soy un elfo auténtico como tú. Tampoco soy un hombre auténtico, como mi abuelo. Soy un híbrido. Sin embargo, soy el rey y todos me aceptan como soy.

-Es cierto. Como dices, eres el rey y tienes sangre elfa en las venas. No me opongo a que te cases con la hija de Kirlog, al contrario, me satisface enormemente esa unión, tanto como a él, pero debes estar advertido de lo que puede suceder.

-Ya Fidor y el abuelo Cedric me contaron lo ocurrido con mi madre.

-Fue terrible, hijo. Erana era preciosa, como, sin duda, debe ser Radia. Desbordaba alegría y simpatía por todos los poros de su cuerpo. Era amable y servicial con todos los que se rozaban con ella. La gente llana del país la adoraba porque trataba a todos por igual. En cambio, en los círculos reales... Fue horrible lo que hicieron con ella. La despreciaron. La humillaron. No contaban con ella para nada. La tuvieron totalmente postergada. No mereció aquel trato. Ese es uno de los motivos por los que no deseo vivir en Varich rodeado de hipócritas que aplauden en mi presencia y me despellejan a mi espalda.

-No la dejaré nunca sola y nadie se atreverá a despreciarla ni a humillarla.

-Lo harán a tu espalda. Como hicieron con tu madre. En tu presencia halagarán sus virtudes, elogiarán su bondad, su belleza, sus modales, su simpatía. Cuando les des la espalda será diferente. La criticarán de forma despiadada. La mirarán con desprecio. Especialmente las elfas solo verán defectos en ella. Detesto a los cortesanos que te halagan en tu presencia y son capaces de clavarte un cuchillo por la espalda en cuanto te descuides. Hay muchos así. Fíjate en Inicut, mi amigo de toda la vida. Fidor y él fueron mis mejores amigos, o quizá mis únicos amigos. Y me traicionó en dos ocasiones de la forma más miserable e ignominiosa que te puedas imaginar. Acudí a él buscando ayuda y me entregó a mis enemigos. En cambio, la familia del carcelero asesinado por Mauro por ayudarme, me cuida con mimo exquisito, siente un enorme agradecimiento hacia mi persona por haberla sacado de la miseria y de la marginación en que vivían, y serían capaces de dar la vida por mí, si fuese necesario. No hay en ellos doblez de ningún tipo, solo agradecimiento, pese a lo ocurrido con su esposo y padre. Saben que si hoy tú y yo estamos aquí es gracias al comportamiento de su allegado y agradecen que yo lo reconozca así. Esos son los motivos de mi alejamiento de la corte. Huir de la hipocresía de los cortesanos.

-¿Entonces, cual es tu opinión en este asunto? –pregunta Ab’Erana, con voz emocionada.

-Tienes mi bendición y deseo que seas muy feliz -responde Ge’Dodet abrazando fuertemente a su hijo.

-¿Sabes algo de Inicut?

-Nada. Solo sé que desapareció de Varich el mismo día que llegó tu águila con el mensaje y la gente de la ciudad y algunos soldados me sacaron de la mazmorra. Alguien que conocía sus traiciones, vino a informarme que lo había visto salir de Varich apresuradamente y tomar la dirección del Valle Fértil, aunque no puedo asegurar que esté allí. Es posible que fuera a reunirse con Mauro o que esté escondido cualquiera sabe dónde, temiendo que en algún momento alguien pueda hacer con él lo que él hizo conmigo. Esa debe ser su tragedia personal, vivir con la incertidumbre de no saber qué hará el otro en el que confió. Olvídate de Inicut por el momento, salvo que se cruce en tu camino, como ya te dije en otra ocasión. Si así fuera, que se cumpla el destino. Haces lo que debas hacer.

Dos horas más tarde, Ab’Erana y Cedric, junto con los soldados de la escolta, abandonan la residencia de Ge’Dodet en la carroza tirada por los seis avestruces, que se está haciendo popular en el país.

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