martes, 25 de marzo de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET- NOVELA

Fiel a mi compromiso del día 17 de marzo, voy a dar comienzo a la publicación del primer volumen de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, con el subtítulo de AB’ERANA. El libro tiene 496 páginas y está dividido en un prólogo y XXI capítulos. En la primera entrada publicaré el encabezamiento, el prólogo y el capítulo I y en días sucesivos a razón de un capítulo cada dos o tres días hasta la finalización del primer volumen.

En la contraportada del libro impreso aparece el siguiente texto:

“Esta es la historia de un chico llamado AB’ ERANA, que vive con su abuelo Cedric en el llamado Bosque Maldito, que desconoce sus orígenes. Solo sabe que tiene orejas diferentes, una de humanos y otra picuda y extraña que no sabe a qué achacar, aunque su abuelo le dice que son “anomalías de la naturaleza”.

“Cierto día, al salir de caza, Ab’Erana encuentra en el bosque un águila malherida al que pone el nombre de PICOCORVO debido a la acusada curvatura del pico y comprueba que ambos se entienden a la perfección, ante la incomprensión del abuelo.

“La historia que le cuenta un elfo llamado FIDOR al que salva de una muerte segura, cambia por completo la vida del joven, conoce sus orígenes y junto con su abuelo y el elfo que le hace entrega de la Espada encantada del rey Donet, se ve obligado a realizar un extraño viaje al Mundo de los Seres Diminutos y en el camino, enredado en mil peripecias con la Banda de los Árboles, grupo de asesinos de la peor especie, con el señor Latefund de Bad y las guerras entre elfos, silfos y trolls”.

El libro, como se aprecia en las páginas elegidas del encabezamiento, está inscrito en el Registro de Propiedad Intelectual a nombre de Mariano Ledesma Hidalgo.


Mariano Ledesma Hidalgo

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET
Ab’ Erana
Novela

Dedico este libro a Marisol, mi mujer; a mis hijos, Mariano, María del Mar, Alicia, Rocío, Álvaro, Carolina y Patricia; a mis nietos: Mariano, Laura, Álvaro, Luís, Marta, Paloma, Alejandro, Javier, Leire y Ana, con el ferviente deseo de que los mayores continúen con los sentimientos y decencia que han demostrado hasta ahora y vivan con los pies en el suelo;, y los pequeños que aprendan de sus padres.
Para el Mundo de las Fantasías me las arreglo yo solo.
Muchachos,
¡Cuidado con las orejas picudas!

Inscrito en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual
Delegación de Cultura de Málaga.
Nº de registro:200699900568150

La espada encantada del Rey Dodet
es una novela que consta de dos partes independientes,
si bien relacionadas entre sí:

Ab’ Erana
y
El anillo del señor Latefund de Bad

******

Ab’ Erana

Prólogo

Un conejo huye despavorido de dos lobos hambrientos que le persiguen en un bosque. Va aterrorizado. Busca afanosamente la madriguera. Está desorientado y corre sin rumbo fijo. Su instinto le hace ver la muerte tan cerca que no acierta en sus recorridos habituales. No sabe lo que hace. Corre sin saber hacia donde va. Abandona los límites del bosque donde tiene alguna esperanza de salvación entre los matorrales, árboles ahuecados y raíces y sale al terreno estepario que rodea el arbolado. Son tierras inhóspitas, despejadas de toda vegetación salvo matorrales y pequeños arbustos esporádicos y resecos. Corre y salta perseguido por los dos lobos que le acosan por lados diferentes. Hace un par de recortes habilidosos y consigue burlarlos y separarse de ellos varios metros. Enfila de nuevo hacia el interior del bosque y cuando se cree a salvo de sus perseguidores un águila de enorme tamaño, completamente negro, de plumas brillantes y aspecto poderoso, cae sobre él a una velocidad vertiginosa, le clava sus afiladas garras en el lomo y los dos, águila y conejo, ruedan por el suelo como una pelota al impulso del golpe.
El águila con su presa entre las garras se ve acosada por los lobos que le muestran los colmillos de forma amenazadora. Están a menos de dos metros unos de otros. Se miran fijamente como midiendo sus fuerzas. La mirada del águila es fría y acerada. Los lobos le acosan por lados diferentes esperando un descuido para caer sobre él y su presa. El águila no sabe qué hacer. Ve a los lobos dispuestos a saltar sobre él. Sus ojos vivos no pierden de vista a los cánidos ni a sus amenazadores colmillos. El águila tiene ojos extraños, uno rojizo y otro verdoso, resultando una mirada inquietante, incluso para los lobos que se mueven inquietos. Mantiene el conejo entre las garras y no parece dispuesto a soltarlo. Lo ha cazado y es su presa. Los dos lobos comienzan a dar vueltas a su alrededor, separados, dispuestos a atacarle por flancos diferentes. El cerco se estrecha. El águila duda un momento entre abandonar la presa y levantar el vuelo o presentar batalla. Debe pensar que está en inferioridad de condiciones para luchar contra las fieras porque, finalmente, decide levantar el vuelo llevándose el conejo entre sus garras. Da un impulso y se eleva sin dificultad, arrastrando su presa.
El lobo más joven salta en el aire, un salto acrobático, da una dentellada y desgarra una de las patas del águila, que, al sentirse herido, pierde el equilibrio y cae al suelo arrastrado por el peso del conejo. El dolor le obliga a soltar la presa. Los cánidos se olvidan del conejo herido o muerto, dispuestos a acabar con aquel intruso que ha pretendido robarles la comida del día. Se defiende el águila dando aletazos, hiere a uno de ellos de un picotazo en el hocico, y en un momento de distracción de los lobos, alza el vuelo sin que los saltos de los animales consigan alcanzarlo. La pata izquierda, sangrante, le cuelga inerte. Vuela durante un rato y, finalmente, cuando el dolor le resulta insoportable, pierde fuerzas y se desploma al suelo en el interior del bosque, en un sendero, junto a un lago de aguas verdosas, y allí permanece inmóvil durante unas horas, con los ojos cerrados y los oídos atentos. Oye un rumor y abre los ojos, sobresaltado. Mira a un lado y otro. Ve a un hombre que se acerca caminando por mitad del camino. Se tensa, temeroso. No tiene fuerzas para remontar el vuelo y tampoco puede huir andando porque la pata herida se lo impide. Es un chico de poca estatura que lleva en las manos un arco y unas flechas. El águila intenta ocultarse entre las frondas del borde del camino y se arrastra dificultosamente al no poder andar. El chico, al ver que el águila arrastra una pata, se acerca, se inclina junto a él y suelta el arco en el suelo. El águila intenta darle un picotazo en la mano y da unos aletazos, pero el chico se aparta con rapidez y le dedica palabras cariñosas para confiarlo. Lo mira a los ojos fijamente. Luego le acaricia la cabeza con suavidad y se miran con intensidad, como si cada uno intentara hipnotizar al otro. La mirada del chico tranquiliza al águila, que se confía y relaja. Como si hubiese dejado de tener miedo. Como si entendiese las palabras que le dirige el joven caminante.
La rapaz tiene el pico excesivamente curvado. Se miran por segunda vez fija e intensamente a los ojos. El águila con sus ojos de colores diferentes, el chico con sus ojos intensamente azules y vivos El chico nota algo especial en aquella mirada inquietante, algo que le atrae y le impide apartar la vista de aquellos ojos tan extraños. Cree que el águila pretende decirle algo, aunque sabe que las águilas no pueden hablar. Se concentra en la mirada y es consciente de que el águila le transmite la idea de que ha mantenido una pelea con dos lobos y le han herido una pata. Ve que, efectivamente, tiene una pata rota. Lo coge sin oposición y lo lleva en brazos hasta una cabaña que hay en una diminuta península en el interior del lago, sin dejar de hablarle con suavidad. La cabaña está solitaria. Lo deja sobre la mesa echado sobre un lado. Le mira la pata con detenimiento y descubre la pata dañada. Pone agua a hervir en el fuego y echa en el recipiente unas hierbas amarillentas. Escurre las hierbas y forma un emplasto. Sale al exterior y busca dos tablillas. Le cura la herida con el emplasto y la venda con un trozo de tela. Un gigantón que entra en la cabaña cuando acaba de colocarle el emplasto le ayuda en la tarea del entablillado de la pata que queda inmovilizada. Vuelven a mirarse a los ojos y el chico comprende perfectamente que el ave le muestra su agradecimiento. ¿Como? Es un auténtico enigma para él, pero tiene conciencia de que el águila puede transmitirle sus pensamientos y al mismo tiempo comprende las palabras que él le dirige. No es un águila cualquiera. Ignora los motivos pero hay algo especial en el águila, en él, o en los dos, que permite esa extraña comunicación.
El chico le explica al hombre que acaba de entrar en la cabaña la extraña sensación que siente ante el ave y la comunicación que mantienen.
-Me ha dicho que le han atacado dos lobos en las tierras esteparias y que me agradece que le haya curado.
El hombre arruga el entrecejo con extrañeza. Le acaricia la cabeza y mira al águila intensamente a los ojos. No aprecia nada especial en su mirada. Solo ve que tiene los ojos de colores diferentes. Se encoge de hombros y guarda silencio. Piensa que son alucinaciones de su nieto. En los días siguientes ayuda a su nieto a cuidarlo pero el águila y él no llegan a entenderse en ningún momento. Cada uno mira al otro con recelo. Uno es un hombre; el otro, un águila. No existe ninguna comunicación entre ellos. No puede existir. El gigantón no cree la historia que le cuenta su nieto. Además, el hombre teme que aquel advenedizo pretenda compartir el cariño de su nieto. Y por ahí el gigantón no está dispuesto a pasar.
El chico le procura alimentos y lo cuida durante los días siguientes hasta que tiene la pata curada y puede moverse con cierta facilidad. Observa que le queda como secuela un ligero cojeo al andar. Cuando varios días más tarde el águila está en condiciones de volar, el chico lo lleva a un claro del bosque para dejarlo en libertad. El águila salta a un árbol. Luego se eleva y da un par de vueltas planeando. Cuando el chico piensa que desaparecerá para siempre, regresa junto a él y comienza a aletear, mostrando su alegría. Intenta espantarlo con unas palmadas y gritos y lo obliga a remontar el vuelo. En esta segunda ocasión desaparece de su vista. Al chico se le saltan las lágrimas. Cree que ha perdido a un amigo. Su primer y único amigo en la soledad del bosque donde vive desde siempre. Regresa cabizbajo a la cabaña. A su llegada encuentra al águila sobre el tejado del cobertizo de la leña. El águila aletea alegremente al verlo y planea hasta un pilón con agua situado al borde del sendero. Al chico se le ilumina el rostro de una alegría desbordante. Ha vuelto como si hubiese encontrado allí un nuevo hogar. Corre hacia el pilón y quedan frente a frente. Vuelven a mirarse intensamente a los ojos y el águila le transmite su pensamiento de que desea vivir con él para siempre. El chico le acaricia la cabeza, sonríe y le abraza cariñosamente.
El hombretón presencia la escena a través de la ventana de la cabaña y mueve la cabeza con preocupación.
El águila permanece todo el día alrededor de su cuidador, como si un sentimiento de gratitud por haberle curado le impulsara a ello. Como si realmente tuviese sentimientos y se los transmitiera. Como si reconociera en aquel chico unas cualidades excepcionales de comprensión, le agradara su compañía y aceptara su dominio.
El chico le bautiza con el nombre de Picocorvo, le pregunta si le agrada el nombre y mentalmente el águila le responde de forma afirmativa. El chico y el águila se hacen inseparables, en una conjunción perfecta. Desde aquel día no se separan absolutamente para nada. El águila se convierte en el guardián del joven y en su proveedor de caza.

CAPITULO I
Ab’ Erana
1
El bosque es tenebroso y laberíntico. Infinidad de senderos cruzan de un lado a otro, sin señales indicativas de ningún tipo, salvo las naturales de un árbol determinado en una encrucijada, o una piedra llamativa al borde de un camino, como simple orientación. Árboles milenarios de enormes troncos, con ramajes irregulares que llegan al suelo, entremezclan sus copas y ramajes, formando una cubierta tupida por la que difícilmente entran los rayos del sol, retrasando la aparición del amanecer de cada día y adelantando la oscuridad de la noche cada atardecer. La humedad es tan intensa que cala hasta los huesos. La niebla es visitante habitual y casi permanente del bosque.
La gente de la comarca conoce el lugar como el Bosque Tenebroso, o el Bosque Maldito, -por extrañas circunstancias, según algunos, ocurrieron en él muchos años, o siglos, atrás, aunque nadie sabe exactamente en qué consistieron- y raras veces se adentran en él. Está enclavado en mitad de un extenso páramo, árido, inhóspito e improductivo, conocido como las Tierras Esteparias y Ventosas del Norte, o del Sur, según la orientación del bosque. Pero es el mismo páramo con el enclave del bosque en su interior. El lugar es desolador. El viento sopla con una intensidad desconocida, levanta enormes polvaredas de tierra y arrastra cantos rodados, arbustos y matojos resecos que arranca del suelo debido a la pobreza de sus raíces. En invierno, sobre el páramo bajan casi a diario capas de niebla blanca y densa que suelen levantar a jirones con la llegada del mediodía. La niebla del páramo invade el bosque y se mezcla con la surgida de las zonas pantanosas existentes en el interior del arbolado. Es un lugar tenebroso e inquietante y aseguran quienes lo han soportado que el aullido del viento pone los pelos de punta. A veces nieva con intensidad y el páramo se convierte en una enorme sábana blanca salpicada de pequeños manchurrones verdosos o amarillentos.
Las Tierras Esteparias y Ventosas del Norte y del Sur están prácticamente deshabitadas y sus únicos habitantes a la sazón son lagartos de enorme tamaño que han perdido el color verde natural para adquirir otro indefinido semejante al de la tierra por donde se arrastran; víboras alicantes, venenosas, cuyo mordisco causa la muerte a sus enemigos; animales de varios tipos como lobos y zorros y otros de menor tamaño, topos, ratas y conejos que corretean de un lado a otro normalmente huyendo de las alimañas y que suelen ocultarse en el bosque en casos de peligro. Todas las tierras que rodean el bosque, son improductivas, dejadas de la mano del hombre. Raramente alguien visita estos lugares perdidos en los confines del mundo y los que llegan a hacerlo, o entran por desconocimiento, o por error, se apresuran a salir de allí, impresionados por el opresivo silencio y la absoluta soledad que lo envuelve todo.
Todas estas tierras, son parte del dominio de un señor feudal, conocido como el conde Latefund de Bad, que reside a más de cien kilómetros del bosque, en el castillo Rompenubes. El castillo está situado en la cima de un monte de difícil acceso y aunque el bosque y las tierras esteparias le pertenecen, jamás se supo que los visitara alguna vez. Algunos de sus sirvientes aseguran que sí pasó por las inmediaciones en varias ocasiones, incluso que estuvo a punto de entrar en el interior del bosque, pero que finalmente decidió no hacerlo al ver la expresión de terror de sus acompañantes. En todo el contorno, el nombre del señor Latefund de Bad, impone respeto y temor, pese a ser el personaje hombre justo y de avanzada edad, sin los bríos de antaños.
Los habitantes de los pueblos cercanos, muy pocos por cierto, dados a leyendas y fantasías, merced a la incultura de la época, no se acercan al bosque debido a miedos y supersticiones inveteradas, producidos precisamente por la ignorancia. Creen las extrañas historias que cuentan juglares y cuenta-cuentos sobre el lugar. Aseguran que en el interior del Bosque Maldito ocurren acontecimientos sorprendentes y terroríficos. Hablan de dragones con dos cabezas descomunales y horribles colmillos, que echan fuego por las fauces y devoran a quienes se ponen a su alcance y que si algún osado consigue cortarle una de las cabezas, al instante se le reproduce y le aparece otra nueva y diferente; otros hablan de lobos gigantescos del tamaño de caballos salvajes, que, solitarios, o en manadas, atacan a todo aquel que se arriesga a penetrar en el bosque; aquellos otros, de seres desalmados, mitad hombres mitad fieras, que comen carne humana; de decenas de personas que se extraviaron en el interior del bosque y que jamás consiguieron salir, apareciendo sus esqueletos sembrando los caminos laberínticos que zigzaguean entre el arbolado. Está generalizada la existencia de seres diminutos de extrañas orejas picudas, como gnomos, elfos, silfos, trasgos y duendes, que secuestran a las mujeres, las llevan a sus cuevas para convertirlas en sus esclavas, de donde no consiguen salir jamás; de hombres con orejas de gnomos... Un sinfín de historias absurdas, irreales, que se han ido expandiendo como una mancha de aceite.
Nadie vio nunca los dragones de doble cabeza y horribles colmillos lanzando fuego por las fauces, ni lobos gigantescos, ni hombres caníbales, ni seres diminutos, -todos lo saben por simples referencias- pero, pese a ello, nadie se atreve a adentrarse en aquel bosque. Ni siquiera el mismísimo señor de aquellas tierras, Latefund de Bad, tenido por hombre audaz y valiente. Pero en aquellos tiempos las supersticiones están muy arraigadas entre la población.
En el lugar más intrincado del bosque hay una laguna de aguas oscuras, de tonalidad verdosa, conocida como la Laguna Verde, con numerosos y extraños peces, algunos de colores y otros semejantes a las truchas, y comestibles. La laguna está oculta a la vista de cualquier visitante debido a la maraña de árboles que pueblan los alrededores y crecen en su interior. Tiene empantanado el núcleo central del bosque en un diámetro superior a un kilómetro y solo deja en el centro una pequeña isleta de reducidas dimensiones. Este enclave se comunica con tierra firme a través de un sendero de un par de metros de anchura que discurre a pocos centímetros de altura de la superficie del agua. Es un camino de unos cien metros de largo que zigzaguea entre los árboles que surgen de las profundidades de la laguna. El lugar es insalubre y, en verano, además, maloliente.
En el centro geográfico de la pequeña isleta, hay una cabaña de troncos de medianas dimensiones, con techumbre de pizarra, ramas y hojarascas, totalmente oculta a la vista por el ramaje colgante de los árboles. Las pocas gentes que conocen su existencia la llaman la cabaña del soldado gigante. Resulta casi imposible descubrirla desde tierra firme y hay que llegar a la isla para poder localizarla. La cabaña tiene un porche cubierto y bajo él un par de rústicos bancos de madera. A la derecha del porche se alza un pequeño cobertizo también de troncos en cuyo interior se amontonan leños troceados y ramajes resecos. Cerca del cobertizo un pilón de mediano tamaño lleno de agua. Cabaña y cobertizo están rodeados de un pequeño huerto en el que crecen diversos tipos de legumbres y verduras, regados con el agua de la propia laguna, gracias a una extraña y pequeña noria manual.
En los amaneceres, especialmente en otoño e invierno, un manto de niebla blanquecina surgida del suelo boscoso y de las verdes aguas de la laguna, asciende lentamente, como jirones de algodón, hasta alcanzar las copas de los árboles, donde queda prendida, a veces durante toda la jornada, dependiendo de la intensidad del sol. Con la niebla, aquella parte del bosque adquiere una apariencia tenebrosa y siniestra; las ramas de los árboles se asemejan a brazos esqueléticos y retorcidos que pretendieran apoderarse de presas imaginarias. Esta situación, en invierno, es casi permanente y se mantiene durante muchos días seguidos. En realidad, la cabaña está situada en lugar insalubre y malsano, su emplazamiento y construcción carece de justificación lógica y mucho menos que pueda estar ocupada. No es concebible que nadie pueda vivir allí.
El viento sopla con inusitada violencia en las Tierras Esteparias y Ventosas del Norte y del Sur y se adentra en el bosque haciendo entrechocar ramas y hojas, produciendo extraños ruidos semejantes al aullido del lobo, que, a veces, sobrecogen el ánimo. En ocasiones, el ruido es tan espantoso que pone los cabellos de punta a las personas, eriza los pelos a los animales y produce nerviosismo en los pájaros que abundan en la arboleda.
Las tormentas son frecuentes, aunque breves. Truenan con una intensidad desconocida; el agua cae sobre el bosque con fuerza inusitada, casi en tromba, inundándolo todo, mientras apenas llueve sobre las tierras esteparias y estériles de los alrededores y la que cae es absorbida instantáneamente, dada la sequedad del terreno.
Así es el llamado Bosque Tenebroso, o Maldito, un lugar en el que mucha gente cree que es imposible que pueda vivir un ser humano.

2
Amanece en las Tierras Esteparias, cuando aún es noche cerrada en el bosque. La niebla comienza lentamente a despegar del suelo para ascender hasta las copas de los árboles y seguir su lenta flotación formando una especie de capa que apenas deja penetrar la luz del nuevo día.
Un joven asoma a la puerta de la cabaña envuelto en una manta, mira hacia arriba y vislumbra a través del ramaje de los árboles las primeras claridades del amanecer. Avanza unos pasos hasta el cobertizo de la leña, coge algunos troncos y regresa al interior de la casa. Minutos más tarde una columna de humo negruzco comienza a salir por la chimenea situada sobre la techumbre.
Poco después el mismo chico vuelve a salir al exterior. Se ha desprendido de la manta pese a que el frío es intenso y la humedad cala hasta los huesos. Se estremece visiblemente y da varios saltos para entrar en calor. Se detiene a escuchar y llegan a sus oídos los gritos de los animales, los gemidos del viento y el canto de los pájaros que anuncian la llegada del nuevo día. Da un par de vueltas de campana sin apoyarse en el suelo, demostrando estar en situación física inmejorable. Hace aquellos movimientos como una simple rutina diaria. Se sujeta a una rama horizontal de un árbol y hace gimnasia de subir y bajar con el simple esfuerzo de los músculos de los brazos. Contempla la niebla que invade la pequeña isla y sus alrededores, como cada mañana, y ve los jirones de niebla algodonada ascender lentamente hacia las copas de los árboles. Luego se despereza aparatosamente y vuelve a dar saltos para terminar de desentumecer el cuerpo. Una simple gimnasia mañanera para mantenerse en forma.
La claridad del nuevo día comienza a invadir con lentitud el interior del bosque inundándolo todo de luces y sombras. Es una claridad casi en penumbras.
El chico representa tener entre dieciocho y veinte años, es de pequeña estatura, apenas alcanza un metro cuarenta centímetros; es delgado y fibroso. Tiene los ojos azules como el cielo; la nariz ligeramente respingona. El cabello, largo hasta los hombros y rubio como el oro, le oculta las orejas. Parece un chico normal pero hay algo extraño en su rostro, imposible de determinar. No es feo ni es guapo, es diferente a cualquier otro chico. Su tez presenta una tonalidad ligeramente pálida y suavemente verdosa y brillante. Se cubre con una camisa de paño de mala calidad y sobre ella una rara pieza de piel mal confeccionada, semejante a un chaleco, y pantalones del mismo material que le llegan a media pantorrilla. Calza extrañas sandalias artesanales formadas por suelas levantadas por los bordes y cintas de cuero con las que se sujeta el calzado a los tobillos.
Lanza un par de gritos y ve cómo los pájaros, asustados, revolotean en los árboles, saltando de un lado a otro.
Vuelve a entrar en la cabaña.
Al salir al exterior por tercera vez, lleva sobre el hombro derecho una hombrera de piel, resistente, sujeta con correas al torso y a la axila, y sobre ella descansa un águila de negro plumaje que mira con agudeza hacia todas partes. Tiene los ojos de colores diferentes, uno rojizo y otro verdoso, el pico excesivamente grande, corvo y fuerte; en general, su aspecto es impresionante. Demasiado grande para un amo tan pequeño. En un momento determinado, aletea la rapaz y remueve los cabellos del chico, dejándole al descubierto la oreja izquierda. Es una extraña oreja, grande y puntiaguda, semejante a las de gnomos, elfos, silfos y otros seres diminutos y extraordinarios que algunos aseguran que pululan por los bosques y lugares tenebrosos. El chico es un hombre de pequeña estatura pero una de sus orejas, no es de hombre, o la tiene deformada, y algo en su rostro parece diferenciarlo de los seres humanos. No obstante, su aspecto es agradable pese a tener rasgos extraños, entre hombre y gnomo.
El joven se coloca en la mano derecha una manopla de piel, la sube a la altura del hombro, incita al águila a que salte a ella y luego le da un pequeño impulso hacia arriba. El águila vuela un pequeño trecho y se detiene sobre la techumbre del cobertizo de la leña, allí aletea en repetidas ocasiones, como desperezándose y despojándose de los restos de la noche, para regresar luego al hombro de su dueño que lo espanta con los brazos abiertos para que continúe volando.
-¿Adónde vas tan temprano, Ab’Erana? –pregunta alguien con voz ronca y cascada desde el interior de la cabaña, aunque sin salir al exterior.
-Voy a llevar a Picocorvo a cazar, abuelo.
-¿Tan temprano? Aún no ha amanecido del todo. Es casi de noche y debe hacer mucho frío ahí fuera.
-Sí que lo hace. Pero ya se ve la claridad del día a través de las ramas de los árboles y de la niebla.
¿Por qué te has quitado la manta, entonces?
¡Ha salido el sol! La manta es un estorbo, abuelo. No puedo moverme con facilidad.
-Tú sabes que en el bosque amanece siempre más tarde –insiste la voz. –Mientras el sol no suba un poco, aquí es casi de noche y las alimañas aún no se han recogido en sus madrigueras.
-Se ve muy bien ya, abuelo. Ya he hecho la gimnasia. Además, dice Picocorvo que está hambriento.
Un hombre gigantesco asoma a la puerta de la cabaña ocupando casi todo el dintel. Es un individuo de unos sesenta años que se cubre la cabeza con un gorro de piel, lleva un trozo de manta a guisa de burda bufanda liada al cuello y una manta sobre los hombros. Muy alto, de más de metro ochenta, tieso como un roble, ojos azules y barba entrecana, mal recortada. Bajo la manta se aprecia un extraño ropaje marrón, confeccionado con pieles de animales salvajes de diversas tonalidades, que le llega algo más abajo de las rodillas. También su aspecto general es extraño. Es conocido en los alrededores como Cedric, el soldado, porque en su juventud fue un soldado aguerrido que participó en centenares de batallas al servicio del señor de aquellas tierras. Muchos años atrás, después de una violenta discusión con el conde Latefund de Bad, al negarse a cortarle las manos de un hachazo a un pobre ladronzuelo, huyó del castillo, se convirtió en cazador y se estableció en el llamado Bosque Maldito, rincón propiedad del conde, que raramente visitaba nadie, y adonde a nadie se le ocurriría buscarlo. Desde varios años atrás nadie suele verlo, ni baja a las aldeas más cercanas como antaño, y muchos creen que ha debido morir.
El águila, al oír pronunciar su nombre, como si entendiera las palabras del chico, aletea alegremente.
-¿Otra vez vas a decirme que el águila te habla, Ab’Erana? –pregunta el anciano arrugando el entrecejo, mirando al chico con severidad y moviendo la cabeza con preocupación, como si temiera que el chico estuviera perdiendo la sensatez que siempre le caracterizó. -¿No te aburre decir siempre la misma tontería?
-No, abuelo, no me aburre porque es verdad. Picocorvo no me habla con palabras, me habla con pensamientos. Te lo he dicho muchas veces. Desde el primer día que vino a vivir con nosotros hace ya unos meses, me transmite todo lo que desea y entiende todo lo que le digo.
-¡Hombre! ¿Es que alguien puede hablar con pensamientos? –pregunta el anciano, esbozando una sonrisa irónica y burlona. –Tú y yo nunca hemos hablado así, aunque a veces te adivine lo que estás pensando, o tú me lo adivines a mí. ¿Quieres decirme cómo puede un hombre normal hablar con un águila por medio de pensamientos? ¿Cuál es el pensamiento de un águila si puede saberse?
El chico se encoge de hombros denotando ignorancia.
-No sé cómo lo hacemos, abuelo. Yo le hablo con palabras y él me entiende, es lo único que puedo decirte. Él no puede hablar aunque sí me transmite sus pensamientos, entiendo lo que quiere decirme y acierto siempre. Te lo he dicho en infinidad de ocasiones y nunca me crees. Ni siquiera después de las demostraciones que te he hecho y que achacas a la casualidad. ¿No te parece demasiada casualidad que siempre acierte lo que te digo que me ha transmitido?
-¿Por qué sabes tú que aciertas siempre?
-¿No has visto su aleteo al decirte que lo llevo a cazar?
-Lo he visto aletear pero eso no significa que haya entendido tus palabras ni que se comunique contigo por medio de pensamientos. Pueden ser alucinaciones tuyas. Los pájaros aletean con frecuencia del mismo modo que tú te rascas la nariz, o la cabeza, cuando te pica.
-No son alucinaciones, abuelo. Me ha pedido que lo lleve a las tierras esteparias del norte para cazar algún conejo.
-¿Qué pasa, es que ya no le gustan los pájaros o los conejos del bosque?
-Dice que está cansado de pájaros y que le resulta muy difícil cazar animales por aquí. Se esconden rápidamente y no puede alcanzarlos debido al ramaje de los árboles y a las hojarascas del suelo. Además, dice que le agrada cambiar de comida de vez en cuando, igual que a nosotros.
-Los animales y las aves no tienen pensamientos de esa naturaleza, ni paladar como nosotros, ni don de palabras, ni, mucho menos, de pensamientos. Si hicieran todas esas cosas serían hombres o mujeres y no pájaros. Se mueven por instintos, no por razón. Ellos con comer tienen bastante. Si tuvieran pensamientos y pudiesen transmitirlos serían casi personas, ¿no lo entiendes? Es imposible lo que dices.
-¿Cómo sabes que es imposible? –protesta Ab’Erana, cansado de discutir sobre el mismo asunto con su abuelo, cada mañana. -¿Te lo ha dicho algún animal, o algún pájaro, alguna vez? ¿Es que hablaste con alguno de ellos? ¿Por qué las personas podemos tener pensamientos y los pájaros no?
-No me lo ha dicho nadie, hijo, son cosas que se saben de toda la vida. Sin que nadie te las diga. Me lo dicen la experiencia y la observación. El hombre tiene pensamientos, razona y puede exponer sus ideas por medio de palabras, como hacemos tú y yo cuando hablamos; los animales y las aves se mueven y actúan simplemente por instintos, eso es todo. A veces los perros y los caballos parecen entender pero también es obra del propio instinto de repetición. Nadie te creerá si vas diciendo por ahí que hablas con un águila. Te tomarán por loco y serás el hazmerreír de los demás, o lo que es peor aún, creerán que estás embrujado y...
-¿De quién seré el hazmerreír si no conozco a nadie, abuelo? ¿Quién pensará que estoy embrujado? Vivimos aquí tan apartados del mundo que... apenas recuerdo a nadie. Las últimas personas que vi fueron el buhonero que vino alguna vez con su hija a vendernos algo y que desde hace dos o tres años no aparecen por aquí porque seguramente él se haya muerto de viejo y ella se haya casado con algún chico de su aldea. Desde que murió mi abuela no he vuelto a ver a ningún otro ser humano.
-¿Es que yo no soy un ser humano? –protesta el anciano, aparentando enfado.
-Sabes muy bien lo que quiero decir.
-Es verdad, hijo, en eso tienes razón. Nadie viene nunca a este maldito bosque. Y si acaso viene por equivocación no llegamos a verlo. Hasta es posible que si alguien viene y nos ve se esconda para no tropezar con nosotros en la creencia de que podemos ser esos seres malignos como los que, según ellos, pueblan el bosque. Y como tampoco nosotros vamos a los pueblos...
-¿Por qué vivimos aquí, entonces, abuelo?
-Bueno... ¿Dónde quieres que vayamos? Aquí labramos el huerto, cazamos y pescamos lo suficiente para vivir, ¿no? ¿Has pasado hambre alguna vez o has carecido de techo donde cobijarte?
-No, pero vivir debe ser algo más que comer y tener un techo, ¿no? Mi abuela era una mujer y aquí no hay mujeres, por ejemplo. Vivir debe ser otra cosa diferente, abuelo. Hablar con otras personas, jugar, pasear, bailar, conocer a mujeres como la hija del buhonero, por ejemplo. Era guapa pero demasiado alta para mí.
-Hombre... Si no eres rico, o señor de castillos, la vida puede ser un infierno en cualquier lugar. O en guerras con los enemigos del señor, o recibiendo palos de todos los que estén por encima tuya, injustamente. Siempre sometidos a las decisiones arbitrarias del que manda. “Ve allí, haz esto, o aquello; lucha contra esos de enfrente que no te han hecho nada...” No, yo viví esa otra vida que tú anhelas y prefiero esta soledad, aunque no haya mujeres, ni podemos hablar con otras personas, ni bailar con chicas. Aquí somos libres, hijo, y no estamos sometidos a las arbitrariedades de nadie. Los que mandan suelen ser mala gente, ambiciosos y caprichosos y si estás casado y se les antoja tu esposa, te la arrebatan si les parece y te la devuelven al día siguiente, humillada y llorosa. Son unos miserables animales, aunque algunos pocos sean gente honorable.
-Alguna vez, al menos, podríamos ir a la aldea de las que me has hablado en ocasiones, donde conociste a mi abuela, por ejemplo.
-¿Aldeaolvidada? Yo te he dicho en varias ocasiones que la última vez que estuve allí tuve un altercado con el tabernero porque insultó a tu abuela y estuve en un tris de matarlo. No. No quiero trifulcas de ningún tipo. De momento no iremos a ninguna parte. Pero no cambies la conversación. Hablábamos de Picocorvo. Tú dices que habla con el pensamiento; y yo te digo que eso es imposible.
-Ya. No te lo puedo explicar de otra forma, abuelo, pero Picocorvo entiende mis palabras y yo le adivino lo que él quiere decirme. No puedo darte más detalles ni explicarte por qué sucede. No lo sé, desconozco las causas, pero lo cierto es que se producen.
Ab’Erana mira fijamente al águila y sus miradas se mantienen fijas y concentradas durante unos segundos. Luego le repite las palabras que acaba de pronunciar el abuelo Cedric y vuelven a permanecer concentrados.
-Dice Picocorvo que estás en un error, que él piensa y que prefiere cazar conejos en las Tierras Esteparias a cualquier otro animal. Dice que desde que lo traje ala cabaña nunca creíste en él, que lo tratas como a un simple pájaro, que no le demuestras afecto alguno, seguramente para evitar que mi cariño se comparta entre los dos. Dice que si esa es la causa que te impulsa a rechazarlo es puro egoísmo por tu parte.
Cedric lo mira y se rasca la cabeza metiendo la mano por debajo del gorro. Sabe que su nieto tiene razón y mentalmente reconoce que los pensamientos del águila son acertados, pero se muestra reacio a admitirlo. Mira al águila y a su nieto pero guarda silencio.
-No sé por qué sucederá esto, abuelo, pero es así. A veces pienso si será porque Picocorvo tiene los ojos diferentes a cualquier otra águila. Además, para que entienda bien mis palabras debo mencionar su nombre en primer lugar. Si le digo “haz esto, Picocorvo” no reacciona adecuadamente, lo hace pero todo puede salirle mal. En cambio, si le digo “Picocorvo, haz esto”, entonces lo hace bien. Siempre es así. Quizá sea porque al decirle su nombre preste más atención o se concentre mejor.
-¿Desde cuándo te comunicas con él así? –pregunta el abuelo por enésima vez.
-Te lo he dicho ya muchas veces, abuelo. O no me prestas atención, o no me crees, o esperas sorprenderme en una contradicción. Desde el momento en que lo recogí herido en mitad del camino. No sé qué ocurrió. Lo vi en el suelo, en el sendero, vi que no podía moverse. Recuerdo que al acercarme intentó picarme con agresividad, como si yo fuese su enemigo; cuando conseguí acariciarle la cabeza y hablarle, se tranquilizó, nos miramos intensamente a los ojos, comprendí que quería decirme algo y me transmitió sus pensamientos. Fue la primera vez. Debió comprender que quería ser su amigo cuando le dirigí palabras cariñosas para tranquilizarlo, porque ni siquiera me pasó por la imaginación que pudiese hablar con un ave como él. Me dijo entonces que había tenido una pelea con dos lobos, que recibió una dentellada de uno de ellos en una pata y cayó al suelo aunque de inmediato consiguió remontar el vuelo y alejarse del campo de batalla hasta que las fuerzas le abandonaron y cayó en el lugar donde lo encontré. Le curé las heridas y le entablillé la pata rota, tú me ayudaste, ¿recuerdas? Desde entonces, hace ya muchos días, hablamos a diario varias veces y sabes muy bien que nunca se separa de mí y hasta duerme junto a mi cama, como si se hubiese convertido en mi fiel servidor en agradecimiento por haberle curado o, quizá, salvado la vida.
-Pensé que al estar curado se marcharía, pero no fue así, eso es cierto. Parece que siente por ti un especial afecto, sin duda por haberle curado de su herida. Pero esas cosas suceden también con los perros. Curas a un perro herido o le das un trozo de pan a otro hambriento y lo tienes danzando a tu alrededor durante todo el día.
-Piensa que me debe la vida y asegura que jamás se separará de mi lado, siempre estará a mi servicio y cuidará de mí en todo instante para que no me ocurra nada. Eso me lo ha transmitido muchas veces.
-¡Paparruchas! Lo único que sé es que le hablas. No creo que te entienda ni que te transmita sus pensamientos, porque los pájaros no los tienen, al menos pensamientos como las personas. Nunca oí decir que las aves pudieran comunicarse o entenderse con las personas, o al revés, hijo. Ni con los pájaros ni con los animales. Las personas tienen pensamientos y los animales instintos, que, a veces, dan apariencia de pensamientos, pero solo eso. Nunca conocí a nadie que se comunicara con los pájaros.
-Sí, abuelo. Conoces a alguien.
-¿A quién? -pregunta el anciano con cierta sorpresa reflejada en la expresión y arrugando el entrecejo. –Que yo recuerde...
-Me conoces a mí, abuelo. Además, te he hecho varias demostraciones y pensé que ya estabas convencido del todo.
-Pues no lo estoy, fíjate. Creo que son simples casualidades o coincidencias. ¿Cómo voy a creer que una persona pueda hablar con un águila, hombre de Dios? ¡Es imposible! Se lo dices a cualquiera y te toma por loco.
-¡No son casualidades, abuelo! ¡Te lo juro!
-Está bien. No voy discutir contigo tan temprano y por un motivo tan absurdo. Solo digo que me resulta muy difícil creer esa historia que me parece una... ¡una paparruchada! ¡No me la creo! Aunque me hagas catorce demostraciones seguidas. ¿Adónde piensas llevarlo a cazar?
-Picocorvo prefiere ir a los espacios abiertos. He pensado llevarlo a la salida del bosque por el camino del norte. En esas tierras hay conejos y otros animales de su agrado. También a mi me gusta ir por ese lado.
-¿Por qué especialmente las tierras del norte? ¿No son idénticos todos los lugares de las Tierras Esteparias que rodean el bosque? ¿Las del Sur, por ejemplo?
-No, abuelo. Desde las Tierras Esteparias del Sur no se ve nada, solo el páramo, esa maldita tierra blanquecina, sembrada de peñascales y algunos arbustos dispersos, lo que tú llamas el horizonte. En cambio en las del Norte se ven las montañas que hay al fondo y la nieve que aparece en las cumbres.
-¿Te refieres a las Montañas Nevadas?
-Sí. Algún día iré hasta ellas, abuelo. No sé por qué me atraen esas montañas de forma especial. Siento en ocasiones como si voces desconocidas me llamaran a gritos desde allí, invitándome a ir, y, a veces, me veo obligado a dominar mis impulsos porque los deseos de correr hacia allá son irresistibles. Me parecen montañas mágicas en las que cualquier cosa, por fantástica que sea, es posible. Nunca he querido ir para no dejarte solo durante varias jornadas pero cualquier día... Estoy convencido de que no podré resistir a esas enigmáticas llamadas e iré; Picocorvo me acompañará y cuidará de mí.
-No se te ocurra hacerlo, Ab’Erana. ¡Te lo prohíbo terminantemente!
-¿Por qué, abuelo? –pregunta el chico, sorprendido ante aquella reacción tan brusca y tajante de su abuelo. –Llevaré el arco y las flechas y Picocorvo vendrá conmigo.
-Están lejos de aquí y son muy peligrosas –responde el anciano suavizando el tono de la voz. -No tienes experiencia para hacer viajes de ese tipo y, menos aún, por lugares desconocidos. No es lo mismo caminar por este bosque que lo conoces como la palma de la mano, que hacerlo por unas montañas desconocidas y peligrosas. Aunque te parezca lo mismo, no lo es.
-¿Has estado alguna vez en ellas para saber por qué son tan peligrosas?
-¡Claro que he estado! Soy muy viejo ya, hijo, y he tenido tiempo de sobra para recorrer todos estos contornos infinidad de veces. Es ahora cuando no salgo. Antes salía con frecuencia y estaba fuera de la casa durante algunos días. Era el mejor cazador de estos contornos. Ninguna de estas tierras tiene secretos para mí. Por eso lo sé. Hay precipicios cuyos fondos no llegas a ver desde arriba; animales salvajes, como osos, que te descuartizarían antes de abrir los ojos... En fin, peligros infinitos. Mientras yo tenga fuerzas para impedírtelo, no irás allí... solo. ¿Queda claro, jovencito?
-¿Por qué no, abuelo? Me encantaría ir. No te puedes imaginar los esfuerzos que hago cada día para no correr hacia allá.
-Prométeme que no irás –insiste el abuelo, sujetándole por un brazo y apretándole hasta hacerle daño.
El chico hace un mohín de disgusto y desagrado, consigue soltarse de la garra de su abuelo y finalmente lo promete.
-Eso está mejor. ¿Has desayunado ya?
-Claro, abuelo. Fue lo primero que hice esta mañana al levantarme.
-Entonces... Anda, vete ya y no tardes mucho en regresar.
-Me llevaré el arco y procuraré traer algo de caza. Picocorvo y yo dedicaremos la mañana a cazar. Intentaré volver antes del mediodía.
-Ten mucho cuidado. Llévate algo de comida en el morral por si te retrasas. ¡Y no se te ocurra ir a las montañas! –insiste el abuelo. ¡Me enfadaré mucho si lo haces!
-Siempre me adviertes lo mismo, abuelo. No quieres que vaya a las Montañas Nevadas por su lejanía y peligrosidad, ni que me aleje del bosque, ni... ¿Es que temes que pueda ocurrirme algo?
-El peligro está al acecho en cualquier parte y tú lo sabes perfectamente. Ya has tenido varios percances en estos años pasados. En el mismo bosque, cuando los lobos, ¿recuerdas? ¿Qué hubiese pasado si no llego a tiempo y los ahuyento con mi bastón nudoso? ¿Y qué, cuando te caíste en el agujero y no pudiste salir solo? Menos mal que me dio por buscarte por todo el bosque llamándote a voces... Nada importante, ¿eh? Cualquier día...
-Conozco todos los recovecos del bosque mejor que nadie. Sabes que no tiene secretos para mí, aunque alguna vez haya podido tener algún tropiezo sin importancia. Además, esas cosas que dices ocurrieron hace ya muchos años. Era yo un niño. Vivía mi abuela todavía y no tenía la ayuda de Picocorvo. Hoy no puede pasarme nada semejante.
-¿Tropiezos sin importancia caerte en un pozo y permanecer allí gritando durante toda la noche? ¿Tropiezos sin importancia verte atacado por varios lobos hambrientos que si tardo un poco más en llegar te habrían descuartizado?
-Bueno, tampoco fue para tanto. Son dos excepciones. Si hoy me sucediera algo tengo la seguridad de que Picocorvo me ayudaría o vendría a avisarte. ¡Me considero el amo del bosque, abuelo! –grita Ab’Erana, sonriendo. –Aunque sea de ese Latefund de Bad del que tanto hablas.
-No es solo el bosque, hijo. También las tierras esteparias e inhóspitas que nos rodean son peligrosas. Mucho más de lo que te imaginas. Y peor aún las Montañas Nevadas. Hazme caso. Procura no salir del bosque.
-¿Por qué te preocupas tanto por mí? Soy ya un hombre, ¿no?
-¿Quién se va a preocupar de ti, si no lo hago yo? Tengo que preocuparme de ti porque soy tu abuelo y te he criado desde que naciste, y tú debes cuidar de mí porque eres mi nieto. Solo nos tenemos uno al otro. Así de sencillo. Tú y yo nos necesitamos recíprocamente. Si a ti te sucediera algo me quedaría solo y... y me moriría de pena y de soledad en este maldito bosque, o me iría de él; y al revés, si algo grave me sucediera a mí, no sé qué ocurriría contigo. ¿No lo comprendes?
Ab’Erana hace un extraño encogimiento de hombros y su abuelo aprovecha para continuar:
-Conozco la maldad que anida en el corazón de los hombres y de otros seres enigmáticos que deberían interesarse por tu persona y que... Cualquier día... Bueno... –El abuelo deja las frases sin acabar pero Ab’Erana sabe advertir su significado. -De ahí mi preocupación, ¿sabes, hijo?
-Ignoraba que seres enigmáticos debieran interesarse por mí, abuelo. ¿Quiénes son? ¿Cómo son? ¿Por qué deberían interesarse por mí? Quiero saberlo. Nunca en mi vida vi seres enigmáticos en el bosque. Ni siquiera sé como son, si andan, si reptan, si vuelan, si caminan sobre los árboles... No sé nada de ellos, abuelo. ¿Qué son seres enigmáticos?
-Otro día responderé a tus preguntas. ¿No dices que el águila está hambriento? ¡Hala, vete ya! Pero no olvides estos consejos: ¡ándate con cuidado y no dejes de mirar a tu alrededor! Vamos, vete ya, creo que Picocorvo te lo agradecerá. Parece que se está poniendo nervioso.
-Me dejas preocupado, abuelo. ¿Quiénes son esos seres enigmáticos que desean mi mal, y por qué? –insiste el chico, con tozudez, sin moverse del sitio que ocupa.
-No he dicho eso, hijo. He dicho simplemente que deberían interesarse por ti, no que deseen tu mal.
-Sí, pero me adviertes que debo tener cuidado y vigilar mi entorno. Si me dices que tenga cuidado, que esté atento a lo que suceda a mi alrededor y que hay gente que se interesa por mí, deduzco que puede ser con intención de dañarme o de secuestrarme. ¿Es que sabes algo que no quieres revelarme?
-Ab’Erana, hijo, hace muchos años, cuando tú aún no habías nacido, sucedieron ciertas cosas importantes que nunca te he revelado y... No sé si habrá llegado ya la hora de que las conozcas. Nunca sabemos cuando es el momento apropiado para decir las cosas. No sé si debí decírtelo antes, o si es hoy el momento adecuado. No lo sé.
-¿Te refieres a promesas que hiciste a la persona que me dejó en una canastilla en la puerta de la cabaña?
El hombre clava en el chico una mirada entristecida y no responde.
-Soy mayor, abuelo. Si es algo que me afecta directamente, debes contármelo. Estoy preparado para todo. Sea lo que sea. Bueno o malo. A lo largo de estos años pasados me has enseñado todas las cosas que sabes y, además, a ser fuerte, a dominar mis sentimientos, a no deprimirme ante las situaciones adversas... Sabes que estoy preparado para cualquier noticia o eventualidad... por grave que sea. ¿Es que acaso soy hijo bastardo del señor Latefund de Bad, y por eso vivimos aquí, apartados del mundo, porque mi padre no desea que interfiera en sus planes? -aventura el chico.
Cedric suelta una carcajada.
-¿Cómo se te ha podido ocurrir semejante locura? Latefund de Bad, ese viejo cascarrabias no pinta nada en este asunto... ni creo que tenga hijos bastardos. Es, o era, hombre de moralidad intachable.
-¿Por qué no me lo cuentas, entonces?
-Lo pensaré durante tu ausencia. Vete ahora y procura conseguir alguna caza para nosotros. La despensa está casi vacía. Quizá a tu regreso te diga algo. Como bien dices, ya eres un hombre, quizá haya llegado el momento de hablar y nos veamos obligados tú y yo a realizar un viaje a las Montañas Nevadas que tanto te atraen. No pienso decir en este momento ni una palabra más. Anda, vete.
-¡Abuelo, por favor!
-¡Ni una palabra más hasta que vuelvas! Déjame pensarlo con tranquilidad. Son noticias que pueden trastocar nuestras vidas por completo y he de meditarlo con detenimiento.

3
Ab’Erana abandona la cabaña, muy preocupado por las veladas revelaciones que acaba de hacerle su abuelo.
Camina con seguridad por el sendero que cruza la laguna verde, y se aleja de la cabaña con Picocorvo sobre el hombro.
El águila endereza el cuello y la cabeza ante cualquier ruido producido por animales salvajes o por el aleteo de los pájaros que saltan de un árbol a otro removiendo las ramas. Cualquier ruido lo alerta y especialmente muestra su nerviosismo ante el aullido de los lobos esteparios cuyos ecos llegan desde la lejanía hasta lo más intrincado del bosque. El chico le acaricia la cabeza y le habla suavemente para infundirle tranquilidad.

1 comentario:

Yoli dijo...

Hola, solo he podido leer el prólogo por ahora porque no me da tiempo ahora mismo, pero ya estoy deseando llegar a casa esta noche para leer el primer capítulo. La primera impresión que me ha dado es que va a ser una historia intereseante entre los dos personajes principales. Ya hiré comentando algo de la historia, pero expresar mi alegria por la publicación en la red y muchas gracias Mariano por darnos la posibilidad de leer tus obras. Saludos Yolanda