sábado, 5 de abril de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET- NOVELA

Transcribo a continuación el Capítulo IV de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.
Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual
Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)



CAPÍTULO I V

La historia que contó Fidor

1

La nieve cae con intensidad aunque los copos apenas consiguen atravesar las ramas de los árboles, salvo en los claros del bosque, que, poco a poco, se van convirtiendo en grandes manchas blancas, como plantaciones de algodón en flor.
Es cerca del medio día cuando Ab’Erana, cubierto de nieve y aterido de frío, llega a la puerta de la cabaña. La preocupación y la tristeza que reflejan su mirada y su rostro son fácilmente apreciables.
Fidor y Cedric se encuentran en el interior de la cabaña, al abrigo del fuego de la chimenea. El primero recostado en la cama, y Cedric, sentado en una banqueta ante la fogata que chisporrotea en el hueco de la chimenea. Sobre el fuego hay un caldero humeante de carne con verduras que Cedric remueve constantemente con un cucharón de madera.
Ab’Erana, con su preocupación a cuestas, entra en la cabaña restregándose las manos heladas, llevando el morral a la espalda y la espada del rey Dodet a la cintura. Sin pronunciar palabra alguna se acerca a la chimenea con intención de entrar en calor, al tiempo de desprenderse del morral y de la espada que deja sobre la mesa.
-Hubo suerte, ¿eh? –dice Fidor sonriendo abiertamente y dando un resoplido de satisfacción al comprobar la recuperación de ambos objetos.
-Sí, la hubo -responde el chico sin dejar de restregarse las manos, manteniendo la expresión sombría y triste. –Suerte y mucho frío. Comenzó a nevar al iniciar el regreso. La estepa debe haberse convertido en una interminable manta blanca y el bosque está inmenso con las copas de los árboles también blancas. Estoy congelado.
-¿Tardaste mucho en encontrarlos?
-No demasiado –responde Ab’Erana, forzando una sonrisa. –No hay muchas piedras negras y grandes por allí. Solo que la que dijiste está un poco oculta por matorrales. Fue Picocorvo quien la localizó. Al encontrarla todo fue fácil. Vi la tierra removida y allí estaban.
Fidor, sin perder la sonrisa, le dice a Cedric:
-Es tan inteligente y humilde como su padre. Ge’Dodet hacía las cosas con tal naturalidad que lo difícil siempre lo hacía fácil y parece que al hijo le sucede lo mismo. –Y luego, dirigiéndose al chico: -Menos mal que no tropezaste con los soldados del usurpador. Te hubiesen complicado las cosas.
-Los vi –es su escueta respuesta.
-¿Y ellos, te vieron a ti? –pregunta Fidor, extrañado ante las pocas explicaciones del príncipe.
-Sí, claro. Hablé con ellos y estuvimos a punto de luchar. Eran cuatro. Pretendieron que les entregara el morral y la espada y les dije que yo los había encontrado antes.
-¿Aceptaron tus razones? –pregunta Fidor, sorprendido, sin poder creer en las palabras del chico. -¡No es posible!
-Bueno...
-¿Quieres contarnos lo sucedido con pelos y señales o tendremos que sacarte las palabras con serpentina? –pregunta Cedric. –Vamos, hombre, cuéntalo todo de un tirón.
Ab’Erana refiere lo sucedido, desde su llegada a las tierras esteparias hasta el interrogatorio del elfo llamado Bósor, sin omitir detalle.
-El chico que me informaba dijo llamarse Bósor, como su padre y como su abuelo. Me habló de muchas cosas relacionadas con los trolls y el rey Mauro.
-Hay muchos elfos llamados Bósor en nuestro país. Si no te dio más datos es difícil saber quienes son. ¿Qué dijo sobre Mauro y los trolls?
-Habló muy mal de ellos. Dijo que Mauro es un malvado que ordena cortarle la cabeza a quien no le obedece, que rapta a las elfas que se les antoja y se las lleva a su palacio, que es un ladrón y que los trolls se están apoderando del país.
-¡Claro! Así son las cosas en el país. Ese elfo dijo la verdad.
-Me dijo que en su casa todos son partidarios del príncipe Ge’Dodet y que cuando lo eligieron para formar parte del pelotón que debía matarte no pudo negarse por temor a que lo mataran a él. Me siento triste porque no pude hacer nada por ayudarle.
-¿Qué sucedió exactamente?
-Murió a manos del compañero que le lanzó un cuchillo que debía llevar oculto en la espalda. Lo tuve en los brazos y me dijo que si alguna vez voy a Varich busque a su padre y le diga... “que aquello fue solo para que me aceptaran. Dile que... estoy arrepentido”. Ahí se quedó. No pudo decir nada más. Murió en mis brazos y no pude hacer nada por él, salvo enterrarlo. Me impresionó mucho saber que toda la familia de aquel soldado es partidaria de la dinastía Dodet.
-No te entristezcas. Ninguna culpa tuviste en lo ocurrido –dice Fidor. -Todas las muertes que se produzcan en este asunto hay que cargarlas en la cuenta de Mauro. ¿Qué sucedió con los otros?
-Dos de ellos no irán ya a ninguna parte. Quiero decir que no regresarán jamás al País de los Elfos y se quedarán para siempre en el País de los Hombres, como el pobre Bósor.
Cedric abre los ojos, sorprendido, casi aterrado, y, con voz temblorosa, pregunta:
-¿Quieres decir que... que mataste a dos elfos?
-¡No! No he matado a nadie, abuelo –responde Ab’Erana con rapidez.
-¿Quieres aclararte de una vez? –grita Cedric, impaciente. -¿Es que vas a contárnoslo todo a cuenta gotas? ¿Quién los mató, entonces?
-¿Actuó la espada encantada, acaso? –inquiere Fidor, antes de que el chico pueda responderle a su abuelo.
-Fue Picocorvo quien lo hizo. Eliminó a dos de ellos; el llamado Bósor murió a manos del jefe del grupo, como ya dije. Le lanzó un cuchillo para impedirle hablar, le alcanzó en el pecho, y aún no me explico cómo no lo lanzó contra mí. Habría sido más lógico matarme a mí que a él.
-¿Tenías la espada en la mano? –pregunta Fidor.
-Sí. Al verme rodeado por los cuatro elfos la cogí, se desenfundó sola, creció y dio varios golpes a diestro y siniestro sin que yo efectuara movimiento alguno. ¡Fue fantástico! Los soldados elfos se sorprendieron al verme manejar la espada y saber que tengo una oreja de elfo.
-El elfo que lanzó el cuchillo sabía que mientras tuvieses la espada en la mano es imposible que un arma arrojadiza pueda alcanzarte. La espada la habría desviado, sin ninguna duda.
-¿Quieres decir que con la espada desenvainada nunca me alcanzará un arma arrojadiza? –pregunta Ab’Erana, con admiración y extrañeza. -¿También desvía las flechas y las lanzas?
-También. Cualquier tipo de armas. Espadas, flechas, lanzas, hachas... Incluso piedras. Nunca un arma lanzada contra ti podrá alcanzarte si empuñas esa espada y estás revestido de las virtudes exigidas.
-Dijiste que eran cuatro los atacantes y que tres de ellos murieron. ¿Qué ocurrió con el cuarto? –pregunta Cedric.
-Huyó.
-¡Maldición! Ese soldado irá ahora al rey Mauro y le contará lo sucedido. Se enterará de tu existencia, del lugar donde vives y de que he conseguido cumplir los deseos de tu padre. ¿Por qué lo dejaste escapar? –pregunta Fidor con severidad, envolviendo su pregunta una acusación.
Ab’Erana se encoge de hombros y dice:
-Mientras me atacaban los otros tres lo perdí de vista e ignoro dónde se escondió. Después de enterrar a Bósor estuve un rato buscándolo por los alrededores y no volví a verlo. Comenzó a nevar y aún así, antes de regresar di otra batida con el mismo resultado negativo. De todos modos estaba herido. Picocorvo le destrozó el rostro con las garras y el pico.
-¡Vaya contrariedad! Hemos de esperar lo peor.
-No creo que se presente ante Mauro para informar de su fracaso sabiendo que le cortarán las cabeza.
-Pero puede que lo perdonen si facilita el lugar donde vives. Ese dato interesa mucho a Mauro.
En aquel instante llega el águila, se detiene en el alféizar de la ventana y picotea la madera para anunciar su llegada. Ab’Erana le permite entrar y el águila salta sobre su hombro.
Cedric observa cómo su nieto y Picocorvo se miran intensamente a los ojos y oye cómo aquel le pregunta:
-¿Picocorvo, qué ocurrió con el elfo que te llevaste?
Ab’Erana permanece atento y luego asiente.
-¿Picocorvo, viste al elfo que huyó en primer lugar? Me refiero al primero que atacaste.
Se produce un impresionante silencio durante unos segundos, atentos todos los presentes al águila y al muchacho.
-Dice Picocorvo que al jefe del grupo lo dejó caer en mitad del bosque y murió y que al que yo creía huido, lo vio salir de su escondrijo después de haberme marchado y también lo cazó. Asegura que no se ha comido a ninguno de ellos por respeto a Fidor.
-¿Hablas con el águila? –pregunta Fidor, sorprendido. -¿Cómo es posible?
Ab’Erana asiente con un movimiento de cabeza.
-¿Cómo es posible? -insiste Fidor. -Jamás vi ni oí decir a nadie que pudiese hablar con un águila, o animal de ningún tipo.
-Eso dice él –responde Cedric, con cierto dejo de ironía. –No parece creíble, pero él asegura que es así. Ha hecho varias pruebas para convencerme pero... Me cuesta trabajo creerlo aunque en algún momento he llegado a dudar. Es imposible. Creo que son simples casualidades de la vida o alucinaciones de mi nieto.
-Es así, abuelo, y lo sabes perfectamente –aclara Ab’Erana con firmeza. -Al verme atacado por los cuatro elfos que me rodeaban le pedí ayuda a Picocorvo que andaba entre las piedras rebuscando algo y se lanzó sobre uno de los atacantes, lo arañó y picoteó, obligándole a huir y desaparecer del campo de batalla. Dice que antes de regresar voló por las inmediaciones del bosque y lo vio salir de su escondrijo entre unos arbustos. Dice que le pareció conveniente no dejarlo escapar y pregunta si hizo bien o mal.
Fidor mira al águila, hace un movimiento afirmativo con la cabeza y luego dice:
-¡Es fantástico! Dile a tu águila que ha hecho muy bien, príncipe. De haber regresado ese elfo a mi país la situación de tu padre se habría agravado. Podrían haber empeorado mucho las cosas para todos y especialmente para él. Al rey Mauro le interesa mucho saber donde vive el hijo del príncipe Ge’Dodet para ordenar su muerte. Le habría preocupado saber que la espada encantada del rey Dodet está en poder de un chico, hijo del príncipe Ge’Dodet, que puede manejarla por ser un predestinado. Le haría pensar que ese chico puede estar dispuesto a intentar recuperar el trono de su padre. De saber esa noticia todos estarían alertas en el país, si es que no lo están ya. Mi huida con la espada ha debido preocuparles mucho cuando han enviado un pelotón de soldados en mi busca.
-Uno de ellos dijo que había otros soldados buscándote por lugares diferentes. Ignoro si habrá un solo pelotón o más de uno –aclara Ab’Erana, recordando en aquel momento las palabras pronunciadas por el elfo Bósor.
-Me temo que puedan ser varios. Lo ocurrido es muy grave para Mauro. Desde hace muchos años se mantiene en el poder gracias al terror y el pensar que alguien pueda luchar contra él con posibilidades de éxito debe sacarle de sus casillas.
-¿Crees de verdad que el chico habla con el águila? –pregunta Cedric, inesperadamente, extrañado de que el elfo crea lo que para él es una simple patraña o invención de su nieto. –¡Son puras fantasías del chico, que, a veces, tiene la cabeza llena de pájaros!
-Si él lo asegura y si el águila responde a sus llamadas y le ayuda, habrá que creerlo, ¿no, Cedric? De todos modos la cuestión es fácilmente demostrable –propone Fidor. -Dile a tu águila que haga alguna demostración y veremos qué sucede.
-Ya la he hecho en varias ocasiones. De todos modos me parece buena idea a ver si mi abuelo cree en mí de una vez.
Ab’Erana mira al águila fijamente durante unos segundos y finalmente le dice:
-Picocorvo, vas a realizar una prueba para demostrarle a mi abuelo y a Fidor que comprendes mis palabras y yo entiendo tus pensamientos. Salta al poyete de la ventana, luego a la mesa, picotea tres veces sobre el tablero, coges el gorro del abuelo Cedric que está sobre su cama, se lo dejas caer en la cabeza y regresas a mi hombro.
-¡Y un cuerno! –grita Cedric. –Como se le ocurra coger mi gorro le retuerzo el pescuezo –amenaza.
-Picocorvo, no vayas a estropear el gorro del abuelo Cedric. Ten mucho cuidado y no le roces la cabeza. Le dan miedo las águilas. Si deseas hacer algo por tu cuenta para demostrar que me transmites tus pensamientos, dímelo.
Permanecen unos segundos mirándose fijamente, y dice Ab’Erana:
-Dice Picocorvo que hará lo que le he dicho y que luego lo deshará, es decir, le quitará el gorro de la cabeza a mi abuelo y lo dejará sobre la cama, saltará a la mesa y picoteará tres veces de nuevo, luego irá a la ventana y finalmente regresará a mi hombro. Dice que no rozará siquiera la cabeza de mi abuelo y que no tenga miedo alguno.
-¡Y un colmillo retorcido de jabalí! ¡Yo no tengo miedo a nada y menos a un águila! –exclama el aludido, emitiendo un bufido.
-¡Picocorvo, adelante, cuidado con la cabeza de mi abuelo y con el gorro!
Cedric vuelve a gruñir y permanece expectante. Sabe que el águila obedece las órdenes de su nieto, porque ya han realizado varias pruebas semejantes con anterioridad, pero a pesar de haberlo comprobado, le cuesta trabajo creerlo y mucho más admitirlo públicamente. Para él es imposible que un águila pueda entenderse con una persona. Ni siquiera viéndolo lo cree del todo, aunque tiene el convencimiento de que actuará tal como le ha pedido Ab’Erana.
El águila mira a Cedric, mueve la cabeza como si estuviese burlándose de él, luego a Fidor y seguidamente da un salto hasta situarse en el poyete de la ventana; salta a continuación sobre la mesa y picotea tres veces, luego vuela hasta la cama de Cedric, coge el gorro y lo deja caer en la cabeza del interesado. Se detiene un instante y al pretender recuperar el gorro de Cedric este se lo quita de la cabeza y lo ofrece en la mano para que el águila lo coja y vuelva a dejarlo sobre la cama. Vuelve a saltar a la mesa, picotea tres veces, regresa al poyete de la ventana y finalmente salta al hombro del chico.
Fidor, impresionado, guarda silencio, como si no encontrase palabras apropiadas para exteriorizar la sorpresa que le ha causado el comportamiento inteligente del águila.
Cedric, igualmente emocionado, permanece también en silencio, sin dejar de mover la cabeza de un lado a otro. Lo que acaba de presenciar rebasa por completo su comprensión. El águila ha demostrado de forma palmaria que obedece las indicaciones de su nieto y siente interiormente una enorme satisfacción que no se atreve a exteriorizar. Para no dar su brazo a torcer, se limita a coger el gorro para comprobar si está o no roto.
-¿Es suficiente con esta demostración o quieres algo más, abuelo? –se burla Ab’Erana,
-Para mí, es suficiente y puedo asegurar rotundamente que tu águila entiende tus palabras y que tú interpretas sus pensamientos –admite Fidor con admiración, mirando alternativamente al chico y al águila. –¡Jamás vi cosa igual! Tu águila puede desempeñar un papel muy importante en este asunto, príncipe. Estoy entusiasmado. ¿No te das por vencido, Cedric?
-Bueno... Es cierto que ha hecho esas cosas y... En fin, el tiempo dirá.
-Mi abuelo no reconocerá nada públicamente porque es un cabezota. En fin, ya conocéis los dos las portentosas facultades de Picocorvo, pero a mí personalmente hay otras cosas que me interesan más y es de lo que quiero hablar.
-¿Qué es?
-La historia.
-Es razonable que desees conocerla.

2

-Necesito conocer toda la historia de mi padre, sin que me ocultes absolutamente nada. Si mi padre necesita mi ayuda debo saber ciertas cosas, por ejemplo, por qué no vino a verme durante tantos años –insiste Ab’Erana. -No puedo creer que lleve casi veinte años preso sin haber dispuesto de una sola oportunidad para venir a verme o llamarme a su lado, o enviarme un mensaje con alguien, como me dijiste. Tú viniste, ¿por qué no lo hizo él?
-Créelo, príncipe. Vino a verte cuando estabas recién nacido y luego ya no pudo hacerlo más. Es la única verdad, y ninguna otra cosa puedo decirte.
-Tú viniste dos veces más, según mi abuelo, y dijiste que graves problemas le impedían a él venir a verme.
-Cierto. Las dos veces que vine lo hice por propia iniciativa. Nadie me lo pidió. Ignoraba si tu padre estaba vivo o muerto. Nadie conocía tu existencia, salvo yo y deseaba estar informado para el momento en que tu padre recobrase la libertad. Entonces no sabía nada, ahora sé que está vivo.
-¿Por qué no informaste a mi abuelo en alguna de tus visitas?
-No quise preocuparlo. Me limité a hablarle de graves problemas sin más explicaciones. Tenía la esperanza de que estuviese vivo y preso, y que en algún momento consiguiera escapar y poderle informar sobre ti. Consiguió huir de los trolls, pero las cosas se torcieron y...
-Cuéntame lo sucedido con todo detalle. Soy yo quien debe interpretar lo ocurrido. Quiero saber si mi padre me tuvo abandonado voluntariamente o fueron otras las circunstancias que le impidieron venir a verme. Quiero saber si pensó en mí con frecuencia. Quiero saberlo todo. La verdad. Mi abuelo nunca quiso hablar de mis padres ni explicarme por qué tengo una oreja de humano y otra diferente, aunque ahora sé que es de elfo. Muchas veces le pregunté y siempre me respondió las mismas palabras: “misterios de la naturaleza, hijo”. Solo sé lo que él y yo hablamos ayer mientras tú permanecías inconsciente, y lo que me contaste esta mañana en momentos inoportunos. Necesito saber si mi padre tiene otra esposa y otros hijos, si tiene otra familia, quiero decir. Todo, Fidor, todo. ¡Hasta ayer no supe quien fue mi madre! –su voz es entrecortada y triste al mirar fijamente a Cedric que se limita a bajar la vista a la chimenea, como avergonzado por su anterior comportamiento con su nieto.
-Claro. Tienes derecho a conocer, no solo eso que me pides, sino la historia completa de la dinastía de los reyes Dodet porque los deseos de tu padre son que recuperes el trono y restaures la dinastía Dodet en tu persona. ¡Tu padre no quiere ser rey, no pide ayuda para él! Cuando consigas recuperar el trono, a tu padre sí le gustaría que adoptases el nombre de Dodet XIII, porque así es la trayectoria histórica de la dinastía Dodet. Estás en tu derecho de exigir y conocer los antecedentes familiares antes de adoptar ninguna decisión.
-Ese es mi pensamiento –responde el chico con mucha seriedad y muy metido en su nuevo papel de príncipe. –De todos modos, en este momento no me interesa la historia de la dinastía, solo quiero saber las cuestiones relacionadas con mi padre. Ya tendremos tiempo de hablar de mis antepasados.
-No sé si podré separar una cosa de otra. Ambas historias son complementarias. Verás. Soy amigo de tu padre desde que éramos niños. Estábamos siempre juntos porque ambos nacimos el mismo día, a la misma hora y mis padres vivían en el palacio de tu abuelo, el rey Dodet XII. Mi padre era el mayordomo del palacio. En nuestro país esas coincidencias en el nacimiento originan una especie de hermanamiento. El príncipe y yo nos criamos como hermanos, tuvimos los mismos profesores y jugamos a las mismas cosas, y con los mismos juguetes. Siempre juntos. Había otro chico, un año mayor que nosotros, llamado Inicut cuyos padres también trabajaban para el rey, aunque en cargos inferiores. Formábamos un trío inseparable. Juntos a todas partes. Nos llamaban “el trío del palacio”. Tu padre fue muy rebelde de joven y hacía su voluntad. Inicut y yo siempre le seguíamos en lo bueno y en lo malo porque él era el jefe. Al cumplir los quince años, tu padre era el elfo más alto de todo el país, casi un metro de estatura tenía, y era conocido en todas partes por su bondad y simpatía, al mismo tiempo que por sus travesuras. A él en especial le llamaban “el larguirucho príncipe travieso”. Tenía un corazón enorme. Era muy querido entre los elfos y todos pensaban en él como el futuro rey del país cuando su padre dejara de serlo. Las chicas elfas se lo rifaban. Cada día le asignaban una novia diferente aunque él nunca prestó demasiada atención a ninguna. Todas eran muy bajas para él. Cierto día, cuando estaba a punto de cumplir los veinte años, desapareció del palacio sin que nadie pudiera dar razón de él. Ni siquiera yo que era su confidente conocí las causas de aquella ausencia. Apareció unos meses más tarde, revestido de una seriedad desconocida, como si algo especial hubiese transformado su vida. Durante algunos días anduvo un poco desorientado, no prestaba atención a nada, como si su mente estuviese en lugar diferente. Le pregunté en varias ocasiones hasta que cierto día se sinceró conmigo. Había estado en el Mundo de los Hombres y se había enamorado de una humana. ¡Me quedé de piedra cuando me lo dijo! Jamás un elfo se había casado con una chica humana, ni de ninguna otra raza. Me refirió una historia preciosa. Reconozco que me emocioné. Le aconsejé que hablara con sus padres ante lo relevante de la noticia para el país. Reunió a sus padres y les contó la aventura vivida durante el tiempo de su desaparición. Dijo haber encontrado una chica maravillosa en un bosque del Mundo de los Humanos, que era humana pero de su misma estatura y que deseaba casarse con ella. Sus padres se opusieron tenazmente, especialmente el rey, alegando que nunca un elfo de la familia real había contraído matrimonio con un ser de otra raza y mucho menos con un ser humano, que las estaturas de ambas razas son muy diferentes, que las costumbres y creencias son distintas, que podían tener hijos monstruosos, etcétera. Todos los argumentos posibles salieron a relucir en aquella reunión. No hubo forma de convencerlos. Ninguno dio su brazo a torcer. El rey me pidió que hablara con el príncipe para tratar de disuadirlo, lo hice sin conseguir nada aunque en realidad tampoco puse mucho empeño en convencerlo. Siempre tuve la idea de que la mezcla de los pueblos es algo bueno para la cultura de las diferentes civilizaciones. La decisión del príncipe Ge’Dodet fue tan firme que finalmente el rey Dodet consintió que algún personaje de la corte visitara a la chica y hablara con ella. Un alto dignatario y yo, vinimos al bosque por encargo del rey para conocer a la chica, e informar al rey -aunque luego supe por mi compañero de viaje que debíamos convencerla para que se olvidara del chico que había conocido, sin mencionarle que era príncipe, incluso ofreciéndole cuantiosas riquezas-, y dar una opinión sobre ella, contraria o favorable. El propio Ge’Dodet nos hizo un plano del camino a seguir. La vimos en el bosque y hablamos con ella durante largo rato. Era preciosa, inteligente, de una agilidad inigualable y tenía efectivamente la misma estatura que el príncipe. Hacían una pareja perfecta. No hubo forma de convencerla de que olvidara a Ge’Dodet y era evidente que estaba muy enamorada de él. Consideró un insulto el ofrecimiento de riquezas que le hizo mi compañero de viaje, y comenzó a llorar con tal desconsuelo que me vi obligado a consolarla. Recuerdo que me emocioné mucho al verla. Era una auténtica princesa. Tenía un par de defectos, apreciables a simple vista, su rostro no era resplandeciente ni ligeramente verdoso como el de los elfos y sus orejas eran redondas en lugar de puntiagudas como las nuestras. Mi compañero le hizo ver las diferencias de razas, de costumbres, de entender la vida, la posibilidad de tener hijos deformes... No hubo forma de convencerla. Estaba dispuesta a correr los riesgos que fuesen y seguir al chico adonde quiera que estuviese. En ningún momento le dijimos que Ge’Dodet era hijo del rey Dodet. Solo que íbamos en nombre de la familia. Informamos al rey favorablemente. Días más tarde vino una delegación, de la que formé parte, a pedirla en matrimonio. Tus abuelos y tu madre se quedaron con la boca abierta, tal como te lo digo, al ver aquella comitiva de seres diminutos y saber que Ge’Dodet era príncipe de un país desconocido. Cedric solicitó unos días de reflexión y finalmente accedió a que su hija se casara con nuestro príncipe. La boda tuvo lugar en el País de los Elfos y hubo varios días de fiestas para celebrar el gran acontecimiento. Asistieron centenares de invitados de todo el país. Hasta el hijo del rey de los silfos, amigo personal de tu padre, estuvo presente.
-¿Quiénes son los silfos? –pregunta Ab’Erana, entusiasmado ante la historia contada por Fidor.
-Un pueblo de raza distinta a la nuestra, aunque muy parecida, limítrofe con nuestro país. Continúo. Creo que fue la primera vez en la historia del País de los Elfos que tres humanos pisaron nuestras tierras: Erana y sus padres. Aparentemente todo se desarrollaba con normalidad en la corte, pero muchas elfas demostraron desde el primer momento un odio irracional contra la princesa Erana.
-¿Por qué? ¿Qué les había hecho mi madre? –pregunta Ab’Erana, emocionado al pronunciar por primera vez en su vida aquella palabra, al referirse a Erana.
-Envidia y despecho. Erana era bellísima, simpática y bondadosa, aunque sus modales no eran tan refinados como exigía el protocolo de la corte. Actuaba con absoluta naturalidad, sin afectación de ningún tipo, se expresaba con normalidad, hacía lo que se le antojaba, algo muy diferente a las elfas del círculo real que estaban sometidas a unas normas muy estrictas de protocolo. Visitaba las casas de los necesitados y les ayudaba con dinero y ropas... Los elfos del pueblo llano la adoraban. Las elfas de la corte le echaban en cara con sutileza, que tenía las orejas diferentes a las nuestras y que su piel no era brillante. Algunas elfas habían pensado que el príncipe se casaría con ellas y al ver frustrados sus deseos convirtieron su amor por él en odio hacia ella. La princesa Erana lo pasaba muy mal y en varias ocasiones manifestó al príncipe su deseo de regresar con sus padres, pero el príncipe la convencía fácilmente porque ambos estaban muy enamorados. Por aquellos días, Murtrolls, rey de los trolls, raza de indeseables y repugnantes individuos, declaró la guerra al rey Dodet XII con intención de apoderarse de parte de nuestro país. Los trolls habitan en cavernas y cuevas tenebrosas, fronterizas con los elfos, solo un río nos separa, y desde siempre pretendieron apoderarse de una parte del territorio, concretamente la más fértil y productiva, al noreste del país, conocida como el Valle Fértil, pequeño valle que los trolls ven a todas horas al asomarse a las puertas de sus cuevas. Ya habían hecho varios intentos para conquistarlo y siempre venció el rey Dodet, merced a la espada encantada de la dinastía de los reyes Dodet, precisamente la espada que acabas de recuperar. Estalló la guerra. Una más, aunque de mayor virulencia que las anteriores porque el rey Murtrolls se sintió con fuerzas suficientes para derrotar al rey Dodet XII. Tu abuelo por su parte se puso al frente de sus tropas con intención de derrotar definitivamente a los trolls y arrojarlos para siempre a las tinieblas de sus cavernas. El príncipe Ge’Dodet fue con él. Al no estar el príncipe en la corte, se desencadenó una auténtica batalla psicológica contra la princesa Erana. Soportó muchísimo y yo siempre fui su paño de lágrimas. Llegó un momento en que a la princesa le resultó imposible soportar más y me pidió que la llevara con sus padres, es decir, que la trajera aquí, al bosque. Viendo cómo sufría, accedí, pensando que a su regreso, el príncipe volvería por ella. Erana estaba embarazada en aquella época. La dejé aquí en el bosque con sus padres y le dije que el príncipe vendría en su busca en cuanto regresara de la guerra. En un momento determinado, durante una tregua que hubo entre los combatientes debido a las intensas nevadas en el lugar de la batalla, Ge’Dodet regresó a la corte y al saber lo ocurrido con su esposa montó en cólera y vino de inmediato a recogerla. Yo le acompañé. Al llegar a la antigua casa de Cedric supimos que la princesa Erana había fallecido en el parto y había dejado un precioso niño al que llamaban Cedric, como su abuelo. El príncipe decidió en aquel momento imponer al niño el nombre de Ab’Erana, hijo de Erana, para mantener vivo el recuerdo de su esposa. Aquel niño eres tú. El príncipe advirtió a tu abuelo que regresaría a recogerte cuando terminara la guerra y le pidió que se fuese a vivir al interior del bosque para que nadie te conociera o pudieses tener problemas porque naciste con una oreja de elfo y otra de humano. Conociendo lo sucedido a su esposa no deseaba que tú sufrieras la incomprensión de los demás, ese fue el motivo. La guerra fue un desastre para nuestro pueblo. En un momento de la batalla, el rey Dodet XII se vio cercado por los trolls y murió. El príncipe fue hecho prisionero cuando intentaba ayudar a su padre y los trolls se hicieron dueños de la situación. Se adueñaron del Valle Fértil, como deseaban, expulsaron a algunos elfos de allí, y a otros los mataron. Eligieron a un rey títere para el país, un traidor, un elfo criado entre ellos, que actúa al dictado del rey de los trolls. Es el rey Mauro, al que muchos en el país llamamos “el usurpador”, porque fue incapaz de desenvainar la espada encantada, requisito esencial para poder ser designado rey, según las normas consuetudinarias de nuestro país.
-¿Desde entonces está mi padre preso en poder de los trolls?
-Tuvimos noticias de que el príncipe estaba en poder de los trolls pero no hubo forma de comunicarnos con él a pesar de los numerosos intentos realizados. Ni siquiera sabíamos en qué lugar lo tenían prisionero. Yo vine a verte cuando cumpliste un año, para poder informar a tu padre, en la creencia de que conseguiría huir de sus enemigos, pero pasó el tiempo y no fue así. Cuando pasado algún tiempo regresé con el arco y las flechas, tu padre continuaba prisionero de los trolls y ninguna noticia teníamos de él. En aquella segunda ocasión vine de nuevo por decisión propia con la misma finalidad de poder informar a tu padre cuando fuese posible. Hace tres años tu padre consiguió huir de las mazmorras de los trolls por un descuido de los carceleros y al llegar al País de los Elfos buscó a sus amigos de siempre, a Inicut y a mí. A él lo localizó primero, le pidió que lo ocultara y me avisara. Tu padre ignoraba en aquel momento que Inicut ostentaba un alto cargo en la corte del rey Mauro. El amigo lo escondió en un lugar apropiado diciéndole que iba a buscar a otros amigos, entre ellos, a mí, para, entre todos, encontrar una solución a su problema. La aparición de tu padre podía crear un verdadero conflicto a mucha gente que se había acomodado a la nueva situación. Ya no reinaba la dinastía de los reyes Dodet, había comenzado la dinastía de Mauro y él pretende ser el primer eslabón de esa dinastía. Tu padre le habló a Inicut de su deseo de recuperar el trono para la dinastía Dodet y aquella noticia no debió parecerle bien a su falso amigo. Debió pensar que podría perder el alto cargo que ocupaba. No me avisó. Lo traicionó. Comunicó al rey Mauro lo sucedido y le indicó donde estaba tu padre escondido. Mauro ordenó su detención. Varios soldados de la guardia personal de Mauro se presentaron en el lugar indicado por Inicut y lo apresaron. Inicut jamás me comunicó lo ocurrido. Ni nadie hizo comentario alguno sobre lo sucedido. Hace poco, un antiguo servidor del rey Dodet, fue nombrado jefe de carceleros de las mazmorras del palacio, y supo que el príncipe estaba encarcelado en los sótanos y que ocupaba una celda de alta seguridad. Este elfo había hecho un juramento de fidelidad eterna al rey Dodet XII, y a su dinastía, y consideró su deber informar al príncipe que estaba dispuesto a ayudarle. Tu padre le pidió pergamino y pluma y escribió dos cartas, una para ti y otra para mí. En la mía cuenta sus años de cautiverio, sus vicisitudes, su huída de las cárceles de los trolls, la traición de su amigo Inicut, y otras cuestiones secundarias. La tuya es la que está en mi morral.
-¿Es la carta que pretendían coger los elfos que te atacaron?
-Exacto. De haberla encontrado los esbirros del rey Mauro, el carcelero de tu padre habría sido descubierto, lo habrían matado y nosotros habríamos perdido la posibilidad de contactar con él. En mi carta, tu padre cuenta la traición de Inicut, previniéndome contra él, y me pide la recuperación de la espada encantada del rey Dodet donde quiera que estuviese, para entregártela. Esa espada solo pueden manejarla los descendientes del primer rey Dodet, según el encantamiento de un mago poderoso, hace cientos de años, en agradecimiento a que el rey de entonces le salvó la vida.
-No lo puedo creer.
-Créelo porque es cierto. Todos los elfos conocen la historia de esa espada. Y tú mismo has podido comprobar hoy su eficacia.
-¿Tú también conoces esa historia?
-Claro que la conozco. Ten en cuenta que esta espada es un monumento histórico en nuestro país.
-Cuéntala.
-Está bien. El mago Mercurio era un buen mago pero, al parecer, estaba un poco loco y se creía casi un dios. Hizo una apuesta, con otro mago tramposo, llamado Rocamor, de que era capaz de caminar sobre las Traicioneras Ciénagas Amarillas, del Desierto de las Calaveras, sin hundirse.
-¿Qué se apostaron?
-Si Mercurio se hundía y ganaba Rocamor, aquel le cedería a este su palacio de Ubrüt con todos sus jardines fantásticos; si ganaba Mercurio, Rocamor permitiría que se casara con su hija, la bellísima Verde Flor, llamada así por el intenso color verde de su piel.
-¿Era Mercurio un mago joven, acaso?
-No, no, parece ser que era de la misma edad que Rocamor, por eso la hija no deseaba aquella boda aunque su padre estaba decidido a jugársela por estar encaprichado con la residencia de Mercurio.
-¿Qué ocurrió? –pregunta Cedric, interesado en la historia.
-Mercurio extendió una esterilla sobre las ciénagas y comenzó a caminar pero en un momento determinado, parece que debido a las malas artes de Rocamor, aunque nunca pudo demostrarse, la esterilla se dobló y el mago cayó en las aguas cenagosas, mientras Rocamor reía a carcajadas en la orilla sin prestarle ayuda a pesar de los gritos desesperados de Mercurio. En aquel momento acertó a pasar por allí el rey Dodet I al frente de un grupo de soldados. Oyó los gritos del mago y se acercó raudo a ver qué ocurría. Al ver lo sucedido arrojó una cuerda a Mercurio, le indicó que se aferrara a ella con todas sus fuerzas y comenzó a tirar de él con ayuda de varios soldados, hasta dejarlo en tierra firme. Dodet no conocía a los magos aunque había oído hablar de ellos. Al decirle Mercurio que era un mago y que podía concederle cualquier petición que le formulara, parece que el rey le preguntó: “¿Cómo es que puedes concederme el don que te pida y no fuiste capaz de salir de la ciénaga por tus propios medios?” “No puedo concederme beneficios a mí mismo. Pídeme lo que quieras”. Y el rey, después de pensar durante unos minutos, le dijo “quiero tener una espada invencible que pase a mis sucesores”. “Es mucho lo que me pides”. “¿En tan poco valoras tu vida? ¿Qué habría sucedido si te hubiese dejado hundirte en las aguas cenagosas de las Traicioneras Ciénagas Amarillas? Habrían acabado todos tus poderes”. “Tienes razón. Me has salvado la vida que es el don más hermoso del que puede gozar un individuo y estoy dispuesto a satisfacer tus deseos. Dame tu espada”. El mago Mercurio cogió la espada del rey, la clavó en el suelo y la hizo cimbrar. Luego colocó una mano sobre la empuñadura y dijo “esta espada será invencible para ti y para todos tus sucesores y quien la empuñe no tendrá que preocuparse de luchar porque lo hará ella sola. Con ella en la mano ninguna otra arma rozará siquiera a quien la empuñe; se alargará en casos necesarios hasta triplicar su tamaño para que quien la empuñe pueda mantener a raya a sus enemigos. Nadie podrá sacar la espada de su vaina ni usarla salvo la gente de tu estirpe. Pero a ellos les impongo una condición: deberán ser justos, virtuosos y honorables en todos los órdenes de la vida. Aquel de tus sucesores que cometa una injusticia no conseguirá extraer la espada de su vaina y quedará desarmado frente a sus enemigos”. El rey Dodet I no hizo demasiado caso al encantamiento de la espada y pensó que se trataba de una pantomima del mago pero poco después comprendió que aquella espada estaba realmente encantada. Luchó contra los trolls a los que venció y arrojó a sus cavernas sin que las flechas que le lanzaban sus enemigos lograran alcanzarle. Vio cómo la espada crecía en casos necesarios y comprobó que nadie, salvo él, conseguía sacarla de su vaina. Todos los reyes de la dinastía Dodet la usaron con éxito en todas sus batallas y se comportaron siempre con justicia y honorabilidad, excepto dos, Dodet V y tu abuelo Dodet XII. Nunca ningún extraño pudo usar esa espada. Solo los predestinados de la dinastía Dodet pudieron hacerlo.
-¿Es cierto que nadie puede sacarla de su vaina?
-Desde la muerte del rey Dodet XII nadie lo ha conseguido. Tu padre porque nunca tuvo la oportunidad de hacerlo. Los demás elfos que lo intentaron fracasaron a pesar de que las nuevas autoridades del país buscaron a los elfos más fuertes y ofrecieron enormes recompensas a quien lo consiguiera. Ni siquiera los trolls con su fuerza descomunal lo lograron. Nadie pudo hacerlo.
-¿Podré yo? –pregunta Cedric, haciendo ostentación de fuerza.
-No podrás por mucha que sea tu fuerza –responde Fidor con convencimiento. –Si quieres comprobar tu impotencia ante la espada, puedes intentarlo.
-Dame la espada, Ab’Erana –pide Cedric, disponiéndose a pasar la prueba y demostrarle a Fidor que nada puede resistirse a su fortaleza física.
-Cógela. Está sobre la mesa.
-Te llevarás una decepción, Cedric. Por mucha que sea tu fuerza no lo conseguirás.
-¡Ya lo veremos! –se pavonea el anciano.
Cedric coge la espada y le indica a Ab’Erana que sujete la vaina. Tira de ella con todas sus fuerzas, sin conseguir su propósito, arrastrando a Ab’Erana que da varios traspiés y está a punto de caer. Ni un solo milímetro consigue extraer.
-Es cierto. No puedo –reconoce Cedric, sorprendido. -¿Cómo es posible?
-Yo la saqué sin ningún esfuerzo al encontrarla. Luego, al verme rodeado por los cuatro elfos del rey Mauro, puse la mano en la empuñadura y salió sola, sin ningún esfuerzo por mi parte. Mira, abuelo –dice el chico tomando la espada por la empuñadura y sacándola suavemente, sin esfuerzo alguno.
-¡Por el colmillo de un jabalí tuerto! ¿Cómo es que tú, que eres un alfeñique a mi lado, puedes hacerlo y yo no? ¡Tengo mucha más fuerza que tú!
-Él es un predestinado, Cedric, tú no. Nadie lo ha conseguido jamás. Y algo muy significativo e importante del encantamiento. La espada se alarga en caso necesario y sabe pelear sola cuando la sostiene la mano del predestinado que se convierte en un ser invencible.
Ab’Erana se queda pensativo durante unos segundos y luego pregunta:
-¿Cómo es que el rey Dodet, mi abuelo, perdió la guerra y la vida, disponiendo de la espada encantada, si, como dices, hace invencible a quien la posee?
Fidor duda un instante antes de responder. Luego mueve la cabeza, mira a Cedric como justificándose por las palabras que va a pronunciar, y dice.
-Muy acertada tu pregunta, príncipe. Compruebo que estás atento a mis palabras e interesado en la historia. El mago Mercurio impuso una condición a los herederos del rey Donet I. El poseedor de la espada debe llevar una vida irreprochable en todos los órdenes. Para poderla usar, su poseedor debe ser un individuo virtuoso: justo, honorable, decente, honesto y honrado. De no ser así la espada no sale de su vaina. Tu abuelo siempre tuvo esas virtudes pero en un momento determinado de su vida, cedió a las tentaciones e incumplió las condiciones impuestas por el mago.
-¿Qué hizo?
-No sé si debo referirte hechos lamentables de la vida de tu abuelo.
-Dímelo para no imitarlo nunca –insiste Ab’Erana, con razón, interesado en aquella fantástica historia familiar.
-Cometió una canallada incalificable. Acusó de traidor a uno de sus militares ejemplares, a sabiendas de que era inocente y permitió que fuera ejecutado.
-¿Por qué lo hizo?
-Se había enamorado de la esposa del militar. De ese modo, al morir el esposo, la elfa fue presa fácil para tu abuelo que la convirtió en su amante. Hasta aquel momento tu abuelo había llevado una vida irreprochable en todos los órdenes y ganado todas las batallas en las que intervino. Aquel acto reprobable fue el principio del fin. La espada, para él, perdió todos sus poderes. Algún traidor de su entorno que conocía la condición del encantamiento, avisó a los trolls para que atacaran aquella noche porque el rey no podría disponer de su espada. Cuando se produjo el ataque de los trolls, tu abuelo descansaba en su tienda de campaña junto a su amante, saltó del lecho, quiso sacar la espada de la vaina y no lo consiguió. Murió en la misma puerta de la tienda atravesado por la lanza de un trolls. Igual suerte corrió su amante. Para sacar la espada de su vaina es condición indispensable tener la conciencia tranquila y no haber realizado nunca un acto injusto, a sabiendas –repite Fidor, para que las palabras queden grabadas de forma indeleble en la mente del chico. -Tu abuelo incumplió la condición. Solo tu abuelo y el rey Dodet V, hace ya muchos años, no la cumplieron y murieron de forma trágica. El rey Dodet XII, tu abuelo, cometió una monstruosidad al ordenar la ejecución de uno de sus mejores oficiales, para convertir a su esposa en su concubina. Perdió la vergüenza, perdió el honor, perdió la guerra, perdió su vida y la de ella, fue el causante de la prisión de tu padre y de la humillación de su pueblo. En muchos hogares elfos maldicen todavía la memoria del rey Dodet XII que, al final de su vida, trajo tantas desgracias al país, aunque hasta aquel momento había sido un rey ejemplar.
-¿Qué ocurrió con la espada?
-Los trolls se apoderaron de ella a la muerte de tu abuelo. Sabían que con esa espada en las manos serían invencibles. Intentaron sacarla de su vaina y la hoja se resistió a todos los ensayos. Ofrecieron elevadas recompensas a quien lo consiguiera y nadie fue capaz de hacerlo. Llegaron gentes de todos los confines del Mundo de los Seres Diminutos. Nadie lo consiguió. Ni elfos, ni trolls, ni duendes, ni silfos, ni trasgos, ni gnomos, nadie pudo hacerlo. El rey de los trolls decidió romper la vaina para dejar la hoja al descubierto. Tampoco fue posible. Nadie sabe de qué material está construida la vaina. Ni siquiera el fuego pudo con ella. Finalmente decidieron exponerla al pueblo elfo con la leyenda de la canallada de tu abuelo, para escarnio de la dinastía de los reyes Dodet. Estaba expuesta en la Torre Siniestra, custodiada por media docena de elfos armados para impedir que los partidarios de la dinastía Dodet pudiesen apoderarse de ella.
-¿Cómo pudiste cogerla tú, entonces? –pregunta Ab’Erana, sorprendido. -¿Es que mataste a los vigilantes?
-La Torre Siniestra tiene pasadizos secretos que solo conocíamos tu padre, Inicut, y yo. Los descubrimos de pequeños y jugábamos por ellos a escondernos y a asustar a los ocupantes de la torre. Me resultó muy fácil entrar de noche en la cámara y apoderarme de ella. Intenté sacarla de la vaina y no pude. En cuanto la tuve en mi poder abandoné el país, disfrazado de buhonero, y me dispuse a venir en tu busca en la seguridad de que estarías ya convertido en un adulto.
-¿Cómo es que te siguieron? ¿Quién supo que habías sido tú?
-No lo sé. Posiblemente alguien más conozca lo ocurrido. Tal vez el carcelero informara a cualquier otro amigo, quizás al mismo que traicionó a tu padre la primera vez, y...
-¿Otra traición? ¿Es que el País de los Elfos es un nido de traidores?
-El rey Mauro premia a los traidores y delatores, ofreciéndoles cargos y prebendas. En un régimen de terror, las traiciones y delaciones son elementos sustanciales y de méritos. No sé exactamente qué ocurrió y no quiero hacer juicios temerarios. La realidad es que ignoro cómo se enteraron. Lo único cierto es que fui alcanzado cerca del bosque y aunque intenté defenderme de los esbirros de Mauro, uno de ellos me hirió en el costado con una espada. El resto ya lo sabes. Toma, esta es tu carta –dice Fidor sacando un rollo de pergamino del interior del morral. -¿Sabes leer?
-¡Claro que sabe leer! –exclama Cedric, indignado por la pregunta del elfo al que mira de forma recriminatoria. -Leer y escribir. Ya me preocupé yo de enseñarle mis conocimientos, aunque no son muchos. Todo lo que aprendí en un convento que hay cerca del castillo de Latefund de Bad, en el que estuve varios años antes de ser soldado, se lo enseñé. No es ningún erudito pero sabe escribir aceptablemente bien y lee sin dificultad.
Ab’Erana aprieta el pergamino con ambas manos, emocionado al pensar que aquel rollo ha estado anteriormente en las manos de su padre. Sale al exterior de la cabaña, sin importarle el frío reinante debido a la nieve que continua cayendo. Se sienta en uno de los bancos del porche y comienza a leer. La carta dice así:

“Carta del príncipe Ge’Dodet a su hijo el príncipe Ab’Erana, futuro rey de los elfos, como Dodet XIII.
“Soy Ge’Dodet, tu padre, y me encuentro encerrado en las mazmorras del palacio de los reyes elfos, por una traición cometida por un antiguo amigo llamado Inicut. Mauro, el usurpador, el tirano, el elfo malvado que humilla y sojuzga a nuestro pueblo y que actúa bajo las órdenes de los asquerosos y repugnantes trolls, enemigos de nuestro pueblo y de todos los pueblos, desde tiempo inmemorial, me mantiene encerrado sin razón alguna.
“Hijo, te vi cuando apenas tenías unos meses de vida, y hoy debes ser, no sé si un hombre, un elfo, o mitad de cada raza. Recuerdo que tenías una oreja de elfo y otra de humano y recuerdo también que le dije a tu abuelo Cedric que mi deseo era que te impusiera el nombre de Ab’Erana, hijo de Erana, mi querida esposa a la que siempre llevo en la memoria y jamás será reemplazada. Pienso que tu abuelo respetaría mi voluntad porque siempre tuve conciencia de que es un hombre cabal.
“Ahora mi deseo es que recuperes el trono del País de los Elfos, para ti, tomes el nombre de los reyes de nuestra dinastía, te llames Dodet XIII, y reines con eficacia y justicia sobre nuestro pueblo.
“Hoy el País de los Elfos necesita tu ayuda. Eres su única esperanza. Mi padre, el rey Dodet XII, encargado por el destino de cuidar y defender a su pueblo, cometió un acto abominable y bien caro lo pagó. No solo él. También su propio pueblo y yo mismo.
“Mi fiel amigo Fidor te contará la historia de nuestra familia y las facultades portentosas de la espada encantada de los reyes Dodet que pondrá en tus manos, si consigue apoderarse de ella. Si esa espada hubiese llegado a mi poder la situación habría sido diferente, pero el destino no lo quiso así. Mauro habría recibido su merecido, por traidor, y los trolls habrían sido arrojados a las tinieblas de sus cuevas y cavernas de donde no debieron salir nunca. Las cosas no sucedieron así. Además, hoy me siento enfermo y no tengo ánimos para luchar ni deseos de recuperar el trono. Esta misión la confío a ti, Ab’Erana.
“Cuando tengas la espada en tu poder no te separes de ella para nada. Jamás. Por ningún motivo. Duerme, incluso, junto a ella y mantén la mano sobre su empuñadura. Sin ella, tus enemigos podrán vencerte con facilidad. Con ella en la mano serás invencible siempre que la utilices para el bien y tengas la conciencia tranquila. También quiero advertirte que su poseedor se convierte en esclavo de la espada. Es el precio que hay que pagar por los beneficios que se reciben de ella.
“Fidor será tu guía y mentor. Confía en él plenamente. Es como si fuera mi propio hermano. Y te diré algo que nunca dije a nadie porque es solo una sospecha. Creo que él también estaba enamorado de Erana, sentía por ella un respeto reverencial y sintió su muerte casi tanto como yo. Siempre te aconsejará con prudencia y te guiará por el camino del bien.
“Espero que arrojes al usurpador y tirano a las tinieblas, lleves a los trolls a los límites de su territorio, o los aplastes para siempre, y castigues a Inicut por sus traiciones.
“Siempre te tuve en mis pensamientos, a todas horas del día y de la noche. Daría mi vida por conocerte y abrazarte antes de morir. Ignoro si podré cumplir este último deseo.
Recibe un abrazo de tu padre,
Ge’Dodet”

Ab’Erana alza la cabeza al finalizar la lectura y nota cómo las lágrimas brotan de sus ojos espontáneamente. La lectura de aquella carta le ha emocionado hasta límites insospechados. Ahora sabe que su padre no lo olvidó nunca, que siempre pensó en él y eso es algo muy importante para su decisión final. Oye acercarse a Fidor y a su abuelo y se pasa los puños por los ojos para enjugarse el llanto.
Fidor, envuelto en una manta, sale al exterior de la cabaña, ayudado por Cedric. Se sienta junto a Ab’Erana en el banco, en silencio, sin pronunciar una sola palabra. Tiembla de frío pero se mantiene firme. Ve que el chico ha llorado y comprende que aquel muchacho tiene sentimientos profundos.
-¿Conoces el contenido de esta carta, Fidor?
-Sí. Cuando me la entregaron no estaba lacrada ni sellada. También el carcelero pudo leerla antes de entregármela. -Si esta carta hubiese caído en poder de los esbirros del rey Mauro, tu padre estaría en peligro de muerte y lo mismo habría ocurrido con el carcelero. Yo ya lo estuve y tú correrías la misma suerte. Creo que deberías destruirla. Con respecto a lo que dice de mi admiración por tu madre prefiero no hablar, solo te diré que siempre sentí respeto y admiración por ella por ser la esposa de mi amigo y mi futura reina, y lamenté su muerte profundamente. Como si hubiese sido algo mío. Han pasado muchos años de eso.
-¿Hay seguridad de que esta carta ha sido escrita por la mano de mi padre?
-Sin la menor duda. Es su letra. Además, nadie conoce tu nombre ni los detalles de tu existencia salvo tu padre y yo. Cuando tu padre vino a recoger a tu madre, decidimos no hablar de ti hasta que se normalizara la situación en el país para evitar que alguien pudiese causarte daño. Pese a todo hubo ciertos rumores sobre tu existencia porque todos sabían que tu madre estaba embarazada cuando regresó al País de los Hombres. Los reyes y los príncipes siempre tienen muchos aduladores alrededor pero también múltiples enemigos dispuestos a traicionarlos. Todos sabían que Erana estaba embarazada cuando se marchó del país y debieron pensar que de aquel embarazo debió nacer un hijo, una hija... o una especie de monstruo como alguien le dijo a tu padre en una ocasión.
Ab’Erana le entrega la carta a su abuelo para que la lea.
-Aún no me explico cómo mantienen a tu padre con vida –masculla el elfo, incorporándose dificultosamente y dando unos pasos para regresar al banco de madera con la ayuda de Ab’Erana que acude a sostenerlo al ver que se tambalea y está a punto de perder el equilibrio. –Podrían haberlo asesinado y nadie se hubiese enterado de ello.
-Posiblemente hayan pensado que tiene más valor como rehén, que muerto –apunta el chico.
-No lo sé. Cualquier cosa es posible. A veces, el comportamiento de los demás resulta inexplicable. Y por otra parte los pensamientos de Mauro, elfo de espíritu retorcido y ambiguo, son inextricables.
Cedric con los ojos enrojecidos y a punto de estallar en llanto, mira a su nieto y lo abraza con todas sus fuerzas. También él piensa que lo mejor es destruir la carta para evitar que pueda caer en manos enemigas.
-Los tres conocemos su contenido y no creo que se nos olvide dada su importancia. Estas son pruebas comprometedoras, especialmente para los elfos que prestan ayuda a tu padre, y deben ser eliminadas. ¡Quémala, Ab’Erana! ¡Échala al fuego de la chimenea! –ordena Cedric, sin hacer comentario alguno sobre el enamoramiento de Fidor con respecto a Erana.
-¿Es necesario? Es el único recuerdo palpable que tengo de mi padre. Preferiría no hacerlo.
-Debes hacerlo, hijo. Los recuerdos deben llevarse en el corazón, no en el bolsillo –responde Cedric, casi brutalmente.
El aludido, a regañadientes, entra en la cabaña y, al salir de nuevo, se limita a hacer un signo ambiguo con la cabeza, dando a entender que ha cumplido los deseos de su abuelo y de Fidor.





















1 comentario:

CAROLINA LEDESMA ALBA dijo...

Hola papi.

Te escribo para hacerte saber que sigo entrando a tu blog.

No comento nada de la novela porque ya me la he leido entera, jeje!

Un beso ;-)