viernes, 25 de abril de 2008

Transcribo a continuación el Capítulo IX de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.
Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual
Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)


CAPÍTULO NOVENO I X

La banda de los árboles

1

La comitiva de hombres y elfos camina confiadamente y en silencio por un abigarrado bosque de pinos cuya grandiosidad impresiona. Aún no han abandonado la llamada Tierra de los Hombres.
Los tres soldados elfos caminan delante, hablando entre ellos; a continuación Cedric y Fidor, charlan animadamente de la grandiosidad del bosque, y, en último lugar, Ab’Erana se detiene de forma inesperada al ver saltar a una ardilla de un árbol a otro y ver cómo el águila que lleva sobre su hombro inicia el vuelo tras ella con intención de atraparla.
De forma inopinada, de la copa de los árboles caen unas redes que enredan a los primeros caminantes. Una, a los tres soldados elfos que marchan en primer lugar; otra, a Fidor y a Cedric que ruedan por el suelo, ante lo inesperado del ataque. La tercera, Ab’Erana, que mira hacia arriba siguiendo el vuelo del águila, la ve caer y reacciona a tiempo dando un salto hacia atrás, evitando ser apresado como el resto de sus compañeros. Oye los gritos, insultos e imprecaciones de su abuelo e inmediatamente se aparta de la vertical de los árboles para evitar un segundo intento. Picocorvo se apercibe de lo sucedido, deja la búsqueda de la ardilla y baja de inmediato a situarse sobre el hombro de Ab’Erana. Este se acerca con rapidez a liberar a su abuelo, lo que no consigue porque alguien desde el árbol le ordena que se esté quieto y lanza un hacha que se clava en el suelo a pocos metros de la red. El chico se endereza y se mantiene tranquilo. Saca de debajo de la camisa la vaina roja con la espada enfundada, la empuña con decisión y ve cómo el arma sale sola y da un par de mandobles al aire. Aunque no ve a nadie, piensa en los salteadores de camino de los que habló su abuelo en varias ocasiones y en la posibilidad de que la espada desvíe cualquier tipo de armas que arrojen contra él.
Cinco hombres de aspecto patibulario, barbudos y con greñas, sucios y harapientos, comienzan a bajar de los árboles por medio de unas gruesas cuerdas, situándose en mitad del camino. Dos de aquellos individuos llevan garrotes, otro, una navaja de grandes dimensiones y los dos restantes, uno va desarmado y el otro lleva un hacha que mueve amenazadoramente, dándole volteretas sobre su cabeza con intención de amedrentar a los sorprendidos viajeros. Los cinco son altos y fornidos. El salteador desarmado se inclina a coger del suelo el hacha lanzada desde la copa del árbol.
El que parece ser el jefe del grupo, suelta una grosera risotada, acompañada de palabras malsonantes, al ver a los cuatro elfos debatirse bajo las redes.
-¡Mirad esto! -grita uno de ellos.
-¡Estos hombrecillos nos harán ricos! –exclama otro. –Los venderemos y nos pagarán buenos doblones por ellos. Sé de alguien que los compra para exhibirlos por las plazas de los pueblos. Le gustan mucho a las gentes y cuando se cansan de ellos los venden como esclavos para las damas o bufones para los señores de los castillos.
-No esperábamos encontrar algo así, ¿eh, Thür?
Ab’Erana se alerta. Se le vienen a la memoria la historia que le refirió su abuelo sobre el chico al que condenaron a amputarle las manos y la más reciente que contó Latefund de Bad sobre el asesinato de su abuelo y de los soldados de la escolta y esto le obliga a pensar que debe tener sumo cuidado con aquellos individuos, asesinos de la peor especie.
-Estamos de suerte últimamente. Hace dos días el nieto del viejo Latefund de Bad y los diez soldados y hoy estos. ¡Nos haremos ricos! –exclama uno de los atracadores.
-Después de tantos días de penuria... el rescate del tal Latefund y estos pequeñajos... ¡Maldita sea! ¡Seremos ricos y podremos vivir como señores sin que nadie recuerde nuestro pasado! Con dinero todo se olvida.
-La suerte se ha aliado con nosotros en esta ocasión.
-Cualquiera sabe –murmura Ab’Erana. –A veces las cosas no suceden como uno espera.
-¿Qué dices tú? –pregunta uno de ellos.
-Digo que quizá no hayáis tenido tanta suerte como pensáis. Tal vez este encuentro sea una tragedia para vosotros.
-¡Guarda silencio, imbécil! ¿Crees, que porque te hayas librado de la red vas a librarte de nosotros? –pregunta el llamado Thür a Ab’Erana. -¡Ja! ¡Si no lleváis encima algo de valor, ese grandullón y tú sois hombres muertos!
-Poco deben llevar con los ropajes que visten –dice otro de ellos. -¡Parecen más pobres que ratas!
-Tú, grandullón, vacíate los bolsillos o te moleremos a palos bajo la red –dice uno, barbudo, dirigiéndose a Cedric y propinándole un puntapié en el costado que obliga a Cedric a gritar, maldiciendo.
-¡Si tocas otra vez a mi abuelo, te mato! –exclama Ab’Erana, indignado. -¿Quiénes sois y qué queréis?
-¡Ja, ja, já! ¿Habéis oído? Este muchachito quiere saber quiénes somos y qué queremos. No tiene medio puñetazo y se atreve a amenazarnos. ¡Qué ricura de criatura!
Se produce una carcajada general entre los asaltantes.
-¿Se lo decimos? –pregunta otro de ellos.
-¡Claro! Así empezarán a temblar.
-Nos llaman la Banda de los Árboles. ¿Te imaginas por qué? –pregunta el jefe con una grosera risotada.
-Nos subimos a los árboles y cuando pasan nuestras víctimas por debajo, ¡zas! Los cazamos como si fuesen pájaros bebiendo en una charca apresados por la red. ¡Ja!
-¡Somos carne de horca! –grita otro, con cierto orgullo en la voz.
-Liquidamos a los ocho guardianes que nos llevaban para ajusticiarnos –aclara otro de ellos, volviendo a soltar una risotada, coreada por los restantes. -¿Qué te parece, muchachito? ¡Ocho tíos, armados hasta los dientes, y nosotros cinco, atados hasta los tobillos! ¿Eh? ¿Qué te parece? ¿Y lo del otro día? Diez soldados y un tal Latefund de Bad. Matamos a nueve de ellos. Otro ha ido a llevar la petición de rescate y al llamado Latefund lo tenemos ahí amarrado. ¿Qué os parece?
-¿No dices nada? –pregunta uno de los bandidos dirigiéndose a Ab’Erana. -Te has quedado sin habla, ¿eh?
-Eres un embustero y no creo ni una sola palabra de lo que acabas de decir. Y si fuese cierto, me parece muy mal todo lo que habéis hecho y el peso de la ley caerá sobre vosotros. Moriréis ahorcados –responde Ab’Erana con manifiesta tranquilidad.
-¡Maldito renacuajo!
-¿Quién es ese Latefund de Bad del que habláis?
-¿No conoces a Latefund de Bad, señor de castillos y grandes extensiones de tierras? Todas estas tierras le pertenecen.
-Jamás oí hablar de él. No te creo. Eres un fantoche y un embustero.
-¡Maldito seas, hijo de perra sarnosa! ¡Te sacaré la piel a tiras por llamarme embustero! ¿Crees que porque empuñes esa espada de juguete puedes hablarme de ese modo?
-¿Dónde está ese Latefund del que hablas?
-¡Hijo de perra! ¿No crees lo que te digo?
-No, no te creo. Tendría que verlo para saber que dices la verdad. Los individuos como tú sois todos unos embusteros y fanfarrones.
-¡Maldito seas de nuevo, renacuajo! ¡Trae al Latefund! –grita el bandido, dirigiéndose a un compañero. -¡Que nadie se mueva, si no quiere morir! ¡Y a este deslenguado le voy a cortar la lengua como les cortamos las manos al viejo y a los soldados!
Uno de los bandidos desaparece en el interior del bosque y regresa a los pocos minutos arrastrando a un hombre que apenas puede caminar, al que arroja de un empellón en mitad del camino.
-¡Ahí lo tienes! –grita el llamado Thür. -¿Lo conoces?
La expresión de Latefund de Bad es de auténtico terror. Mira a unos y otros y piensa que ha llegado su última hora. Después de los momentos vividos, sabe que en cualquier momento aquellos desalmados acabarán con su vida como acabaron con la de su abuelo y sus soldados.
-Sí, es el señor Latefund de Bad. Ahora resulta que le conozco. Coincidimos en una cueva hace unas noches. Parece un buen hombre. ¡Soltadlo!
-¿No dijiste que nunca oíste hablar de él?
--Para burlarme de ti, imbécil. Lo vi días pasados con diez soldados. ¿Dónde están esos hombres?
-Ya te lo dije antes. Nueve han muerto. Tuve que cortarles las manos. ¡Cómo chillaban los pobres! Es una historia que no te importa.
-¡Eres un criminal, Thür! ¡Y un hijo de perra sarnosa!
-¡Te voy a descuartizar, renacuajo!
-Habéis tenido un mal tropiezo y os arrepentiréis de habernos conocido. Vais a maldecir este día mientras viváis, si es que vivís. Si sois carne de horca, como decís, creo que al final iréis a parar a ella.
-¿No tienes miedo? –pregunta el jefe del grupo, viendo la tranquilidad de que hace gala el joven.
-¿Miedo de vosotros? ¡Sois escoria! ¡Basura! ¡Miserables escorpiones!
-Es valiente el chico, ¿eh? ¿Es que crees que porque lleves esa espada de juguete en las manos no te haremos daño? Estás en un error, hijo. Te cortaremos el pescuezo después de cortarte la lengua y las manos, lo malo para ti es que no podrás verlo.
-Déjalo. Me ha caído simpático este chico y lo dejaremos vivo. Al viejo también, parecen tan pobres como nosotros, pero solo si se portan bien, ¿de acuerdo? A esos cuatro hombrecitos nos los llevaremos en un saco, o en una jaula, para venderlos. A lo mejor le interesa comprarlos al señor Latefund, ¿eh? Aumentamos el rescate y te llevas a los enanitos, ¿qué te parece?
Latefund permanece mudo y aterrorizado, mirando a un lado y otro, con los ojos a punto de salírseles de las órbitas. Ab’Erana comprende que ha perdido todo su empaque, que en aquel instante es una auténtica ruina y siente lástima por él. Cree que está convencido de que va a morir.
-Conozco también a un señor de castillos que juega con los enanos organizando batallas de verdad y hasta mueren algunos. A veces las señoras los solicitan como juguetes si se encaprichan de ellos. ¿Cuál será el destino de estos cuatro? Sácalos y échalos a un saco, Gulem.
-Al que se atreva a tocarlos, lo mato en el acto –amenaza Ab’Erana con frialdad.
Los cinco asaltantes vuelven a reír con sonoras carcajadas, mientras Latefund de Bad mantiene su expresión aterrorizada pensando en la irresponsabilidad de aquel chico con sus provocaciones a los asaltantes.
-¿Nos matarás a todos a la vez, o uno a uno; a tortas, a patadas, o con esa espada de juguete?
Nuevas carcajadas de los salteadores, hasta desternillarse de risa. Uno de ellos se recuesta contra el tronco del árbol del que han bajado sujetándose la barriga.
-Tiene arrestos el chico, ¿eh?
Latefund continúa sin dar crédito a lo que ven sus ojos. Permanece tendido en el suelo. Está temblando como un azogado porque vio cómo los bandidos cortaban las manos a sus soldados y teme por su propia vida, pero admira al mismo tiempo la tranquilidad de que hace gala aquel chico ingenuo que le manifestó ir en busca del País del Arco Iris.
-¿Para qué llevas un águila en el hombro? –pregunta el jefe. -Nunca vi un águila de plumas tan negras y brillantes como este. ¿Está amaestrado?
-Quítale la red a mi abuelo y te lo diré.
-¿Me dirás, qué?
-Te diré por qué llevo un águila en el hombro y lo que sabe hacer. Es algo que no has visto en tu vida. Tiene unas habilidades portentosas.
-¿Y si no libro de la red a tu abuelo? –pregunta el salteador, con agresividad.
-No te diré nada sobre el águila, lo libraré yo por mis propios medios y recordarás este momento mientras vivas... si es que sigues vivo, ya te lo dije antes, aunque me temo que vais a morir todos.
Hay nuevas carcajadas de los asaltantes.
-¿Sabes? Tengo curiosidad y voy a soltar a tu abuelo, pero como no me convenzas con las habilidades del águila te juro que te mato de un hachazo. A ti, a tu abuelo y al águila.
-¡Eh! Thür, fíjate qué oreja más extraña tiene este chico –grita el llamado Gulem. -Parece una oreja de duende. Es la izquierda.
-A ver, tú, enséñame la oreja.
Ab’Erana se echa el pelo hacia atrás y deja al descubierto la oreja izquierda.
-¡Tiene oreja de duende o de gnomo!
-A este no debemos matarlo, Thür, seguro que podemos venderlo también a buen precio. Parece un medio gnomo.
-Te equivocas, Gulem. Soy un medio elfo.
-¿Lo ves, Thür? Éste puede valer más que los pequeñajos. –Nunca se ha visto un fulano mitad hombre mitad elfo. ¡Ja! ¿Qué sucedió en el bosque entre un elfo y una chica humana, o entre una elfa y un chico humano? ¿Eh? ¿Adivináis qué sucedió? ¡Éste fue el resultado! –grita el llamado Gulem, señalando a Ab’Erana con el dedo.
-¡Eres un cerdo! –exclama Ab’Erana, con el rostro descompuesto. -¡Te haré tragar tus palabras y arrastrarás la lengua por el suelo pidiendo perdón antes de que te mate!
-Luego aclararemos eso. ¡Tú, Gulem, quítale la red al viejo! –ordena el jefe. –Quiero saber qué puede hacer el águila amaestrada.
Una vez liberado, Cedric se incorpora trabajosamente hasta quedar de pie. Intenta recoger su bastón nudoso que ha caído a unos pasos pero el llamado Gulem, amenazándole con la navaja, le ordena que no se mueva.
-Vamos, ya he cumplido mi parte. Explícame lo del águila.
-¡Un momento! -grita Cedric dirigiéndose al jefe. -¿Te llamas Thür?
-Ese es mi nombre. ¿Me conoces?
-¡Maldita sea tu estampa, hijo de perra sarnosa y de lobo tuerto! ¡Claro que te conozco! ¿No recuerdas ya quien te salvó de que te cortaran las manos en el castillo del señor Latefund de Bad, por ladrón?
Todas las miradas convergen en Cedric. Especialmente la de Latefund de Bad, verdaderamente sorprendido ante aquellas palabras reveladoras.
-¿Eres tú el soldado… Cedric? –pregunta Thür con los ojos extraviados. -¡Tú! ¡Maldita sea tu estampa! Creí que ya estarías muerto... de viejo. ¡Cuánto me alegra verte, condenado!
-Sí, yo, maldito seas, desgraciado. Después de salvarte las manos y la vida me robaste hasta los pantalones. ¡Eres ahora la misma basura de entonces!
-Me acuerdo mucho de ti e incluso les he hablado a estos de un soldado que me ayudó a escapar de las garras del viejo Latefund. Creí que habrías muerto ya. Te portaste bien conmigo y por eso te dejaré vivo, así estaremos a la par. Te debo la vida, me debes la vida. Estamos igualados. Podrás marcharte y solo me quedaré con los enanos y con el hombre elfo.
-No, Thür, tú y yo nunca podremos estar igualados en nada. Yo soy un hombre de bien y tú eres una víbora, un criminal de la peor clase. ¡Un asesino! Ahora me arrepiento de no haberte cortado las manos cuando me ordenaron hacerlo.
-Ya es tarde para eso, soldado Cedric, no tendré en cuenta tus palabras y te dejaré vivir, pero no me provoques. ¡No me provoques, Cedric, o te juro que te mataré también! Y ahora déjame conocer las virtudes del águila del muchacho. Tú, medio hombre, medio elfo, o lo que demonios seas. ¿A ver, qué sabe hacer tu águila?
-Es un águila amaestrada.
-Ya lo dijiste antes. A lo mejor hasta me interesa quedármela también. ¿Qué sabe hacer?
-¿Quieres una demostración? –pregunta Ab’Erana, sonriendo burlonamente.
-¡Eso estoy esperando, muchacho idiota!
-¿La quieres contigo o con alguno de tus camaradas?
-¡Conmigo! –grita Thür, sin pensar.
Ab’Erana sonríe de nuevo con descaro, mira fijamente a los ojos del águila y casi en un susurro, le dice:
-Picocorvo, vuela hacia arriba y cae en picado sobre ese hombre del hacha y arráncale las orejas.
El águila levanta el vuelo y comienza a subir haciendo círculos.
-¿Eso es lo que sabe hacer tu águila?
-No seas impaciente, Thür –bromea Ab’Erana. –Cada cosa en su momento.
Picocorvo cae en picado sobre el salteador con las garras por delante. Al golpetazo lo arroja al suelo y al bandido se le escapa el hacha de las manos. El águila le desgarra el rostro con las uñas y comienza a picotearle en las orejas y en la cabeza mientras Thür chilla como una rata e intenta desesperadamente librarse del pájaro dando manotazos.
-¡Matad a este pajarraco! –grita el jefe con desesperación. -¡Quitádmelo de encima! ¡Te mataré, chico, te mataré! ¡Te voy a descuartizar y tus trozos los echaré a los lobos!
Dos de los asaltantes corren a ayudar al compañero, ahuyentando al águila que se separa de su víctima con un trozo de oreja en el pico y comienza a revolotear a su alrededor, como si se burlase de ellos, mientras los individuos intentan golpearle, uno con el garrote y el otro con el hacha que lleva en las manos. Los dos restantes se acercan peligrosamente a Ab’Erana en el momento en que la espada comienza a crecer ante la mirada atónita de los salteadores y del propio Latefund de Bad, incapaz de creer lo que están viendo sus ojos. Luego propina una serie de mandobles al aire, a diestro y siniestro, arriba y abajo, deteniendo los golpes del garrote y la navaja que intentan los atacantes, que no llegan a explicarse cómo aquel chico puede defenderse tan hábilmente con la espada. Incluso Latefund comprueba asombrado cómo Ab’Erana hace frente él solo a aquella camarilla de malhechores y aunque teme que finalmente caerá ante los bandidos, mantiene una cierta esperanza de que llegue a vencerlos.
Picocorvo cae por la espalda sobre uno de los bandidos que atacan al príncipe, lanzándolo al suelo y haciéndole perder el garrote que enarbola, ensañándose con él a picotazos.
Cedric consigue apoderarse de su bastón y de un garrotazo descalabra a uno de los que atienden al jefe, que se aleja arrastrándose por el suelo, gritando de dolor, con algún hueso del hombro roto.
Los cuatro elfos, libres de vigilancia, consiguen salir de las redes que les apresan y permanecen atentos a la pelea, escondidos tras los árboles, muy cerca del lugar en el que se encuentra Latefund de Bad. Todos esperan el desenlace final para ver qué camino toman. Fidor, entre tanto, libera a Latefund, cortándole las cuerdas, aunque el prisionero ni siquiera puede incorporarse por si mismo al tener el cuerpo entumecido. No obstante, los cuatro elfos permanecen relativamente tranquilos, conscientes de cual será el resultado final de aquella descomunal pelea, conocedores de la eficacia de la espada encantada.
-¡Ayúdenles! –grita Latefund, dirigiéndose a los elfos. –Yo no puedo moverme.
-No es necesario. Vencerá Ab’Erana, sin duda –responde Fidor, sonriendo.
El resultado para los asaltantes es catastrófico. Como advirtió Ab’Erana, nunca olvidarían aquel encuentro. El jefe, malherido, sangrante el rostro, un ojo picoteado, y sin visión; media oreja arrancada y otra a medio arrancar, prácticamente colgando; el llamado Gulem, portador de la navaja, fuera de combate por mor del bastonazo que le propinó Cedric entre el hombro y la cabeza, dejándolo malherido y chillando sin cesar; otro de los atacantes del príncipe, herido de espada en una pierna, está en el suelo incapaz de mantenerse en pie y se arrastra dificultosamente para alejarse del campo de batalla; el portador del hacha que fue a ayudar al jefe, destrozado también por las garras de Picocorvo. Solo queda indemne uno de ellos que ayuda a sus compañeros a huir al interior del bosque.
-¡Quietos todos ahí! –ordena Ab’Erana, cortándoles el paso.
-¡Debí cortarte las manos, Thür! –grita Cedric, enardecido por la pelea. -¡Eres un malvado asesino, un miserable, que no mereces vivir! Has matado a muchos hombres inocentes y mereces un castigo. ¡Esta vez no escaparás!
Nadie responde.
-¡Gulem! –grita Ab’Erana, echando chispas por los ojos, sin dejar de mover la espada.
El aludido deja de gritar y mira al príncipe con ojos desorbitados.
-Gulem. Ven hasta aquí arrastrándote, límpiate la lengua con la tierra y pide perdón por las palabras que dijiste sobre un elfo, la chica humana y su resultado. ¡Pide perdón o te dejo clavado ahí mismo!
El llamado Gulem se arrastra dificultosamente por el suelo cumpliendo la orden recibida hasta llegar a los pies de Ab’Erana. Lleva la cabeza hundida y ensangrentada y al llegar junto al príncipe apoya las manos en el suelo y alza la cabeza. Está pálido como un muerto. Presiente que va a morir. Incluso Cedric mantiene el aliento sin saber qué reacción tendrá su nieto. Todos los demás están paralizados por la intensidad del momento. Los elfos, Latefund y los bandidos.
-Te pido perdón por lo que dije, pero no me mates, te lo ruego.
-¿No me mates? ¿Cómo te atreves a pedir clemencia después de haber asesinado a varios hombres, entre ellos a un anciano, después de mutilarlos? ¿Crees que mereces clemencia? Sois unos criminales que no merecéis vivir.
-¿Qué haremos con ellos? –pregunta Cedric.
-Estamos en tierras de Latefund de Bad. Él los buscaba por la muerte de su abuelo y de los soldados de la escolta.
-También quisieron matarnos o hacernos prisioneros a nosotros –advierte Fidor.
-Latefund de Bad tiene más derecho sobre ellos. Son tus prisioneros, Latefund.
-Eres tú quien los ha vencido y me has salvado de sus garras. Te pertenecen. Tú debes decidir qué hacer –responde el aludido.
-No amigo mío, tú viniste hasta aquí con intención de capturarlos por lo que hicieron con tu abuelo. Tú debes juzgarlos y castigarlos. -¿Cómo es que te sorprendieron, siendo once hombres?
-Al llegar a este mismo lugar esas redes y unos palos cayeron sobre nosotros y nos atraparon. No pudimos hacer nada.
-¿Ibais todos apelotonados, acaso?
-Sí. Cabalgábamos en tres grupos y no tuvimos oportunidad de usar las armas ni escapar.
-Nunca deben ir apelotonados los soldados, no lo olvides. Caen más fácilmente según me indica mi sentido común.
-No lo olvidaré. Esto me ha servido de lección.
-¿Qué sucedió exactamente?
-Cayeron dos redes y un tronco atado por los extremos, como un columpio. Todos quedamos inmovilizados, excepto uno de mis hombres al que el tronco le rompió la columna vertebral y quedó gritando en el suelo. No tuvimos tiempo de hacer nada. Los caballos cayeron asustados y se organizó un maremagnun endiablado de hombres y caballos. A ese Thür le molestaban los gritos de dolor del soldado y ordenó matarlo. Al conocer mi identidad me amarraron como me habéis encontrado. Luego fueron sacando uno a uno a los soldados y les cortaron las manos rematando a algunos y dejando a otros morir desangrados. Fue horrible. Solo dejaron vivo a uno de ellos que fue al castillo a recoger el cuantioso rescate que pidieron por mí, pero oí comentar a dos de ellos que una vez recibieran el dinero no pensaban dejarme libre. Dirían que me llevaban con ellos hasta ponerse a salvo aunque... Su idea era quedarse con el rescate y cortarme las manos como a mi abuelo y a los pobres soldados. Los oí perfectamente.
-¿Cuándo ocurrió eso?
-Hace dos días. El emisario con el rescate regresará pronto, quizá mañana y espero que vengan más soldados con él.
-En ese caso los dejaremos fuertemente atados a estos árboles hasta que lleguen tus soldados y se hagan cargo de ellos. Debes prometerme que no los colgarás de inmediato, quiero decir aquí en el bosque. Según mi abuelo nadie debe ser ejecutado sin un juicio justo.
-Las salvajadas cometidas por estos miserables merecen ser castigadas con la muerte. Mataron a mi abuelo cortándoles las manos; mataron a los soldados que iban con él, mutilándolos del mismo modo y mataron a nueve soldados de mi escolta... ¡A todos les cortaron las manos! Estaban ya condenados a muerte por otras salvajadas semejantes. Ellos mismos han reconocido que iban a la horca y mataron a sus guardianes.
-Sí, todo eso es cierto, pero... No permitiremos que escapen de nuevo. Abuelo, átalos a árboles diferentes de forma que no puedan escapar.
-Lo haré con mucho gusto, hijo. Esta gente no merece vivir.
-Siempre me dijiste que…
-Te equivocas, Ab’Erana. Latefund de Bad tiene razón. Siempre te dije que nadie debe ser condenado sin ser juzgado, pero estos canallas ya fueron juzgados y condenados. No merecen vivir.
Ab’Erana guarda silencio y ayuda a Latefund a mantenerse de pie acompañándolo hasta dejarlo apoyado junto aun árbol.
Nadie vuelve a hablar más de la ejecución de los malhechores.
Un rato después los cinco individuos están fuertemente amarrados a los árboles con las propias cuerdas que utilizaban para bajar de ellos.
-¿Fuiste soldado de mi abuelo, verdad?
-Sí. Estuve con él durante algunos años. Hace más de treinta años. Me marché del castillo cuando me ordenó cortarle las manos a Thür, un mozalbete entonces, por un pequeño robo que había cometido. Me negué a cumplir aquella orden que consideré injusta. Le insinué a tu abuelo que lo castigara con unos latigazos y no quiso. Huí del castillo y llevé a Thür conmigo. Nadie nos persiguió porque todos los soldados me respetaban mucho debido a mi fuerza. Tres días más tarde, mientras dormía, este sinvergüenza huyó y se llevó mis pocas pertenencias. No me dejó absolutamente nada. Solo la vida y ahora comprendo que ya fue mucho.
-Nadie supo explicarme por qué este miserable le cortó las manos a mi abuelo y lo dejó morir. Ahora lo entiendo todo. Y también porqué les cortó las manos a los soldados y los dejó morir desangrados o los remataron a golpes. Una venganza por la condena que le impuso mi abuelo treinta o cuarenta años antes, aunque no llegara a ser cumplida.
-Tiene malas entrañas este hijo de Satanás que nunca supo quien fue su madre. Espero que no puedan matar a nadie más –comenta Cedric, presumiendo cual será el final de los bandidos.
-¿Quiénes sois? –pregunta Latefund, al verse rodeado por los elfos, Ab’Erana y Cedric.
-Ya te lo dijimos días pasados. Caminantes que buscamos el Arco Iris –responde Ab’Erana, sonriendo.
-Aquellas palabras me parecieron un argumento absurdo aunque fingí creeros. No parecíais tan estúpidos.
-Somos caminantes que vamos a un lugar determinado en busca de una meta –responde Fidor, enigmático.
-Ignoro qué y quién eres y qué significan tus palabras.
-Recuerdo que la otra noche dijiste no creer en la existencia de los duendes, pese a que uno de ellos, Fidor concretamente, estaba escondido en la cueva, ¿qué piensas ahora al ver a mis amigos? –pregunta Ab’Erana.
Latefund de Bad, mudo, se encoge de hombros, denotando ignorancia e incomprensión.
-He quedado tan sorprendido al verlos que no sé qué decir. Jamás pude imaginar que existieran seres semejantes. Y también me sorprende saber que tú eres mitad hombre, mitad elfo. Nunca oí hablar de seres así.
-Te contaré luego una pequeña historia porque me caíste bien desde el momento en que te vi. Quizá por ser la primera persona de mi edad que tropiezo en la vida. Mi padre es elfo y mi madre humana. Era hija de mi abuelo Cedric. Esta noche mientras descansemos junto al fuego te contaré la historia.
-¿Os quedaréis conmigo esta noche? –pregunta Latefund, sorprendido.
-No parece aconsejable que te quedes solo al cuidado de estos criminales. Puede ser que tengan algún cómplice y sería fatal para ti. Si estos canallas consiguieran soltarse ten la seguridad de que te cortarían las manos y te descuartizarían, incluso.
-No tengo la menor duda de que lo harían. Jamás he visto la muerte tan cerca como ahora.
-Permaneceremos aquí hasta la llegada de tus soldados a pesar de que tenemos mucha prisa por llegar a... nuestro país. Tenemos una misión muy importante que cumplir.
-Te quedaré inmensamente agradecido y serás recibido con todos los honores si alguna vez decides ir a mi castillo –dice Latefund de Bad. –Tu abuelo y tú sois algo así como mi ángel de la guarda. Me disteis cobijo la otra noche y hoy me habéis salvado de estos criminales. Os debo la vida. No lo olvidaré nunca y en prueba de agradecimiento te daré algo que tengo en mucho aprecio y que estos criminales no encontraron porque lo oculté en el interior de mi bota.
Latefund se descalza el pie derecho y del interior de la bota saca un anillo de oro con un escudo grabado.
-Toma, es el anillo de mi familia, el que representa el señorío de estas tierras.
-No puedo aceptarlo, Latefund.
-Me enfadaré si no lo aceptas –responde el joven, cogiendo la mano de Ab’Erana y colocándole el anillo en uno de los dedos.
-Está bien. Lo aceptaré con una condición. Si en algún momento lo necesitas, ten la seguridad de que lo tendrás a tu disposición. Te lo devolveré en cuanto me lo pidas.
-¿Sí? ¿Y cómo podré localizarte? –responde Latefund, sonriendo ante el ofrecimiento de su salvador.
-No lo sé. Ese ya será tu problema. Solo puedo decirte que estaré en el País de los Elfos, lugar perteneciente al Mundo de los Seres Diminutos, que ignoro dónde está, o habré muerto en la aventura que allí me lleva.
Hay un momento de silencio y cruce de miradas entre unos y otros.
-¿Hay alguien herido? –pregunta Cedric rompiendo el silencio, buscando con la mirada a los cuatro elfos que se mantienen expectantes, sin atreverse a intervenir.
-Nadie –responde Fidor.
-¡Ha sido fantástico! –exclama Kunat. –Es la mejor pelea que he visto en mi vida. Gracias a ti, príncipe, podemos disfrutar de libertad. Nos has salvado la vida por segunda vez y te estamos doblemente agradecidos. Hay muchos hombres que vienen al bosque a cazar Seres Diminutos para luego exhibirlos en las plazas de los pueblos y obtener dinero. Lo pasan muy mal, reciben golpes y burlas de la gente. Sin embargo, nunca oí decir que los señores de los castillos los utilicen como muñecos para organizar guerras, para su distracción.
-Tampoco yo lo oí nunca, Kunat –responde Cedric.
Latefund de Bad, impresionado ante la presencia de los elfos y las palabras que acaba de oír, pregunta:
-¿Eres príncipe, Ab’Erana?
-Sí. Aunque me veas con estos harapos, lo soy.
-¿De qué país?
-Del País de los Elfos.
-Jamás oí hablar de ese país. ¿Dónde está situado?
Ab’Erana mira a Fidor y a Cedric.
-Ya te dije antes que lo ignoro. Además, no puedo hablar de ese tema contigo. No lo entenderías.
-Hay muchas cosas que no entiendo, pero no importa, mi agradecimiento hacia ti es tal que justifico plenamente tu silencio y lo respeto –responde Latefund, sonriendo. Y luego, mirando a Fidor y a los tres soldados elfos, alza la mano derecha con la palma hacia el firmamento, y hace un juramento: -¡Juro que jamás en mis tierras nadie humillará ni maltratará a enanos ni seres diminutos, como os llamáis! Al contrario, si llego a encontrarlos alguna vez os garantizo que serán mis protegidos y los defenderé con todas mis fuerzas.
-¡Bravo! –grita Fidor, entusiasmado ante las palabras de Latefund de Bad. Y luego: -Deberíamos quemar esas redes para evitar que otros puedan usarlas con los mismos fines que esta gentuza.
-¡Yo las quemaré! –grita Cedric. –El hijo de perra de Thür... Después de que le salvé las manos y quizá la vida... ¡Maldito sea! Nos servirán para encender un fuego que nos haga entrar en calor. La noche amenaza con ser intensamente fría y hasta es posible que nieve.
Cedric amontona las redes en un claro del bosque, les coloca encima ramas secas y les prende fuego. Comienza un chisporroteo y a los pocos minutos las redes arden como teas iluminando las tinieblas del anochecer.
-Tened cuidado no vaya a propagarse el fuego –advierte Fidor. –Cuando un bosque se quema por un descuido es una auténtica tragedia. En nuestro país han ocurrido fuegos varias veces y los resultados siempre fueron calamitosos y trágicos.
Todos los presentes rodean el fuego con ramas en las manos por si salta alguna pavesa poder apagarla y un rato después solo quedan los rescoldos que sirven para mantener la fogata de leña que preparan para pasar la noche.

2

Sentados alrededor de la fogata, dice Latefund:
-Me ha impresionado el comportamiento de tu águila. He conocido halcones amaestrados pero jamás habrían hecho lo que hizo tu águila.
-Picocorvo y yo nos entendemos a la perfección. Él entiende mis palabras cuando le hablo y yo interpreto sus pensamientos.
-¡Es increíble! ¿Por qué? ¿Es que tienes poderes ocultos que hacen que las aves te obedezcan?
-No sé responderte a esa pregunta –reconoce Ab’Erana sinceramente. –Solo sé que es así.
-¿Quizá porque eres mitad elfo, mitad hombre?
-Puede ser, pero no lo sé. Tampoco Picocorvo tiene explicación para esa pregunta que se la he formulado varias veces. Creo que esa cuestión es un enigma para todos. Él y yo estamos tan sorprendidos como tú.
Sentados todos alrededor del fuego, una vez comentados todos los acontecimientos ocurridos aquella tarde, Ab’Erana cuenta a Latefund de Bad la historia de su vida, ante la admiración del joven que con sus preguntas demuestra el interés que ha suscitado en él aquella historia.
En un momento determinado, viendo el cansancio reflejado en los rostros de todos ellos, Ab’Erana ordena a Picocorvo la vigilancia de los malhechores durante la noche, pese a establecer un turno de vigilia entre los componentes del grupo para mantener vivo el fuego y no perder de vista a los asesinos.
En las primeras horas de la tarde del día siguiente, a los agudos oídos de los elfos llega el rumor del galope de un caballo y pocos minutos más tarde llega a la entrada del bosque un jinete cabalgando a gran velocidad, llevando otro caballo de las bridas.
Latefund de Bad sale al camino y le hace señales con los brazos para que se detenga.
El segundo caballo carga dos enormes bolsas que todos suponen es el importe del rescate.
-He venido lo antes posible, señor. ¿Cómo es que os han liberado? –pregunta de inmediato, al apercibirse de la libertad de movimientos de Latefund.
-Todo se ha resuelto gracias a estos amigos –dice Latefund de Bad, señalando a sus liberadores.
-¡Son los dos hombres del Arco Iris! ¡Y esos... esos enanos! ¿Quiénes son? ¡Jamás vi gente tan pequeña en mi vida! –exclama el soldado con los ojos desorbitados.
-No te asustes, soldado. ¿Recuerdas que en la cueva ocupada por estos hombres pregunté si alguien habías visto alguna vez en su vida duendes o gnomos y todos dijisteis que no?
-Lo recuerdo perfectamente, señor. Le dije la verdad. Ni los había vista ni pensé que existieran seres semejantes.
-¡Ahí los tienes! Son elfos, semejantes a los duendes. Son mis amigos Fidor, Kunat, Ludok y Llovis. Y te pido que si en algún momento de tu vida ves a alguno de ellos en peligro, arriesgues tu propia vida para salvarlos.
-Así lo haré, señor. ¿Y los asesinos?
-Ahí están atados a los árboles. Los asesinos de mi abuelo, de tu hermano y de tus compañeros. Son los componentes de la Banda de los Árboles.
El soldado se dirige a los árboles donde están atados los asesinos y la emprende a golpes contra el llamado Thür, sin que nadie pueda impedirlo.
-¡Malditos asesinos! Dejadme que los atraviese aquí mismo, atados como están, señor.
-No lo hagas, soldado.
-Entonces debemos colgarlos aquí mismo, señor. Ahora. Atados como están para evitar que puedan huir. ¡Mi hermano iba con su abuelo y también lo mataron estos demonios!
-He dado mi palabra al príncipe Ab’Erana de que no serán colgados hasta que ellos se hayan marchado y así será.
-¡Son criminales, señor! –grita el soldado, indignado, mirando a Ab’Erana. –Los mataron delante de mis narices mientras me tenían atado al árbol. Les cortaron las manos y luego terminaron con ellos a golpes de hacha y de estacazos. Debemos colgarlos ahora mismo. No deben vivir ni siquiera un minuto. ¿Y si se escapan? ¿Qué harán si consiguen huir? ¡Nos cortarán las manos a todos! –grita el soldado, con lágrimas en los ojos, presa de un estado de nervios completamente explicable. –Lo que hicieron estos asesinos es lo más horrible que he visto en mi vida. No creo que pueda ver nada semejante nunca jamás. Les fueron cortando las manos y arrojándolos al suelo para...
El soldado comienza a llorar.
Se produce un silencio aplastante.
Latefund de Bad mira a Ab’Erana y a Cedric sin dar respuesta al soldado.
Cedric se acerca al muchacho y lo abraza por los hombros mientras llora.
-Perdón, señor, no he podido evitarlo.
-¿Has venido solo?
-No, señor. Hay un grupo de soldados rodeando el bosque dispuestos a actuar a una señal mía –responde, hipando.
-Haz la señal y diles que se acerquen sin miedo.
El soldado toca tres veces un cuerno de caza avisando mediante una señal convenida.
-¡Maldito sea el colmillo retorcido de un jabalí cojo! –grita Cedric, con evidente indignación. –Este soldado tiene razón. ¡Estos miserables no tienen derecho a seguir vivos! Ellos mismo dijeron que cuando los llevaban atados para ajusticiarlos, se soltaron y mataron a los ocho guardianes. ¡Han sido ya juzgados y condenados a muerte por un tribunal de justicia, no sé cuál, ni me importa! ¿Por qué correr el riesgo de que se escapen y vuelvan a las andadas? No debemos andar con escrúpulos de conciencia con hechos tan claros como estos. Este soldado recordará durante toda su vida cómo esos miserables les cortaron las manos a sus compañeros, a su propio hermano, y al señor Latefund de Bad. ¡Ab’Erana! Siempre te he pedido cosas justas. Releva al señor Latefund de su compromiso para que puedan ajusticiar a estos energúmenos de inmediato. Un príncipe con una misión como la tuya no se puede andar con tiquismiquis. ¡Son unos asesinos inmisericordes! No han matado a otros hombres en peleas. Han asesinado a inocentes indefensos y a sangre fría. No merecen consideración alguna.
-Tú me inculcaste la idea de que nadie debe ser condenado sin ser juzgado. ¿Por qué me dices ahora lo contrario?
-Te hablaba con carácter general, hijo. Nunca pude imaginar que nadie hiciera las barbaridades cometidas por estos canallas.
Vuelve a producirse un momento de silencio y cruce de miradas, especialmente entre Ab'Erana, su abuelo y Fidor que le hace un movimiento imperceptible de cabeza.
Ab’Erana comprende que todos están de acuerdo con las palabras de su abuelo. Se acerca a Latefund de Bad, le coloca una mano en el hombro, lo mira a los ojos y le dice:
-Amigo, estos criminales han reconocido que fueron juzgados, condenados a morir en la horca y que asesinaron a sus guardianes. Mataron a tu abuelo y a muchos de tus soldados sin darles posibilidad de defenderse. Tienen razón tu soldado y mi abuelo. Te relevo de tu compromiso. Haz lo que consideres justo en el momento que lo creas conveniente.
Ambos jóvenes se funden en un abrazo.
Minutos más tarde aparecen en el claro del bosque numerosos soldados armados con lanzas y espadas que rodean amenazadoramente a todos los presentes y que pretenden matar a los prisioneros a golpes.
Latefund llama al capitán de los soldados y le da unas instrucciones precisas. El grupo de soldados se dirige al lugar donde están atados los prisioneros, seguidos por los asistentes, excepto Ab’Erana que permanece en el claro del bosque con su águila. Oye un griterío ensordecedor producido por los asesinos, que chillan y patalean, conscientes de que en aquella ocasión no tendrán escapatoria posible, y por los soldados que no les permiten ningún tipo de movimientos. Pocos minutos después un impresionante silencio se adueña del bosque y Ab’Erana comprende que todo ha terminado para los asesinos.
Hay abrazos de despedida y vivas al príncipe, que emocionan a Ab’Erana.
Los soldados permanecen en el claro del bosque mientras Ab’Erana y sus acompañantes se alejan en dirección desconocida.

3

-Vosotros cuatro –señala Latefund a cuatro soldados. –Seguid de lejos al príncipe Ab’Erana. Necesito saber qué camino sigue. Me gustaría conocer el país de los Seres Diminutos y la única forma de conseguirlo es siguiendo sus pasos. El príncipe Ab’Erana es mi amigo, estoy dispuesto a ayudarle en todo cuanto necesite y él me ha prometido lo mismo. Si llegara a necesitarlo alguna vez no sabría dónde encontrarlo. Necesito conocer dónde está su país.
-¿Y si nos descubren, señor?
-Seguidlos de lejos. Si llegan a descubriros decidle que os encargué cuidar de que no les sucediera nada en el camino hacia donde vayan. ¡Tened especial cuidado con el águila! –advierte Latefund.


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