miércoles, 25 de junio de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET- NOVELA

Transcribo a continuación el Capítulo XIX de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.
Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)

CAPÍTULO X I X

Murtrolls y Mauro


1

Al regresar Ab’Erana a Varich reúne a sus consejeros y les da cuenta del resultado de la expedición a la Ciudad Perdida, del fin del consejero Trafald a manos de Mauro, en las galerías subterráneas y de la observación realizada sobre el Valle Fértil, desde las crestas de las montañas circundantes.

-¿Cómo se llaman las montañas que rodean el Valle Fértil por el lado del Desierto de las Calaveras? –pregunta el rey a Fidor.

-Son las Montañas de Pizarras Fulgurantes aunque la gente las conoce como Montañas Cegadoras.

-¿Por qué se llaman así?

-El sol se refleja en ellas con tal intensidad que pueden dejar ciego a quien se atreva a mirarlas directamente.

-Algo así comentó uno de los soldados que me acompañaron a la Ciudad Perdida. ¿Quieres decir que si el sol se refleja directamente en esas láminas de piedras, blancas como el mármol, pueden producir ceguera en quien las mire con fijeza?

-Exactamente. Se dieron ya muchos casos de elfos imprudentes, o ignorantes, que quedaron ciegos al mirarlas.

-Me interesan mucho esas piedras, Fidor.

-¿Puedo saber el motivo? –pregunta el aludido, ciertamente intrigado ante las palabras del joven rey.

-¿Es posible obtener finas láminas de esas piedras? –vuelve a preguntar Ab’Erana sin responder a la pregunta de su amigo Fidor.

-Es posible. Son láminas de pizarras. Hay otros lugares más cercanos a Varich donde también existen, aunque en menor cantidad. Están en las canteras de Lúkor.

-Necesito disponer de tres centenares de láminas de esas piedras. Cuanto más finas sean, mejor.

-¿Qué pretendes hacer con ellas? –insiste Fidor, molesto por no recibir una respuesta concreta del rey.

-Atacar a los trolls, Fidor.

-¿Atacar a los trolls con láminas de piedras? ¿Piensas lanzarlas a la cabeza del rey Murtrolls o a los endiablados trolls?

-No lo sé aún. Es tan solo una idea que debo madurar. Da las órdenes precisas para que los canteros preparen tres centenares de finas láminas de piedras para que sirvan de escudos a los soldados. Cuanto más finas sean, mejor, así pesarán menos.

-¿Pretendes que nuestros soldados lleven escudos de piedras?

-Serían sumamente eficaces.

-No te entiendo.

-Ya te he dicho, amigo Fidor, que es tan solo una idea incipiente. No puedo dar más detalles porque los ignoro. Lo único que sé con certeza es que vamos a necesitar tres centenares de escudos construidos con láminas de piedras que deberán estar revestidos con algún tipo de tela o piel.

-Sigo sin entender qué pretendes hacer.

-Es muy fácil, Fidor –repite Ab’Erana a punto de perder la paciencia.- Escudos construidos con láminas de piedras de poco peso y revestidos con cualquier material opaco.

-Está bien. No entiendo una palabra, pero se hará como dices –responde Fidor, intrigado, pensando en ese momento que cuando Ab’Erana no desea dar mayores explicaciones, tendrá sus motivos. Lo que sí le resulta evidente es que el rey no desea exponer sus ideas en público.

Los consejeros se miran entre sí, hay encogimientos de hombros, pero nadie hace comentario alguno.

Más tarde, cuando Fidor se entrevista a solas con Ab’Erana para informarle que ha impartido las instrucciones necesarias para que los canteros preparen finas láminas de piedras del tamaño de un escudo y los artesanos los revistan de cualquier tipo de material, le pregunta:

-¿Quieres decirme para que necesitan nuestros soldados escudos de piedra recubiertos con telas o pieles? No entiendo una palabra.

-¿Qué te ocurre, Fidor? ¿Es que ya no piensas como antes? ¿Se te ha subido el poder a la cabeza y no adivinas mis pensamientos? No te enfades –le dice al ver cómo a su amigo se le cambia la expresión.

-Te juro que no sé qué pretendes hacer.

-Es muy fácil, Fidor. Nuestros soldados llevarán esos escudos cuando ataquemos a los trolls.

-¿Para qué?

-¿Para qué suelen llevar los soldados los escudos, Fidor?

-Si es para defender su integridad física pueden ser escudos de latón que resultan más fáciles de manejar.

-Lo que te voy a decir no quiero que lo comentes con nadie. Cualquier comentario podría hacer fracasar mis planes. ¡Con nadie, Fidor! No debemos fiarnos de nadie. En cualquier rincón puede haber un traidor dispuesto a dar el zarpazo.

-¿Es que no tienes confianza en mí?

-En ti, absoluta. Pero no la tengo igual en los demás. Por eso hoy vendrás con mi abuelo y conmigo a ver a mi padre, os expondré mi plan y os pediré a los tres vuestros consejos y exigiré silencio. Solo lo sabréis mi padre, mi abuelo y tú.

Fidor hace un gesto de comprensión y asiente.

-De todos modos, quiero que sepas que todos los consejeros designados son elfos afines a la dinastía Dodet, prudentes y honrados a carta cabal. Mi confianza en ellos es absoluta y tengo la seguridad de que estarían dispuestos a dar su vida por ti.

-También pensabas así de Inicut antes de cometer sus traiciones.

-A veces se cometen errores de apreciación. No solo me equivoqué yo, lo mismo le sucedió a tu padre.

-Así es, Fidor. Y en esta ocasión no deseo correr ningún riesgo. Ni siquiera de buena fe. Si alguien comenta el plan como algo curioso, o extraño, sin maldad ni intención torticera alguna, podría llegar a oídos de los trolls y hacerlo fracasar. Con él pretendo dar el primer golpe, como hicimos en Jündika con las zanjas, machacar a los trolls y expulsarlos del Valle Fértil.

-No sé cómo lo harás, pero tengo la seguridad de que todo saldrá bien.

-Sin duda, Fidor, sin duda.

2

-Es algo original que puede dar resultado, o puede no darlo –opina Ge’Dodet, con un encogimiento de hombros, pero con el rostro alegre al ser consciente de que su hijo tiene ideas originales y avanzadas. -Desde luego es una novedad que no se le ha ocurrido antes a nadie, ni siquiera a mi padre que siempre estaba imaginando cosas nuevas para ponerlas en práctica contra los asquerosos trolls.

-A mí me parece un planteamiento genial y fantástico –admite Fidor, entusiasmado. -¡Genial es la palabra! Y estoy convencido de que dará resultado porque es una idea magnífica y aumentará el prestigio de Ab’Erana hasta cotas jamás alcanzadas por un rey elfo.

-¿Comprendes ahora por qué mi silencio de esta mañana?

-Y estoy totalmente de acuerdo con tu prudencia. Nadie debe conocer el plan hasta el momento preciso. Deberás comunicarlo a los soldados minutos antes de comenzar la batalla. En el momento de dar la orden de ataque. En un principio pensé que fuese desconfianza hacia mí.

-¡Fidor, Fidor! ¿Cómo pudiste pensar eso? Tal confianza tengo en ti y en tu buen hacer que cuando comencemos la batalla contra los trolls para recuperar el Valle Fértil, permanecerás en Varich, encargado del gobierno del país, como ya hiciste con anterioridad cuando mi viaje a Jündika, a Morac y por todo el país. ¿O es que no lo recuerdas? Mi agradecimiento hacia ti será eterno, amigo Fidor. En esto pienso exactamente igual que mi padre.

Ge’Dodet asiente con un movimiento de cabeza y seguidamente pregunta:

-¿Qué piensas hacer, atacar de improviso o avisar a Murtrolls para que abandonen el Valle sin luchar?

-Me inclino por avisar. Sé que no se irán, pero entiendo que debemos agotar todas las posibilidades para evitar la guerra. Ya he visto demasiados muertos y he de procurar evitarlos. No me gustan los muertos. Me desagradan. Me deprime ver muertos.

-No servirá de nada –asegura Ge’Dodet. –Murtrolls se cree invencible y no aceptará nada que presuponga la devolución del Valle. La guerra será inevitable y bien que lo lamento. Ya te lo dije un día. Creo que lo correcto es avisar hasta agotar todas las posibilidades para alcanzar la paz, aunque tengo el convencimiento de que en este caso el aviso resultará infructuoso. Son terribles las guerras, hijo. Hasta las guerras justas. Pero con los trolls los avisos previos no servirán de nada, ya lo verás.

-Padre, en mi recorrido por el país pude palpar los sentimientos de nuestro pueblo hacia ese Valle. Todos, sin excepción, quieren que ese trozo de tierra elfa vuelva a ser de los elfos. Sé que algunos elfos lloran de rabia al ver a los trolls disfrutar de algo que es nuestro. Los he visto llorar. Recuerdan a los elfos muertos en el Valle y aseguran que sus espíritus no descansarán en paz mientras un trolls pise aquellas tierras.

-Lo supongo. Yo tengo los mismos sentimientos y también lloro en silencio y a solas por nuestro Valle. ¡Qué nombre tan hermoso le pusieron nuestros antepasados! ¡Valle Fértil! ¿Recuerdas Fidor, cuando los veranos íbamos al Valle? Pasábamos allí largas temporadas en la granja de mis padres, ¿recuerdas?

-Claro que lo recuerdo. Fueron unos tiempos maravillosos. Desde la granja, veíamos a los trolls al otro lado del río, recostados en las puertas de sus cuevas, mirando hacia el Valle. No hacían otra cosa sino mirar y amenazar con los puños en alto. Constantemente mirando. Eran unos vagos redomados y así continúan, lo que no menoscaba que sean buenos luchadores cuando llega el momento. En aquella época nada hacía suponer que algún día se convertirían en dueños y señores de todo el Valle y seríamos nosotros quienes tendríamos que mirar desde arriba, como hiciste días pasados desde las cumbres de las Montañas Cegadoras. ¡Cuántas vueltas da la vida!

-Muchas veces he pensado eso mismo. ¿Cómo pudimos perder el Valle tan estúpidamente? –pregunta Ge’Dodet.

-No es necesario buscar explicaciones, príncipe –responde Fidor. –Es muy lamentable admitirlo pero... el comportamiento injusto del rey le hizo perder su dominio sobre la espada encantada. Nadie se explica por qué lo hizo, pero... lo hizo, y la historia no tiene marcha atrás. Lo hecho, hecho queda.

-Nunca llegué a explicarme el comportamiento de mi padre, es cierto. Siempre fue un esposo y padre ejemplar.

-Ni tú, ni nadie. Tú, prisionero de los trolls, no viviste aquellos días posteriores a la gran batalla, en Varich. Fueron días terribles para todos. Nadie se explicaba lo ocurrido. Murtrolls se adueño del Valle y sus tropas avanzaron hacia Varich, quizá con intención de adueñarse del país. Pensó convertirse en rey de los elfos pero ante la resistencia tan feroz que encontró modificó sus planes y decidió nombrar rey a Mauro, un elfo con espíritu de trolls. Fueron días horribles para todos. Tu madre murió a los pocos días, de tristeza y de pena por lo sucedido con tu padre y contigo. Tampoco ella llegó a comprender nunca el comportamiento de tu padre con aquella elfa. Me lo dijo una tarde, llorando, pocos días antes de morir.

-¿Por qué lo haría? Siempre vi a mis padres muy bien avenidos. Ella con sus permanentes achaques y él con sus atenciones hacia ella, y nada hacía sospechar que se comportase de aquel modo. Además, liarse con una elfa mucho más joven que él, que podría haber sido su hija o su nieta... Durante mi cautiverio pensé con frecuencia en ese capítulo de la vida de mi padre y llegué a pensar que todo se debió a una argucia de Murtrolls para hacerle caer en el deshonor, y con ello en la imposibilidad de usar la espada encantada. Mi padre siempre fue justo y honesto en todos los órdenes de la vida... Jamás cometió una injusticia con nadie. No encuentro explicación alguna a su comportamiento y me gustaría encontrarla. No resolvería nada pero sería una satisfacción para mí saber qué ocurrió exactamente.

-Eso no lo sabremos nunca –musita Fidor, pensativo.

-O quizá sí –aclara Ab’Erana, enigmático.

-¿Es que sabes tú algo de ese asunto? -pregunta su padre, extrañado, pensando que es absolutamente imposible que su hijo pueda conocer algún detalle de un acontecimiento ocurrido cuando estaba recién nacido.

-Algo sé.

-¡Cómo!

-Son las ventajas de ser el rey.

-Habla, por favor. Este asunto es una espina que llevo clavada en el corazón. Por nuestro pueblo, por mi padre y por ti. Me gustaría mucho poder rehabilitar su nombre, si hubiese motivos que lo justificaran.

-¿Recuerdas el nombre de la elfa que se lió con mi abuelo?

-¡Claro! Nunca lo olvidaré. Se llamaba Lesa Lumara. Nunca hablé con ella. Todos los elfos la conocíamos y puedo asegurarte que después de Erana era la elfa más hermosa de todo el país. Su marido se llamaba Trope. No llegué a tener amistad con él pero según sus amigos era un buen soldado, valiente y cumplidor.

-¿No era un poco... diabólica, aquella elfa?

Ge’Dodet se queda dudando unos segundos y responde:

-No sé si diabólica sería la palabra justa. Sí parecía ambiciosa, capaz de cualquier comportamiento con tal de alcanzar el poder o el dinero. Todos lo comentaban.

-Lumara era ambiciosa y diabólica. No sé cómo, trabó conocimiento con Murtrolls, y, parece ser que él le ofreció convertirla en su favorita, o en su esposa, y colmarla de riquezas, en el momento en que consiguiera apoderarse del Valle Fértil. Le pidió que sedujera a mi abuelo. Tu padre le doblaba o triplicaba la edad y Murtrolls pensó que sería una presa fácil para los encantos de Lumara. No sé cómo lo consiguió pero lo cierto fue que Lumara enamoró a mi abuelo; le dijo que su esposo era un traidor, que estaba al servicio de Murtrolls y tenía instrucciones de matarlo a él y a ti; y que se entregaría a él en el momento en que la librara de su esposo porque ella no podía continuar conviviendo con un traidor. Al pobre soldado le encontraron la carta que la propia Lumara había colocado en su morral y el soldado fue condenado y ejecutado por traidor. Aquella misma noche se produjo el ataque de los trolls. Mi abuelo estaba con Lumara. Al percatarse de lo ocurrido intentó sacar la espada de su vaina y no lo consiguió. Parece que fue ella quien avisó a los trolls comunicándoles que el rey no podía disponer de la espada. Murieron los dos, tu padre y ella, de dos lanzadas, a las pocas horas de la muerte de Trope.

-¡Es cierto! Así fue –reconoce Fidor. –No habían pasado diez horas de la ejecución de Trope cuando se produjo el ataque de los trolls y la muerte del rey.

-¿Cómo sabes eso? –pregunta Ge’Dodet, mirando alternativamente a Fidor, a Cedric y a su hijo, sin dar crédito a las palabras de éste.

-Nunca oí rumores en ese sentido –comenta Fidor, denotando ignorancia. –Me refiero a que Lesa Lumara estuviese en connivencia con Murtrolls.

-Uno de los soldados que me acompañaron a la Ciudad Perdida estuvo en la última batalla con mi abuelo. Cuando los trolls remataban a los heridos que aún se movían, él simuló estar muerto y así lo consideraron los esbirros. Dos trolls junto a él comentaron lo ocurrido. La conversación que mantuvieron fue más o menos, la siguiente: “la maniobra de Murtrolls de buscar una elfa ambiciosa dispuesta a enamorar al rey Dodet para hacerle perder el poder sobre la espada encantada, ha sido una jugada maestral. La elfa lo enamoró, le dijo que su marido era un traidor e incitó al rey a eliminarlo si quería estar con ella y el pobre viejo cayó en la trampa”. “¿Cómo es posible que el rey Dodet se dejara embaucar y que ella hiciera eso contra su propio rey y su esposo?”. “Murtrolls le dijo que la convertiría en su favorita y la colmaría de riquezas, y ella lo creyó”. “¿Dónde está la elfa?” “Murió junto al rey Dodet. Los maté a los dos siguiendo instrucciones del rey. A nadie interesaba que hubiese testigos”.

-¿Dónde está ese soldado? Necesito hablar con él de inmediato.

-Él no desea hablar con nadie, ni siquiera contigo, padre. Le prometí respetar su secreto.

-Pero...

-El soldado habló conmigo a solas porque soy su rey. Quebrantó un juramento que hizo por ser yo quien le preguntó. Me autorizó a contarte la historia pero nada más. Argumentó que si le obligaba a hablar quebrantaría su juramento por segunda vez y no lo deseaba. De todos modos es lo único que sabe. Te repetiría la misma historia.

Ge’Dodet permanece pensativo y en silencio durante unos minutos, mientras los demás respetan su mutismo.

-Sea como quiere el soldado. Solo pretendía agradecerle su recordatorio y poder hablar con él sobre los últimos días de la vida de mi padre. Me gustaría mucho hacerlo.

-Se lo diré e intentaré persuadirlo.

-Tuvo que ser así. Engañado. Tales fueron mis sospechas durante todos estos años, pero... ¡Maldito seas, Murtrolls, que fuiste sembrando el mal por todas partes! –exclama Ge’Dodet con la expresión crispada.

3

Ab’Erana inicia los preparativos para la gran batalla de recuperación del Valle Fértil. Publica bandos por todo el país invitando a los elfos a que se alisten en los ayuntamientos para participar en la Gran Batalla contra los trolls y el apresamiento del rey Mauro. Muchos militares elfos visitan ciudades, pueblos y aldeas exhortando a los elfos a alistarse. Incluso se hace propaganda en el País de los Silfos, con el consentimiento del rey Kirlog II, en el mismo sentido, alegando que la pretensión es acabar con el dominio de Murtrolls y el apresamiento del rey Mauro. Los silfos saben de la maldad de Mauro y de Murtrolls y se alistan para intentar acabar con ambos individuos por el peligro en potencia que ambos representan también para ellos.

Se producen colas para el alistamiento de elfos y silfos. En poco más de un mes, Ab’Erana consigue reunir varios miles de individuos dispuestos a luchar contra los trolls. Se anuncia en los pasquines que el mando de la tropa lo llevará el propio Ab’Erana con su espada encantada, y que, además, él personalmente encabezará todas las batallas.

Fidor comunica al rey que la fabricación de los escudos está finalizada, que se han preparado cuatro centenares en vez de tres, de unas láminas finísimas para que el peso sea llevadero para los soldados, provistos de firmes agarraderas en la parte dorsal para la sujeción.

Finalizados los preparativos, Ab’Erana conduce las tropas a las cercanías del Valle Fértil, con intención de amedrentar al rey de los trolls con el apabullante ejército conseguido, infinitamente superior al dispuesto por Mauro para atacar a los silfos. Miles de elfos y centenares de silfos, armados con espadas, lanzas y flechas, cubren los campos adyacentes al Valle. Una gran parte permanece en las llanuras que dan acceso al Valle y otro gran número de soldados ocupa los montes que rodean el enclave, dejándose ver como demostración de fuerza.

Ab’Erana envía un emisario al rey Murtrolls exigiéndole la entrega inmediata del rey Mauro para ser juzgado por su conducta criminal; y la devolución del Valle Fértil “arrebatado a los elfos con malas artes, debido a la intervención de la elfa Lesa Lumara, traidora a su esposo, a su pueblo y a su rey; al servicio de vuestra majestad, que, engañada y como pago a su traición, recibió muerte ignominiosa por orden suya, con intención de no dejar testigos de su comportamiento canallesco”.

Transcurre el plazo concedido y Murtrolls no da respuesta alguna. Todo parece indicar que está dispuesto a defender con uñas y dientes lo que debe considerar suyo, pese a saber que es tierra arrebatada con malas artes a los elfos.

Ab’Erana pregunta entre los soldados si alguno puede describirle al rey Murtrolls. Muy pocos han conseguido verle el rostro, que, al parecer, lo tiene deformado por una cicatriz que le produjo en cierta ocasión la espada encantada del rey Dodet XII en una de las múltiples batallas que mantuvieron ambos monarcas. Sin embargo, algunos facilitan una pista fundamental: es pelirrojo y lleva el cabello y la barba muy largos.

-Picocorvo –dice Ab’Erana al águila- sobrevuela el Valle y dime qué se aprecia en él. Quiero saber si los trolls se preparan para la guerra o si se marchan hacia sus cavernas. El rey Murtrolls tiene barba y cabello rojos y largos. Si consigues traerlo es posible que acabe la batalla antes de comenzar.

Picocorvo remonta el vuelo y desaparece en las alturas.

Son los primeros días del verano con días claros y luminosos.

La respuesta de los trolls no llega y Ab’Erana adquiere certeza de que el enemigo no acepta solucionar el contencioso de forma amistosa. Habla con sus consejeros y deciden iniciar la reconquista del Valle Fértil a la mañana siguiente.

4

Al tener conocimiento, por los espías infiltrados en el País de los Elfos, del avance de las tropas acercándose al valle, Murtrolls convoca a sus generales y consejeros a consultas. Ordena que Mauro y sus acompañantes, acogidos a su hospitalidad desde su llegada al Valle, estén presentes en la reunión, pensando que puedan aportar algunas ideas que le sirvan para aplastar a los elfos. Advierte que se trata de un gabinete de guerra que se mantendrá en tanto en cuanto la amenaza de los elfos sea una realidad.

Se encuentran todos reunidos, hablando del único tema posible en aquellos momentos: el movimiento de tropas elfas en el camino de Varich y montes adyacentes al valle, cuando un soldado trolls solicita permiso para entrar en el salón, hace una serie de reverencias humillantes y entrega al rey Murtrolls el mensaje remitido por Ab’Erana, con la doble exigencia de entrega de Mauro y devolución del Valle Fértil, de forma inmediata.

Murtrolls, al recoger el mensaje lacrado, se aparta del grupo de consejeros, ocupa el sillón real que domina toda la sala y hace un gesto de contrariedad al leer el contenido del mensaje conminatorio.

Varios soldados armados vigilan las puertas del salón y ninguno de los presentes sabe si es para evitar la entrada de gente no deseada o impedir la salida de algunos de los reunidos.

El silencio en la enorme sala del palacio es impresionante, pero todos saben que puede romperse en mil pedazos en momento inesperado debido al carácter impetuoso e irascible del rey Murtrolls.

En uno de los laterales permanecen Mauro y sus acompañantes, dialogando animadamente aunque en voz baja con los consejeros de Murtrolls. No obstante aquella apariencia amistosa, Mauro se muestra sumamente receloso y su mirada no se aparta del rostro del rey, observando sus reacciones. Conoce a Murtrolls desde muchos años antes y sabe que, al rey de los trolls, el resultado de la campaña contra los silfos le ha sentado muy mal. Haber perdido la batalla y a muchos de sus mejores soldados le ha supuesto un enorme revés. No haber conseguido nada positivo, y, haber perdido el trono del país elfo, originando el regreso apresurado de centenares de trolls que ocupaban cargos relevantes en el país vecino, ha supuesto para el rey un contratiempo inesperado. La creencia de la invencibilidad de los trolls se ha derrumbado como un castillo de arena.

Murtrolls, con el rostro desfigurado por una enorme cicatriz, tiene un aspecto siniestro. Una barba intensamente rojiza, rizada y llamativa, como los cabellos, le caen en melena sobre los hombros. Lee el mensaje sin que se le altere un solo músculo del rostro. Parece tener un dominio completo sobre sí mismo, pero sus colaboradores saben que aquel silencio es el preludio de una explosión.

El rey baja del trono, se acerca al grupo de Mauro, arruga el mensaje que tiene en las manos y lo arroja de forma violenta y despiadada al rostro de Mauro, al tiempo de gritarle:

-¡Estás acabado, Mauro!

El silencio se hace cortante entre los presentes que se miran entre sí, sin alcanzar a comprender exactamente el por qué de aquella acusación. No obstante, todos los consejeros de Murtrolls que departen con Mauro y sus acompañantes, se alejan de los elfos, dejándolos aislados en mitad del salón.

El rostro de Mauro se congestiona pero no se atreve a rechistar ante la terrible acusación del trolls. Sospecha lo que pueden significar aquellas palabras porque muchas veces él mismo las dijo a otros que temblaron en su presencia, como a él le sucede en aquel instante. Teme por su seguridad personal. Por su propia cabeza.

-¡Tu pretensión de invadir el País de los Silfos con la sola finalidad de apoderarte de la princesa Radia y convertirla en tu esposa, o en tu esclava, nos ha llevado a esta situación calamitosa!

Mauro no acierta a balbucir palabra alguna para desmentir las palabras de Murtrolls.

-Quisiste engañarme justificando la invasión como elemento fundamental para la formación de mi pretendido imperio con los tres países, pero sé que tu única idea era la de apoderarte de la princesa. Me han llegado noticias en ese sentido. Noticias fidedignas.

-¡No es cierto, Murtrolls! Te juro que no es cierto. Te han informado mal.

-Muchas veces me hablaste de esa princesa en términos elogiosos y eso solo podía tener una explicación. Estabas encaprichado con ella y querías conseguirla a cualquier precio. Ella te rechazó, su padre no estaba dispuesto a concedértela y pensaste apoderarte de ella por la fuerza. Sé que has hecho cosas semejantes en otras ocasiones porque tú mismo me lo dijiste, pero esta vez tu fracaso ha sido estrepitoso. Tus apetencias libidinosas te saldrán muy caras en esta ocasión, Mauro.

-Estás equivocado, Murtrolls. ¡Te juro que no son ciertas esas acusaciones! Lo hice con la finalidad de ofrecerte el país para la formación del gran imperio que pretendes construir.

-¡Eres un mentiroso, Mauro! ¿Qué interés podías tener tú en la formación de un imperio si solo yo sería el emperador y tú ya no me servirías para nada?

-Siempre te obedecí en todo.

-Eres un embustero y estás en un aprieto. El elfo-hombre envía un mensaje. Ese –dice Murtrolls sin hacer caso de las protestas de Mauro, y señala el pergamino arrugado que hay en el suelo a los pies del rey destronado- y exige dos cosas. Una, tu entrega inmediata para ser juzgado y eso es una garantía para ti. Yo habría pedido tu cabeza en una bandeja y tú habrías hecho lo mismo. Otra, el abandono del Valle Fértil por parte de los trolls.

-¿Qué piensas hacer? –pregunta Mauro con voz temblorosa y entrecortada.

Murtrolls da la vuelta y regresa al sillón real sin dar respuesta a Mauro. Recoge la corona que está colocada sobre una bandeja de plata y se la coloca sobre la cabeza, quizá para dar mayor realce e importancia a sus palabras. Desde la altura del sillón, mira fijamente a Mauro y esboza una sonrisa siniestra.

-Te elevé a lo más alto que puede llegar un elfo, a ser rey de su pueblo, quebrantando todas las normas consuetudinarias seguidas en tu país para la designación de los reyes. Te permití llevar una corona como esta que ves sobre mi cabeza. ¡Te encumbré! Del mismo modo puedo hundirte en lo más profundo del abismo... por inepto. Sé lo que ocurrió en Jündika. Un planteamiento desastroso. La ciudad no te abrió sus puertas. Mataste a un soldado sublevado delante de todo el ejército y... ¿qué conseguiste? Que la tropa se pusiera en contra tuya. Solo a un loco o a un inepto pudo ocurrírsele actuar de aquel modo.

-Nadie pudo prever la existencia del elfo-hombre, que estuviera del lado de los silfos con el pajarraco amaestrado y que acudiera en ayuda de mis propios soldados.

-¡Claro! Él captó la voluntad de los soldados con aquel acto y tú te comportaste como un estúpido.

-Nadie podía prever lo que ocurrió. ¿Era lógico pensar en la existencia de un elfo-hombre con la espada encantada y con un pajarraco amaestrado que raptó al mejor de mis generales?

-¡Déjate de monsergas y de historias de pájaros amaestrados!

-Te expliqué el plan de ataque y estuviste conforme con él. Lo comentamos juntos, aquí mismo. Tengo tus propias notas. En todo momento seguí tus instrucciones –protesta Mauro, lívido, sin atreverse a mantenerle la mirada a Murtrolls.

-Tu campaña fue un auténtico desastre –acusa Murtrolls sin hacer caso de las palabras de Mauro. - fuiste el organizador de esa guerra. fuiste a la lucha y perdiste. Fue tu guerra. Yo no fui a ninguna parte. ¡Eres únicamente quien debe pagar las consecuencias del fracaso!

-Deseabas apoderarte de todo el territorio elfo para crear un imperio entre tu país, el nuestro y el de los silfos. ¡Así lo dijiste muchas veces! Ese era el plan.

-Cierto. Así lo dije y mantengo esa idea. Pero la tuya era diferente. Tú no pensabas en el imperio porque, al crearse, solo yo sería el emperador de todo y tú pasarías a un segundo plano. Tú únicamente pensabas en la princesa.

-¡No es verdad!

-¡No discutas conmigo, Mauro!

-¿No te ayudé? Primero situando a los trolls en lugares estratégicos del país para ir minando los sentimientos del pueblo elfo; luego intenté invadir el País de los Silfos, para ofrecértelo en bandeja, estuviste de acuerdo y me facilitaste soldados, incluso. No es justo que me acuses de haber organizado la invasión con la única intención de apoderarme de la princesa. ¡No es justo que lo hagas! ¿Cuál fue mi ineptitud? ¿Que las cosas salieron mal? Cierto y está a la vista. Diré en mi descargo que nadie me advirtió de la existencia de un hijo de Ge’Dodet, mitad elfo mitad hombre, que ha trastocado todos nuestros planes.

-Ese estúpido elfo-hombre va derecho al fracaso si intenta apoderarse del Valle. Nuestros soldados despedazarán a los elfos y silfos que se atrevan a poner un pie aquí. Ya no habrá más contemplaciones con ellos. Una vez acabe con el elfo-hombre entraré a saco en tu país y me apoderaré de él. ¡Yo! No habrá piedad para nadie. Exterminaré la raza de los elfos. Luego le tocará el turno a los silfos y convertiré todo el territorio en dominio de los trolls.

-¿Qué haré yo, entonces?

-¿Tú? Empiezas a ser un estorbo, Mauro. La gente de tu pueblo no te quiere y ya no me sirves para nada. El elfo-hombre exige tu entrega inmediata y pienso acceder a sus deseos. Así creerá que estamos amedrentados y quizá se confíe o retrase la operación y nos dé tiempo para preparar la defensa adecuadamente o intentar algo como hice con su abuelo.

-¡No puedes hacer eso conmigo! –brama Mauro, aterrorizado, con los ojos a punto de salírseles de las órbitas. – ¡Me matarán! ¡No tendrán piedad de mí!

-Piensa juzgarte.

-¡Tu sabes que eso es mentira! Me cortarán la cabeza en cuanto me entregues.

-Muchos reyes acabaron sus días ejecutados por sus propias gentes. A ti te puede suceder lo mismo. Serás, simplemente, uno más.

-¡Te he servido siempre con honradez y no puedes hacerme eso! –grita Mauro, mirando a todos los asistentes, como esperando alguna ayuda que no se produce, ni siquiera de sus propios consejeros, porque todos permanecen inmóviles y silenciosos, sin ánimos para protestar, ante el temor de seguir el mismo camino que Mauro.

-Estás equivocado, Mauro. Puedo hacer contigo eso y mucho más. Tú sabes perfectamente que soy capaz de todo.

Mauro se transforma. Dirige a Murtrolls una mirada cargada de odio y comete un gran error.

-Si me entregas a mis enemigos revelaré al elfo-hombre cuales son tus planes y donde están los puntos débiles de la defensa del Valle. ¡Te expulsarán de aquí y te morirás de asco en las cuevas de las que saliste!

El rostro de Murtrolls adquiere una dureza insuperable al escuchar la amenaza. Abandona el sillón y se acerca a Mauro.

-¿Cómo te atreves a amenazarme, despreciable gusano? Debería matarte por lo que acabas de decir, pero haré algo peor, para que no puedas revelar mis secretos al enemigo. ¡Guardias! ¡Detened a Mauro, llevadlo a la mazmorra de seguridad y dejadlo allí hasta que se pudra! ¡A pan y agua! ¡Y a todos estos también! –grita, señalando a los consejeros de Mauro. –No podemos correr el riesgo de dejarlos libres, que regresen a su país y cuenten lo que saben y han visto en el Valle. ¡Os pudriréis todos en prisión!

-¡No lo hagas, Murtrolls, o te arrepentirás!

Murtrolls se acerca a Mauro y le propina dos violentas bofetadas, arrojándolo al suelo.

-Los condenados solo pueden hablar en mi presencia cuando yo lo permita. ¡Guardias, lleváoslos!

-Murtrolls, ninguno de nosotros piensa traicionarte –dice uno de los consejeros de Mauro, lívido, ante la orden impartida por el rey.

-¡Cállate! Impuse a este inútil para que entre ambos pudiésemos dominar el País de los Elfos pero su forma prepotente de gobernar solo nos creó enemigos, sin conseguir nada positivo –exclama, dirigiéndose a todos los elfos.

-Aún puedo recuperar el trono –dice Mauro, en última instancia.

-¿Quién crees que te ayudará a recuperarlo? ¡Nadie! Te darán una patada en el trasero en cuanto asomes por Varich. ¿Para qué me sirves ya? ¡Estás acabado, Mauro! He dictado sentencia.

Lo despiadado de aquellas palabras enardece a Mauro que responde:

-Me has estado manejando como a un monigote para conseguir tus planes, ¿no es cierto?

-¡Claro que te he manejado como un monigote! ¡Eres un monigote! Te manejé con tu consentimiento. Reconoce ahora delante de estos elfos lo que me dijiste en privado en muchas ocasiones. ¡Odias a los elfos! ¡A todos, incluidos tus propios consejeros! ¿Saben por qué? Porque cuando los trolls mataron a sus padres no vinieron a rescatarlo. Desde entonces guarda ese odio en su corazón. ¡Encerradlos a todos! –ordena Murtrolls dando por finalizada la conversación.

-¡No conseguirás encerrarme, Murtrolls!

-¡Estúpido! ¡Encerradlo!

-¡Espera un momento! –grita Mauro, desesperado. -Tengo que devolverte algo que me regalaste en cierta ocasión y no quiero tener encima. Dile a los soldados que me suelten.

Murtrolls hace un gesto a los soldados para que suelten a Mauro, que introduce una mano en el bolsillo, saca una pequeña estrella de cinco afiladas puntas y antes de que los soldados puedan evitarlo, la arroja con precisión contra el rey de los trolls que recibe el golpe sobre la corona que remata su cabeza. De no haber llevado la corona allí habrían acabado las ansias imperialistas del rey Murtrolls con la cabeza atravesada por una estrella.

Murtrolls queda durante unos segundos conmocionado, aunque consigue rehacerse de inmediato. Con el rostro demudado, se acerca a Mauro, que permanece inmovilizado de nuevo por los soldados, desenvaina la espada y sin mediar palabra lo atraviesa sin piedad.

-Te dije que no conseguirías encerrarme, Murtrolls –son las últimas palabras pronunciadas por Mauro antes de morir, forzando una tétrica sonrisa.

Se produce en la estancia un silencio absoluto que nadie se atreve a quebrantar.

Murtrolls regresa tambaleante a su sillón, se desploma en él y permanece en silencio, quizá pensando en lo cerca que estuvo de la muerte. Mira la corona y descubre la señal de la punta de la estrella perfectamente marcada en el lugar que tapaba su sien derecha.

Mauro queda tirado en el suelo con la espada clavada en el pecho, mientras los soldados esperan la orden del rey para retirar el cadáver.

Un soldado arranca la espada del cuerpo de Mauro, la limpia y se la entrega al rey, que exclama:

-¡Rómpela en dos mitades! No la quiero ya.

Los consejeros de Mauro, lívidos como muertos, rodeados por los soldados, esperan la decisión del rey, que no se hace esperar.

-Encerradlos... por el momento. Ya decidiré qué hacemos con ellos. Que un piquete de soldados con bandera blanca lleve el cadáver de Mauro a la frontera y lo entregue al elfo-hombre. Tal vez así se le aplaquen las iras.

5

El día amanece claro y transparente.

Ab’Erana informa a sus colaboradores que comenzará la invasión en las primeras horas de la mañana cuando el sol empiece a subir en el firmamento y resulte más molesto a los trolls.

El ajetreo motivado por los últimos preparativos es alucinante. Cada uno se dispone a realizar las instrucciones recibidas. Unos preparan las armas, otros los originales escudos construidos por los artesanos elfos, aquellos otros se disponen a organizar la recogida de los heridos para curarlos...

En mitad de aquella vorágine, unos soldados se acercan a Ab’Erana y le comunican que una extraña comitiva de trolls con bandera blanca se aproxima a la frontera del Camino de Varich.

Son seis trolls desarmados que, sobre unas parihuelas sobre los hombros, llevan un bulto, que parece el cuerpo de alguien, cubierto con una sábana blanca y un séptimo individuo que camina en primer lugar portando una bandera blanca. El trolls de la bandera pide hablar con el elfo-hombre para transmitirle un mensaje del rey Murtrolls, al tiempo de dejar sus compañeros las parihuelas en el suelo.

Alguien advierte a Ab’Erana que puede tratarse de una trampa, dada la conducta miserable que siguen los trolls en todos los actos de su vida y que vaya preparado para cualquier eventualidad.

Ab’Erana se acerca con la espada encantada fuera de la vaina, dando mandobles al aire y se encara con el jefe de la comitiva.

-¿Cuál es el mensaje de Murtrolls?

-El rey Murtrolls te hace entrega del rey Mauro, como pedías. Ahí lo tienes –dice el trolls señalando el bulto de las parihuelas. -Ya no tendrás que juzgarlo. Murtrolls te hace saber que los trolls jamás abandonarán el Valle Fértil que fue ganado en buena lid y que mientras haya un trolls en pie lo defenderá con uñas y dientes hasta morir. ¿Deseas enviarle alguna respuesta?

-Sí. Dile que queríamos a Mauro vivo y no muerto, pero que lo aceptamos. Dile también que tal entrega, aunque importante para nosotros, en nada altera nuestros planes de recuperar el Valle robado a los elfos con malas artes. Transmítelo así a Murtrolls. ¡Moriréis todos si no os marcháis!

El grupo de trolls hace un gesto de desprecio, da media vuelta y se aleja por el mismo camino que han traído sin pronunciar una sola palabra más.

Ab’Erana levanta la sábana y encuentra el cadáver de un elfo al que jamás ha visto de cerca. Pregunta a algunos soldados si reconocen en aquel cadáver al rey Mauro y todos afirman, sin la menor duda, que es él. Ab’Erana advierte que tiene el vestido manchado de sangre a la altura del pecho y deduce que debió morir de una cuchillada.

Los soldados quedan impresionados ante la noticia y se produce un silencio absoluto y respetuoso, pero de inmediato, alguien grita que Mauro ha muerto y la reacción general es una explosión de alegría porque la primera parte de la campaña ha tenido el éxito deseado.

Ab’Erana permite a los soldados que pasen ante el cadáver de Mauro para reconocerlo y luego ordena que sea enterrado para evitar que su espíritu siga deambulando en soledad y pueda causar mal a alguien.

-Ahora solo nos queda recuperar el Valle Fértil –comenta Ab’Erana al grupo de generales y soldados que le rodean.

2 comentarios:

Unknown dijo...
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Unknown dijo...
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