sábado, 28 de junio de 2008

LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET- NOVELA

Transcribo a continuación el Capítulo XX de la novela LA ESPADA ENCANTADA DEL REY DODET, primera parte: AB' ERANA.
Inscrita en la Oficina Territorial de Propiedad Intelectual Delegación de Cultura de Málaga. Nº de registro:200699900568150)

CAPÍTULO X X

La batalla de los escudos

1

A la hora que le parece propicia, Ab’Erana ordena a los cuatrocientos elfos que llevan los escudos de piedra que avancen hacia la frontera que los trolls establecieron a la entrada del Valle Fértil, veinte años antes, después de conquistarlo al rey Donet XII.

Al otro lado de la frontera hay multitud de trolls vociferantes provistos de sus terroríficos palos con el clavo en uno de los extremos, dispuestos a machacar a los elfos, porque en ningún momento pasa por sus cortas mentes la posibilidad de perder aquella batalla. Murtrolls considera que la derrota en la frontera de los silfos se debió al mal planteamiento de Mauro y está convencido de que a él no le sucederá lo mismo. La mayor preocupación del rey Murtrolls radica en la claridad del nuevo día y en el sol deslumbrante que reluce en el firmamento, circunstancias poco propicias para los trolls que prefieren siempre los días oscuros y nublados para plantear sus batallas.

Pese a las muestras de seguridad del rey Murtrolls, no parecen los trolls dispuestos a dar el primer paso e iniciar el ataque para cortar el avance de los invasores.

Están los ánimos de unos y otros tan exaltados que Ab’Erana piensa que la batalla será encarnizada. Los elfos porque consideran que aquella puede ser la revancha de las humillaciones sufridas desde la muerte del rey Dodet XII; los trolls porque están en la creencia que les ha imbuido Murtrolls de que aquella batalla puede dar lugar al dominio completo del País de los Elfos. En una de sus arengas les advierte que estén preparados porque una vez derroten a los atacantes irán a Varich, se apoderarán de todo el país, matarán a todos los elfos en edad de luchar, todos los trolls podrán abandonar las cuevas, instalarse en el país vecino, quedarse con todos sus bienes y convertir a las elfas en sus esclavas. Estas frases, repetidas en infinidad de ocasiones, han exaltado los ánimos de los soldados trolls.

Ab’Erana ordena al grupo de vanguardia que se sitúe a pocos metros de la raya fronteriza, sin que los trolls realicen ningún movimiento para impedirlo. Solo se mantienen a la expectativa. Están unos de otros a menos de doscientos metros. Los trolls rugen y gesticulan mientras los elfos permanecen en silencio por orden del joven rey.

Ab’Erana ordena a los soldados que llevan los escudos que avancen un poco más, rebasen la línea fronteriza y se adentren unos metros en territorio enemigo, situándose unos junto a otros levantando una muralla con los escudos.

Los trolls cada vez rugen con más potencia, están retenidos por sus jefes para que no avancen desordenadamente aunque a duras penas lo consiguen.

El orden de batalla planteado por Ab’Erana es el siguiente:

En primer lugar, como vanguardia, están los cuatrocientos soldados provistos con los escudos de láminas de piedras recubiertos con telas de colores, dando una vistosidad inusual a una gente que va a enfrentarse a la muerte.

Detrás se sitúan los arqueros más hábiles armados con potentes arcos y gran cantidad de flechas. Es el llamado Grupo de los Infalibles, preparados especialmente por el propio Ab’Erana que es un consumado arquero desde su niñez.

A continuación cincuenta elfos y silfos montando los avestruces de la princesa Radia, y otros cincuenta a caballos, con largas lanzas en ristre. Avestruces y caballos llevan unas defensas de mallas en las patas y en el pecho, para su seguridad.

Finalmente, el grueso de la tropa, armada con todo tipo de armas: espadas, flechas y lanzas, aunque algunos llevan simples garrotes nudosos, según las indicaciones del abuelo Cedric.

Al frente de todos aquel tropel de soldados se coloca Ab’Erana, dando mandobles al aire con su espada encantada, y el abuelo Cedric revestido con una enorme coraza de mallas que apenas le permite moverse con agilidad, enarbolando su conocido bastón nudoso y lanzando gritos estentóreos para amedrentar a los trolls. Es al único a quien Ab’Erana no ha conseguido hacer callar. Abuelo y nieto parecen dos gigantes entre pigmeos.

Ab’Erana no deja de mirar al sol. Sabe por informaciones de sus consejeros militares que a los trolls, acostumbrados a vivir en cuevas y cavernas, les molesta la luz del sol. Prefieren realizar sus actividades los días oscuros y nublados, o durante la noche, y recuerda en aquel momento que cuando se produjo el ataque en la frontera de Jündika el día estaba nublado y amenazaba lluvia; y fue de noche cuando atacaron y mataron a su abuelo Dodet XII.

En un momento determinado ordena a los soldados adentrarse un poco más en el Valle. Están a menos de cien metros del enemigo. Continúan avanzando paso a paso. Al encontrarse a cincuenta metros, ordena arrancar las telas decolores y dejar al descubierto los escudos de láminas blancas, procurar que los rayos del sol que tienen enfrente incidan en ellos y salgan reflejados hacia el lugar en que se encuentra la vanguardia enemiga.

Los trolls, sorprendidos ante aquella inesperada maniobra, se llevan las manos a los ojos, deslumbrados por el reflejo de las piedras cegadoras, momento que aprovechan los elfos del Grupo de los Infalibles para atravesar la frontera en tropel y lanzar andanadas de flechas contra ellos, con acierto total. Como los trolls tienen la costumbre de luchar muy cerca unos de otros, sin espacios libres, las flechas lanzadas por los elfos no fallan ni un solo blanco y los trolls caen amontonados unos sobre otros, en una matanza escandalosa que obliga a retroceder a sus compañeros.

Los elfos inician su avance arrollador con los escudos adelantados procurando deslumbrar a los enemigos que, ante los reflejos del sol fulgurante, comienzan a retroceder a marchas forzadas hacia el interior del Valle, en dirección al palacio del rey Murtrolls y el río que separa el Valle de la llamada Tierra de los Trolls.

Los gritos de ambos bandos atruenan el Valle. Son ensordecedores, intentando amedrentarse unos a otros. Sin embargo, la batalla desde el primer momento se inclina a favor de los elfos, cuyo primer golpe de efecto con los reflejos de los escudos ha sido inesperado y catastrófico para el enemigo. El desconcierto inicial llega a convertirse en algún momento en auténtico pánico entre los trolls que apenas pueden concentrar la vista porque las piedras cegadoras se lo impiden.

Ab'Erana, en primera fila, pone fuera de combate a cada trolls que se cruza en su camino. Pronto se da cuenta de que está abriendo brecha y que los trolls le rehúyen al darse cuenta de que es invencible. La espada encantada detiene cualquier ataque y desvía todo tipo de armas sin que los trolls vean la posibilidad de vencer a aquel elfo hombre que actúa como un auténtico ciclón.

Cedric por su parte, con su bastón nudoso causa enormes estragos entre las tropas enemigas, dando garrotazos a diestro y siniestro, e incluso patadas en muchos casos cuando algún trolls pretende sujetarlo por las piernas. Los elfos y silfos montados en los avestruces y caballos, con sus largas lanzas en ristre, entran en lisa casi con impunidad, sin que los trolls consigan alcanzarles con sus palos claveteados ni puedan hacer daño alguno a las aves y caballos, gracias a las defensas ideadas por Ab’Erana.

El avance de los elfos es arrollador. Es como si el odio concentrado durante muchos años contra los trolls les hubiese dado un valor y una fuerza descomunales. Poco a poco, metro a metro, buena parte del Valle va cayendo en poder de las huestes de Ab’Erana. Solo la parte más cercana al río que separa el Valle de las Tierras de los Trolls, y un pasillo entre el palacio de Murtrolls y el puente principal que atraviesa el río, se mantienen en poder del enemigo, pero Ab’Erana tiene la certeza de que en pocas horas los trolls serán expulsados del Valle. Al comprobar el desarrollo de la operación piensa que todo está resultando mucho más fácil de lo previsto.

Los trolls, en su retroceso, destrozan y queman todo cuanto encuentran al paso para no dejar nada en pie al enemigo. Numerosas llamas se levantan por todas partes sin que nadie se preocupe de apagarlas. Los incendios producen estampas alucinantes de pequeños núcleos de viviendas ardiendo, de gente corriendo de un lado a otro gritando sin cesar, de árboles convertidos en teas, de humaredas que imposibilitan una visión clara y dificultan la respiración... El calor desprendido por el fuego, comienza a ser insoportable. Las familias de los soldados trolls corren desesperadas de un lado a otro, dando alaridos de terror ante el avance implacable de los elfos. Todos retroceden en dirección a los puentes que cruzan el río, los atraviesan y se adentran en las montañas donde se ubican sus cuevas y cavernas y donde se encuentran la mayor parte de los niños y madres trolls chillando como ratas. Animan a los suyos a regresar para salvar la vida, temerosas al mismo tiempo de que los elfos decidan invadir sus tierras y lleven allí la batalla y la muerte.

Los campos se ven sembrados de cadáveres, especialmente de trolls, aunque también caen muchos elfos y silfos en la pelea. El olor a carne achicharrada va invadiendo todos los rincones del Valle.

A primeras horas de la tarde, después de medio día de intensas luchas, avances de los elfos y retrocesos de los trolls, suena un cuerno de caza desde las inmediaciones del palacio de Murtrolls y los trolls que aún se mantienen en pie empuñando un arma, retroceden de forma desordenada en dirección a los diferentes puentes del río. Es el reconocimiento explícito de la derrota, a juicio de Ab’Erana, pero también puede ser una estratagema del rey de los trolls.

Alguien informa a Ab’Erana que un jinete con barba rojiza que cabalga sobre un brioso caballo blanco, acaba de abandonar el palacio real; un soldado elfo le indica que es el mismísimo rey Murtrolls, que lo ha reconocido por su cabello y barba rojizos y que se dirige al puente principal. Ab’Erana lo ve en el mismo centro del puente impartiendo instrucciones para evitar la desbandada de los suyos. Minutos más tarde comienzan a surgir llamas del interior del palacio y Ab’Erana deduce que la destrucción del emblemático lugar, residencia del rey, es signo evidente de que los trolls dan por perdido el Valle Fértil, ya que en otro caso jamás habrían incendiado el palacio real.

Ab’Erana ve al jinete de la barba roja que se mantiene sobre el puente. Llama al águila que revolotea a su alrededor participando activamente en la batalla con ataques sistemáticos, lo mira a los ojos y le señala el lugar en que se encuentra Murtrolls.

-Picocorvo, aquel trolls de cabellos y barba rojos que está en el puente montando un caballo blanco, es Murtrolls, el causante de todas las tragedias que han asolado a nuestro pueblo. Él tuvo preso a mi padre durante quince años y fue el instigador de todos los males padecidos por el pueblo elfo. ¡Tráemelo!

Picocorvo se eleva sobre el cementerio de cadáveres en que se ha convertido el Valle y se dirige en busca del rey Murtrolls, que permanece atento a cuanto sucede a su alrededor. Un soldado de los participantes en el intento de invasión del País de los Silfos le avisa de la llegada del enorme pajarraco y Murtrolls, al ver que se dirige hacía él, recuerda las palabras de Mauro y se estremece al pensar que debe ser el mismo pájaro que secuestró al general Calabrús y causó el descalabro en el desierto. Salta del caballo y se esconde tras él, al tiempo de gritar a sus arqueros que disparen contra el águila obligando a Picocorvo a elevar el vuelo antes de llegar a su altura.

Ab’Erana ve la maniobra y comprende que será imposible, o muy difícil al menos, que Picocorvo pueda secuestrar a Murtrolls, que, sin duda, permanecerá atento a las evoluciones y movimientos del águila.

Murtrolls monta el caballo, atraviesa el puente en dirección al País de las Cavernas y se detiene en un montículo cercano. Está situado al borde de un talud que acaba en el río. Jinete y caballo están medio ocultos bajo un árbol, con intención de evitar que el pajarraco pueda verlos desde las alturas. Murtrolls, desde el promontorio, continúa dirigiendo la retirada de sus soldados. Tras él tiene las cuevas y cavernas de su país y centenares de trolls, ancianos, madres y niños, contemplando el panorama desolador que se ofrece a sus ojos. Los oye gritar y llorar y se muerde el labio inferior con tal rabia que llega a hacerse sangre. Mira hacia el Valle y reconoce que todo está perdido. Solo hay desolación, incendios y trolls abatidos. Su idea imperialista de unir los tres países, elfos, silfos y el suyo, bajo su único mando, se ha esfumado como un soplo de viento. Tiene un mal recuerdo para Mauro al que considera culpable de la tragedia acaecida por su estúpida idea de invadir el país vecino con la única intención de apoderarse de la hija del rey Kirlog, aunque alegase causas diferentes y con su actuación con el soldado que se le enfrentó y al que mató despiadadamente. Recuerda que le dijo en una ocasión que la princesa le obsesionaba a todas las horas del día y de la noche y que haría lo imposible para apoderarse de ella. Oye gritos de muerte por todas partes y se estremece. Pese a su dureza, dos lágrimas le ruedan por las mejillas y se pierden en la maraña de su barba rojiza. Piensa que todo está perdido, que aquel es el final... momentáneo, pero que su hora llegará.

Ab’Erana ve a Picocorvo sobrevolar en las alturas, sobre las cuevas y cavernas, sin que Murtrolls pueda verlo porque se lo impiden las ramas del árbol que le cobija. Inesperadamente lo ve caer en picado y atravesar junto a la cabeza del caballo montado por el rey. El animal, asustado, se encabrita y alza las manos al tiempo de dar un relincho. Murtrolls, sorprendido, intenta dominar la montura pero ésta pierde estabilidad y ambos, caballo y jinete, caen por el talud, el caballo rodando hacia un lado sembrado de piedras, y el rey directamente al agua del río, dejando atrás, como eco, un alarido espeluznante. El caballo muere estrellado contra las rocas, mientras la corriente arrastra violentamente el cuerpo de Murtrolls hasta perderse de vista.

Los gritos de los soldados se van extinguiendo poco a poco a medida que se dan cuenta de que el jefe que los manda no está en su sitio.

Alguien grita “Murtrolls ha muerto” y aquel grito, como una llamarada, se extiende por el Valle y por las Tierras de los Trolls con la misma rapidez que el viento. Hay gritos de alegría entre los elfos y de desolación en las tropas enemigas. Los pocos trolls que permanecen luchando en el Valle, sin nadie que les mande, en un desorden total y absoluto, corren en dirección a los puentes para cruzar el río y hacerse fuertes en su territorio.

Ab’Erana, sudando, se siente satisfecho del éxito conseguido. Los dos objetivos se han cumplido. Mauro, muerto y el Valle Fértil, en su poder. Algunos generales y soldados le incitan a atravesar el río y acabar para siempre con el poderío de los trolls, pero, al mirar a su alrededor, mueve la cabeza apesadumbrado y decide no seguir aquellos consejos.

-¡Mirad! –le grita a sus colaboradores, señalándole a su alrededor.- ¡Mirad todo esto! ¿No hay ya demasiadas bajas? ¿Qué queréis, más elfos y silfos muertos?

Ordena a Tori Windoff que se mantiene junto a él con el cuerno de avisos que toque tres llamadas ordenando a elfos y silfos que se detengan junto a los puentes, sin atravesarlos.

-¡No quiero que ningún trolls herido sea rematado a partir de ahora! –grita con toda su potencia. -¡Corred la voz! Hay que respetar a los heridos –insiste por segunda vez. -¡Castigaré a quien no cumpla esas órdenes!

-Majestad, si nos adentramos tras ellos podremos aniquilarlos –insiste uno de los generales que había luchado con el asesinado rey Donet XII. -Nos dejarían tranquilos para siempre. De no hacerlo así cualquier día saldrá otro caudillo que pretenderá imitar a Murtrolls y tendremos nuevas guerras. ¡Hay que externarlos, majestad!

-Es una posibilidad la que apuntáis, general. ¡Esos muertos son realidades! ¿No le parece que ya ha muerto demasiada gente? –repite. -Los mejores soldados trolls han caído ya. Solo mataríamos ancianos, mujeres y niños. Nuestra misión era expulsarlos del Valle Fértil y recuperar lo que es nuestro, no exterminar a los trolls. Debemos sentirnos satisfechos con el resultado obtenido. La lucha en esas montañas presentaría grandes dificultades para nosotros dado lo accidentado del terreno, perderíamos muchos soldados y no estoy dispuesto a poner en peligro la vida de un solo soldado más. ¿No le produce tristeza ver el Valle sembrado de cadáveres? El Valle Fértil vuelve a ser nuestro, general, aunque sea convertido en un cementerio. Se han cumplido los dos objetivos pretendidos. Mauro ha muerto y hemos recuperado el Valle Fértil mucho más fácilmente de lo esperado. No insista, general. La batalla ha terminado.

-La idea de los escudos de piedras cegadoras ha sido sorprendente, majestad -admite el general de más edad, presente en la reunión. –Nunca se le ocurrió a nadie nada semejante. Creo que los trolls fueron los primeros sorprendidos. ¡Genial! Un golpe magistral que inclinó la batalla a nuestro favor desde el principio.

Desde el lugar que ocupa, mira a su alrededor y ve el Valle destrozado, numerosos incendios por todas partes, casas y cosechas quemadas o en rescoldos; centenares de cadáveres y heridos, gritando, pidiendo ayuda. Un espectáculo macabro y deprimente.

-Costará mucho tiempo convertir el Valle en lo que fue, según cuentan mi padre y Fidor.

-Era un vergel, majestad. Lo conocí durante el reinado de Dodet XII y puedo asegurarle que era casi un jardín. Estos malditos trolls lo convirtieron en un estercolero.

-Lo convertiremos nuevamente en un jardín, como entonces, general. Ahora lo que urge es enterrar a los muertos y curar a los heridos.

-¿También a los trolls? –pregunta otro general, arrugando el entrecejo, extrañado ante el comportamiento tan generoso del rey. -Ellos nos habrían rematado a golpes de palos claveteados.

-Nosotros no somos ellos, general. Si lo hiciéramos seríamos tan miserables como ellos, ¿no le parece?

-Tenéis razón, majestad. ¿Qué haremos?

-Lo primero, recoger a nuestros heridos y enterrar a nuestros muertos, identificándolos previamente para comunicarlo a sus parientes. Los aquí caídos hoy pasarán a formar parte de la lista de héroes del país. Todos merecen permanecer en el recuerdo de los demás.

Los generales que rodean al rey asienten satisfechos.

Ya muchos elfos y silfos se encuentran en la tarea de retirada y curación de los heridos y después de la orden real se abren numerosas zanjas en las que comienzan a enterrar a los muertos.

-¿Qué hacemos con los trolls, majestad?

-Algo a lo que esa gente no está acostumbrada.

Envía un soldado con bandera blanca de parlamentario al puente, con orden de cruzarlo y adentrarse en territorio trolls para comunicar que el rey Dodet XIII permitirá la retirada de muertos y heridos. Se produce un tremendo desconcierto e incomprensión en el campo de los trolls dado lo inusual de la medida porque el comportamiento de ellos después de la victoria es el de rematar con saña a los enemigos heridos. Con mucho recelo aparecen algunos trolls en los puentes que cruzan el río. Son especialmente ancianos y mujeres, provistos de unas extrañas parihuelas o angarillas para retirar a los heridos, tarea que llevan a cabo durante toda la noche y parte del día siguiente, ayudados por antorchas y vigilados en todo instante por los soldados elfos que guardan un respetuoso silencio por orden de Ab’Erana. Después de retirar al último trolls herido, ancianos y mujeres desaparecen del Valle sin preocuparse de los muertos. Alguien informa a Ab’Erana que aquel es el sistema de vida de los trolls, muy diferente del seguido por los elfos que viven en la creencia de que mientras el cuerpo no ha sido enterrado el espíritu del individuo no descansa.

Ab’Erana, al ver aquella desconsideración con los muertos, ordena que un nuevo parlamentario atraviese el puente y haga saber a los trolls que si no retiran los muertos de inmediato invadirán y arrasarán el País de las Cavernas. La amenaza surte el efecto deseado y una enorme fila de trolls regresa al Valle a cumplir la orden de Ab’Erana.

-Quiero que una vez salgan todos los trolls del Valle Fértil sean destruidos todos los puentes de reciente construcción, dejando uno solo, el primitivo –ordena Ab’Erana a uno de los generales que le acompañan.

Numerosos elfos se aplican a la extinción de los incendios incluidos los producidos en el palacio del rey Murtrolls, del que solo parece haber ardido una parte.

Ab’Erana establece el puesto de mando en la parte habitable del propio palacio y manda llamar a sus generales para impartirles las instrucciones pertinentes. Uno de ellos hace el siguiente comentario:

-Majestad, recibimos el cuerpo de Mauro pero el rey huyó en compañía de algunos consejeros y no sabemos nada de ellos. Debieron llegar aquí junto con Mauro y solo tenemos constancia de que el rey murió pero ignoramos qué sucedió con los otros. Uno de los consejeros es mi padre.

-¡Vaya! ¿Por qué no me lo dijo antes, general?

El elfo guarda silencio sin saber qué responder.

-Es posible que Murtrolls ordenara matarlos antes de huir –apunta otro militar.

-También es posible que estén encerrados en mazmorras y los dejaran allí esperando que muriesen achicharrados –razona Ab’Erana. –Bajemos a las mazmorras.

El propio Ab’Erana encabeza el grupo. Alguien le indica una escalera y bajan por ella a los sótanos del palacio alumbrando el camino con unas antorchas.

Llegan a un largo pasillo en el que hay varias puertas de hierro, cerradas con llaves y cerrojos.

-¡Hay alguien ahí! –grita Ab’Erana.

-¡Aquí! –responde una voz cavernosa.

-Ahí hay un manojo de llaves. Abrid todas esas puertas –ordena Ab’Erana a uno de los soldados portadores de antorchas.

Aparecen seis elfos, consejeros de Mauro a juzgar por los medallones que cuelgan al cuello, demacrados y sucios, con expresión atemorizada. Quedan paralizados al ver a Ab’Erana con la espada encantada del rey Dodet en la mano y a los generales elfos en mitad del pasillo.

-¡Padre! –exclama el general cuyo padre era consejero, echándole los brazos a uno de los retenidos.

-¿Qué ha sucedido? –pregunta el elfo, sin soltar a su hijo.

-Mauro ha muerto. Los trolls han sido expulsados del Valle Fértil por el rey Ab’Erana, Dodet XIII –aclara el general.

-Majestad... –susurra uno de los consejeros arrojándose a los pies de Ab’Erana. –¡No nos decapites!

-¿Quién eres?

-Soy… fui consejero de Mauro.

-Levántate. Necesito que me contéis lo ocurrido con Mauro. ¿Quién lo mató?

Los consejeros explican al rey lo sucedido en el salón real entre Mauro y Murtrolls y cómo murió el primero a manos del segundo.

-General, atended a vuestro padre y a estos elfos. Dadles agua y alimentos y llevadlos luego a mi presencia. Necesito aclarar algunas cosas. No están presos –aclara Ab’Erana, recordando la conversación que mantuvo con Arag de verse obligado a aceptar el nombramiento de consejero. -Tratadlos a todos con la consideración debida a un consejero real.

Los seis consejeros intentan humillarse ante el rey pero este lo impide con un gesto.

Bien avanzada la mañana del día siguiente el silencio y la tranquilidad comienzan a extenderse a lo ancho y largo del Valle. Pero también se aprecian mucho mejor los destrozos causados por la guerra y el fuego. Desolación absoluta.

2

Ab’Erana se encara con Picocorvo y le advierte que va a realizar una nueva misión. Le ordena que lleve un mensaje a Fidor en el que le da cuenta del resultado de la batalla, de la muerte del rey Mauro y de lo ocurrido con Murtrolls, que "posiblemente haya muerto ahogado en las aguas del río”. También le indica haber tomado posesión del palacio del rey Murtrolls y que su regreso será en días inmediatos, “en cuanto la situación quede consolidada y adopte las medidas necesarias para la recomposición del Valle, destrozado después de la batalla y quemado en gran parte por los miserables trolls antes de abandonarlo”. Le pide a Fidor que comunique al pueblo de Varich el resultado de la guerra y avise a su padre porque desea que esté en la ciudad en el momento de su llegada.

Al regreso de Picocorvo, Ab’Erana vuelve a encararse con él. Le pide que vuele a la ciudad de Morac, con un mensaje para la princesa Radia en el que comunica el resultado de la batalla, la muerte de Mauro y el destino desconocido del rey Murtrolls “que posiblemente haya muerto arrastrado por la corriente del río”. También le comunica que en los próximos días se iniciarán los preparativos para la celebración del matrimonio.

3

Por orden de Fidor, los heraldos del palacio anuncian el regreso de Ab’Erana con varios días de anticipación al momento de producirse a fin de que la gente tenga tiempo de engalanar la ciudad.

La entrada triunfal del joven rey Dodet XIII, en Varich tiene carácter de apoteosis.

Fidor organiza un espectáculo grandioso, como jamás se conoció otro en los anales de la ciudad. Todas las calles, principales y secundarias, se adornan con banderitas verdes y guirnaldas de flores, mientras grupos de músicos tocan por esquinas y rincones, la gente baila de forma espontánea y la alegría se expande por toda la ciudad. Nadie recuerda fiesta semejante.

El príncipe Ge’Dodet, avisado por Fidor, no quiere perderse el espectáculo y regresa a la ciudad para estar en primera fila y felicitar al vencedor.

Las calles por las que atraviesa la comitiva, con Ab’Erana y Cedric a la cabeza, ocupando la carroza tirada por los seis avestruces de la princesa Radia, se convierten en un auténtico clamor. Los vítores no cesan. Hay llantos y risas de jóvenes y mayores. La emoción de Ab’Erana al ver el entusiasmo y la alegría de la gente es incontenible. También hay tristeza en los familiares de los soldados caídos en batalla.

La llegada a la puerta del palacio resulta apoteósica.

Ge’Dodet, en primera fila, aplaude entusiasmado.

Padre e hijo se estrechan en un abrazo.

-¡El Valle Fértil vuelve a ser de los elfos, padre! Hemos aniquilado al ejército trolls. El rey Mauro ha muerto y desconozco el destino final de Murtrolls que fue arrastrado por las aguas del río, despeñado gracias a la intervención de Picocorvo. Posiblemente haya muerto también.

-¡Loor al triunfador sobre los miserables y asquerosos trolls! –grita Ge’Dodet, entusiasmado. -¡Loor al elfo que ha conseguido recuperar el Valle Fértil para el pueblo elfo y acabar con la pesadilla de Mauro, el usurpador! ¡Loor a todos los que han participado en la victoria!

Ab’Erana no tiene palabras apropiadas para responderle a su padre y nota cómo se le saltan las lágrimas, dominado por la emoción que le embarga.

-Ha sido una campaña sorprendente, hijo mío. Ni siquiera mi padre que pasó la vida en lucha permanente contra los trolls pudo conseguir jamás una victoria tan fulgurante y brillante como esta.

-Tuvimos una gran suerte al iniciar el ataque. La táctica de los escudos cegadores les cogió desprevenidos. No esperaban nada semejante.

-¿Suerte? No existe la suerte en las guerras. Mejor, el acierto. Tu idea de los escudos parece que fue definitiva. Las noticias de tus generales han llegado antes que tú. Tus colaboradores están entusiasmados y elogian tu idea de los escudos cegadores, como ellos les llaman y la consideran determinante para el resultado final. Aseguran todos que el desconcierto inicial de los trolls fue el principio del fin.

-Dijiste que mi idea de los escudos podría salir bien, o mal. Salió bien.

-Estoy orgulloso de ti, Ab’Erana. Sin conocerte, puse en ti todas mis esperanzas y hoy veo convertidos en realidad todos mis sueños y deseos. Todo se va cumpliendo. El deseo de estrecharte en mis brazos antes de morir, la recuperación del Valle Fértil para nuestro país y el final de Mauro, se han cumplido. Todo lo has hecho posible. No le puedo pedir más a la vida. Tampoco puede pedir más nuestro pueblo. La muerte de Mauro y el incierto destino de Murtrolls deben suponer la paz para todos los elfos durante muchos años. Murtrolls odiaba a los elfos tanto como Mauro. Veremos qué nos depara el destino de aquí en adelante.

Fidor, después de saludar a Ab’Erana, le indica que suba a la tribuna que han instalado junto a la puerta del palacio y comunique la buena nueva oficialmente al grupo enardecido de elfos que le aclaman sin cesar, abarrotando la plaza.

Ab’Erana se encarama a la tribuna y pide silencio.

-Amigos: hace unos meses, cuando vivía en la llamada Tierra de los Hombres con mi abuelo Cedric, jamás había oído hablar del pueblo elfo y hoy me siento orgulloso de ser vuestro rey. ¡Me siento un auténtico elfo! Mi padre, el príncipe Ge’Dodet, preso de Mauro, consiguió enviarme una carta y la espada encantada del rey Dodet, con nuestro querido amigo Fidor, y él, mi abuelo Cedric, mi águila y yo comenzamos la aventura de la recuperación del trono para la dinastía Dodet. Derrotamos a Mauro en Jündika, con la eficaz ayuda del rey de los silfos, Kirlog II, sin la que esta situación que vivimos hoy no habría sido posible. Me proclamasteis rey al considerarme el predestinado. Y hoy puedo decir con todo orgullo que el Valle Fértil, que fue arrebatado por los trolls a los elfos, con malas artes, vuelve a ser de los elfos. Digo con malas artes porque todo fue fruto de una conspiración entre Murtrolls y una elfa traidora a su pueblo, llamada Lesa Lumara, que enamoró al rey Dodet XII por orden de Murtrolls a cambio de dinero, para hacer que mi abuelo perdiese el honor y, en consecuencia, el poder sobre la espada encantada. Fue fácil para una elfa joven y bellísima embaucar a un rey anciano. ¡Hemos hecho justicia! ¡Hemos expulsado del Valle Fértil a los trolls y allí están ahora nuestros soldados! Murtrolls mató a Mauro por diferencias entre ellos y más tarde el propio Murtrolls fue arrastrado por las aguas del río, después de caer despeñado por un talud de quince metros, gracias a la intervención de mi águila. Ignoramos el fin de Murtrolls, pero es evidente que ha dejado de ser un peligro para nuestro pueblo. Espero con vuestra ayuda que mi reinado traiga la paz y la prosperidad al país.

-Desde aquí deseo rendir un homenaje y todos los elfos y silfos muertos en la batalla. Todos ellos encabezarán una lista que se denominará Héroes del Valle Fértil y sus familiares recibirán toda nuestra ayuda. Sé que nunca se hizo nada semejante pero considero de justicia que así sea.

Los gritos de los asistentes obligan a Dodet XIII a permanecer callado durante unos segundos. Vuelve a pedir silencio y continúa: -Quiero que vosotros seáis los primeros en conocer una noticia muy importante para mí. Voy a contraer matrimonio con la princesa Radia, hija del rey de los silfos. Se lo pedí antes de ser nombrado rey y voy a cumplir muy gustosamente el compromiso de la palabra dada. A todos os pido que la acojáis con cariño y respeto y para no privaros del espectáculo es mi deseo que la boda se celebre en Varich en los próximos días. Fidor y mi abuelo Cedric se desplazarán al País de los Silfos a ultimar los detalles. Espero que la princesa sea recibida con el mismo cariño que habéis demostrado hacia mí.

Un nuevo rugido sale de las gargantas de los elfos congregados en la plaza y una salva de aplausos acoge las palabras de Ab’Erana, lo que al rey le parece un buen augurio.

Finalizado el acto, Ge’Dodet mira a su hijo y sonríe con satisfacción.

-Has estado magnífico y has conseguido atraerte a los elfos, sin excepción. Comunicar tu próximo matrimonio de esta forma multitudinaria ha sido un acierto. Crear esa lista de Héroes me ha conmovido. Me siento orgulloso de ser tu padre y no deseo ocultarte nada. Los elfos, a veces, hacemos cosas de difícil comprensión para los demás. Lo mismo creo que sucederá en el mundo de los hombres, no lo sé. A veces se hacen cosas que los demás no llegan a entender nunca.

-No te entiendo, padre. ¿Qué quieres decir exactamente?

-Poco después de tu marcha hacia el Valle Fértil recibí una visita completamente inesperada. ¿Te imaginas quién?

Ab’Erana mueve la cabeza.

-Inicut.

-¿Inicut? –repite Ab’Erana sin dar crédito a las palabras de su padre. -¿Cómo tuvo la osadía de presentarte ante ti después del mal que te causó, que nos causó a todos?

-Se arrojó a mis pies y me pidió perdón por todo el mal que me hizo. Me dijo que merecía la muerte por sus traiciones y se puso en mis manos.

-¿Cómo reaccionaste?

-Recordé algo que me contó Fidor.

-No sé a qué te refieres.

-Me dijo cómo perdonaste a los soldados Kunat, Ludok y Llovis que tenían intención de matarte. Les dijiste que si ibas a ser rey de los elfos no debías comenzar el reinado condenando a los tuyos, ¿recuerdas?

Ab’Erana asiente.

-¿Lo has perdonado entonces?

-Sí. Era mi amigo. Al verlo pudo más mi sentimiento de amistad que el de venganza. La venganza no llegó nunca a enraizar en mis sentimientos. Nunca. Fidor lo sabe. Todos podemos sentir en algún momento de la vida debilidad ante algo y cometer actos reprobables. A veces, en algún momento de arrebato y desesperación, pensé que si alguna vez llegaba a tener a Inicut a la mano, lo estrangularía. Fue débil, se sentía dominado por Mauro, según me dijo. Lo creí y no pude condenarlo. Lo perdoné. Está en mi casa. Le dije que tú eres el rey y quien debe decidir. Espera tu perdón.

-¿Si tú que fuiste su víctima lo perdonas, cómo voy a condenarlo yo?

-Eso esperaba que dijeses.

-De todos modos, padre, permíteme que te diga que un individuo que traiciona dos veces a su mejor amigo es un miserable y no es de fiar, ni aun después de haber pedido perdón y haberlo obtenido. Pese a que fui víctima como tú, lo perdono porque tú lo perdonas, pero no deseo verlo en Varich, me traería siempre malos recuerdos. Deberá abandonar la ciudad para siempre, salvo que tú dispongas otra cosa.

-Me parece una decisión justa. Y creo que a él también. Saber que no será perseguido por las canalladas que cometió y que podrá vivir tranquilo en cualquier rincón del país será suficiente.

-No deseo conocerlo. Dile que jamás se ponga en mi camino. La ciudad de Ubrüt puede ser un lugar apropiado para él. Varich, el Valle Fértil y Jündika serán lugares prohibidos para él, salvo que tú decidas otra cosa.

-Es muy razonable tu decisión y así se lo transmitiré.

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