lunes, 28 de enero de 2008

EL TRASPLANTE

Decir que uno es escritor aficionado y no demostrarlo es como decir que es torero y ser incapaz de ponerse delante de un toro. Por ello, para demostrar lo que digo, voy a copiar un relato contenido en uno de mis libros titulado RELATOS, en el que se contienen breves historias sobre los más variados temas.



He elegido el titulado EL TRASPLANTE y agradeceré comentarios.

EL TRASPLANTE

Está sentada en una silla metálica al pie de una cama. Mantiene la mano izquierda sobre la cabeza de una niña a la que acaricia amorosamente, echándole los cabellos hacia atrás para dejarle la frente despejada.
La mujer de la silla es joven y agraciada, con enormes ojos negros, tristes y apagados; su aspecto general es deplorable, como si estuviese destrozada, como si hubiese pasado varias noches sin dormir, como si fuese una mujer abandonada de su propio cuidado, como si la preocupación le encogiese el corazón y el alma, llevándola hasta el límite de la resistencia humana. Está demacrada y macilenta. Ojerosa y triste. Con signos evidentes de haber llorado mucho durante las últimas horas, o los últimos días, hasta quedarse sin lágrimas, seca de tanto llorar. Es su aspecto la expresión viva de la derrota, de la impotencia, de la desesperanza.
En la cama hay una niña de cuatro o cinco años, con palidez de cera en el rostro y completamente inmóvil. Estática. Como si no tuviese fuerzas para mover los brazos, ni para abrir los ojos, ni para mover la cabeza, ni para mirar, ni casi para respirar. Es también la expresión de la derrota de la vida vista desde otro ángulo.
La mujer mantienen la mano sobre la cabeza de la niña y no cesa de acariciarla.
La habitación es fría y descarnada, una frialdad que cala hasta la médula de los huesos. Frialdad en la decoración y en el ambiente. Cama, mesilla de noche, silla metálica y una especie de butacón articulado en uno de los rincones; ni un solo cuadro adorna las paredes. Asepsia absoluta en todos los sentidos. Y frialdad.
Las habitaciones de los hospitales resultan agobiantes y demasiado tristes para la situación anímica de las personas que esperan; incluso de las personas que sufren. Son todas iguales. Cuatro paredes descarnadas en las que el enfermo jamás encuentra alivio o distracción y solo le dejan la posibilidad de pensar en su propia tragedia. Quizá unos cuadros alegres distrajeran la atención del enfermo y de sus familiares y le permitieran a unos y otros distraer la mente. Quizá. No lo sé. Tampoco se sabe si es mejor que las paredes estén descarnadas y frías. Tal vez sea mejor así cuando así están. Pero si una niña enferma tuviera la posibilidad de contemplar cuadros o dibujos originales y alegres colgados en la pared quizá tuviese una distracción adicional y sirviera para alegrarle el ánimo.
La niña tiene el corazón muy débil, unos latidos apenas perceptibles, casi sin ritmo, a punto de extinguirse, a punto de detenerse definitivamente dejándola abandonada al iniciar el camino de la vida; la niña está a punto de morir. Cinco años de vida de un niño es como un abrir y cerrar de ojos. Es como estar en la vida sin estar. Es como empezar a entrar en la vida y no poder dar el paso definitivo para integrarse en ella. Es como pasar sin dejar huellas, salvo en sus allegados, claro. Es casi como la sombra que se refleja momentáneamente a causa de un fogonazo. En un símil grosero la niña es como un coche recién salido de fábrica al que le falla el motor y deben abandonarlo por inútil o colocarle otro motor nuevo porque el primitivo no tiene posibilidad de reparación.
La niña necesita un corazón nuevo. Y un corazón de ser humano no se puede comprar legalmente en una casa de recambios, ni en ninguna otra parte.
-Lo más que podrá resistir será una semana, -dijeron los médicos-, y si en ese plazo no aparece un donante... rece usted, señora, invocando un milagro, porque la medicina ya no puede hacer nada más por ella.
No dijeron qué sucedería si no llegaba a aparecer el donante y tampoco ocurría el milagro, pero aquellos puntos suspensivos demostraban la impotencia de la medicina y de los médicos, y eran más que elocuentes.
El dilema es muy sencillo: o trasplante de corazón o muerte segura, esta es la realidad, porque eso de los milagros, en estos tiempos de tanta incredulidad religiosa y desconfianza generalizada, es poco menos que una quimera. Y más para ellos. (¿Qué va a rezar ella si lleva varios años sin hacerlo?).
-En las condiciones en que está la niña la única posibilidad es un trasplante, repitieron los médicos hasta la saciedad.
Han transcurrido ya cuatro días de aquel plazo de siete que dijeron los cirujanos. A veces los días transcurren con una lentitud aplastante cuando el reloj debería ir más a prisa; a veces pasan con una rapidez endiablada cuando el reloj debería ir más lento. Como si la mano de la muerte estuviera moviendo hacia delante las manillas del reloj para acelerar el momento de coger su presa. Es triste ver a una niña morir y no tener la posibilidad de evitarlo, especialmente para sus padres.
La mujer de enormes ojos negros, tristes y apagados, de aspecto deplorable, es la madre de la niña y está destrozada. No sabe qué hacer para conseguir un corazón para su hija.
¿Qué se puede hacer en un caso así?
¿Cómo puede obtenerse un corazón para una niña de cinco años, que lo necesita, si nadie lo ofrece o lo dona?
Es terrible ver que el plazo se agota, que pasan los días y las noches con una rapidez de vértigo y que el problema carece de solución, porque esa solución no está en manos de nadie conocido a quien se le pueda hacer presión de ningún tipo.
Lo terrible del problema es que quien únicamente puede ofrecer el corazón de un niño para un trasplante es alguien que acaba de perder a su propio hijo.
¿Qué aconseja el sentido común en supuestos semejantes salvo buscar y esperar ansiosamente?
Es uno de esos casos de egoísmo descarnado y miserable, pero al mismo tiempo completamente humano y lógico. Es esperar que se produzca la desgracia ajena para obtener alguna satisfacción personal o familiar. En definitiva, alargar la vida, ganarle la partida a la muerte.
Con dinero se puede comprar casi todo, los alimentos más caros del mundo, las bebidas más sofisticadas, las obras de arte más famosas, pero... ¿cómo se puede conseguir legalmente el corazón de un niño recién fallecido para implantarlo en otro niño que está a punto de morir y que lo necesita? Un corazón así se da o no se da, se dona o no se dona, pero, ¿quien es capaz de vender el corazón de un hijo muerto para dárselo a otro niño que va a morir, para evitar que muera?
Todo es posible e imaginable en estos días de materialismo insultante, y el padre de la niña, hombre acostumbrado a comprarlo todo con dinero, -cosas materiales y conciencias, es un especulador sin escrúpulos-, ha hecho el ofrecimiento a través de la prensa. Está dispuesto a pagar lo que sea necesario por un corazón para su hija. Su esposa se indignó, le dijo que aquello había sido un tremendo error y en realidad así fue. Hay gente que todo lo quiere resolver con dinero, sin comprender que en la vida el dinero no lo es todo aunque ellos todo lo consigan con él. Mucha gente lo comentó y lo criticó. Hay gente capaz de vender cualquier cosa, pero vender un trozo de muerte de un hijo para vida de otro, resulta un trago muy difícil de digerir en personas normales.
No cabe otro camino sino esperar.
-No hay otro camino, señora. Su marido ha cometido un error. Las cosas no se deben hacer de ese modo, le dijo alguien en el hospital.
Ella lo sabe, pero no puede cambiar la forma de ser de su marido. Cada uno es como es desde que nace hasta que muere y él siempre fue así de expeditivo, una persona sin sensibilidad.
Esperar. No hay otro camino. Pero la espera es un acercamiento peligroso hacia la muerte. Para ella, la espera es como si la muerte estuviera extendiendo con lentitud pero de forma inexorable su manto negro sobre la habitación, sobre la cama blanca en la que reposa inmóvil la niña de corazón enfermo.
-Los médicos no suelen ser infalibles, mujer -le dijo alguien cuando solo llevaban dos días del plazo fatídico. -Dicen siete días para no correr el riesgo de dar unos plazos mayores y que luego se adelanten los acontecimientos y..., ya entiendes. Ellos dicen un plazo corto como precaución, pero luego... se equivocan, como todo el mundo. Dijeron siete días, pero también podrían ser veinte. O un mes. O medio año. O un año. Eso no se sabe nunca. Anda, no desesperes que ya verás cómo alguien... siempre hay alguien que se apiada de las personas que están en una situación como la tuya y la de tu hija. Es como si quisieran arrebatarles a la muerte ese trozo de víscera del muerto para dársela a otro y que pueda seguir viviendo y saber ellos que un trozo de su propio hijo continúa vivo o permitiendo a otro que viva. Quizá piensen que es como si el propio hijo no muriese del todo, no lo sé porque no he vivido nunca esa experiencia.
-Sí, pero han transcurrido ya cuatro días y sabemos de algunos niños que han fallecido en ese tiempo, incluso en este mismo hospital y... ¡Nadie se ha apiadado de mi niña!
-Es una monería la chiquilla. Con los ojos cerrados, como si estuviese dormida, y esa palidez de la carita, parece una figura de porcelana, o de cera. Pero es que tu marido es un animal y ha metido la pata, y perdona que te lo diga. ¡Mira que ofrecer dinero por el corazón de otro niño! Hay que ser burro. Los comentarios de mucha gente que he oído, incluso en el hospital, son terribles. ¡Qué lástima que ocurran estas cosas con un ser que está empezando a vivir!
-¡Más buena es el angelito! Ni una protesta, ni un llanto, ni un mal gesto, nada de nada. Como si comprendiera su gravedad y estuviera expectante a ver qué pasa con su vida. No sé si se dará cuenta de que puede tener los días contados. A veces, cuando se habla delante de ella, en voz baja, claro, cuando parece que está dormida, la veo entreabrir los ojos disimuladamente y ... se me parte el corazón. ¡Dios mío, sería terrible que supiera que puede morir de un momento a otro! ¡Y sin poder hacer nada más por ella!
-¡Tan pequeña y sufriendo tanto! La vida es injusta muchas veces. Cada vez que un niño pequeño está enfermo de esta forma pienso que es uno de los actos más injustos del mundo.Lo de tu marido, perdona que te lo diga, es impresentable.
-¿Qué quieres que te diga? Él es así, ya lo sabes, y no podemos cambiarlo ahora. Cree que en la vida todo puede conseguirse con dinero y eso no es así del todo. Para él los sentimientos cuentan muy poco. Sé que metió la pata pero la cosa ya no tiene arreglo. Lo que pasa es que si alguien dona un corazón para mi niña algunos pensarán que hemos pagado.
***
Sufría desde poco después de nacer.
Siempre tuvo dificultades para todo, para cualquier cosa, para moverse, para correr, para jugar... Se cansaba enseguida. Cuando se agotaba se encogía de hombros y se sentaba en cualquier sitio, en el suelo, en un escalón, sobre una piedra, en silencio, sin decir nada, seguramente para no amargar a los demás, o para evitar que la compadecieran, cualquiera sabe la causa. Y se distraía viendo a los otros niños, o a sus hermanos, correr, jugar y saltar. Miraba. ¿Qué podría pensar mientras veía jugar a sus hermanos y a sus amigos de forma incansable? ¡Cualquiera se adentra en la mente imprevisible y enigmática de un niño!
Cuando el médico diagnosticó insuficiencia cardiaca aguda, todos en la casa se echaron a morir. Primero los padres. Luego todos los demás, los abuelos, los hermanos, los tíos, los amigos... Y la palabra morir comenzó a revolotear por todos los rincones de la casa y de las casas de los más allegados. En voz baja. Y todos comenzaron a morir un poco cada día. La niña por el avance incontenible del mal. Los padres, atenazados por la intensidad del dolor y por la impotencia al comprobar el empeoramiento galopante y el debilitamiento de ritmo de aquel corazón enfermo que se iba extinguiendo poco a poco, sin poder hacer nada para evitarlo. Los hermanos, sin saber con exactitud lo que sucedía, viendo que su hermana no podía jugar con ellos y que su aspecto se deterioraba visiblemente, no llegaban a comprender el motivo de aquella pasividad. Los familiares participando intensamente de la tragedia sin poder ayudar en nada salvo en los lamentos y en los rezos.
Es la tercera de tres hermanos que apenas se llevan un año. El mayor tiene siete años, la segunda seis y ella entre cuatro y cinco.
La noticia apareció en el Diario local: Una niña de cuatro años de nuestra ciudad necesita urgentemente un corazón nuevo para sobrevivir. Si no se encuentra en el plazo de cinco días, puede morir. Así de crudo fue el titular. Y mucho más dramático el contenido del artículo. La cuestión se agravaba al decirse en el diario que una niña que necesitaba unos pulmones sanos había fallecido en el mismo hospital, unos meses antes, al no recibir la donación salvadora. Y en aquel artículo, el periodista, narraba la historia de la niña, que, a sus cuatro años, próximo a cumplir el quinto, apenas sabía lo que era jugar, correr o saltar...
Fue la madre quien gestionó aparecer en la televisión autonómica para pedir un corazón. El padre, aparte su rudeza, estaba en un estado deplorable, con el ánimo por los suelos; la depresión se había apoderado de él viendo como la vida de su hija pequeña se iba extinguiendo poco a poco y que su dinero no le servía para resolver el problema satisfactoriamente.
En la televisión apareció solamente la madre y junto a su imagen, por obra de la técnica, en un recuadro, la imagen de la niña, con su color macilento y su inmovilidad preocupante, por expreso deseo de los padres.
-Soy Beatriz Cáceres. Mi hija de cuatro años necesita un corazón urgentemente.
“Los médicos le han dado siete días de vida y ya llevamos tres consumidos.
“Pido a todos aquellos que hayan tenido la desgracia de perder a un hijo o a una hija y que saben del dolor mejor que nadie, que se apiaden de mi hija y le donen el corazón del fallecido, si fuese posible. A un niño muerto de nada le sirve ya su propio corazón y en cambio podría servir para que mi hija continúe viviendo. Sería como vencer en parte a la muerte porque un trozo del cuerpo de ese niño continuaría viviendo en el cuerpo de mi hija y ella también podría continuar con vida con esa ayuda. De no ser así mi hija morirá.
“En la vida nunca sabemos lo que podremos necesitar unos de otros y tal vez algún día nosotros mismos podamos ayudar a otras personas. Tanto mi marido como yo hemos hecho donación de nuestros órganos por si pudieran servir a otros a nuestra muerte.
“Si están en posibilidad de ayudar, y quieren hacerlo, solo tienen que llamar por teléfono al Hospital Materno Infantil, a la Policía, a la Radio, o a la Televisión, donde sea, e inmediatamente un equipo médico del hospital se desplazará para hacerse cargo del corazón, o harán como se actúe en estos casos.
“¡Lo pido por lo que más quieran en el mundo!
“¡Es tan chiquita mi niña!"
Beatriz Cáceres no pudo evitar el llanto ante las cámaras de la televisión.
***

El padre entra en la habitación arrastrando los pies, le pregunta a su esposa si hay alguna noticia, alguna novedad.
Está como ausente, con la mirada ida y fija en ninguna parte, con aspecto descuidado, barba de varios días y enormes ojeras amoratadas.
Ella mueve la cabeza y se muerde el labio inferior. Ya no tienen palabras que decirse.
-Anda, quédate aquí un rato con ella, voy a ir a la capilla a rezar un poco. Dijo el médico que solo cabe un trasplante o un milagro. Pero... ¡Tengo a Dios tan olvidado!
-¿Crees de verdad que los rezos sirven para algo? ¿Crees de verdad que los rezos han podido mover el mundo alguna vez?
La pregunta irrita a la mujer en aquel instante.
-¿Has conseguido tú alguna solución a pesar del dinero y de todos tus conocimientos? No sé exactamente qué poder tengan los rezos porque eso es muy difícil saberlo, pero después de habernos fallado todo, Dios es mi última esperanza.
La mujer abandona la habitación y el ruido de sus pisadas queda flotando en el pasillo durante unos segundos interminables.
La Capilla está solitaria y sumida en una penumbra casi absoluta, iluminada tan solo por la luz anaranjada que penetra por una ventana de vidriera con predominio del color rojo y por la luz de una lamparilla mortecina situada en el altar mayor, junto al Sagrario.
Se arrodilla en el primer banco y permanece con el rostro oculto entre las manos, quizá pensando en las palabras de su oración.
Quien no está acostumbrado a orar ni a pedir la mediación divina, cuando recurre a este trance suele encontrar dificultades y todo dependerá de la confianza y de la fe que tenga en su plegaria. Beatriz Cáceres, en aquel momento de su existencia, con todos los caminos de la vida cerrados, con el tiempo apremiando, con intenso dolor en el alma y en el corazón al ver la situación desesperada de su hija, piensa en Dios como el único camino posible para resolver el problema de la niña. Piensa como debe hacerlo un náufrago que encuentra el madero cuando está a punto de sumergirse.
-Señor, -dice en voz alta, y su voz de escalofrío suena con nitidez en medio del silencio y soledad de la capilla-, soy yo, Beatriz Cáceres, y Tú apenas me conoces o me habrás olvidado ya, porque hace muchos años que no visito tu casa. Antes, cuando estaba soltera, iba a verte todos los domingos y días de precepto, al menos, pero desde que me casé estoy apartada de Ti; mi marido no es hombre de iglesias, ni de fe, y me he ido abandonando. Y no es que él me lo prohibiera, pero se sonreía con una suficiencia que... Fui débil, pero fue una decisión voluntaria la mía. Y hoy, al cabo de los años, vengo a verte porque te necesito. ¿Qué egoísmo, verdad? Hoy, cuando no sé ya adonde recurrir, vuelvo hacia Ti mis ojos. Perdona mi egoísmo, pero cuando todos los caminos se cierran acude una al último rayo de esperanza que le queda. ¡Y Tú, Señor, eres mi última esperanza! ¡Me diste una hija, no me la quites ahora cuando está comenzando a vivir! ¡No quiero que me pongas a prueba, como a Abraham, Señor! Porque no es a mí a quien pones sino a ella que nada sabe aún de la vida. ¡Es tan pequeña! Dicen los médicos que solamente hay dos caminos, el del milagro, que parece que no se lleva mucho en nuestro tiempo, y el del trasplante que es poco menos que otro verdadero milagro. Yo únicamente quiero que se salve, el camino me es lo mismo. Necesitamos un corazón, Señor, un corazón como el suyo. No voy a pedir que muera otro niño para salvar a mi hija, sería una petición monstruosa y egoísta y no merecería tu ayuda; ni me atrevería siquiera a mirarme a un espejo si lo hiciera, pero si algún otro niño muere por alguna causa irreversible, Tú que todo lo puedes, mueve el corazón de sus padres para que se apiaden de mi niña. ¡Es tan débil y necesita tanta ayuda!
Durante unos minutos permanece hincada de rodillas llorando en silencio.
Luego se dirige hacia la puerta de la capilla sin apercibirse de la presencia de otra mujer que permanece sentada en el banco de atrás, en zona más oscura. Sí ve, en cambio, a un hombre que le parece un anciano, sentado en el último banco de la capilla, apoyado sobre un bastón, o un paraguas, que la mira fijamente al salir.
En la habitación las cosas continúan exactamente igual.
-¿Ha dicho algo? ¿Se ha movido?
El marido niega con un movimiento de cabeza.
-Sigue exactamente igual que la dejaste. Cuando una niña está como la nuestra no podemos estar esperando un milagro, Beatriz. Esas cosas sucedían en otros tiempos, si es que sucedieron alguna vez. Hoy únicamente podemos confiar en la ciencia, en la técnica y en que alguien quiera ofrecernos un corazón.
-¡Déjame! -grita en voz baja, indignada con las palabras de su marido que intentan apartarla de su única y última esperanza. -Tú nunca creíste en Dios, ni en nada, porque en tu casa siempre os vanagloriabais de ser ateos, como si eso fuera un signo de gloria; pero yo hasta que me casé contigo viví en el temor de Dios y por eso insistí en que nos casáramos por la Iglesia. Y hoy, aunque apartada de Él, quizá por tu culpa, sigo pensando que Dios es nuestra última esperanza.
El hombre se encoge de hombros y acaricia delicadamente los cabellos de su esposa.
-Perdona, no he querido herir tus sentimientos religiosos y menos ahora que debemos estar más unidos que nunca. Nunca te he prohibido nada en ese sentido. No creo en esas cosas, pero nunca me ha importado que creas tú. Voy a salir un rato, estaré en el pasillo, o, ahí fuera, en el jardín. Esta habitación me deprime, me agobia, como si me impidiera respirar normalmente.
Beatriz permanece sola en la habitación y se da a sus meditaciones, a su vida anterior, a su época del colegio, con aquella relación intensa con las monjas con las que se educó; con sus visitas mañaneras a la capilla del colegio, con sus coros, con sus primeros viernes de mes, con el mes de mayo y las invocaciones a la Virgen María... Y luego todo aquello lo olvidó porque su marido se reía de ella, abiertamente, o con sonrisas irónicas o sarcásticas. Dejó de frecuentar la Iglesia. Y ahora, cuando todas las puertas se cierran a su paso de violentos portazos, cuando el túnel es tan largo y oscuro que no vislumbra la claridad, el único rayo de esperanza es el camino hacia Dios.
***

Los médicos finalizan la intervención agotados.
El jefe del equipo sale al pasillo con el rostro sudoroso y se dirige al grupo de personas que aguarda en la puerta de la sala de espera, nerviosos y anhelantes.
-¿Cómo está?, -pregunta una mujer, con expresión angustiada.
-Mal. Muy mal. Hemos hecho lo humanamente posible pero tiene el cuerpo destrozado. Politraumatismo generalizado y especialmente la fractura de la base del cráneo... Está muy mal. Lo extraño es que esté vivo aún, pero los niños reaccionan de forma totalmente incomprensible muchas veces y nunca se sabe lo que puede ocurrir. Hay que tener esperanza. Las próximas cuarenta y ocho horas van a ser decisivas.
-¡Maldito sea el motorista que lo atropelló! -exclama alguien.
-Las cosas pasan y hay que aceptarlas como vienen -responde el médico. -Ese motorista también se debate ahora mismo entre la vida y la muerte, según me han informado. Me comentaron que el niño se escapó de las manos de la hermana e intentó cruzar la calle en el momento en que la moto...
-Sí, se me escapó, pero no se debe ir por una calle como esa a más de cien kilómetros por hora, ¿no? -protesta una chica muy joven, con lágrimas en los ojos y explotando en un llanto convulsivo e incontrolado porque había sido a ella a quien el niño se le había escapado de las manos cuando se dirigían al supermercado.
-Perdona, hija, yo no vi el accidente, comento lo que han dicho otras personas. A los médicos lo que nos importa es la vida humana, y no vamos a discutir ahora quien fue el culpable del accidente, esas cosas son los jueces quienes deben decidirlo. A los médicos nos importa saber que ha habido un accidente y que un hombre y un niño están luchando contra la muerte. No nos interesa ninguna otra cosa.
-¿Cree usted que vivirá, doctor?
-No lo sé. Debemos tener confianza. Ya les he dicho que si consigue superar las próximas cuarenta y ocho horas hay posibilidades de que viva. Los niños tienen una vitalidad tremenda. Y tampoco podemos saber ahora si quedará o no en condiciones normales, caso de que consiga vivir. Hay que esperar.
-¿Quiere usted decir que podría quedarse inválido o cojito o... o en una silla de ruedas, acaso?
El médico asiente.
-Nada es descartable, señora. Cualquier cosa puede ocurrir.
La mujer se abraza a su marido y ambos a la chica que llora desconsoladamente.
***

-Hay un niño en este hospital que está muy mal, Beatriz -le dice una enfermera-. Lo atropelló una moto y no parece que tenga muchas posibilidades de vivir, según han comentado por ahí. ¡Pobrecito!
-¡Dios mío! Cómo estarán sus padres ahora. Sin duda como estamos nosotros.
-¿Cómo es el niño? ¿De qué edad, quiero decir?
-¡Pedro! ¿Otra vez vas a meter la pata? ¡Cállate y no sigas hablando! ¿Cómo puedes preguntar eso? ¿No piensas en los padres de ese niño? ¿O es que crees que los otros padres no tienen sentimientos como nosotros?
-Es un niño pequeño. Poco más o menos como su hija -aclara la enfermera. -Pero no parece que estén dispuestos a donar los órganos, si fallece el angelito. Alguien ha debido insinuárselo a los padres y se han puesto como fieras, dicen. Yo no estaba presente. La gente no está predispuesta a las donaciones.
Beatriz oculta el rostro entre las manos.
Quedan solamente dos días del plazo de siete señalado por el médico.
-¿Sentimientos? ¡Ya lo ves! No quieren darle el corazón a nuestra hija. ¿De qué sentimientos me hablas? La gente hoy no tiene sentimientos -dice el marido de Beatriz. –En la vida cada uno va a lo suyo y poco le importan los demás. Tú eres de las que creen que todo el mundo es bueno y eso no es así, cada uno va a lo suyo y es como es, unos con sentimientos y otros sin ellos. Y así es la vida.
-Nosotros pensábamos igual que esa familia antes de vernos afectados por esta situación. Tú nunca quisiste ser donante de órganos y tampoco fue nunca cosa de mi agrado. Ahora vemos las cosas de otro modo porque el problema gravita sobre nosotros.
-¡Maldita sea! ¿Serán capaces de dejar que muera nuestra niña y que su hijo, si se muere, se lleve el corazón a la tumba?
-¡Cállate, Pedro, por favor! Quédate aquí. Tengo que ir a rezar de nuevo. ¡Dios no puede dejarnos abandonados!
-Sí, mujer, vete a rezar, y reza lo mejor que sepas porque ya... ya no nos quedan muchas esperanzas. Cuando esta gente que conoce perfectamente el problema de nuestra hija no hace nada sabiendo que es posible que su hijo se muera, ya me dirás qué podemos esperar de los demás.
Lo dice con seriedad, quizá pensando que es la única posibilidad, aunque a él le cueste un tremendo esfuerzo creerlo.
Beatriz entra en la capilla.
Y vuelve a hincarse de rodillas en el primer banco y a hundir el rostro entre las manos para llorar en silencio.
Y vuelve a elevar su plegaria en voz alta en la creencia de que está sola, repitiendo casi las mismas palabras del día anterior. Y recurre a la Virgen de las Angustias “tú que pasaste por el mismo trance que yo estoy pasando ahora” y a todas las vírgenes de su devoción, sin olvidar a la patrona de su antiguo colegio a la que tantas veces había rezado.
Vuelve la cabeza cuando alguien le coloca una mano en el hombro.
-¿Quiere usted que recemos juntas? Yo no sé rezar, mire. Ayer la vi a usted aquí mismo y la escuché decirle a Dios cosas que yo no sabría decirle jamás, porque nunca fui a una iglesia. Me crié en el campo y allí... ya sabe. Y hoy no sé dónde acudir. Mi niño está muy mal según el médico y estamos esperando que pasen cuarenta y ocho horas de la operación para ver qué rumbo toman los acontecimientos. Déjeme que rece con usted y que repita sus mismas palabras.
Beatriz asiente y comienzan a rezar conjuntamente.
La terrible paradoja es que mientras una de aquellas mujeres reza para que su hijo no muera, la otra lo hace para encontrar un corazón, y, quizá en lo más hondo de su alma, tenga la esperanza de que el corazón de aquel niño pueda salvar la vida de su hija.
Pero las dos mujeres están tan atribuladas que no deben apercibirse claramente de la situación tan contradictoria en que se encuentran.
***

La noche del sexto día del plazo de la hija de Beatriz coincide con el segundo día después de la intervención quirúrgica del niño atropellado por la motocicleta.
Beatriz está nerviosa y agresiva y únicamente consigue dominar sus impulsos cuando se encuentra sentada junto a la cama de su hija y le coge la mano y se la acaricia con exquisito cuidado.
-Mamá, ¿cuando nos vamos a ir a casa? -pregunta la niña con un hilo de voz.
-Ya mismo, hija, ya mismo –responde Beatriz, mordiéndose el labio inferior para no estallar en llanto.
-Es que estoy cansada de estar aquí, mamá. Estoy cansada de todo. Estoy cansada de estar en la cama. Quiero irme a casa.
-Todos lo queremos, hija, pero estás malita y mientras no te pongas bien tendremos que quedarnos aquí.
¿Cómo puede decirle a la niña que si no aparece un donante de forma inmediata no tendrá ya oportunidad de ir a su casa ni a ninguna otra parte?
¿Qué entenderá su hija por morir?
Le suelta la mano y sale apresuradamente de la habitación para estallar en el pasillo en un llanto convulsivo y desgarrado.
***

A primera hora de la mañana del séptimo día, Beatriz, que ha pasado toda la noche en vela vigilando el sueño de su hija, en la creencia de que el plazo señalado por el médico será fatal, se acerca una vez más a la capilla.
Encuentra en ella a la madre del niño atropellado, hincada de rodillas en el mismo banco que se habían colocado los días anteriores.
En silencio se aprietan las manos.
-¿Cómo está su hija?
-Muy mal. Parece como si su vida se fuera extinguiendo por momentos. ¿Y su hijo?
-Dice el médico que se salvará.
Beatriz aprieta intensamente las manos de la otra mujer.
-Me alegro mucho porque usted está sufriendo tanto como yo. Le diré una cosa. He rezado porque su hijo se salve.
-¿De verdad ha rezado por la vida de mi hijo y se alegra de que no muera?
-Con toda mi alma. ¿Qué había pensado usted?
-¿Sabe una cosa, Beatriz? Mi marido y yo habíamos decidido finalmente donarle a su hija el corazón de nuestro niño si hubiese fallecido. Al llegar aquí alguien nos planteó esa posibilidad y nos negamos con todas nuestras fuerzas, pero ahora, después de conocerla a usted, después de comprobar lo que está sufriendo y después de haber visto a su hija... y ahora, después de saber que usted ha rezado por mi hijo...
La mujer rompe a llorar.
-Gracias de todos modos por su intención. Cada uno ha de mirar por lo suyo, pero no a cualquier precio. Por un lado llegué a pensar en que si su hijo moría habría alguna posibilidad de que donaran su corazón, pero, al mismo tiempo, nunca olvidé que usted está atravesando un camino de espinas como el mío, ...como el nuestro.
-Quiera Dios que alguien...
La mujer sale corriendo de la capilla, llorando convulsivamente.
***

El plazo de siete días hace tres que transcurrió.
La hija de Beatriz está realmente en los últimos momentos de su corta existencia. Beatriz apenas se separa de ella y ya ni siquiera le quedan lágrimas que derramar.
Es cerca del mediodía cuando la enfermera entra corriendo en la habitación y se abraza a ella atropelladamente.
-Beatriz, acaban de llamar de un hospital de Logroño. Los padres de una niña de siete años, muerta en accidente de tráfico, han donan todos sus órganos y el corazón será para su hija. Están preparando un helicóptero con un equipo de médicos y estarán aquí dentro de unas horas. Los médicos ya están haciendo los preparativos para la intervención.
-¿Cuándo han llamado?
-Hace unos minutos. Es una niña que ha muerto en un accidente de tráfico. El médico ha ordenado que se prepare todo lo necesario y en cuanto llegue el helicóptero se realizará la operación. ¡Dios mío, qué contenta estoy y estamos todos en el hospital! Es que ustedes ya son algo nuestro y estamos sufriendo mucho por esta situación; casi tanto como ustedes. ¡Qué angustias, Beatriz! Cada vez que entramos en la habitación y la encontramos a usted junto a la niña... se nos parte el alma.
-¡Dios mío, Dios mío! Cuando ya no lo esperábamos... Esto,... esto es un milagro.
-Ande, vaya a llamar a su marido, el pobre, a su manera, también lo está pasando muy mal. Yo me quedaré aquí vigilando a la niña.
Pedro está en los jardines que rodean el hospital, sentado en un banco, con la cabeza apoyada entre las manos, quizá esperando que alguien le comunique que todo ha terminado, porque no tiene fuerzas para estar frente a su hija y verla morir. Cada vez que le coge las manos a la niña el llanto le obliga a salir de la habitación. La ve muy mal y solo espera que alguien se le acerque en silencio, le coloque una mano en el hombro y le exprese su pesar. La idea no se le va de la cabeza. Ha perdido toda esperanza. Cree que su hija va a morir de un momento a otro y es incapaz de permanecer a su lado. ¿Es miedo? No sabe lo que es. Solo sabe que no puede soportar ver cómo la vida de un ser tan indefenso se extingue poco a poco.
Ve a Beatriz que se acerca corriendo hacia él y es incapaz de contener las lágrimas.
-¿Ya? -pregunta aterrado, y al ver la expresión luminosa del rostro de su esposa, vuelve a preguntar: -¿Es que hay alguna noticia?
-Pedro, un helicóptero trae un corazón para la niña. Viene desde Logroño. Es de una niña muerta en un accidente de tráfico. Sus padres han donado todos sus órganos y el corazón será para ella. ¿Será posible este milagro cuando ya estaba todo perdido? ¡Dios mío, qué contenta estoy! Anda, vete para dentro; que te vea, le das la mano y le dices que ya mismo nos iremos a casa. Y no vayas a llorar delante de ella, yo voy a pasar por la capilla un momento. No tengo más remedio que darle gracias a Dios. Esto es un milagro, Pedro, aunque tu te rías de esas cosas.
Beatriz se dirige hacia el interior para ir a la capilla mientras su marido permanece inmóvil viéndola alejarse.
Inesperadamente, Pedro echa a correr detrás de su esposa.
-Espera, Beatriz,... voy a ir contigo y estaré junto a ti mientras rezas, desde luego esto es algo que... no sé cómo explicarlo.
Se dirigen cogidos de la mano hacia la capilla con los ojos brillantes de alegría.
Lo peor ya ha pasado.
El sol brilla para ellos aquel día con más intensidad que nunca.
***

Beatriz, sentada en un banco del parque, espera la llegada de su marido, y contempla emocionada cómo sus tres hijos corren alegremente detrás de las palomas, intentando inútilmente alcanzarlas.
Y se le saltan las lágrimas, por enésima vez, como cada día, al ver a su hija pequeña corretear detrás de los hermanos mayores, sin dar muestras de cansancio.
Para la niña ha comenzado una nueva vida. Piensa Beatriz que es como si hubiese nacido de nuevo".
En próximos días incluiré en el blog otros relatos del mismo libro.







1 comentario:

Unknown dijo...

Impresionante Don Mariano, pero por favor, no ponga mas textos como éste, que uno no gana para pañuelos...